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SEMANARIO

A hidden life. A las tumbas anónimas

Eduardo Nabal

CINE
Ilustración: Diógenes Izquierdo

A hidden life. A las tumbas anónimas

Eduardo Nabal

Ideas de Izquierda

Impresionante, como casi todas sus mejores películas, “A hidden life” nos demuestra que Terrence Malick sigue siendo uno de los grandes a pesar de los últimos desvaríos metafísicos de sus filmes más recientes, ensombrecidos por un exceso de filosofía de la imagen que aquí cobra sentido al servicio de un relato inteligentemente urdido sobre un objetor a la guerra en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.

El director de “Malas tierras” demuestra que sigue con su radicalidad temático-estilística. Aquí lo hace aproximándose a la historia verídica de un hombre cuyo gran delito fue “no coger las armas” y decidir no jurar ninguna lealtad al nazismo. Ello le vale una penosa ordalía contada con toda la gama de recursos en “A hidden life” (“Una vida oculta” en castellano), una suerte de película-río donde la esperanza queda de lado en favor de un discurso ético mostrado de forma sublime, a pesar de esos tintes teológicos que el director de “Días del cielo” siempre da a sus potentes fábulas de tipo social y humano.

Es difícil escribir sobre un filme tan elaborado y visceral al mismo tiempo, tan estudiado y tan lleno de furia, amor y lirismo, algo habitual en los mejores trabajos del controvertido realizador desde sus comienzos. La historia de Franz no es la de un desertor sino la de un estoico disidente de la guerra y del nazismo en el que se ha visto envuelto su país.

Malick dibuja con su belleza plástica habitual la vida de granjero de Franz junto a su joven esposa y sus dos hijas pequeñas para mostrarnos sin prisa, pero sin pausa, cómo la comunidad en la que vive inserto lo señala y lo rechaza por negarse a cumplir con sus “deberes a la patria”. A esto sigue la maquinaria punitiva que se desencadena cuando es arrestado por negarse a hacer el saludo nazi y por intentar huir de la contienda. Las motivaciones de Franz son tan firmes que no parece dudar de que su elección es siempre la mejor incluso cuando las cosas se van volviendo cada vez más oscuras.

Malick no escatima recursos audiovisuales para envolver su filme dramático y su tragedia humanista en sus habituales composiciones con profundidad de campo, sus cambios de ritmo y su uso paralelo del lirismo, la plasticidad y el hiperrealismo que noquean al espectador en las secuencias en las que permanece recluido en la prisión alemana.

Dedicado, parafraseando a George Eliot, “a las tumbas anónimas”, “A hidden life” puede perturbar por su aspecto de calvario con resabios de estética religiosa, pero mantiene su mensaje terrenal. Un filme en el que se combinan la hermosura, la desesperanza y un halo en el que la belleza vence al horror, siendo ambos protagonistas de un relato contado de forma magistral.


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Eduardo Nabal

@eduardonabal
Nació en Burgos en 1970. Estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Salamanca. Cinéfilo, periodista y escritor freelance. Es autor de un capítulo sobre el new queer cinema incluido en la recopilación de ensayos “Teoría queer” (Editorial Egales, 2005). Es colaborador de Izquierda Diario.