Bajo el impulso del triunfo revolucionario contra la dictadura de Batista, llegó la ola de expropiaciones a los capitales norteamericanos en Cuba. Un duro golpe que marcaría un punto de inflexión en la historia del Caribe y América Latina.
Daniel Lencina @dani.lenci
Martes 6 de julio de 2021
Foto: El presidente Dorticos Torrado firma las exropiaciones junto al primer ministro Fidel Castro en 1960
Fidel Castro como dirigente de la Revolución cubana en enero de 1959 tenía como objetivo fundamental restablecer la democracia burguesa (en este video se puede ver a Fidel Castro hablar en un perfecto inglés diciendo: “We are not communist”). Luego de la caída del dictador Fulgencio Batista, se formó un Gobierno provisional encabezado por Manuel Urrutia, un político burgués que debió renunciar el 17 de julio de ese año. Inicialmente el M26 se oponía a la opresión yankee, planteaba la reforma agraria, la reforma urbana, la baja de alquileres y una democratización política. Esas medidas, si bien no afectaban el conjunto de los intereses de los grandes capitalistas y terratenientes, eran vistas con preocupación por los EEUU. A pesar de esto, EE.UU. reconoció rápidamente al nuevo gobierno.
Pero la dinámica de la revolución y la energía de las masas oprimidas las que obligaron a los dirigentes del M26 como Fidel Castro a ir más lejos que sus intenciones originales. El bloque social que derrocó a la dictadura de Batista fue policlasista. Estaba compuesto por el campesinado, el proletariado rural, el movimiento obrero urbano, la pequeño burguesía y hasta personajes de la burguesía cubana.
Como en toda revolución, las masas tienden a radicalizarse y se desata una intensa lucha de clases. Al decir de León Trotsky “la historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”. Y agrega que “cuando en una sociedad estalla la revolución, luchan unas clases contra otras, y, sin embargo, es de una innegable evidencia que las modificaciones por las bases económicas de la sociedad y el sustrato social de las clases desde que comienza hasta que acaba no son completamente suficientes para explicar el curso mismo de la revolución que en unos pocos meses derriba instituciones seculares y crea otras nuevas, para volver en seguida a derrumbarlas. La dinámica de los acontecimientos revolucionarios está directamente determinada por los rápidos, intensivos y apasionados cambios psicológicos en las clases formadas antes de la revolución” (Prólogo a la Historia de la Revolucion Rusa, cotejado con la versión francesa).
En Cuba, mientras un sector quería pactar nuevas condiciones con el imperialismo norteamericano, otro sector; el de obreros y campesinos que habían hecho la revolución, querían ir por todo. Así Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y sus compañeros comandantes e incluso el Che Guevara se vieron desbordados.
Por un lado EEUU inicia lo que sería un largo camino de atentados y sabotajes cuyo objetivo era organizar la contrarrevolución, apoyados por la burguesía y los terratenientes cubanos. Por otra parte, las masas se arman y movilizan en defensa de la revolución. Ya no se podía volver atrás. Más aún cuando el contexto mundial era el de la “Guerra Fría”, que implicaba que en un tercio del planeta, luego de la Segunda Guerra Mundial, se le había expropiado a la burguesía los medios de producción. Más allá de la forma burocrática con la que encabezó el stalinismo este proceso, la amenaza del comunismo era algo serio para la hegemonía norteamericana.
Lo que terminó de encender la alarma del gobierno cubano es que EEUU suspendió la compra de la cuota de azúcar que había adquirido desde su “independencia” bajo la tutela del imperialismo. Además de un problema económico, significaba una extorsión política que avivó las llamas del enérgico repudio de las masas cubanas. En tal efervescencia se apoyó la dirección castrista para resistir al imperialismo.
La revolución empezaba a teñirse, lenta pero intensamente; de color “verde oliva” en “roja”…
Fernando Mires sostiene que: “de inmediato los cubanos acudieron al mercado soviético. Los rusos se comprometieron a comprar medio millón de toneladas anuales durante cuatro años a precio de mercado. A fines de 1960 Cuba se retiraba del Banco Mundial. Los empresarios cubanos, a su vez, realizaban un boicot a las inversiones. Ernesto Guevara (…) redobló el proceso de expropiaciones. Estados Unidos dejó de enviar petróleo. Los cubanos recibieron petróleo ruso. Las empresas norteamericanas que se quedaban se negaron a trabajar con petróleo ruso” (Fernando Mires, Cuba: entre Martí y las montañas).
Bajo esos contornos el gobierno cubano, el 6 de julio de 1960, respondió con la ola de nacionalizaciones: Texaco, la Standard Oil, la Royal Dutch y la Canadian Shell Ltda. Además de las empresas de gas y teléfonos (ver video).
A esta situación el Che Guevara definía como “una revolución de contragolpe”. Es decir que la revolución respondía en base a la agresión y los golpes del imperialismo, y tal presión del internacional la obligaba a ir más allá de sus intenciones.
En octubre del mismo año se dio la nacionalización de la banca. Y la respuesta yankee fue el inicio del bloqueo económico a la isla, el más largo y costoso en la historia del capitalismo, que continúa hasta el día hoy. Luego en 1961 llegará la invasión impulsada por EEUU a Playa Girón que será derrotada.
El debate económico para sacar a Cuba del atraso económico fue más que intenso. Fundamentalmente se expresaron dos posiciones. Por un lado, los partidarios del “calculo económico” que defendían un proyecto político de socialismo mercantil, con empresas gestionadas en forma descentralizada y con autarquía financiera. La planificación, para los seguidores del cálculo económico operaba a través del valor y del mercado.
Por otra parte la posición del Che Guevara –a cargo del Ministerio de Industrias-, era la del “sistema presupuestario de financiamiento” que cuestionaba la unión de socialismo y mercado. Defendía un proyecto político donde planificación y mercado son términos antagónicos. Entre cada fábrica de una misma empresa consolidada no había compraventa mediada por el dinero y el mercado, sino intercambio a través del registro de cuenta bancaria. Sin embargo, no planteaba que esta planificación se realizara democráticamente, con la participación de los trabajadores y el pueblo y sus organizaciones sino que lo dejaba en manos del gobierno que rápidamente adheriría al stalinsimo convirtiéndose en una casta burocrática.
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El Che se inclinaba por los incentivos morales como manera de elevar la conciencia socialista de los trabajadores y su teoría del “hombre nuevo”. Guevara hace una reivindicación de los incentivos morales y los deberes sociales, en oposición a los estímulos materiales de los socialistas de mercado.
El Che trabajando como voluntario
La URSS tenia la “teoría” de que a Cuba, en la división internacional del trabajo de los países bajo su influencia, le tocaba el papel de especializarse en el azúcar. Pero el monocultivo y la falta de industrialización solo prepararía nuevas penurias. La subordinación a este plan hará que Cuba surja como un Estado obrero "deformado" (con relación al Estado revolucionario que dio origen la Revolución Rusa dirigida por Lenin y Trotsky). Y además, totalmente débil al ser el único en el continente (gracias a la política del "socialismo en un solo país" del stalinismo) frente al imperialismo más poderoso del mundo.
En 1965 el Che perdió el debate. Allí decide salir fuera de toda responsabilidad en cuanto a la dirección de la economía nacional. Y emprende el viaje al extranjero exportando la guerrilla como método para la revolución.
A través de Julio Cortázar rescatamos algunos de los avances que el notaba en “Los colores de la revolución”:
“Lo que me interesa de la experiencia cubana son los resultados concretos traducidos en términos de vida cotidiana. Y comparo esta situación con la de otros países de América Latina”. Le impactan los 25 mil trabajadores que construyen viviendas para que todos tengan acceso a la misma. Y agrega que “Otra señal de este nuevo bienestar se encuentra en el turismo interno cubano. Esos campesinos de la montaña que nunca habían abandonado su casa, ahora se van ’de vacaciones’. Los habitantes de las ciudades conocen los lagos, la montaña. (…) Pero los grandes beneficiarios de la Revolución son, ante todo, los niños. Nada es demasiado bueno para ello”. Con respecto al lugar de la cultura sostiene que “la lectura es un fenómeno de masas. Ediciones de sesenta mil a ochenta mil ejemplares se agotan en algunos días. El libro cubano es un modelo para toda América Latina; los ejemplares circulan, se mueven: hay ochocientas bibliotecas ambulantes que llegan a los pueblos más alejados, sin contar las bibliotecas de los centros de enseñanza y trabajo. En 1975 se imprimieron treinta y cinco millones de ejemplares: una avidez de libros, como en el Chile de Allende. El día en que salió la edición cubana de la novela de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, la cola ante las librerías de La Habana fue tal que los agentes encargados de contener las colas de espera fueron seriamente atropellados. Y me parece muy lindo que las fuerzas del orden se vean en problemas por razones estrictamente culturales...”. Y cierra reflexionando en torno a las relaciones con la URSS “cuando, hablando del futuro, se considera con ellos lo peor, todos, desde el ministro a la empleada doméstica, dicen: Si un día desembarcan los estadounidenses, si llega a pasar algo que amenace nuestra independencia, nuestro régimen, todo lo que hicimos aquí, entonces será ‘Patria o muerte’. ‘Antes morir que cambiar’”. (El Dipló. Revista EXPLORADOR “Cuba” – N°1 Cuarta Serie).
A pesar de la subordinación al estalinismo y de la burocracia castrista que hizo de todo para impedir que Cuba sea la punta de lanza de una serie de revoluciones triunfantes en América Latina y el Caribe, si hubo tales avances fue porque finalmente, en un largo proceso; se expropió a los capitalistas. Y esas son las conquistas de la revolución que defendemos contra el imperialismo y la burocracia restauracionista.
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Daniel Lencina
Nacido en Buenos Aires en 1980, vive en la Zona Norte del GBA. Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997, es coeditor de Diez días que estremecieron el mundo de John Reed (Ed. IPS, 2017) y autor de diversos artículos de historia y cultura.