La nueva cara de la ultraderecha alemana vuelve a confirmar la bancarrota del feminismo liberal. ¿La derecha recoge los frutos de la igualdad y la diversidad acríticas de la democracia capitalista?
Celeste Murillo @rompe_teclas
Domingo 11 de junio de 2017 00:05
Imagen: Pinknews.
Alice Weidel fue elegida por su partido, Alternativa para Alemania, como candidata a diputada en las próximas elecciones legislativas en septiembre de este año. El dato distintivo de Weidel es su orientación sexual. La presencia de una mujer abiertamente lesbiana al frente de una formación política de ultraderecha llama la atención de los medios.
Que el género, la identidad y orientación sexual nada tienen que ver con las políticas que defiende una persona es una afirmación que suena obvia. Sin embargo, después de décadas de “progresismo neoliberal” y de “agendas de género y diversidad” sin una sola crítica a las democracias capitalistas, no solo es algo que hay que debatir sino que muestra cómo ha sido allanado el camino para que hoy sea la derecha la que se apropia de diferentes formas de ese discurso.
Así lo demuestran figuras como Marine Le Pen en Francia, Ivanka Trump en Estados Unidos, y Frauke Petry, compañera de partido de la “nueva estrella” de la ultraderecha alemana. El perfil de Weidel vuelve a poner en discusión las demandas, objetivos y estrategias del feminismo y el movimiento LGBTI, y su integración a las democracias capitalistas. Esa integración, condicionada y restringida, ha tenido como contracara la utilización del discurso feminista o la inclusión de personas LGBTI en partidos políticos de derecha, como una forma de “modernizarse” ante el electorado, sin que sea incompatible con la defensa de políticas reaccionarias (incluso contra las mujeres y las personas LGBTI).
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¿Feminismo y diversidad de derecha?
Weidel es la cara de un partido abiertamente homofóbico y sin embargo su presencia como lesbiana juega un rol legitimador, al mostrar una derecha moderna que se “adapta” a los tiempos que corren. Cabe aclarar además que la doctora en Economía no ha hecho una sola crítica a la homofobia y la transfobia del partido que representa porque, entre otras cosas, defiende los valores cristianos (que tienen menos que ver con las creencias personales que con la ideología de su partido).
Al igual que Le Pen y otras políticas de la derecha europea, es xenófoba y una crítica dura por derecha de la política de Angela Merkel sobre inmigración (que nada tiene de progresista, dicho sea de paso). Adhiere al llamado “euroescepticismo”, es enemiga de las políticas de rescate de las economías en crisis del continente, defiende la “identidad alemana” y el cristianismo contra el Islam.
En mayo de 2016, Weidel canceló una reunión con Aiman Mazyek, líder del Consejo de Musulmanes de Alemania, porque no quería tener relación con “defensores confesos de la Sharia” (ley islámica), una identificación estigmatizadora de la comunidad musulmana. En la última convención de su partido en la ciudad de Colonia dijo, “como mujer, quiero poder tomar el último tren sin miedo”. La frase de Weidel no fue inocente. A fines de 2015, en esa ciudad se denunciaron agresiones sexuales y violaciones contra jóvenes alemanas por las que fueron culpados inmigrantes, sin una sola prueba, por su apariencia física.
Marine Le Pen ya había aprovechado pérfidamente esos ataques al afirmar en una columna en el diario francés L’Opinion, “Temo que la crisis migratoria señale el comienzo del fin de los derechos de las mujeres (…) Sobre este, como sobre otros temas, las consecuencias de la crisis migratorias son previsibles”. Como ya había mostrado esa utilización, vaciado de una crítica anticapitalista, el feminismo es funcional a un discurso abiertamente reaccionario (como lo fue con respecto a las guerras e invasiones de Estados Unidos, en nombre de los “derechos de las mujeres”, en Irak, Afganistán y sus intervenciones en todo Medio Oriente).
Como sus compañeras de la derecha, provoca incomodidad entre las feministas (neo)liberales, que durante décadas le otorgaron un carácter progresivo a la sola presencia de las mujeres en lugares de poder u otorgaron un carácter “universal” a la lucha de las mujeres por romper el “techo de cristal”, que en realidad solo alcanzaba a una minoría de mujeres blancas, profesionales y, por supuesto, occidentales. En nombre de esas “batallas”, relegaron la crítica a las democracias que incorporaban a su personal político a ministras, diputadas, presidentas y primeras ministras.
La incomodidad crece cuando son las mujeres de la derecha las que recogen los frutos de esas críticas relegadas. Weidel, así como Marine Le Pen o Ivanka Trump, en otro espectro político, encarnan valores similares a los defendidos por ese feminismo neoliberal o corporativo (meritocracia, emprendedorismo e igualdad de oportunidades), mientras los partidos y organizaciones que representan reproducen y alientan valores abiertamente reaccionarios. En muchos casos, incluso rechazan (y actúan consecuentemente en contra) de los derechos reproductivos de las mujeres, o los derechos civiles de las personas LGBTI como el matrimonio entre personas del mismo sexo o el derecho a la adopción.
El partido Alternativa para Alemania sostiene que, “el modelo clásico de familia es necesario para que la sociedad se reproduzca, pero no excluimos otros modelos. Los consideramos excepciones”. Entre esas “excepciones” se encuentra, por ejemplo, la propia Weidel que tiene 2 hijos con su pareja.
Más allá de su ideología reaccionaria, que nada tiene que ver con su género o su orientación sexual, la realidad es que ser una mujer abiertamente lesbiana juegan un rol importante en la legitimación de ideas y valores de la derecha (así como los del neoliberalismo disfrazado de progresismo), especialmente entre sectores que no escucharían a los viejos líderes tradicionales de esos partidos. Así Alternativa para Alemania, como la UKIP en el Reino Unido o el Frente Nacional en Francia, renovaron sus dirigencias con mujeres. Irónicamente, varias de ellas no responden al viejo modelo tradicional; la derecha ha sabido aggionarse y elige a divorciadas, profesionales, lesbianas, sin mayores problemas.
Entonces, ¿la presencia de mujeres y personas LGBTI en las filas de la derecha reaccionaria invalida la pelea por conquistar todos los derechos que nos pertenecen y son negados por las democracias capitalistas? En absoluto. Pero son un alerta: aceptar la “tolerancia”, la integración y la “igualdad” restringida a las franjas que pueden “pagar el precio de la libertad” solo abonan el camino que hoy utiliza la derecha. La emancipación de las mujeres, la pelea por una sociedad sin opresión alguna abraza una “agenda” urgente que no acepta condiciones y reclama desde las calles la igualdad para las mayorías, no solo ante la ley sino también ante la vida.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.