¿Qué nos dice Ludovico Silva sobre el concepto de Ideología? ¿Cómo es que llega a tales formulaciones y qué hay de cierto que Marx y Engels tengan un papel especial en ello? ¿Qué importancia tiene para Ludovico Silva el aferrarse a tal conceptualización?
Un hombre listo dio una vez en pensar que los hombres se hundían en el agua y se ahogaban simplemente porque se dejaban llevar de la idea de la gravedad.
Karl Marx. La Ideología Alemana.
Introducción
Prolífico escritor y poeta, Ludovico Silva (1937-1988) fue siempre un fiel tributario de la palabra escrita (a la cual entendió en su doble papel de portadora de ideología y de crítica a las ideologías), cualquiera que sea el punto de partida para introducirse en su obra ensayística o de su relación con la literatura marxista, la problemática de la Ideología (en singular y mayúscula) siempre estará presente.
Sus preceptos acerca de la ideología aparecen en sus primeras publicaciones de inspiración marxiana, La Plusvalía Ideológica (1970) y Teoría y práctica de la ideología (1971), desde entonces ocupa un lugar sobresaliente en sus trabajos ensayísticos, convirtiéndose probablemente en el aspecto más celebrado y el menos ubicado bajo el ojo de la crítica.
Refiere el escritor y editor Gabriel Jiménez Emán, en el prólogo a la más reciente obra (póstuma) que se haya publicado de Ludovico Silva, El combate por el nuevo mundo. Cultura, contracultura y alienación en Latinoamérica (Fábula Ed., 2017):
El concepto de plusvalía ideológica dio a su autor un impulso significativo para desarrollar esta noción en obras suyas posteriores […] y proyectó a Ludovico inmediatamente como a uno de los principales marxistas latinoamericanos, entrando a formar parte de los pensum de estudio en varias universidades latinoamericanas y europeas. (p. 6)
Y quien en vida del filósofo fuera uno de sus habituales contertulios y ocasional polemista, Juan Nuño, nos dirá en el prólogo a la primera edición de La Plusvalía Ideológica:
De los varios méritos que posee la obra de Ludovico Silva sobre La plusvalía ideológica, no es el menor haber sabido evitar la trampa analítico-estructural por cuanto ha dotado al estudio del concepto marxista de «ideología» de una dimensión histórico-dialéctica que forma la parte más documentada y extensa de la obra (capítulos I al IV) (p. 31)
La teoría de la ideología y su correlativa plusvalía ideológica del tronco ludoviqueano gozan de gran autoridad en el campus universitario y en numerosas publicaciones académicas, no solo entendida como formulación teórica novedosa, sino por su correspondencia con el pensamiento de Marx, si bien no abunda dicha formulación como referencia en el debate político –a pesar de las implicaciones políticas de dicha teoría– se debe a razones que irán cobrando su lugar en el desarrollo de este ensayo, de momento comencemos por las breñas de su construcción y la suerte que ha corrido ante la crítica.
El concepto de La ideología («esa tenebrosa metafísica»)
El ambiente político e intelectual que encontró a Ludovico Silva estudiando la obra de Marx estuvo marcado por el impacto de la revolución cubana en Latinoamérica, la crisis de las direcciones políticas de la izquierda nacional (PCV, MIR, FALN) tras las derrotas en el frente guerrillero, los recientes tumultos internacionales de los años 68’-70 en Tlatelolco, Praga, París, Córdoba, así como el proceso de Renovación Universitaria en el país. [1]
Pero el influjo específico sobre su concepción de la Ideología no provino directamente de la fuente de Marx y Engels en La Ideología Alemana como tantas veces afirmó el propio Silva, dado que ya su lectura de la misma estuvo mediatizada por la lectura del filósofo Federico Riu, a su vez inspiradas en la corriente muy en boga del “marxismo occidental”; Sandro Brito Rojas apunta que:
Al regresa a Venezuela (Ludovico Silva) comienza a interesarse más por el estudio de la ideología a raíz de su participación en un seminario sobre Sartre impartido por Federico Riu, el cual le impulsará a estudiar detenidamente La Ideología Alemana (1845), y en general, la obra de Marx. A partir de entonces desarrolla su comprensión sobre la ideología y no tardará en ubicar a ésta como forma de expresión del concepto de alienación, a su parecer, nodal en la obra de Marx. [2]
De este modo, el concepto de Ideología se convierte en el tema central en Teoría y práctica de la ideología (1971) y La Plusvalía Ideológica (1970), en esta última (como bien señalara Nuño) cuatro capítulos están dedicados a la genealogía del vocablo en la obra de diferentes autores que van desde Destutt De Tracy hasta Sartre y Althusser pasando por Marx y Engels.
Puede rastrearse 88 menciones de la palabra ideología en El estilo literario de Marx (1971), el mismo ocupa en Marx y la alienación (1974) dos apartados “Estructura y apariencia social. La ideología y su relación con el método de Marx” (p. 43) y “3.5 Quinta determinación: la alienación ideológica” (102) así como todo un capítulo del Antimanual (1975), “La Ideología o la comedia de las equivocaciones”.
Ludovico vuelve a ella en una voluminosa compilación de citas de Marx y Engels Teoría de la Ideología en 1980, previamente acompañada en ese volumen por un resumen de la genealogía del concepto en seis páginas trazada esquemáticamente en tres momentos: el de Destutt De Tracy, el de Marx y Engels, y el de los marxismos contemporáneos.
El vocablo Ideología ha venido abriendo desde su aparición en la Francia del siglo XVIII hasta nuestros días un enorme abanico semántico, por mencionar un ejemplo, en su obra La Ideología, una introducción (1995) el crítico anglosajón Terry Eagleton enumera para este vocablo 16 significados desde la A hasta la P. visto desde este ángulo se hace cuesta arriba formular una teoría para La ideología, esto sin entrar en el detalle sobre cuál sería la importancia de formularla.
Nuestra opinión —y ya lo dijimos al comienzo de este ensayo— es que con ese vocablo, como casi con ningún otro en nuestro siglo, se ha cometido un exceso semántico. Que un vocablo tenga mil significados distintos y matices diversos, es cosa que no preocupa a nadie hasta el momento en que se pretenda hacer un uso científico de ese vocablo. (p. 80)
Ludovico asumirá, haciendo una ecléctica conexión entre lo propuesto por Hans Barth en su libro Ciencia e Ideología y los análisis de Marx y Engels, que el equívoco en torno al vocablo reside en sus orígenes, este aparece «tormentosamente, como un semillero de equívocos» con el propio Destutt de Tracy al asignarle el valor de una vaga science des idées que empuñaría la burguesía revolucionaria para una reforma educativa enfrentada al monopolio educacional y cultural que tanto interesaba a Napoleón Bonaparte, de ahí su lapidaria acusación a esta como: á cette ténébreuse metaphysique. Por lo cual, «El esfuerzo de Marx será poner un poco de orden en el asunto» (p. 48)
Como lo que preocupa a Ludovico Silva es la proliferación de sentidos que pueda caber en el vocablo porque su propósito expreso es el de elevarlo a categoría científica y a objeto de investigación, para hacerlo cree preciso depurarlo, ¿qué mejor atajo que hacerlo a partir de la vieja dicotomía que se presenta en la tradición sociológica entre Discurso y Verdad, es decir, entre Ideología y Ciencia?
Bajo esta operación discursiva finalmente dejaría de ser un término asumido y disputado frente al campo de la reacción (quienes detentan la ideología dominante) por quienes luchan contra ella, ¿pero esto qué tiene que ver con la teoría de Marx y Engels?
De La Ideología Alemana a La “inversión” ideológica ludoviqueana
Como Ludovico Silva era un lector perspicaz y políglota que presumía haberse leído directamente los tomos de Marx-Engels Werke, Dietz, Berlín, vols. I-XXXIV, no podía pasar inadvertido a su sagacidad una obra póstuma de dichos autores titulada La Ideología Alemana, donde un parágrafo nos avisa que se tratará «La ideología en general y la ideología alemana en particular», o sea que algo sobre la ideología (en general) tenían que decir allí.
Esto es lo que dicen Marx y Engels al respecto:
La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en toda ideología los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en la cámara oscura, este fenómeno responde a su proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina responde a su proceso de vida directamente físico.
Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. (Subrayados nuestros)
En su obra La Plusvalía Ideológica, Ludovico repasa esta cita casi palabra por palabra: «Y así, como en la cámara oscura se forma un reflejo invertido de la realidad física, también en la mente del hombre tiene lugar la formación de un «reflejo» de la realidad histórica (…): este «reflejo» es la ideología» (p. 51), reconoce en ellas una caracterización “neutral” y ambivalente (tanto para uso de ideologías conservadoras como para una revolucionaria), y también que en cualquier caso toda ideología está determinada por la realidad histórica, para luego advertir «Pero sólo hasta este punto nos es útil la analogía de Marx» (p. 52)
El problema, según Ludovico, estriba en que Las analogías no explican: «Nosotros creemos en el valor de la analogía de Marx en tanto Marx la propone sólo como una analogía. Son otros los que la han tomado por una explicación.» (p. 52)
La explicación tan esperada nos la proporcionará acto seguido al reseñar cuál era la verdadera polémica de Marx en La Ideología Alemana, allí (según Ludovico) «Marx habla desdeñosamente de los «ideólogos». ¿Qué hacían los «ideólogos» y por qué fueron llamados de esa manera?» (p. 54) De manera que el verdadero objetivo de las críticas de Marx y Engels no iba ya dirigido a los “ideólogos alemanes” con nombres propios y existencia concreta, es decir, no se trataría entonces de una controversia contra las implicaciones políticas del pensamiento especulativo personificado por un grupo de rimbombantes filósofos alemanes (neohegelianos de izquierda), sino una controversia contra “los filósofos” e “ideólogos” en general, y por supuesto contra las abstracciones “ideología” y “filosofía”.
Una y otra vez Ludovico Silva se hace acompañar de citas de La Ideología Alemana para sustentar su concepción de Ideología, en uno de sus más célebres empeños por graficarlo observamos:
Esto es: la ideología de las sociedades guarda con respecto a la historia de las mismas y su proceso material de vida una relación semejante a la que guarda la imagen que se produce en la retina con respecto a la realidad física inmediata. (p. 79)
Pero no puede mostrarnos (porque no existe) una sola referencia en los textos citados a “la ideología de las sociedades”, o a una huraña “realidad físico-natural” (¿puede hablarse de una realidad física no natural?) Por este motivo, redoblando la apuesta, en su libro Teoría y práctica de la ideología, asumirá sin ambages que:
Las ideas de la ideología no son tales ideas. No son ideas, son creencias; no son juicios, son prejuicios; no son resultado de un esfuerzo teórico individual, sino acumulación social de las «idées reçues» o lugares comunes; no son teorías creadas por individuos de cualquier clase social, sino valores y creencias difundidos por la clase económicamente dominante. [3]
El problema estriba en que para llegar a dichas conclusiones hubo de “invertir” el sentido atribuido por Marx y Engels al fenómeno de la ideología, cincel en mano, moldeando utilitariamente las citas originales. [4] Ya esto fue uno de los focos que criticara en 1979 el sociólogo Rafael Ramírez en su libro La intelectualidad impotente. Crítica de la obra de Ludovico Silva:
Queremos que se vea la rigurosidad con que Ludovico incorpora la cita, entrecomillándola correctamente, situando dentro de guiones sus propios comentarios y, finalmente, indicando el sitio exacto del texto a donde podría irse a buscar. Pues bien nosotros nos tomamos la molestia de hacer esa búsqueda, a pesar de que la mayoría de los lectores siempre confía en la buena fe de estas referencias bibliográficas y queremos presentarle a los lectores el resultado de nuestro pequeño esfuerzo. [5] (p. 32)
En efecto, Ramírez procede a cotejar un pasaje de la edición en castellano de La Ideología Alemana traducida por Wenceslao Roces (Pueblos Unidos, 1968), con el mismo pasaje citado por Ludovico Silva en La Plusvalía Ideológica, aunque advirtiendo al inicio de El estilo literario de Marx: «en algunas ocasiones me he permitido hacer algunos leves retoques (...) sin que ello implique en modo alguno la pretensión de “corregir” a tan preciso y límpido traductor» (p. 25), a continuación observaremos en qué consiste y cuál es el propósito de este “leve retoque”:
Nosotros —dicen allí Marx y Engels— no partimos de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; esto es lo que hacen los «ideólogos» y «la Filosofía»; nosotros partimos —concluyen— del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, exponemos también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida»
Cf. Marx-Engels, La ideología alemana, ed. cit., p. 26
Ahora contrastemos con la versión traducida por Wenceslao Roces (de acuerdo con el original en Marx-Engels Werke, Dietz, Berlín) donde reza:
Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancado de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancado de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida.
Cf. Marx-Engels, La ideología alemana, ed. cit., p. 26
Cualquiera podrá notar en la primera parte de este “ligero retoque” no solo la ausencia de términos (como «alemanes» junto a «filósofos») o inclusión de otros (como «los ideólogos»), o el cambio gramatical del estilo impersonal afirmativo («se parte») hacia el pretérito indefinido plural en negación («Nosotros no partimos»); sino lo que es más importante, el cambio de sentido que supone toda esta operación.
Si dichas palabras se leen inmediatamente después del citado pasaje sobre la analogía de la “inversión” que ocurre en la cámara oscura, que ilustra lo que serían las ideologías (en general), ¿Qué otra cosa quiso expresar el original con el sintagma consecutivo «totalmente al contrario de lo que ocurre en la ideología alemana», y por qué otro motivo Ludovico lo suprimiría?
Por si el lector no termina de convencerse, una vez culminado este pasaje se lee que estas «formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres» (nuevamente la ideología) «son sublimaciones de su proceso material de vida» y es esto lo que contrapone a la ideología alemana (en particular), en tanto esta se empeña en “invertir” dicha relación de la conciencia hacia el mundo terrenal, es decir que ni Marx ni Engels están teorizando sobre la ideología (en general) ni están polemizando con las abstracciones “ideología” y “filosofía”, sino con el método especulativo hegeliano como la expresión filosófica concreta que a la ideología le otorgaron los ideólogos alemanes.
Para ser precisos debemos recordar que Ludovico Silva acepta verbalmente los conceptos de Marx y Engels acerca de la “determinación histórica” de toda formación ideológica, pero acto seguido advierte que Marx «dejó algunos puntos incompletos, o sólo pergeñados. Y aún hoy en día el asunto está lejos de ser aclarado, y persisten más que nunca los múltiples usos y la equivocidad del vocablo» (p. 48) y es este el justo servicio que nuestro heterodoxo publicista ha llegado a legarle a la causa emancipatoria, una precisión conceptual para ideología y una categoría alternativa a ideología revolucionaria: conciencia de clase (o crítica o revolucionaria).
Si los ideólogos alemanes empleaban una terminología revolucionaria para postular la necesidad moral de trocar la “conciencia actual” por una conciencia humana, Ludovico realiza la misma operación mudando «ideología revolucionaria» por «conciencia crítica» o revolucionaria, Marx y Engels ironizaban con que a dichos filósofos ni se les pasaba por la cabeza preguntarse por la relación entre la filosofía alemana con la realidad alemana, y que al limitarse a combatir «frases» de este mundo no sabían oponer otra cosa que «otras frases» en lugar de combatir el mundo real existente, en suma: querer hacer la revolución destruyendo las ideas «erróneas» y no el orden social que les sirve de base.
Ideología, ciencia y utopía
Llegados a este tramo del recorrido, no nos es lícito perder de perspectiva que Ludovico planteaba una polémica contra las esclerosadas concepciones sobre “filosofía marxista” de la Academia de Ciencias de la URSS y sus expositores (Kussinen, Konstantinov, Rosental), y además contra otra lectura que pesaba sobre el marxismo promovida por Althusser, salvando algunos acuerdos con este último, como el de contraponer «filosofía» a «ciencia», optando por atribuirle a Marx un carácter «científico» (no filosófico); pero a contramano de Korch quien ponía un signo desigual entre «método científico» y «práctica revolucionaria» (entendiendo Korch que Marx se ubicaba en el segundo, pero no en el primero) Ludovico opta por ubicarlo en lo primero invisibilizando lo segundo, este Marx sería un científico social cuyos aportes contribuyen a la causa revolucionaria, no lo verá como un político revolucionario que se sirve de un método científico para develar las condiciones de emancipación del proletariado. Lo cierto es que todos los anteriores nos quedarán debiendo una adecuada síntesis dialéctica que muestre las múltiples mediaciones entre filosofía, ciencia y teoría revolucionaria.
Para Ludovico Silva, secundando al filósofo húngaro György Lukács, lo ortodoxo no está en defender tales o cuales proposiciones teóricas de Marx sino en seguir «su método», por eso a lo largo de su obra encontramos referencias a la doctrina de Marx como una denuncia científica de la alienación capitalista, desenmascaramiento del fetiche de las mercancías y crítica de las ideologías de las clases dominantes, cosa que no deja de ser cierto, pero si solo nos quedamos con esta cara “negadora”, la propuesta teórica de Marx queda por la mitad, afuera la mitad más importante, la “afirmación” del programa para la transformación comunista del mundo:
Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción, 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado, 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases. [6]
Es cierto que Ludovico menciona dicha transformación como parte importante del corpus doctrinal legado por Marx, y también nos cita muchas veces la Tesis XI, y encima piensa no solo que tal transformación es posible sino que es deseable, que esta se logrará por intermedio de una lucha social revolucionaria, incluso dedica uno de sus libros (Teoría del Socialismo) a describir cómo será a su parecer dicha sociedad futura, pero ¿qué –según él– motoriza estas luchas? A esto responde con firmeza: una utopía concreta (o relativa), lo que proponen Mannheim, Kolakowski y Marcuse, pero a Ludovico le parece que esta es una opinión también compartida por Marx.
Si esto fuese así ¿en qué sentido entender, pues, al «socialismo científico» en contraposición con el «socialismo utópico» de acuerdo con la fraseología de Engels? Edgardo Lander en su trabajo Contribución a la crítica del marxismo realmente existente interviene sobre este punto desde un análisis de la multiplicidad de lecturas realizadas sobre la obra de Marx (por el marxismo realmente existente), advirtiendo algunas «tensiones no resueltas» en el interior de la teoría, básicamente remite al paralelo que traza Gouldner entre la tradición del marxismo científico (determinista, objetivista, historicista) y del marxismo crítico (libertario, subjetivista, utopista), cuestión esta que merece su propio desarrollo en otro artículo, más lo que encontramos en la formulación de Ludovico no son paralelos sino líneas cruzadas de todo tipo.
En su doble acepción epistemológica y política, el marxismo como doctrina compleja entraña cierta suma de tensiones, pero encuentra las vías para resolverlas en relación dialéctica con la materialidad del campo de estudio específico en que se desenvuelve, donde ni de manera apriorística ni en relación de la teoría consigo misma podría hacerlo. De allí que reducir la doctrina de Marx a un mero «método» resulte cuando menos problemático, peor si se simplifica hasta la deformación afirmando que este método de Marx era el de la «abstracción», como lo hace Ludovico Silva cuando lapidariamente declara que en realidad Marx «le inventa hechos concretos a la dialéctica» por intermedio de la abstracción, pero por cuestión de espacios este no es el lugar para desarrollar esta idea hasta el final.
Recordemos que esta «ciencia» inaugurada por Marx, habiendo previamente superado la filosofía de la historia de Feuerbach y Hegel, no fue explicada por él en términos formales, sino aplicada a un campo de estudio específico, el de la formación social capitalista y sus leyes, lo que tiene esto de «científico» es que no se conformó con una impugnación moralista del capitalismo, ni se dejó arrastrar por la pasión revolucionaria de abolirlo, sino que basándose en el método dialéctico pone al descubierto la contradicción entre valor de uso y valor de cambio, la teoría del valor-trabajo, las formas de extracción de la plusvalía por los capitalistas, en fin, una comprensión cabal del Capital en tanto que relación social histórica, y un aspecto de la misma (por cierto muy actual) que son sus recurrentes crisis, no como algo exterior o excepcional al sistema, sino como parte de su funcionamiento orgánico.
Pero la labor «científica» de Marx no se detiene allí, sino que a continuación se interesa por extraer de sus descubrimientos las pertinentes conclusiones estratégicas y programáticas, y no todo se lo va a revelar in vitro ningún «método científico», como piensan quienes le atribuyen cierto determinismo económico, en Marx tanto la guerra civil como las revoluciones políticas y sociales son pensadas como laboratorios que señalan errores y aciertos, avances y retrocesos de las clases en pugna, pero por más importante que sea el rol del pensamiento para el movimiento consciente, por más importante que sea el papel desempeñado por los ideales y objetivos posibles en una determinada lucha, no son las utopías concretas lo que mueve a los trabajadores a una lucha sangrienta y difícil, sino las condiciones, necesidades y objetivos concretos el verdadero motor del acontecimiento revolucionario.
De circunstancias objetivas surgen además las diferentes configuraciones de lo posible, a diferencia de lo que suponen los reformadores utopistas que se contentan con la condena a la realidad material a partir de su contraste con el mundo posible, Marx comprendía que ninguna clase se traza objetivos para los cuales no se encuentra en condiciones de alcanzar, de ahí que extrajera de la Comuna de París de 1871 bases concretas para la actualización del programa político socialista de la clase obrera en su momento, otro aspecto sobre lo cual la «teoría de la denuncia» no nos dice ni fu ni fa.
Ahora bien, la oposición irrestricta entre ciencia e ideología llevará a Ludovico por caminos sinuosos, al punto de desprender el fenómeno religioso del campo «ideológico» y reubicarlo en el campo contrario, como «creador de conciencia social», «en determinadas circunstancias»:
En el ensayo inicial de mi libro Teoría y práctica de la ideología, titulado “Teoría marxista de la ideología” y publicado en México en 1971, yo clasificaba a la religión como un elemento netamente ideológico, y siempre en todo caso ideológico. Hoy encuentro que semejante caracterización es injusta en ciertos casos. Tal vez obró en mí, de modo inconsciente, la pesada herencia de mi educación jesuítica, que tuve que desprender de mí a desgarrones. No: la religión puede ser en determinadas circunstancias, un agente anti-ideológico, un agente creador de conciencia social. En mi país, Venezuela, existe por cierto un nutrido grupo de sacerdotes católicos revolucionarios y marxistas, que entienden su misión evangélica como el llevarle a los miserables de la sociedad la “buena nueva” (eso significa “evangelio” en griego) de que tienen que luchar, adquirir conciencia de clase para poder exigir, violentamente si es preciso, su derecho a participar de la riqueza social. [7]
Lo que en esta cita se observa de rectificación respecto de la anterior actitud hacia el fenómeno «religioso», paradójicamente obedece a una constante en la lógica de entender al marxismo como una limitada «teoría de la denuncia», veamos, partiendo del importante hecho objetivo de que se presenta en medio del proceso de radicalización social en Latinoamérica de los años 60, 70 y 80, hallándose elementos de ruptura en el interior de las instituciones religiosas dando nacimiento a nuevas subjetividades como la de la Teología de la Liberación, en lugar de estudiar dichas circunstancias determinadas para comprender el carácter de la ruptura y de las concepciones que de allí se desprenden, lo que se cambia es la actitud hacia la religión, ya no será más vista como unilateralmente ideológica sino que puede ser concebida como anti-ideológica, si su denuncia y su lucha apunta (incluso mediante la violencia) a la justa condena contra las desigualdades y oprobios del sistema capitalista, al margen de su contenido filosófico o político-programático en específico.
Pero el momento cumbre de las fórmulas teóricas ludoviqueanas sin lugar a dudas pertenece al constructo conceptual llamado Plusvalía Ideológica:
Nuestra tesis es que la base de sustentación ideológica del capitalismo imperialista se encuentra en forma preconsciente en el hombre medio de esta sociedad (…) Habría que añadir que la forma como el capitalismo suministra esa ideología es pocas veces la de mensajes explícitos doctrinales, en comparación con la abrumadora mayoría de mensajes ocultos, disfrazados de miles de apariencias y ante los cuales sólo puede reaccionar en contra, con plena conciencia, la mente lúcidamente entrenada para la revolución espiritual permanente. Y no sólo el hombre medio, sin conciencia revolucionaria, vive inconscientemente infiltrado de ideología, sino también todos aquellos revolucionarios que, como decía Lenin, se quedan en las consignas o en el activismo irracional, pues tienen falsa conciencia, están entregados ideológicamente al capitalismo, sin saber que lo están (…) Todo aquel que, en su taller interior de trabajo espiritual, obedezca a una conciencia falsa, ilusoria, ideológica, y no a una conciencia real y verdadera, será eso que llamamos un productor típico de plusvalía ideológica para el sistema capitalista. Y tanta más plusvalía ideológica producirá cuanto más revolucionario sea, si lo es sólo en apariencia (Pp. 201-202)
Para realizar una apretada síntesis del concepto, la plusvalía ideológica comienza a plantearse como una simple analogía con el plusvalor materialmente confiscado al trabajador por el capitalista en la teoría de Marx, pero dicha analogía se plantea trascender objetivamente el plano estrictamente analógico cuando la categoría marxista que le sirve de base («plusvalía») es puesta frente a la ideología en relación dialógica, esto es, a partir de la afirmación de que no solo las formas de conciencia ideológica se desprenden de la determinación social, sino que estas pueden incidir sobre la sociedad, una reciprocidad entre ambas abre la puerta para dejar pasar la noción de producción de Plusvalía ideológica como algo más que una simple analogía.
¿De cuál Marx lo extrae? ¿Acaso de aquel Marx que escribió: «La teoría se realiza en el pueblo sólo en la medida en que es la realización de sus necesidades»? No, sino de ese otro Marx que silenciosamente habita bajo la piel de Saussure porque a estas alturas comprenderemos que hay un Marx para todo y todos a su vez se harían asimilables al Marx… que este Ludovico presenta, esto último también fue parte de las críticas sostenidas por Ramírez, rastreando desde la crítica genética el pensamiento de Ludovico, su deuda con Kant, Fitche, Freud, Weber, Comte, Lukács, Adorno y Marcuse.
Desde ese particular procedimiento funcional encontramos en el pensamiento de Ludovico sobre la ideología injertos de la teoría del inconsciente de Freud, pasados por la interpretación de Adorno y Marcuse, así que cuando afirma que es en la pre consciencia la región destinada a alojar la ideología, cuando señala con Adorno el papel que tendría la industria cultural como productora de ideología, y cuando absorbe de Marcuse su énfasis en el peso de la ideología sobre el inconsciente individual reprimido, lo que en el fondo rehabilita es el idealismo subjetivista de Fitche/Kant expresado en la fórmula del primero: «se puede mostrar en la conciencia su fundamento explicativo de la experiencia» que Freud se apropia, donde la admisión de las experiencias sensibles no se reconocen como un asunto objetivo, sino únicamente pasada por el método trascendental del pensamiento.
Estas combinaciones son las que darán origen a una lectura muy singular de Marx en Ludovico; conforma un momento de su análisis reconocer la alienación en Marx como un fenómeno económico basado en la separación de los productores ante sus medios de producción y los productos de su trabajo y no como una vaga categoría filosófica, es similar a reconocer la objetividad de la extracción de plusvalía en el proceso de producción descrito por Marx, pero allí no se detiene su proposición, a partir del momento en que se concibe la Plusvalía ideológica como algo más que una analogía, debemos desprender de ella la conclusión lógica a la que llegó también Ludovico, haciendo factible la alienación ideológica, y lo que queda ante nuestros ojos es una teoría de la plusvalía desarraigada de sus fundamentos materialistas en beneficio de una posición intelectualista frente al orden existente.
Más que conclusiones, apertura…
Ludovico Silva empleó todo un arsenal conceptual y todo su intelecto para intentar construir un concepto de Ideología que se adaptara a su necesidad de desenmascarar el rol que desempeña en nuestra (in)conciencia los discursos que circulan cotidianamente a través de la industria cultural, y que le sirviera a su vez para alumbrar el compromiso que los intelectuales y las prácticas contraculturales tendrían para la causa de los oprimidos.
El resultado de su operación discursiva fue una concepción de ideología que se enunciara con independencia de toda forma ideológica concreta, por ejemplo nunca pudo mencionar el caso de ideologías tales como la desarrollista, liberal, nacionalista, socialcristiana o socialdemócrata, entre otras que plantaron su pie en el país, constituyendo así un tipo de pensamiento que no se distingue claramente de otras formas de conciencia, carente de lenguaje concreto y de significación relativa; le resultará desaconsejable vincularlas con los determinados individuos, partidos o instituciones que las formulan por el riesgo de profanar el discurso científico con la política, opina que esta entidad abstracta «vive y se desarrolla» en todos los tipos de sociedad de clases sin distinción alguna, propone el constructo Plusvalía ideológica como un modo de apropiación por parte de la industria cultural capitalista para captar lealtades de los individuos por la vía de mensajes ocultos dirigidos a la región del preconsciente, que solo puede ser revertido mediante la prédica científica y la praxis contracultural.
No se trata ya de que la revolución en permanencia se repliegue consciente o inconscientemente frente a fenómenos ideológicos que de manera expresa u oculta limiten o repriman el desarrollo de una conciencia revolucionaria, puesto que en ello juega un papel fundamental la lucha contra el monopolio de la comunicación, contra las instituciones conservadoras y las distintas vertientes del colonialismo en la experiencia cotidiana; sino de la sustitución de las masas, los partidos, la política y las consignas, por la ocupación de espacios mass-mediáticos por parte de la «prédica científica» o la promesa propagandística de «utopías relativas», en manos de los intelectuales en tanto administradores del saber científico.
Clausurar, como proponía Ludovico, el uso genérico del término Ideología (como no sea el de conciencia reificada o fetichizada) lejos de impedir la decadencia ideológica de finales del siglo XX, tan solo contribuyó a un mayor repliegue ideológico de la subjetividad revolucionaria frente a la moda posmoderna, por otro lado una acepción tan unilateral imposibilitaría la comprensión de aportes claves en el campo de la filosofía del lenguaje, como el estudio del signo ideológico por Volóshinov (Bajtín), en la actualidad es precisamente su polifonía la que posibilita a la crítica cultural y literaria un marco conceptual fértil, como asegura el filósofo esloveno Slavoj Žižek (2003) en acuerdo con Fredric Jameson: «se puede afirmar categóricamente la existencia de la ideología en tanto matriz generativa que regula la relación entre lo visible y lo no visible, entre lo imaginable y lo no imaginable, así como los cambios producidos en esta relación» (p. 7)
Lo elemental para una concepción marxista de la ideología, indistintamente de la terminología utilizada para llamar al tipo de conciencia que subvierte las formaciones ideológicas fetichizadas, es partir de un examen crítico de las condiciones históricas concretas que le dieron origen, junto a su desenvolvimiento objetivo, considerando sus valoraciones expresadas o implícitas no en base a lo que ellas afirman de sí o se representan idealmente, sino concatenada a sus intereses materiales.
En el caso de la teoría de la ideología desarrollada por Ludovico Silva, creemos haber encontrado una doble vertiente ideológica, tanto en el sentido genérico que sigue siendo fértil como categoría de análisis (en efecto, Ludovico Silva es portador de un discurso), como en el sentido de que su discurso se presenta bajo la forma concreta de «inversión intelectual» del mundo real y objetivo, con toda las implicaciones que se desprenden de este hecho y a las que ya hicimos referencia. Con esta apertura (más que conclusiones) reafirmamos la vigencia del debate ideológico, así como la importancia que en él cobra el lenguaje como conciencia práctica e instrumento de la política profana, o como diría la admonición del lingüista soviético Volóshinov (Bajtín): «El signo ideológico será la arena de la lucha de clases». (p. 47)
Punto Fijo, 14 de agosto de 2020
* Fotografía: Ludovico Silva y Luis Britto García en la Facultad de Derecho de la UCV, 1972 (les acompaña un estudiante en la mesa), fotografía conservada por Livio Agüero, tomada de un post de Facebook de Freddy Castillo Castellanos, 5/12/2012 https://www.facebook.com/photo.php?fbid=4558951405915&set=a.2142166347799&type=3&app=fbl (Restaurada por Fósforo Martin)
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Debord, Guy (1967): La sociedad del espectáculo. Digitalizado para Lectulandia (08-01-2012)
Eagleton, Terry (1995). Ideología, una Introducción. (Editorial Paidos, 1997)
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ANEXO GRÁFICO
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