En este artículo vamos a hablar sobre la policía como institución básica para el mantenimiento y reproducción de las sociedades capitalistas, y entraremos en algunos de los debates y análisis sobre los cuerpos represivos a partir del comentario de distintos ensayos, documentales y series que tratan la cuestión.
Este articulo pretende hablar sobre la acción policial y sobre la policía como estructura y herramienta de los poderosos en el capitalismo a partir del trabajo de aquellos que han tenido el valor necesario para hablar sobre este accionar y las marcas sociales y físicas que genera, para empezar a plantearnos el problema de la policía desde una crítica profunda. Para este cometido nos vamos a servir principalmente de dos publicaciones muy diferentes que cruzaremos con la última producción de David Simon, la serie La ciudad es nuestra (We own this city) que ya tratamos de refilón en otro artículo.
Cuando David Fernández se atrevió a publicar en 2009, con el apoyo de Virus Ed, Crónicas del 6, “y otros trapos sucios de la cloaca policial”, los fogonazos con los que iluminó la historia de la “policía en democracia” nos permitieron no solo empezar a comprender el horroroso bestiario que puebla las mazmorras de este país, sino también nos dio herramientas para reconstruir los hilos de conexión que había entre los despachos oficiales, palacios de justicia, centros empresariales, celdas de aislamiento, pasillos sin cámara y otras bases para el ejercicio de su poder.
Pero solo gracias a publicaciones como la notoria investigación de Didier Fassin, publicada en el año 2016 por Siglo Veintiuno; La fuerza del orden, “una etnografía del accionar policial en las periferias urbanas”, pudimos romper con las acusaciones de parcialidad, exageración o incluso injurias, que desde las instituciones democráticas burguesas imponían el silencio bajo la perpetua amenaza de algo mucho peor si no se respetaba la autoridad.
Mientras que el primero nos ofrece una mirada desde la militancia y el padecimiento directo de la brutalidad, la impunidad policial y la represión, el segundo nos muestra cómo las estructuras sociales propias de las democracias al servicio de las elites configuran al policía, sus lógicas y sus acciones. No se trata de entender cómo se fabrica un madero y así poder comprender y justificar sus acciones, sino de mostrar que la policía tal y como la experimentamos es el resultado lógico de las políticas que los crearon, y que estas no son casuales en la medida en que la represión es una necesidad del sistema.
ACAB el nuevo grito internacional (en palabras del Comité Invisible)
Una de las principales formas de toma de conciencia de nuestros límites corporales son las anunciadas por las terminaciones nerviosas que nos envuelven. Nuestra rodilla toma presencia, dibuja su contorno con claridad en nuestra mente, al chocar con un bolardo con el que distraídos tropezamos. Al igual que nuestras extremidades se iluminan con claridad ante la contusión, el poder (policial) se hace presente a través de sus impactos. En forma de multas, amenazas, porrazos, privación de libertad o directamente torturas y desapariciones, se hacen presentes los límites de nuestro cuerpo político, se rompe la ficción de nuestra supuesta soberanía política dentro de esta democracia para ricos.
En el documental francés El monopolio de la violencia de David Dufresne podemos ver con claridad el proceso de toma de conciencia de los limites sociales experimentado traumáticamente, literalmente hablando, y el shock posterior, físico y político, enfrentando, por ejemplo, otra vez literalmente, a sujetos que participaron en las protestas francesas de los chalecos amarillos frente a las imágenes de su experiencia. Así veremos cómo periodistas, manifestantes, teóricos sociales y representantes policiales debaten frente a una pantalla donde se muestran los sucesos represivos. Perder un ojo por un bolazo, poder verlo de nuevo en una pantalla de cine y comentarlo con otros manifestantes también heridos o con los portavoces de los supuestos “sindicatos” policiales es lo que nos ofrece este documental. Este trabajo delata las contradicciones que emergen de los procesos represivos para los regímenes supuestamente democráticos. Es una lástima que, a pesar de mostrarnos una serie de testimonios claves, imágenes de archivo crudísimas y diálogos de sumo interés, no sea capaz de profundizar en las relaciones entre policía y capitalismo o democracia. O simplemente ser capaz de ponerle el apellido que explica un uso tan desproporcionado de la fuerza represiva: Democracia Burguesa.
Con La cifra negra, dirigido por Ales Payá, nos acercamos territorial y culturalmente a nuestro contexto inmediato. Este documental se restringe al Estado Español y nos muestra, en la mayoría de los casos a través de testimonios y recreaciones, sus oscuras prácticas institucionales, e institucionalizadas, completamente asentadas en las dinámicas policiales y de gestión del territorio, la criminalidad y la disidencia. Es decir, nos hace conscientes de la cultura represiva española. Siendo plenamente conscientes de los peligrosos usos y derivas de los periodísticos “cultura de”, entendemos que, sin ser una excepción en su estructura, el nivel de institucionalización y extensión de la brutalidad y el abuso en el Estado español queda mejor definido y evidenciado así.
La gran dificultad con la que se encuentra este proyecto es la propia adherida a la maquina represiva, el ocultamiento y su consecuente impunidad. Al solo contar con relatos de víctimas, el efecto político y social vuelve a depender de la conciencia y empatía del espectador. Sin cuerpo no hay delito, y cuando el cuerpo es tan grande como todo un Estado, territorial e históricamente hablando, cuesta ver el cadáver por una cuestión de escala, por no hablar de la naturalización y ocultamiento de los mecanismos de poder que se promueven desde los medios de comunicación y otras instituciones hegemónicas.
Grupo 6, entre el terror y la impunidad
Esta obra, repleta de narraciones y testimonios que hilan el complejo tapete del poder en la España de la dictadura franquista y la etapa “democrática”, es sencillamente tan magnífica como dolorosa. Magnífica en su feroz enfrentamiento al poder y por su claridad argumental. Dolorosa por su precisión y sencillez a la hora de trasmitir el terror y la impunidad con la que cuentan las fuerzas “del orden”.
Este libro nos va a confrontar con las lógicas policiales y políticas adaptándose a los cambios históricos de la transición y su consolidación en el régimen que se constituirá después del 75, materializándose como un palo que machaca los huesos de los conflictos políticos derivados de la obsesión por la unidad de España que bloquea el derecho a decidir, el cuestionamiento de la propiedad privada o simplemente a quien alce su voz en pro de algún derecho social o contra una injusticia. Fácil adaptación, solo cosmética. Tras la ley de amnistía, el cambio era tan sencillo como un cambio de rotulación: de Brigada Político Social a Brigada Provincial. Todo lo demás seguía igual. Siempre funcionando en dos niveles. A la luz los discursos democráticos y el anuncio del deseado progreso; la Expo, las Olimpiadas, los procesos urbanísticos, la planificación de transporte con autopistas, trenes y conexiones aéreas. España entrando en Europa. A la sombra: la represión política, las amenazas, las torturas, la especulación, el robo indiscriminado de fondos públicos, el expolio. La España moderna siendo la España heredera del franquismo.
Pero como anticipábamos al principio del artículo, la característica principal de este libro es su habilidad para conectar ambos niveles, la superficie y las cloacas, y a la vez evidenciar que estas esferas como espacios separados son irreales, que no hay dos caras sociales, políticas o vivenciales. Solo una, una sola, grande y libre. Y una cultura represiva que ni si quiera se limita a mantener a raya a los movimientos políticos y sociales que reclaman mejoras laborales, sociales, habitacionales o de autogobierno, sino que se filtra como un aceite viscoso que se materializa, por ejemplo, en una discusión automovilística, algo cotidiano, que acaba con un disparo. Una ejecución. Uno de los conductores implicados es policía, no está de servicio, pero va armado. Y la incorporación de los valores represivos rompe así los limites tradicionales de las estructuras de poder; un chaval muerto, un agente impune. Porque los policías, aunque a algunos sectores se les olvide, han aprendido a ser policías y han dejado de ser otra cosa. Otra forma de anunciar aquello que explicaba Trotsky: “es la existencia la que determina la conciencia. El obrero, convertido en policía al servicio del Estado capitalista, es un policía burgués y no un obrero", pero a esto vamos un poco más adelante.
Hay más, mucho más; irregularidades procesales, tratos de favor, altas instituciones y sus figuras implicadas, uso de las fuerzas públicas y también de sus fondos para intereses particulares, tráfico de drogas, terrorismo de Estado, cunetas y cal, sentencias internacionales por torturas, jueces estrella, puertas giratorias… la visión holística de una cultura represiva al completo, que corregiría, siendo exquisitos, a una de esas grandes frases berreadas por Evaristo Paramo; “la policía es unidireccional, no la disfruta toda la población.” A unos les acaricia y a otros les apalea.
La Fábrica de maderos
Las personas que han tenido que sufrir de primera mano la experiencia del límite de lo político, o incluso de lo que nos han vendido como lo ciudadano, no necesitan más que su vivencia o la de sus allegados para entender cómo funcionan las fuerzas policiales. Incluso en algunos momentos de represión más generalizada, la opinión pública gira a medida que el papel de las fuerzas policiales se va desnudando, como ocurrió recientemente durante las protestas de Black Lives Matters o con los ya citados Chalecos amarillos, o podemos también mencionar ese momento en el que el gobierno progresista envió tanquetas a reprimir la huelga del metal en Cádiz. Sin embargo, el nivel de profundidad que nos ofrece un acercamiento metódico y científico como el realizado por el científico social Didier Fassin en La fuerza del orden nos entrega multitud de herramientas para analizar y criticar lo que ya intuimos, lo que ya sufrimos. Una etnografía del accionar policial en las periferias urbanas (subtitulo de la obra de Fassin) nos va a permitir entender cómo se construyen las lógicas sociales que dirigen el accionar policial, cómo se estructuran los marcos de pensamiento, cómo se construyen marcos sociales y a qué marcos ideales (a qué sociedad futura) nos conducen estas lógicas si no lo impedimos.
Esta investigación es una rara avis producto de la suerte como el propio autor reconoce. Imposible en el momento actual tras la deriva represora de Macron sobre cualquier protesta ciudadana, y una excepción en cualquier otro momento. Fassin consiguió obtener los permisos pertinentes para acompañar a brigadas policiales en barrios periféricos de las grandes urbes -llamadas BAC y representadas a la perfección en la película de culto La Haine (El odio, 1995) o en la más reciente Les Misérables (Los miserables, 2019)- durante más de un año. Esta inmersión, previamente dotada de un aparato teórico contundente, le permitió analizar las lógicas y actuaciones de los policías y producir una etnografía imprescindible para la comprensión de la consecución y consolidación del poder.
El antropólogo francés nos mostrará cómo la configuración estructural del Cuerpo Nacional de Policía, su composición sociológica, su estratificación y jerarquía, los discursos inscritos e interiorizados en la formación policial, la relación de su labor con el resto de las esferas sociales o la disparidad entre el imaginario popular y la realidad, condicionan y construyen al Policía. Otro antropólogo anterior, Cliffort Geertz, dijo que un ser humano nacía pudiendo ser cualquiera y, dadas las condiciones materiales y culturales en las que se desarrolla y que lo definen, terminaba siendo solo uno, explicando cómo el condicionamiento cultural rodea o contiene esta construcción y hace que entendamos lo que acabamos siendo como realmente propio. Fassin nos muestra cómo un policía al servicio de este orden termina siendo un Policía.
Se evidencia que su racismo, su agresividad, sus lógicas acríticas o directamente fascistas, su sumisión y disciplina en concordancia con los intereses de los poderosos, sus dinámicas corruptas y abusivas, y la posibilidad de funcionar como herramientas represivas no son accidentes o derivas individuales. No son errores ni deslices personales, responden al cumplimiento escrupuloso de su función, son una cuestión estructural.
¿La ciudad es suya?
David Simon, creador de las aclamadas series The Wire, Treme, The Deuce y The Corner, ha publicado en HBO su última miniserie We Own This City. Una producción basada en hechos reales que narran (¡cuidado posibles spoilers!) las “aventuras” de un grupo policial que, en el marco de la “Guerra contra la droga”, se encarga de localizar drogas, armas y dinero relacionados con el tráfico de estupefacientes. Durante la serie veremos cómo estos policías ascienden y evolucionan en un recorrido que los lleva desde la academia a patrullar de uniforme por las calles de Baltimore, y de ahí a otros cuerpos especializados como antidrogas, armas u homicidios.
Simon se encarga de mostrarnos cómo las carreras y actos de los agentes dependen mucho del entorno sociopolítico en el que están inscritos, aunque también, en menor medida, de sus caracteres éticos y personales. Lo que hace aún más interesante la serie es que plantea cómo estos agentes, en unas situaciones sociales concretas y bajo una formación muy específica, actúan hasta afectar de manera contundente en la configuración del propio contexto. Ponemos un ejemplo: los protagonistas tienen como misión sacar cuantas más armas posibles de la calle. La política de guerra contra las drogas pretende afrontar el tráfico de estupefacientes y la violencia consecuente con medidas punitivas. Además, sabemos que estos policías son los únicos que están generando detenciones e incautaciones, ya que el resto de los policías se siente aparentemente abandonados por las instituciones locales ante las protestas por violencia racista y por eso han dejado de hacer “su trabajo”. En esta situación, parece lógico que nuestros protagonistas se sientan auténticos héroes no reconocidos y se queden parte del dinero y las drogas incautadas a modo de plus por objetivos.
El problema del planteamiento de la serie es que esta situación favorece la emergencia de una avaricia desmedida que lleva a convertir a los agentes en auténticos ladrones que pronto van a afectar a toda la comunidad. Detenciones injustificadas, malos tratos, robos y humillaciones que van a generar una desafección entre los ciudadanos y la policía hasta el punto de que nadie quiere participar como testigo o jurado en juicios. El guion defiende que los que pretenden entonces resolver casos de asesinatos o simplemente intentan hacer bien su trabajo no pueden porque la cadena de la justicia y el orden ha quedado dañada.
Simon nos va a mostrar, como en los libros antes citados, cómo se construye esta policía y no otra, y cuáles son las consecuencias de esta construcción. En cierto modo, lo que plantea es que esta policía es el resultado de unas políticas concretas de deterioro social, racistas y punitivas. De alguna manera la serie sugiere que mejorar la condición de vida de la ciudadanía, avanzar en derechos sociales de las personas racializadas e invertir en una seguridad más racional, más social y menos basada en objetivos impuestos por la guerra contra las drogas, sería la solución. En definitiva, que una reforma de la policía solucionaría los problemas de corrupción, racismo y abuso de autoridad a la par que reduciría la violencia y los asesinatos. Y esto es políticamente muy problemático.
La policía burguesa
El problema principal de la serie y de muchas de las críticas habituales a la corrupción o la violencia policial (que incluso llegan a algunas superproducciones de Hollywood) es que se ignora el papel estructural que juega la policía en las sociedades capitalistas. Bien sea porque se centren en el caso individual (la oveja negra) como en la mayoría de las películas de alto presupuesto, bien porque vayan más allá como Simon y señalen que se trataría de “políticas equivocadas” (racistas, represivas, que fomentan la corrupción a cambio de resultados cuantitativos…), la solución que señalan es, respectivamente, eliminar las manzanas podridas, o reformar la policía con las herramientas que nos da el sistema. Pero la función de la policía no se borra con reformas, ni las herramientas del sistema que necesita la vigilancia policial nos dejan margen de maniobra.
¿Porque cuál es la función de los cuerpos policiales? Mantener, a través de su monopolio de la violencia legalizada, el poder en manos de la clase dominante, proteger su propiedad privada, - como decía Lenin-, el Estado ejerce su fuerza a través de grupos de hombres armados en defensa de la propiedad. Las fuerzas policiales son entonces una organización armada que forma parte del Estado que se erige “por encima” de la sociedad para la dominación de una clase por otra. Para hablar claro, las fuerzas represivas están ahí para impedir que la mayoría, la clase trabajadora y sectores populares, pongamos en cuestión o nos levantemos contra un statu quo en el que el 1.1% más rico de la población tiene prácticamente la mitad de la riqueza del mundo (y el 55% más pobre solo tiene el 1,3% del dinero).
Así que es como poco ingenuo pensar que el abuso policial, la corrupción y la violencia racista son el resultado de casos o políticas puntuales y no una emergencia lógica de la consolidación de un cuerpo especializado para mantener el orden imperante y que la impunidad necesaria para que ejerzan su función es la que genera este abuso y violencia. Igual de ingenuo y equivocado es pensar que la policía forma parte de la clase trabajadora y se puede apelar a su buena voluntad. No dejemos que la forma salarial encubra su función represiva, ni que la explicación de su funcionamiento, constitución y legitimación nos despisten: la policía forma parte orgánica de una institución fundamental para el mantenimiento del Estado burgués, represores a sueldo contra la clase trabajadora. Por eso, como gritaban sectores de las movilizaciones durante el estallido del movimiento Black Live Matters, la única solución pasa por abolir la policía: Abolish the police!
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