Las últimas elecciones en Grecia y en el Estado español muestran un fuerte retroceso de las formaciones neorreformistas, al mismo tiempo que avanzan partidos de la extrema derecha. En este artículo planteamos algunas reflexiones sobre el legado que dejan tras su paso por el poder.
El resultado de las últimas elecciones en Grecia supuso una conmoción política para la izquierda neorreformista, y, en gran medida, confirma el fin de ciclo para la “hipótesis populista de izquierda”. En primer lugar, se constata una recomposición de la derecha tradicional de Nueva Democracia, que obtiene un 40,5% de los votos y logra mayoría absoluta. Esta se ve facilitada gracias a la aplicación de un mecanismo antidemocrático que otorga una cantidad de diputados “extra” a la fuerza ganadora. [1] Syriza ha quedado en segundo lugar con el 17,8%, nada menos que 23 puntos por debajo del ganador. Esta semana, Alexis Tsipras reconoció la derrota y presentó su renuncia a la dirección de Syriza [2] El otro fenómeno es el ingreso de tres partidos de extrema derecha al parlamento griego, que sumados rondan un 12,8%. [3] Los socialistas del PASOK, después de haber estado a punto de desaparecer en 2015 tienen una lenta recuperación llegando al 11%. El nivel de abstención alcanzó el récord de casi el 50%.
En 2012 Grecia estuvo en el centro de la resistencia obrera y popular en el sur de Europa contra las consecuencias de la crisis capitalista, mientras que en 2015 la llegada de Syriza al gobierno despertó expectativas acerca de las posibilidades de un “gobierno de izquierda antineoliberal”, posición con la que polemizamos en numerosos artículos. Una década después el escenario político, escorado claramente hacia la derecha, resulta irreconocible bajo el prisma del ciclo abierto en 2012. ¿Qué ha ocurrido? Además de una mirada sobre el ciclo largo, desde la crisis capitalista de 2008 a esta parte, queremos incorporar también una reflexión sobre la coyuntura más reciente. Hace unos meses escribimos que en Grecia se estaba desarrollando un importante proceso de movilizaciones obreras y populares, con varias huelgas generales, como respuesta al accidente de tren donde murieron 57 personas. Entonces, nos preguntamos, ¿por qué ese profundo descontento y esas movilizaciones no se expresaron políticamente por izquierda en las elecciones? ¿Qué relación se estableció entre lo social y lo político? Indagar sobre esta relación es clave para pensar el balance del ciclo político del neorreformismo en Grecia y otros países.
En efecto, aunque con diferencias, en el Estado español y en Portugal se puede ver una tendencia en el mismo sentido. En el caso de Podemos, el partido se fundó en 2014, después del 15M, con la pretensión de darle una expresión política a ese movimiento. Pero, al finalizar 4 años de cogobierno con el PSOE está en franca decadencia. Los pésimos resultados de Podemos en las elecciones regionales fueron reconocidos por su dirección. Su principal referente, Irene Montero, fue vetada de las listas a diputados para las elecciones del 23J, mientras Pablo Iglesias ha regresado al periodismo. La nueva candidatura de centroizquierda (Sumar) es un reformismo todavía más light, con el objetivo de sumar votos para un gobierno de coalición encabezado por Pedro Sánchez. [4] En Portugal, el Bloco de Esquerda, después de apoyar “desde afuera” a un gobierno del social-liberal Partido Socialista, terminó retrocediendo electoralmente, mientras creció la extrema derecha del partido Chega!
“Syriza asestó un golpe más duro a la izquierda que Thatcher”
El exministro de economía del gobierno de Syriza, Yanis Varoufakis, aseguraba en una entrevista [5] que Syriza había asestado un golpe más duro a la izquierda que Margaret Thatcher. Y sostenía que esto era así porque, una vez en el gobierno: “Se mostraron más firmes y eficaces en la aplicación de las medidas de austeridad, más despiadados en cuanto a las privatizaciones y, como dijo Wolfgang Schäuble, fue el único gobierno que llevó realmente a cabo el programa de la Troika.” Toda una definición del legado de Syriza. Varoufakis también decía que “Podemos perdió la batalla el día después de refrendar, a través de Pablo Iglesias, la rendición de Tsipras. La sensación de derrota para la izquierda de toda Europa fue el mayor impulso que pudo recibir el establishment y la internacional fascista.”
Volveremos sobre las posiciones de Varoufakis, cuyo partido no logró superar el 3% de los votos necesarios para ingresar al parlamento griego en las últimas elecciones. [6] Lo que nos interesa por el momento es la definición de quien fue parte central del gobierno de Alexis Tsipras, sobre las consecuencias de la capitulación de Syriza. La metamorfosis de Syriza, de la gran esperanza de la izquierda al mejor aplicador de los planes de la Troika (FMI, BCE y UE) tan solo seis meses después de haber llegado al gobierno, fue quizás el caso más veloz y brutal de transformismo político (Gramsci) en la historia reciente. En el caso de Podemos, recorrió el mismo camino, aunque en tiempos más largos y terminó como apéndice del PSOE en la coalición de gobierno, lo que permitió una recomposición de este partido. Ya mucho antes, al apoyar la capitulación de Alexis Tsipras, Pablo Iglesias había dejado claro que no estaba dispuesto a dar batalla alguna.
Del populismo de izquierda a la izquierda de la OTAN
Mucho se ha escrito sobre el “populismo de izquierda” en los últimos años. Menos reflexiones se han hecho que incluyan un balance concreto de lo que significó la “prueba del poder” para estas formaciones políticas. [7] Si la hipótesis populista, en términos de Chantal Mouffe buscaba establecer un nuevo “discurso antiestablishment” desde el “lado progresista” para romper el “consenso del centro” político y “trazar la frontera entre el ‘pueblo’ y la ‘oligarquía’” [8], la experiencia de estas formaciones políticas ha sido la de su integración en la casta política, favoreciendo la recomposición de los regímenes políticos y adoptando medidas a favor del establishment. [9]
Para Mouffe, el populismo de izquierda significaba en teoría “el establecimiento de una cadena de equivalencia entre las demandas de los trabajadores, de los inmigrantes y de la clase media precarizada, además de incluir otras demandas democráticas como las de la comunidad LGBT.” Y aseguraba que el objetivo era “la creación de una nueva hegemonía que permitiera la radicalización de la democracia”.
En el caso griego, la realidad es que, lejos de dar una respuesta a las demandas de los trabajadores, el gobierno de Tsipras avanzó con reformas laborales y las privatizaciones. En vez de terminar con el racismo de Estado contra los inmigrantes, estableció nuevos centros de refugiados en las fronteras, promovió expulsiones exprés y firmó el pacto europeo con Turquía para resguardar las fronteras de la Europa fortaleza. En vez atender a las demandas de la clase media precarizada, se dedicó a salvar a los bancos, desahuciar a quienes no podían pagar las hipotecas y aumentar la precariedad. Lejos de “radicalizar la democracia” y de resolver demandas como las de la comunidad LGTBI, mantuvo los acuerdos con la Iglesia ortodoxa griega y gobernó en alianza con el ANEL (Griegos Independientes), un partido nacionalista de derecha y xenófobo.
De igual modo, si Podemos en el Estado español articuló su discurso populista en torno a la idea de “terminar con la casta” y avanzar en un “proceso constituyente” para “recuperar la democracia”, su deriva política culminó en la integración al régimen político como una nueva casta de izquierda: juró lealtad a la monarquía, se negó a defender el derecho a la autodeterminación del pueblo catalán y terminó cogobernando con el PSOE, un pilar del régimen político del imperialismo español. Tal como dijo (orgulloso) el propio Pablo Iglesias, poco antes de renunciar a su cargo de vicepresidente: “Ni siquiera el líder del mayor partido comunista de Occidente, Enrico Berlinguer, había logrado llegar donde he llegado yo: un marxista en un gobierno de la Alianza Atlántica.” [10]
¿Y en Portugal? El Bloco de Esquerda (integrado por varias fuerzas políticas) ha sido puesto de ejemplo muchas veces como una alternativa para “influir en las políticas de gobierno” desde la izquierda. Sin embargo, en las elecciones de enero de 2022, tuvo un fuerte retroceso, mientras se fortalecían el centro y la derecha. El Partido Socialista (PS) del social liberal António Costa, en el poder desde 2015, obtuvo mayoría absoluta en las legislativas con el 41,68 % de los votos. Mientras que el partido ultraderechista y xenófobo Chega!, se ubicó como tercera fuerza política con el 7,15 % de los votos y 12 diputados. El ascenso de esta formación se produjo en paralelo a la caída del Bloco y el PCP, que perdieron un enorme peso electoral, como consecuencia de años de apoyo sostenido al gobierno social liberal de Costa. En 2015, el Bloco y el PCP apoyaron “desde afuera” al gobierno del Partido Socialista. A ese acuerdo se lo conoció como la “jerigonza”. La izquierda reformista fue clave por lo tanto para la continuidad de un gobierno que militarizó huelgas obreras y rescató a la banca, mientras que no tomó ninguna medida de fondo para revertir la política de privatizaciones de los gobiernos anteriores de la derecha. En ese contexto, en los últimos años el descontento fue capitalizado por la extrema derecha, de forma reaccionaria. Como ocurrió en otros países, la subordinación de las fuerzas de izquierda neorreformista al gobierno social liberal abrió camino a la derecha.
Finalmente, tanto Syriza (en la oposición desde 2019), como Unidas Podemos (Podemos + PCE), el Bloco y la mayoría de Die Linke (el partido de la izquierda reformista alemana, que ha gobernado en algunas ciudades y Estados junto al PSD y los verdes), han apoyado este año las políticas imperialistas de aumento de los presupuestos militares y el envío de armas a Ucrania como parte de la OTAN. Y, aunque Pablo Iglesias desde Podemos aboga por una política de “paz europea”, sus diputados votaron a favor de los presupuestos militaristas. [11]
Las formaciones populistas de derechas, nacionalistas y xenófobas emergen en medio de un clima de crisis social, declive de los partidos tradicionales y quiebre de las condiciones de vida de grandes sectores de la población. Sus discursos, con retóricas más o menos radicales contra el establishment y la “casta política”, encuentran eco en sectores descontentos. Las políticas antiderechos pretenden canalizar en clave reaccionaria el malestar de los “perdedores de la globalización”, ya sean estos sectores medios o de la clase trabajadora. Buscan enfrentar a sectores de las clases trabajadoras nativas con sus sectores más precarios (migrantes, mujeres trabajadoras, etc.), al mismo tiempo que ponen en el blanco los derechos de las mujeres o los colectivos LGTBI.
Ante su avance, algunos sectores de la izquierda reformista se inclinan por “disputar” con las derechas en sus propios términos. En este sentido, proponen retóricas nacionalistas, restringir las fronteras a las migraciones, o dejar en segundo plano las reivindicaciones de los colectivos LGTBI, ciñéndose a un programa corporativo y economicista. En otros casos, las izquierdas reformistas se enfocan exclusivamente en las “guerras culturales” contra la derecha, haciendo bandera del feminismo o los derechos de las migrantes, pero en un plano restringido al reconocimiento legal o cultural. En ambos casos, con una estrategia limitada a gestionar migajas desde las instituciones capitalistas, generan nuevas frustraciones y desafección.
Lucha de clases y lucha política
Comenzamos este artículo preguntándonos por qué motivo las protestas que se sucedieron en los últimos meses en Grecia no tuvieron una expresión electoral por izquierda.
Las huelgas y manifestaciones irrumpieron a partir del accidente de tren donde murieron 57 personas el 28 de febrero. También hubo movilizaciones masivas en repudio a la política migratoria del Estado griego, que provoca sistemáticamente la muerte de migrantes en el mar. Desde el 8 de marzo fueron convocadas varias huelgas generales en el sector público, huelgas en el metro y en ferroviarios. Sobre la huelga del 8 de marzo, la prensa internacional destacaba la masividad de las manifestaciones y una importante participación juvenil. En algunas localidades, como Patras, Volos, Heraclión o Mitilene “no se veían manifestaciones tan grandes desde el final de la dictadura en 1974”. Y, entonces, ¿por qué obtuvo la mayoría absoluta la derecha?
Lo primero que salta a la vista es que sigue pesando la capitulación de Syriza y el recuerdo vivo de la debacle social que dejó a su paso la aplicación de los planes de la Troika. El PBI de Grecia sigue estando un 20% por debajo de los niveles previos a la crisis, mientras que la deuda pública alcanza el 180% del PIB y los salarios están entre los más bajos de la UE. Muchos de los que han participado de las manifestaciones contra el accidente del tren tienen presente que Syriza también es responsable del proceso de privatización ferroviaria, que llevó al servicio a condiciones lamentables. Esto ha llevado a que el descontento, aun cuando irrumpa en movilizaciones, esté acompañado de un sentimiento de desafección política. Según Mariana Tsichli, cosecretaria de Unidad Popular: “Una gran parte de la sociedad cree ahora que «todos los políticos son iguales» y que no hay alternativa.” Para Tsichli esto es “el resultado del repliegue y la desmoralización que siguieron a la derrota de 2015”. Señala también el hecho de que desde entonces “la izquierda radical no ha sido capaz de ofrecer una perspectiva política suficientemente creíble para revertir esta situación. Como resultado, asistimos a una desconexión creciente entre lo social y lo político.”
Esta desconexión es notoria. Pero el estallido de protestas, aun cuando se acumule mucha rabia, no deviene automáticamente en una expresión política, ni tampoco está dicho que conduzcan a un crecimiento electoral por izquierda. ¿Qué influencia política tenían las fuerzas de la izquierda en los momentos previos? ¿Qué inserción real tienen en sectores del movimiento obrero, el movimiento estudiantil y otros sectores populares? Estas son otras variables para tener en cuenta. En este sentido, habría que pensar por qué en Grecia “la izquierda radical no ha sido capaz de ofrecer una perspectiva política suficientemente creíble”. En especial, había evaluar cuánto ha influido el hecho de que las figuras visibles de Unidad Popular o el partido de Varoufakis hayan sido también destacadas figuras de Syriza y su gobierno. Cuando se promueven proyectos reformistas y estos fracasan estrepitosamente, cuesta ser percibido como una “izquierda radical creíble” de la noche a la mañana. [12] Por su parte, el KKE (Partido Comunista de Grecia) de filiación estalinista, ha alcanzado el 7,6% (20 diputados). [13] Se trata de un partido con una retórica radical antisistema, con presencia sindical y estudiantil, pero con una política profundamente sectaria. Su negativa a todo frente único, evita una lucha contra las burocracias sindicales por la unidad de la clase obrera. Incluso, durante las movilizaciones por el accidente ferroviario, este partido "se negó a pedir la nacionalización de los ferrocarriles, argumentando que, ya fueran de propiedad privada o pública, seguirían sirviendo al sistema capitalista". [14]
Y también hay que pensarlo en el Estado español. Podemos quiso ser la expresión política de un movimiento que tendía a agotarse en la “ilusión de lo social”, pero como tal se transformó en una nueva “ilusión política” que, no lo olvidemos, tuvo entre sus impulsores a una parte importante de la izquierda radical, empezando por Anticapitalistas (entonces Izquierda Anticapitalista). ¿Era la construcción de Podemos la única alternativa posible? ¿O había una posibilidad de plantear una perspectiva política de independencia de clase? Si, la había. Solo que era una opción más difícil, menos “exitosa” en lo inmediato (es decir, en el plano táctico electoral), pero infinitamente más provechosa en el plano estratégico. Porque una organización independiente con una política de revolucionaria hubiera permitido acumular fuerzas y ser un vehículo para canalizar el descontento ante la inevitable capitulación de la izquierda neorreformista. [15]
En la actualidad, el fin de ciclo neorreformista en varios países, parece estar dando lugar al resurgir de ideas que priorizan la “vuelta a lo social” en clave autonomista o movimientista. Sin embargo, ni la desconexión entre lo social y lo político, ni la subordinación de lo social a proyectos políticos reformistas, puede dar una salida a la crisis capitalista. Se trata de no repetir una y otra vez las mismas trampas. La cuestión clave, en todo caso, es cómo desarrollar las potencialidades de la lucha de clases, articulando el conjunto de las reivindicaciones de los trabajadores y sectores oprimidos, para dar pasos hacia una nueva conciencia política anticapitalista y socialista.
Enfrentar a la derecha con la lucha de clases
La estrategia de gestionar el Estado capitalista para acumular “pequeños cambios”, mostró ser un fracaso. Pablo Iglesias lo reconoció poco antes de renunciar: "Me he dado cuenta de que estar en el Gobierno no es estar en el poder". Y así llegaba a la notable conclusión de que "ningún rico ni poderoso está dispuesto a aceptar fácilmente una decisión", aunque esta sea "democrática". Bienvenido al capitalismo.
Aun así, desde un abierto conformismo sobre lo que se puede esperar, los reformistas apelan una y otra vez al pragmatismo y al “realismo político”. Y si ya no pueden generar grandes expectativas, se aferran a que solo ellos pueden ser un “freno” o un “dique” ante la extrema derecha. Insisten, en clave degradada, con el viejo cuento del mal menor. El problema es que, ante el agravamiento de la crisis capitalista, las tendencias inflacionarias y la guerra, no hay espacio para su moderación. El único dique real que construyen los reformistas es contra la movilización, y al colaborar con la administración de los planes capitalistas, generan frustración y desmoralización. ¿Su logro más perdurable? El haber pasivizado las calles y ayudado a la recomposición de regímenes políticos que estaban en profunda crisis. Y después se preguntan por qué avanza la derecha.
A la crisis capitalista del 2008 le siguió un importante ciclo de la lucha de clases en el sur de Europa que fue neutralizado y desviado por la acción de las burocracias sindicales y los partidos neorreformistas. Ahora nos encontramos en otro momento político, marcado por las renovadas tensiones internacionales, la guerra de Ucrania, el alza inflacionaria, así como el surgimiento de nuevos procesos de lucha y movilización en algunos países. ¿Puede estar adelantando una tendencia más general la lucha de clases en Francia? Allí hemos visto la gran batalla por las pensiones y ahora presenciamos un nuevo episodio, con el estallido de la juventud racializada de los barrios de la periferia contra la violencia policial.
Si la movilización no se traduce de forma automática en el terreno político, entonces de lo que se trata es de pelear por desarrollar los elementos más avanzados de esos movimientos, hacer todo lo posible para que puedan surgir nuevas instituciones de autoorganización, enfrentar a las burocracias y desarrollar una izquierda socialista y revolucionaria que plantee una salida a la crisis. En Francia, los compañeros y compañeras de Révolution permanente vienen dando esta pelea, proponiendo construir comités de acción por la huelga general con un programa para unir la lucha contra la reforma de las pensiones con la pelea por aumentos de salarios, el reparto de las horas de trabajo y el fin de la precariedad. Esta semana, desde la Red por la huelga general manifestaron su apoyo activo a las movilizaciones de la juventud, planteando que hay que organizar la rabia que hoy está en las calles, para unirla con la fuerza de la clase obrera mediante la huelga general.
En Argentina, las compañeras y compañeros del PTS en el Frente de Izquierda, se encuentran en la lucha junto a las comunidades originarias, las trabajadoras docentes y el pueblo de Jujuy contra una reforma antidemocrática, contra el saqueo del litio y contra la represión. Como explica Eduardo Castilla del PTS, este partido “viene planteando una pelea abierta en todos los terrenos para poner de pie una instancia que permita unir al conjunto de los sectores en lucha. Una Asamblea provincial que permita agrupar a trabajadores, trabajadoras, comunidades originarias, estudiantes y demás sectores. Que, a partir de esa fuerza, pueda imponer a la CGT y CTA, y los sindicatos, un inmediato paro general que continúe hasta derrotar la reforma de Morales y el PJ.” Una pelea que se desarrolla desde las posiciones conquistadas en los momentos previos, tanto en la juventud como entre los trabajadores de diferentes gremios, así como desde la importante intervención de los principales referentes públicos del PTS como Natalia Morales (diputada provincial), Alejandro Vilca, Myriam Bregman y Nicolás del Caño (diputados nacionales).
Son ejemplos de que, contra las políticas de la derecha, hay alternativas a la resignación y el mal menor. También se puede pelear. El verdadera “realismo político” es apostar al desarrollo de estos procesos de lucha de clases y tratar de construir una izquierda revolucionaria que se prepare para ganar.
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