Elementos para pensar la lucha ideológica desde el marxismo y la vigencia de la teoría de la revolución permanente, en contrapunto con diversas teorías críticas contemporáneas, como las teorías poscoloniales. El artículo se basa en una contribución de la autora para los debates sobre la lucha ideológica de la XIII Conferencia de la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional.
Varios autores han señalado que gran parte de las “teorías críticas” que cobraron peso durante el auge neoliberal partían de la naturalización de una derrota. En Hemisferio Izquierdo (2013), Keucheyan incluye en ese espectro teorías que van desde las elaboraciones de Judith Butler a Alain Badiou, Fredric Jameson, los poscoloniales de la India, el “marxismo abierto” de John Holloway o Slavoj Žižek. Por su parte, Maurizio Lazzarato afirma en ¿Te acuerdas de la revolución? (2022) que las teorías críticas post 68 son producto de la pasivización, considerando al postestructuralismo, teorías poscoloniales u obras como Imperio de Negri-Hardt. En ese sentido, Matías Maiello y Emilio Albamonte habían señalado en Estrategia Socialista y Arte Militar (2017) la negación del pensamiento estratégico en teorías como las de Foucault y otros autores. En una situación de extrema crisis del marxismo, durante el auge neoliberal primaron todo tipo de teorías textualistas, de los micro poderes y las resistencias capilares, teorías identitarias e idealistas. Sin embargo, como señala Juan Dal Maso en este artículo, eso comenzó a cambiar a partir de la crisis 2008 y sigue cambiando ante el surgimiento de nuevos fenómenos políticos y de la lucha de clases. Esto ha llevado a la reaparición de debates sobre el marxismo, el socialismo, la clase obrera o el imperialismo.
Podemos decir que estamos en un momento transitorio, que se caracteriza por el “ya no más” del neoliberalismo y el “todavía no” de revoluciones abiertas. Un período marcado por cambios bruscos, donde se aceleran y multiplican las crisis. Un interregno convulso, como plantea Claudia Cinatti, en el que comienzan a actualizarse las condiciones de la época de guerras, crisis y revoluciones. Este momento transitorio se expresa en el terreno ideológico con el surgimiento de todo tipo de ideologías críticas que podemos llamar intermedias. Es decir, que están girando a la izquierda, y en muchos casos incluso reivindican aspectos del marxismo, pero conservan parte los colores y fundamentos del momento anti estratégico anterior. En este espectro podemos encontrar desde corrientes reformistas de izquierda, populismos de izquierda, neoutopismos, poscapitalismos, autonomismos “socialistas”, etc. Corrientes con las que desde el marxismo revolucionario tenemos planteado cruzar armas de la crítica, dialogando con los aspectos más progresivos que se expresan en la vanguardia, al mismo tiempo que buscamos clarificar teórica y estratégicamente.
En estos apuntes quisiera aportar algunos elementos para pensar cómo se expresa esto en los desafíos de la lucha ideológica, como parte de lucha por la recreación del marxismo revolucionario. Tomo en consideración lo aportado por Matías Maiello en este artículo y por Juan Dal Maso en el citado artículo, como parte de los debates hacia la conferencia de la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional.
¿Marxismo “perimido” o teoría revolucionaria sin modo de uso?
En un artículo de 1903 sobre la crisis del marxismo, Rosa Luxemburgo polemizaba con las corrientes revisionistas que sostenían que Marx estaba “perimido”. Luxemburgo sostenía:
“Si, pues, detectamos un estancamiento en nuestro movimiento en lo que hace a todas estas cuestiones teóricas, ello no se debe a que la teoría marxista sobre la cual descansan sea incapaz de desarrollarse o esté perimida. (…) No es cierto que Marx ya no satisface nuestras necesidades. Por el contrario, nuestras necesidades todavía no se adecúan a la utilización de las ideas de Marx”.
Luxemburgo escribía esto en un momento en que todavía no había importantes crisis en la escena mundial. Habían pasado 32 años desde la derrota de la Comuna de París, prácticamente sin grandes procesos de lucha de clase, o, al menos, sin revolución. El crecimiento evolutivo de la socialdemocracia alemana era la clave. Y el marxismo estaba "estancado”. Según Luxemburgo, no se había producido nada muy original desde algunos aportes de Engels tras la muerte de Marx. Sin embargo, eso iba a cambiar poco después, o ya estaba cambiando. El Qué Hacer de Lenin es de 1902, los trabajos de polémica de Luxemburgo con Bernstein sobre reforma o revolución son de esos mismos años. Y, sobre todo a partir de 1905, el marxismo recupera una enorme creatividad y vitalidad para dar respuestas a los nuevos desafíos de la época imperialista, como época de guerras, crisis y revoluciones.
En especial, queremos destacar aquí la elaboración y generalización posterior de la teoría de la Revolución permanente por León Trotsky, que concentra gran parte de los aportes de ese marxismo estratégico. [1] Esta teoría fue formulada por León Trotsky a partir de las lecciones de grandes revoluciones, como la de 1905 y 1917 en Rusia, la Revolución alemana de 1918-19 y de 1923, la Revolución china de 1925-27, y complementada con las lecciones del ascenso del fascismo en los años 30, la Revolución española y el papel del Frente Popular.
Retomando la reflexión de Luxemburgo sobre Marx, más allá de las evidentes diferencias históricas, podríamos pensar que en el momento actual nuestras necesidades recién comienzan a adecuarse mucho más a la utilización de las ideas del marxismo revolucionario que en décadas pasadas, donde primó la derrota y la ofensiva neoliberal. Es decir, que al mismo tiempo que se actualizan las tendencias de la época de guerras, crisis y revoluciones, cobra más actualidad la teoría-programa de la revolución permanente como teoría de la revolución mundial.
Los tres aspectos de la teoría de la revolución permanente
Trotsky señaló en su momento que la Teoría de la revolución permanente aglutinaba tres series de ideas. En primer lugar, el tránsito de la revolución democrática a la socialista. En segundo lugar, todo lo que hace a la revolución como tal, es decir, al período de transición entre el capitalismo y el socialismo, donde las “revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio”. Finalmente, el tercer aspecto lo constituye el carácter internacional de la revolución socialista. Y es justamente en la interacción de estas tres dimensiones que esta teoría adquiere hoy enorme actualidad.
En este sentido, constituye una herramienta fundamental, frente a diferentes tendencias ideológicas “intermedias” o confusas, reformistas de izquierda o centristas, que influencian a la vanguardia. Obviamente, no se trata de repetir las tesis redactadas por Trotsky hace casi 100 años. Sino partir de sus fundamentos para una “gran estrategia” de la revolución mundial [Ver: Albamonte y Maiello, Estrategia Socialista y arte militar. A continuación, voy detenerme en estas tres dimensiones de la teoría de la revolución permanente para señalar en qué sentido esta es un punto de partida para enriquecer la teoría marxista en el siglo XXI. Aunque lo abordaré aquí de forma un poco esquemática, estos apuntes pueden servir como un mapeo de algunos debates planteados.
En primer lugar, considerar la cuestión del transcrecimiento de la revolución democrática en revolución socialista permite intervenir en muchos debates actuales sobre la relación entre clase obrera y movimientos sociales. Polemizar con la separación mecánica entre “demandas sociales” y “demandas democráticas” o de género, antirracismo. Y debatir con los sectores que separan las luchas de género de las luchas de clase, o con los identitarismos y teorías de los movimientos sociales, que escinden estas cuestiones de la lucha contra el capitalismo y por una perspectiva socialista. En este sentido, defendemos una estrategia de “hegemonía obrera”, que se contrapone al corporativismo obrerista y plantea la pelea política por la articulación de la clase trabajadora con las luchas de todos los sectores oprimidos. Son temáticas que Juan Dal Maso aborda mucho en sus libros, desde el contrapunto Gramsci-Trotsky o que están desarrolladas en el último libro de Matías Maiello. También es algo venimos abordando con Andrea D`Atri y varias compañeras, en polémica con diferentes corrientes feministas.
Este primer aspecto de la teoría de la revolución permanente también adquiere enorme actualidad en lo que hace a la relación entre demandas democráticas y lucha de clases. Algo de gran importancia ante el curso bonapartista de los regímenes políticos. Y también frente al incremento del saqueo imperialista, que pone en primer plano la relación entre antiimperialismo, independencia política respecto a las burguesías nacionales y autoorganización. [2]
En segundo lugar, consideremos el aspecto de la “revolución como tal”. Esta dimensión incluye debates sobre la transición al socialismo y en particular sobre la democracia soviética y el balance de las experiencias de las revoluciones y del estalinismo en el siglo XX. También permite abordar discusiones que están muy presentes en la actualidad, por ejemplo, en el movimiento feminista y LGTBI, sobre cuáles son las condiciones materiales necesarias para avanzar en transformaciones en terrenos como la familia, las costumbres, la educación, etc. En este terreno de debates, han reaparecido tendencias que podemos llamar “neoutópicas”. El citado artículo de Matías Maiello, que retoma los ejes de consejismo y la planificación, en contrapunto con algunos autores del cibercomunismo, aporta muchos elementos y enriquece estos debates.
Otra importante cuestión relacionada es la referida a la crisis ecológica, los debates sobre decrecimiento o sobre la utilización de tecnologías para reducir el cambio climático están relacionados con la necesidad de la planificación democrática frente a la irracionalidad capitalista. Algo que vienen trabajando varios compañeros en diversos artículos y publicaciones y se ha transformado en una cuestión estratégica de gran importancia para la renovación del proyecto socialista en la actualidad.
La crítica poscolonial al marxismo y la vigencia de la teoría de la revolución permanente
El tercer aspecto de la teoría de la revolución permanente involucra la relación entre “eslabones débiles” y revolución internacional, entre centro y periferia, o luchas antiimperialistas y revolución socialista. Este aspecto está totalmente negado o quebrado en las “teorías críticas” de las últimas décadas, especialmente en las teorías poscoloniales. Teorías que se ubican desde el punto de vista de una “episteme del sur”, cuestionando al marxismo como si fuera una teoría eurocéntrica o cómplice del colonialismo. Dada la influencia que este tipo de posiciones tiene en sectores de vanguardia en la actualidad, me extenderé un poco aquí sobre este tema, que hemos abordado en otros artículos.
Los orígenes de la postcolonialidad se pueden encontrar en diferentes espacios geográficos. En los 80, el grupo de Estudios Subalternos de la India combinó lecturas culturalistas de Gramsci con nociones de Foucault y Derrida, para intervenir en el campo de la historiografía. En esos mismos años, intelectuales de la diáspora migratoria asiática, africana y del caribe en Europa, abordaban cuestiones ligadas a lo “poscolonial” en especial desde la literatura y estudios culturales. El núcleo de lo que se conoce como decolonialidad surge en los años 90 con la formación del grupo Modernidad/colonialidad, integrado por intelectuales latinoamericanos. El concepto de colonialidad del poder de Aníbal Quijano es característico de esta tendencia. Por su parte, el feminismo postcolonial desarrolló conceptos propios con autoras chicanas, latinoamericanas, de pueblos originarios, asiáticas y africanas que apuntaron contra lo que definieron como un feminismo blanco y eurocéntrico. Algunas de sus referentes son María Lugones, Chandra Talpade Mohanty o Gayatri Chakravorty Spivak.
Las teorías postcoloniales, tal como su prefijo lo indica, aparecieron como una variante específica del auge de lo post en el mundo académico. A partir de los años 80 y 90, retomaron elaboraciones de autores postestructuralistas para pensar la relación entre centro y periferias, entre capitalismo y racismo/colonialismo. Con ellos, compartieron un sentido común de época neoliberal. Apuntando a este origen, Terry Eagleton planteó que la poscolonialidad había producido una cantidad de obras de infrecuente perspicacia y originalidad, pero que representaban poco más que el Ministerio de Asuntos Exteriores del posmodernismo.
Las teorías poscoloniales erigieron como blanco de su crítica, no solo a las teorías del liberalismo ilustrado, sino también al marxismo, al que presentaron como una teoría eurocéntrica, historicista, economicista y obrerista, desde Marx en adelante (sin diferenciar entre alas revolucionarias, socialdemocracia chovinista, y después estalinismo. Y en general ignorando o evitando mencionar al trotskismo).
Uno de los principales argumentos de los poscoloniales es que el marxismo se basa en categorías abstractas y totalizantes, que no pueden dar cuenta de lo particular y las contingencias históricas, en especial en lo que hace a la periferia capitalista, las sociedades no occidentales o, más recientemente, el “sur global”. El marxismo no podría comprender lo “inconmensurable” del mundo colonial, ni aquellas cuestiones relacionadas con la racialidad y las opresiones nacionales. Más aún, gran parte de los autores poscoloniales sitúan al marxismo como una variante más de las ideas de la “razón occidental” y la modernidad capitalista, que, desde su punto de vista, sería un combo de secularismo, ideas abstractas de libertad, progreso y colonialismo.
Más allá de los matices o cuestiones específicas, la mayoría de los autores poscoloniales comparten una serie de desplazamientos teóricos, como parte del “giro cultural”. El foco lo ponen en los fenómenos culturales e ideológicos, desligados de una reflexión sobre las relaciones sociales capitalistas. Mientras que, a la idea de la hegemonía de la clase obrera, le oponen la idea de la heterogeneidad de los “subalternos” o nuevos movimientos sociales que se vería “restringida” por una política de clase. Más en general, sustituyen la reflexión estratégica sobre las condiciones de lucha de los pueblos oprimidos contra el imperialismo, por una limitada práctica cultural para deconstruir o desestabilizar la “episteme occidental y eurocéntrica”.
A su vez, los postcoloniales oponen a la dupla modernidad/colonialidad, la reivindicación de “otras formas de ser en el mundo” como las de comunidades campesinas milenarias. El rechazo en bloque a la modernidad abre la puerta a la idealización de formas de vida precapitalistas y formas pensar religiosas o sobrenaturales. No solo se dejan fascinar por las formas religiosas, sino que omiten que en muchas de esas sociedades precapitalistas existieron también brutales formas de opresión hacia las mujeres, jerarquías de castas, violencia interétnica, esclavitud y otras formas de sometimiento social.
Ahora bien, diversos autores han señalado que el postcolonialismo terminó siendo un “esencialismo al revés”. Un determinismo geográfico/etnicista sobre el cual se construye la falsa idea de una “episteme occidental” única, negando las complejas y múltiples disputas teóricas, culturales y sociales que se han dado. Es decir, una definición abstracta de la “razón occidental”, por fuera de toda determinación histórica. Cuando apuntan sus dardos contra el marxismo pasan por alto cuestiones centrales. Pasan por alto los debates de Marx y Engels contra el corporativismo sindicalista en la AIT, su reivindicación de la lucha por la autodeterminación de Polonia y sus escritos sobre la cuestión de Irlanda (cuestionando el racismo de los obreros ingleses promovido por la burguesía) o los escritos sobre la guerra civil norteamericana, los debates sobre la comuna rural rusa con Vera Zazulich, entre otros. Además, cuando apuntan contra la “europeidad” del marxismo, omiten que, si bien Europa es la historia de la sangrienta colonización de Asia, África y América, también existe la Europa de los comuneros y comuneras de París, de la Revolución rusa y la Revolución alemana, del levantamiento revolucionario de los campesinos y trabajadores españoles en 1936, de mayo del 68, el levantamiento de la Primavera de Praga contra el estalinismo y la Revolución de los claveles en Portugal, por nombrar solo algunas.
Sin embargo, lo que más equivoca en el blanco la crítica poscolonial al marxismo, es nada menos que el hecho de que la primera revolución socialista triunfante del siglo XX se produjo en Rusia, el estado “más oriental de occidente”. De hecho, Trotsky sostuvo que, al revés que lo que pensaban los materialistas vulgares (que la historia de los países atrasados iba a seguir la de los países adelantados) la revolución había comenzado por el este y desde ahí se dirigía hacia el oeste. En este sentido, todo el legado de los debates de la revolución permanente, antes y después de la revolución rusa, así como de los primeros 4 congresos de la Internacional Comunista (que incluyen las tesis sobre la cuestión negra, sobre la cuestión nacional, sobre la lucha contra el imperialismo, las tesis sobre la organización de las mujeres, etc.) desmienten las tesis poscoloniales y su caricatura del marxismo. O, en todo caso, hacen necesario reestablecer las luchas teóricas y políticas del marxismo revolucionario con la socialdemocracia chovinista y después con el estalinismo nacionalista.
Ahora bien, desde posiciones reformistas que se reivindican marxistas se han realizado críticas a las teorías poscoloniales, desde dos ángulos opuestos. Por un lado, desde un marxismo tercermundista, al estilo de Vijay Prashad, Nestor Kohan y García Linera (castrista- nacionalista burgués, etc.). Este sector responde a la crítica de que el marxismo sería eurocéntrico desde la reivindicación de las “revoluciones campesinas” como norma, embelleciendo a todas las burocracias estalinistas-guerrilleras del siglo XX. En la actualidad, lo hacen reivindicándolos nacionalismos burgueses como el chavismo como “socialismos del siglo XXI”. Con este tipo de posiciones hemos polemizado mucho. No solo mediante la recuperación de los Escritos Latinoamericanos de León Trotsky, o, en lo que hace por ejemplo al indigenismo, en el libro de Javo Ferreira. También en las reflexiones de Juan Dal Maso sobre Mariátegui, los trabajos de Pablo Oprinari sobre la Revolución Mexicana y la revolución permanente, o el libro de Eduardo Molina sobre la revolución boliviana del 52, los capítulos dedicados al tema en Estrategia socialista y arte militar de Maiello y Albamonte, entre otras muchas elaboraciones.
Hay tendencias que mezclan las ideas del poscolonialismo con discursos de “lucha” más radicales, más ligados a los movimientos sociales antirracistas, sin papeles, “mujeres del sur global”, etc. En estos casos, desde posiciones más bien populistas radicales, comparten la visión de considerar a la clase obrera blanca y nativa de los países centrales como un sector “privilegiado” que no podría ser nunca considerado un aliado en la lucha contra el imperialismo, casi como un agente más de la dominación colonial. En este campo, muchos están recuperando figuras del anticolonialismo radical, al estilo Fanon, o el panafricanismo, etc. En general, el fundamento de este tipo de posiciones populistas es la idea de que los procesos de acumulación por desposesión (extractivismo, trabajo informal o endeudamiento) han reemplazado a la acumulación por explotación como motores de la acumulación capitalista. Quienes defienden esta hipótesis concluyen que las luchas contra la desposesión que llevan adelante las comunidades indígenas, sectores populares e informales en barrios, campesinos, y especialmente las mujeres del “sur global” son los nuevos nodos estratégicos para la resistencia al capitalismo, y ya no la “vieja y tradicional clase obrera”. Con este tipo de posiciones, de cierto feminismo autónomo populista debatimos, por ejemplo aquí.Sobre las cuestiones que hacen a los debates sobre el trabajo y su configuración, hay elaboraciones muy interesantes de Paula Varela y Gastón Gutiérrez y numerosos artículos de Paula Bach sobre trabajo y tecnología que son un aporte significativo en el terreno de la economía marxista.
Otro polo de la crítica a los poscoloniales apareció más recientemente desde posiciones de un marxismo “economicista”, que omite nada menos que la cuestión del imperialismo. Sosteniendo que el capital “universaliza” por completo las relaciones capitalistas a todo el planeta, como si no existiera el desarrollo desigual y combinado. Vivek Chibber de Jacobin es una expresión de este tipo de posiciones, con las que polemizamos aquí.
Para no extenderme más en este artículo, lo que me interesa destacar es que la teoría de la revolución permanente, como teoría-programa de la revolución mundial, tiene hoy una enorme actualidad. En contrapunto con diferentes teorías críticas contemporáneas, constituye la mejor herramienta para la lucha ideológica y estratégica. Claro que la actualización y enriquecimiento de la teoría marxista para el siglo XXI implica incorporar nuevos análisis sobre la economía mundial y el imperialismo, o sobre la relación entre clase obrera y otros sectores oprimidos. Y recuperar creativamente, ante los desafíos del presente, cuestiones que hacen a la relación entre democracia consejista y partido, entre centro y periferia, como diferentes dimensiones de la lucha por la revolución socialista.
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