El 10 de abril se cumplen 100 años del asesinato de Emiliano Zapata, el dirigente revolucionario del Ejército Libertador del Sur, el ala izquierda de la fracción campesina de la Revolución Mexicana de 1910. Por tal motivo, el presidente López Obrador decretó “2019, Año del Caudillo del Sur”. Este homenaje a su memoria, no busca reivindicar los fines revolucionarios de Zapata, sino utilizar su imagen.
A cien años del asesinato del jefe del revolucionario Ejército Libertador del Sur en la Hacienda de Chinameca, Morelos, el presidente López Obrador decretó el año 2019 como el “Centenario del Caudillo del Sur” en la población de Ayala, de la misma entidad. Allí declaró: “Va a haber un programa todo este año para recordarlo. Toda la papelería oficial del gobierno va a llevar el nombre y se va a recordar al Caudillo del Sur. Podríamos hablar mucho sobre la vida ejemplar de Emiliano Zapata. Cada quien tiene su interpretación, porque afortunadamente su pensamiento y su acción caló hondo, y como se repite en una consigna: Zapata vive”. [1]
Así, la historiografía oficial da un salto al pretender instalar en el imaginario colectivo la figura de Emiliano Zapata como un héroe democrático, de entre el gran número de jefes militares que participaron en la guerra civil contra la dictadura de Porfirio Díaz bajo el lema “¡Sufragio efectivo, no reelección!”. Y el gobierno nos manda el mensaje de que López Obrado también tuvo que luchar contra “el mal gobierno” para cambiar el régimen, aunque lo hizo sólo a partir de una lucha electoral que ni siquiera acabó con los principales rasgos del neoliberalismo.
Y es que, continuando con la vieja política de institucionalización de la revolución campesina, AMLO omite hablar del carácter revolucionario de Zapata, usando un discurso superficial y demagógico para utilizar a su favor la conmemoración centenaria del asesinato del revolucionario de Morelos.
Pero la interpretación de AMLO sobre la obra de Zapata no es la de los campesinos pobres que se levantaron en armas por demandas radicales que iban más allá de la demanda de tierras. La reivindicación de AMLO sobre Zapata tiene un gran límite: no puede reivindicar lo más esencial de las ideas del “Caudillo del Sur”, como sí lo hace con las figuras de Madero y Juárez. Mucho menos puede explicar por qué admira a Madero —en un país donde Zapata es recordado por millones de campesinos pobres— sabiendo que el terrateniente de Coahuila, mandó arrasar las poblaciones zapatistas por no subordinarse al gobierno que les incumplió la promesa de entrega de tierras.
Madero aprovechó que el de Díaz era un ancien régime que empezaba a podrirse solo y buscó una transición política para que el poder quedara en otra ala burguesa. Pero no pudo evitar —Madero— la fuerza avasallante de sectores sociales aliados que buscaban no solamente una transformación política, sino también profundas transformaciones de carácter social (entre los que destacó notablemente el Partido Liberal Mexicano dirigido por los hermanos Flores Magón), que rebasaron el pacto pacificador de Díaz-Madero. Y fue Zapata quien levantó el programa más radical de la revolución, alternativo al poder burgués, que haya existido nunca en la historia de México.
El verdadero Zapata, traicionado y perseguido por Madero (aunque AMLO declaró, falseando la historia, que en un momento dado el rebelde campesino y el presidente terrateniente tuvieron cierta amistad), [2] demandaba, como parte central del Plan de Ayala, la toma inmediata de posesión de tierras por la vía armada como primer paso del proceso agrario.
Contra una demanda de carácter revolucionario como esta, que afectaba la estructura agraria y política del país (y que proponía que el poder armado fuera parte de la soberanía de los pueblos), el terrateniente Madero, que AMLO admira, combatía a Zapata expresando los intereses de clase de los sectores dominantes, incluidos los porfiristas derrotados. Utilizando el lenguaje folclórico del tabasqueño, podemos decir que, pensando en “primero los pobres”, Zapata combatió al “Fifí” Madero.
Un Zapata expropiado por la clase política surgida al final de la revolución
El homenaje a Zapata por AMLO no es algo nuevo. Esta ha sido una política de Estado inaugurada en 1924 por Plutarco Elías Calles, quien ese año heredaba la presidencia como sucesor de Álvaro Obregón —enemigo acérrimo del “Caudillo del Sur”— quien en un discurso para la audiencia dijo: “Ese programa revolucionario de Zapata, ese programa agrarista, es mío. El héroe descansa en paz, su obra está concluida”. [3]
Esta afirmación en boca de un enemigo de los obreros y campesinos, fundador de la etapa inicial del PRI —partido que continuó reprimiendo movimientos campesinos a lo largo del siglo XX, como el asesinato del dirigente agrarista Rubén Jaramillo, en 1962— ha sido el discurso oficial del régimen nacido una vez que fueron derrotados los ejércitos campesinos en la revolución.
Para Calles, decir que se había cumplido el programa del ala radical de la revolución era en ese entonces un llamado a la unidad y pacificación de todas las fuerzas de la revolución para establecer la estabilidad que el país requería en esa etapa de desarrollo capitalista del nuevo estado mexicano.
Así, durante los “gobiernos de la Revolución”, la figura de Zapata fue usada para discursos oficiales y el lucimiento de todos los políticos del régimen para ganar el voto de los campesinos en un país con una vasta población rural. Esto mientras se terminaba con el reparto agrario y se reprimía a los movimientos campesinos.
Pero aun así, era la manera en que la revolución institucionalizada pagaba un tributo al ala campesina derrotada sin la cual la caída de Porfirio Díaz y el golpista Victoriano Huerta no hubiera sido posible, aunque le imprimiera un carácter distinto a la verdadera historia de la lucha zapatista.
Lejos del Zapata democratista que nos quiere presentar la “Cuarta Transformación”, el general suriano fue algo totalmente diferente. Dice Adolfo Gilly:
“El zapatismo fue la expresión más concentrada de la erupción nacional de las masas campesinas. Desde la caída de Díaz, los repartos armados de haciendas se produjeron en todo el país. En muchos lugares las partidas de campesinos se negaron a devolver las armas. En otros, al entregarlas y ser licenciados según los tratados de Ciudad Juárez, luego no eran recibidos en las haciendas como peones y se les perseguía, se alzaban entonces nuevamente o se preparaban para alzarse.” [4]
La lucha de Zapata levantó la propuesta programática más radical durante el periodo más intenso de la revolución entre 1914 y 1915. El Plan de Ayala firmado el 28 de noviembre de 1911 en Morelos, demandaba la reconstitución de los poderes políticos para el autogobierno de los pueblos, y la recuperación de las tierras —expropiando los latifundios sin indemnización— que los pueblos habían recibido en propiedad colectiva durante la época colonial.
El zapatismo, lejos de ser un movimiento simplemente agrarista, realizó una de las experiencias más importantes de autogobierno y auto organización, como lo fue la “Comuna de Morelos”. Fue bajo este poder político y social basado en la fuerza de las armas, que Zapata le ofreció al magonismo —en una entrevista que tuvo con un representante de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano— todo el papel que necesitara para la elaboración del periódico Regeneración, lo cual lamentablemente, Ricardo Flores Magón rechazó.
En la visión revolucionaria de Zapata, como el mismo Flores Magón lo comentaba en un artículo de Regeneración: “Emiliano desea con entusiasmo la formación de colonias comunitarias compuestas de miembros del Partido Liberal Mexicano, en el territorio controlado por sus fuerzas […]. La dificultad para las comunicaciones, debida al estado caótico en que se encuentra el país, ha impedido que la colonización sea llevada a cabo”. [5]
Incluso, el programa radical del zapatismo fue llevado más allá por varios de sus principales dirigentes que buscaban confluir con el movimiento obrero. El zapatismo propuso en la Convención de Aguascalientes, entre otras medidas, la revocación de mandato del presidente, el derecho de huelga y de boicot de los trabajadores, la disolución del ejército en tiempo de paz, la igualdad jurídica de los hijos naturales como legítimos y la emancipación de la mujer. Además, en los debates sobre la tierra, los zapatistas propusieron nacionalizar las minas y el petróleo.
Antonio Díaz Soto y Gama —representante del ala zapatista de la Casa del Obrero Mundial—, en un debate con un sector de derecha de esa organización obrera, contestaba: “Loca quimera es que la sociedad se reforme en virtud de espontáneas concesiones de la clase dominante o evangélicas y generosas tentativas de la clase benemérita de los políticos de oficio. —Y añadía— el fundamento natural del moderno sindicalismo es la doctrina marxiana de la lucha de clases”. [6]
La historiografía oficialista ha ocultado también que el entonces Sindicato de Maestros de Escuela —férreo opositor al “neutralismo” sindical del burócrata oficialista Luis N. Morones— adhirió abiertamente al zapatismo, y que el radicalismo programático del ala jacobina campesina de la revolución llevó a que:
“El 15 de mayo de 1915, para conmemorar la Batalla de Puebla, el Sindicato de Maestros de Escuela formó filas junto con 3000 efectivos de infantería, caballería y artillería del cuerpo Nicolás Bravo del Ejército Libertador, que estaba al mando del general Rafael Cal y Mayor. El sindicato acordó brindar apoyo militar a la revolución del sur. Los profesores partidarios del zapatismo quedaron a las órdenes de la Comandancia Militar de la Ciudad de México que estaba cargo de general Amador Salazar. [7]
Lejos de la visión del Zapata democratista, su movimiento se propuso derrocar al Gobierno Nacional, tomar el poder central, ocupar la capital el país e instalar un gobierno que cumpliera un programa de reformas como las que se plantearon los zapatistas de la Soberana Convención de Aguascalientes.
Bastaría ver los debates de la Convención, donde los distintos bandos hacían referencia a los jefes de la revolución francesa de 1789, para entender el carácter de izquierda del zapatismo y los planteamientos ideológicos avanzados allí plasmados por los supuestamente “ignorantes” indígenas de Morelos. Es innegable la influencia de los intelectuales zapatistas, en el ala jacobina que, en la Convención Constituyente de 1917, pudo imponer los ahora contrarreformados, artículos 3°, 27° y 123° de la Constitución Mexicana.
¿“Zapata Vive”?
Sin diferenciarse de la tradición retórica priísta (de la cual AMLO abrevó), el presidente hace demagogia con su discurso de “Zapata Vive” —haciendo suya una frase que el movimiento del EZLN retomó y ha popularizado— con un programa de actividades sociales y culturales para lucimiento del gobierno.
Así, López Obrador, pese a que se en sus conferencias se conduele de la miseria campesina y los pobres afectados por los “neoliberales” y “conservadores”, piensa igual que Plutarco Elías Calles: “El héroe descansa en paz, su obra está concluida”.
Nada más falso. A diferencia de las revoluciones rusa y china de 1917 y 1949 —respectivamente—, en México no se logró una profunda reforma agraria que transformara las relaciones de propiedad en el campo, dejando casi intacta la propiedad terrateniente, sino una “reforma agraria” que garantizara el desarrollo de la pequeña propiedad. Aunque bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas hubo una reforma agraria que amplió el reparto de tierras y fortaleció el ejido como forma de propiedad comunal, a la vez que corporativizaba al movimiento campesino.
La eliminación física de Emiliano Zapata en la Hacienda de Chinameca significó el empoderamiento de una nueva burguesía terrateniente que hizo repartos agrarios limitados y sin los recursos necesarios para desarrollar una producción agrícola que permitiera salir de la pobreza a los campesinos. La muerte del dirigente suriano pesó mucho en la desorganización y desarticulación de movimiento campesino.
En los años 90, con el inicio de la fase neoliberal que empobreció más a los campesinos, la reivindicación popular de Emiliano Zapata, dio lugar a masivas movilizaciones de las organizaciones campesinas jaqueadas por las políticas antipopulares de los gobiernos del PRI en el campo; política que dio un salto con la contrarreforma salinista al artículo 27 en 1992, que pulverizó el ejido como propiedad comunal. Tan sólo el 10 de abril de 1984, cerca de 100 mil personas marcharon por 18 estados, desde Sinaloa hasta Chiapas, antes llegar al Zócalo de la Ciudad de México. Con frecuencia, las invasiones de tierras, acompañaban estas acciones. [8]
Después, por la cooptación de muchas organizaciones campesinas a través de programas asistenciales por el Estado, el 10 de abril dejó de tener fuerza como conmemoración de los ideales (y programa) de Emiliano Zapata. Fueron los campesinos indígenas de Chiapas del EZLN quienes rescataron la figura de Zapata de manera diferente al ceremonial oficialista, y tomándolo como referente de lucha.
La lucha de Zapata sigue teniendo vigencia, pero sin lo esencial del “Zapata Vive” en el imaginario colectivo. Esto tendría que recuperarse en movilizaciones que levanten un programa y objetivos como los que planteó el general suriano: derrocamiento del gobierno, expropiación de los latifundios, el poder armado como parte de la soberanía de los pueblos, etc.
Es necesario que los campesinos, indígenas y obreros continúen con la obra de Emiliano Zapata
Como dice Gilly:
“Pero ni el maestro rural y los revolucionarios pequeños burgueses podrían entonces ni pueden hoy sustituir el elemento indispensable para el triunfo de la luchas campesinas: la dirección del programa del proletariado, a través de su partido revolucionario y de sus organizaciones de masas los sindicatos."
“Pero ni el maestro rural y los revolucionarios pequeños burgueses podrían entonces ni pueden hoy sustituir el elemento indispensable para el triunfo de la luchas campesinas: la dirección del programa del proletariado, a través de su partido revolucionario y de sus organizaciones de masas los sindicatos."
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