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Argelia: ¿hacia la segunda liberación?

Jean Baptiste Thomas

ARGELIA
Fotomontaje: RP Dimanche

Argelia: ¿hacia la segunda liberación?

Jean Baptiste Thomas

Ideas de Izquierda

[Desde Francia] Lo más trágico en la Historia no es la barbarie de los poderosos sino la esperanza ultrajada. Durante mucho tiempo, en el país, en el mundo árabe pero también más allá de él, Argelia ha sido sinónimo de combate por la emancipación y la justicia.

Sinónimo del hecho de que un pueblo que pelea puede construir su propio futuro, a pesar de todas las presiones. Con este recuerdo en mente, millones de manifestantes están haciendo historia hoy, del otro lado del Mediterráneo. Con esta herencia supieron desbaratar las primeras maniobras y las trampas de un régimen que se proclama heredero de ese combate por la liberación pero que ha sumergido al país y a la población en la dependencia, barriendo el camino a cualquier desarrollo real y a cualquier emancipación nacional y social auténtica. ¿Las masas argelinas estarán en la vía de la segunda independencia?

En efecto, el Estado-FLN (Frente de Liberación Nacional), del que uno de los representantes o avatares muertos-vivos, Abdelaziz Buteflika, acaba de dar un paso al costado, ha logrado durante mucho tiempo expropiar los sueños de libertad de las masas argelinas. Primero les vendió un simulacro de socialismo, imponiéndoles, en un segundo momento, a partir de los años 1980, una verdadera pesadilla, a mitad de camino entre el autoritarismo desenfrenado y la estafa económica mezclada con la guerra civil, un terrible conflicto, una verdadera guerra social librada contra la población, en nombre de la lucha contra los grupos islamistas reaccionarios, a lo largo de los años 1990. Hoy la Historia podría cambiar su curso si el movimiento obrero –que comienza a recuperar sus fuerzas y quiere emanciparse del yugo burocrático que la UGTA, el sindicato oficialista, le impone– y también la juventud, hoy en el marco de un movimiento de masas que no para de corear “¡Abajo el sistema!”, están en condiciones, y lo están, de reanudar el combate por la liberación nacional y social, iniciado en 1954 contra el colonialismo francés, cuyas raíces son todavía muy profundas, para llevarlo hasta el final. Con la condición, esta vez, de garantizar la victoria, de no dejarse robar el combate.

Este es el tema de la reflexión que propone este artículo, consciente de la importancia y del alcance que el proceso actualmente en curso del otro lado del Mediterráneo podría tener en Francia. El poder observa con nerviosismo la evolución de la situación apostando, sin decirlo en voz alta o al menos no demasiado fuerte, para que una transición “en orden” ponga fin a este regreso al centro de la escena de la juventud y de las masas populares argelinas después de los grandes movimientos de 1980, de 1988 y de 2001. Las masas están lejos de haber dicho la última palabra.

El robo original

La “guerra de Argelia”, oficialmente considerada en Francia hasta octubre de 1999 como “operativos policiales” o de “mantenimiento del orden” en el marco de los “acontecimientos” –tanta retórica para calificar un conflicto colonial–, no comenzó con el lanzamiento de la insurrección por el Frente de Liberación Nacional en noviembre de 1954. Desde 1830, con el inicio de la conquista del territorio argelino por el ejército francés, la historia de la región está marcada por una larga sucesión de resistencias a la ocupación colonial. En consecuencia, París responde con la “pacificación”.

El slogan inaugura los eufemismos acarreando el robo, la violación y la guerra permanente que van a caracterizar la presencia francesa en África del Norte. Los militares que conocen el sentido del slogan, tienen el “mérito” de ser más directos y explícitos en sus intenciones, desde el comienzo del período colonial. Dado que no hay guerra con filantropía, el general Bugeaud, mariscal de Francia y uno de los primeros gobernadores generales de Argelia, reconoce que “el objetivo no es correr detrás de los árabes, que es totalmente inútil; es impedirles sembrar, cosechar, pastar […]. Vayan todos los años y quémenles sus cosechas […] o bien exterminen hasta el último de ellos”. No hay otra opción, según Bugeaud, que “la conquista absoluta”, “la ocupación absoluta” o la “dominación absoluta” con el fin “de impedir que los árabes gocen de sus campos” [1].

El objetivo de la colonización no es simplemente la apropiación de riquezas y la expansión geopolítica frente a los rivales europeos por todos los medios necesarios. Así como la economía azucarera de Santo Domingo, basada en la esclavitud, ha permitido el desarrollo de una primera modernidad capitalista en la Francia del Antiguo Régimen, la explotación de Argelia y en general de las conquistas coloniales francesas del siglo XIX serán esenciales para la consolidación de un capitalismo industrial contemporáneo, a través de un aprovisionamiento de materias primas para el mercado francés y de la constitución de dominios exclusivos para las exportaciones manufactureras francesas, todo esto basado en la población indígena [2], en el caso de las colonias del siglo XIX. Las grandes fortunas francesas, desde la de Beghin-Say a la de la familia Seillère, expresidente del MEDEF, están ligadas indisolublemente al hecho colonial: a las plantaciones azucareras y al esclavismo para los primeros, sumado a que en los orígenes de la fortuna de los Seillère se encuentra el hecho de haber sido los proveedores exclusivos del cuerpo expedicionario de 37.000 hombres que se lanzaron al asalto de Argel por orden de Charles X en 1830. Esta empresa será completada y consolidada por la monarquía de Julio, el Segundo Imperio y la III y la IV República, con Jules Ferry a la cabeza.

La colonia será entonces mantenida por la fuerza del mercado, del trabajo forzado y, sobre todo, de las bayonetas. Un siglo después de las afirmaciones de Bugeaud, son las mismas máximas las que dominan en los oficiales encargados de mantener “la Argelia francesa” en el regazo de la República. Existen varias “leyes” para hacer esto, si se le cree a David Galula, teórico de la guerra contrainsurreccional, que sirvió en Cabilia entre 1956 y 1957, y cuyas concepciones sirven todavía hoy en las escuelas de guerra de Europa y de Estados Unidos, aplicadas a Irak o Afganistán. El objetivo, según Galula, no son tanto los muyahidines como los argelinos en su conjunto: la primera de esas leyes es que hay que

… apuntar a la población. Es ahí donde se juega la guerra. […] La actitud de la población no depende de los méritos propios de los dos campos adversos, sino de la respuesta que se va a dar a dos preguntas: ¿Qué campo va a triunfar? ¿Quién se muestra más amenazante y quién ofrece la mayor protección? Es por esta razón que un régimen supuestamente impopular [leer, un régimen autoritario, tanto en Francia como en Argelia] no puede ser a priori la causa de la derrota del campo legalista” [3].

Entre estos dos momentos, la toma de Argel, en 1830, y la guerra de 1954-1962, hay otros acontecimientos tristemente célebres, aunque relegados en el olvido o simplemente negados por la historia oficial que transmite el relato nacional francés. El más revelador de ellos es sin duda la masacre del 8 de mayo de 1945 de Guelma y de Sétif ejecutada por las milicias coloniales contra la población árabe en esas dos ciudades del Este argelino, mientras los Aliados festejaban la victoria de la “democracia” contra el nazismo y las potencias del Eje. “La represión en Guelma –escribe, en un testimonio absolutamente impactante y espantoso de la época Marcel Reggui– sin embargo para nada hostil a Francia, alcanzó una amplitud nunca registrada en Argelia, incluso tras las revueltas de 1871 y de 1917” [4].

La guerra y la independencia robada

En 1954, esta situación colonial cambia violentamente por la entrada en acción del FLN, que inicia una serie de operaciones contra el ejército, la administración y las propiedades de los colonos. La guerra va a ser terrible y va a durar ocho años. Si no se toman en cuenta las redes independentistas de solidaridad en Francia que más adelante serán el crisol de la “nueva izquierda” en los años 1960 y 1970 [5], la guerra transcurrirá en el más completo aislamiento de las fuerzas nacionalistas e independentistas argelinas: la izquierda francesa, con el PCF a la cabeza, es más o menos cómplice del Estado colonial [6]. En el término de los ocho años de combates en zona rural y en las ciudades, cuyo punto culminante es la “Batalla de Argel”, inmortalizada en el cine por Gillo Pontecorvo, y a pesar del despliegue de grandes medios y del envío de contingentes, Francia es contrarrestada, no tanto en el plano militar como en el político, por la resistencia de todo un pueblo [7].

Sin embargo, no son aquellas y aquellos que han combatido quienes llegan al poder, sino un sector que ha participado muy poco en el conflicto, que estaba estacionado en el exterior, el Ejército de las fronteras, y que termina tomando el destino de Argelia como rehén. Diga lo que diga la propaganda de la época, la liberación nacional no se culminó, aun cuando la relación con la antigua potencia colonial va a ser fracturada por mucho tiempo, pero no totalmente. El paréntesis de expropiación de las empresas francesas será corto y terminará cuando el Estado argelino llame a nuevos inversores, instalando una duradera relación de subordinación del país ante el capital extranjero, aunque ocultada por una retórica nacionalista y por un crecimiento económico de dos cifras basado en la renta petrolera, sobre todo durante los años en alza que van de 1973 hasta mediados de 1980.

En el plano social, una burocracia de Estado sometida al aparato militar, desembarazada de la burguesía colonial, frente a la debilidad de una burguesía argelina, mantenida en la sombra por la primera, toma el relevo y asegura una gestión capitalista de la economía a pesar de las concesiones hechas a las masas en los años 1970. Por cierto, esta gestión estará caracterizada por un grado muy importante de redistribución en relación con otros países de la región que habían conocido un proceso de descolonización mejor “pactado” entre la antigua potencia colonial y la burguesía local. Durante mucho tiempo, entonces, el grado de reparto de la renta nacional entre capital-Estado y el capital extranjero imperialista, por un lado, y el proletariado y las clases populares, por el otro, será menos desigual que en otros países de África del Norte. Sin embargo, a pesar de políticas sociales más ambiciosas que en otras partes en materia de salud, de educación, de vivienda y de integración de una cantidad supernumeraria de trabajadores en la administración pública (siendo la otra alternativa al éxodo rural la emigración hacia Francia), la República popular argelina solo tuvo de popular el nombre. La dinámica de enfrentamiento anticolonial y contra la burguesía metropolitana y sus aliados, al final, habrá sido desviada en provecho del FLN, quebrando cualquier perspectiva de emancipación plena y total desde un punto de vista nacional y social que habría implicado una ruptura socialista y revolucionaria. La profecía de Frantz Fanon, en Los condenados de la tierra de 1961, lamentablemente, se verificará en toda su agudeza: las élites coloniales, caracterizadas por su "cobardía en el momento decisivo de la lucha [están] convencida[s] de que podía[n] remplazar ventajosamente a la burguesía metropolitana" [8].

Este desvío se expresa, incluyendo un punto de vista político y simbólico, desde el inicio del levantamiento de 1954, en un cierto número de ajustes de cuenta internos dentro del campo independentista. Esto es lo que expresa, por ejemplo, la liquidación pura y simple del Movimiento Nacional Argelino (MNA) de Messali Hadj, padre del nacionalismo desde los años 1920. Luego de 1962, como dijimos, es un cuerpo relativamente extraño a las estructuras sociales y combatientes argelinas quien toma la delantera, llegando incluso a marginar algunas de las federaciones que habían tenido un rol mayor en la lucha de liberación, a instancias de la “7e willaya”, a saber, la federación de Francia del FLN. ¿Por qué semejante destino para esos cuadros y militantes?, se pregunta en sus memorias Ali Haroun, uno de sus dirigentes.

Porque no combatieron en el suelo nacional [y cuando incluso, desde un estricto punto de vista militar, independientemente de su apoyo logístico, financiero y político esencial, la federación de Francia del FLN ha peleado, en los barrios y las ciudades de Francia, contra la policía, la represión, la OAS y los gaullistas a través de los Grupos de Choque (GC), los Grupos Armados (GA) y la Organización Especial (OS)], sospechosos quizás de demasiado europeísmo, considerados como demasiado politizados o ligados a los cuadros obreros de la emigración [9].

Potencialmente demasiado a la izquierda y demasiado ligados al movimiento obrero por un Estado argelino que, desde 1965, con el golpe de Estado de Houari Boumediene, está definitivamente bloqueado por el ejército.

Sobre la base de una relación de fuerzas surgida tanto de la lucha de liberación y de la movilización de masas como del sacudimiento del orden mundial nacido del impulso de los años 1960 y de los combates antiimperialistas –cuyo símbolo es Vietnam, donde los estadounidenses serán obligados a batirse en retirada en 1975–, Boumediene y los suyos consolidan el “socialismo argelino”. Las masas son llamadas a adherir a él a cambio de concesiones significativas, pero mientras que ellas lo hacen a través de los órganos estatizados del movimiento obrero y popular –Unión General de Trabajadores Argelinos, “filial sindical” del partido único, el FLN, colectivos obreros que no son más que sucursales del poder, llamadas a avalar la planificación impuesta por arriba, etc.–, Argel sigue gozando de su aura de “Meca de los revolucionarios”, retomando la expresión del líder independentista socialista caboverdiano Amilcar Cabral, lo que no impide prohibir a Boumediene toda forma de disidencia a su izquierda (nasserista, comunista, maoísta o trotskista). Esto tampoco impide a sus hombres de confianza, en este caso, el coronel Zbiri, autor de un golpe de Estado fallido en 1967, decapitar el movimiento estudiantil que se niega a someterse. Para retomar la amarga constatación que esboza en 1979 Mohamed Harbi, uno de los principales cuadros del FLN, cercano a Ben Bella, encarcelado y con residencia vigilada, dictada por Boumediene entre 1965 y 1973, la burocracia argelina de la segunda mitad de los años 1960 –luego de los decretos de expropiación de las empresas imperialistas, la industrialización y la reforma agraria puesta en marcha para permitir a la clase dirigente reforzar más su poder–

… va a hacer pasar a la nueva sociedad de clases por una sociedad igualitaria, orientar el odio social de los explotados contra el imperialismo y la burguesía privada, suscitar el entusiasmo por proyectos concebidos por fuera de los ciudadanos, favorecer la participación de los trabajadores en la medida en que hace avanzar sus objetivos y frenarla allí donde corra el riesgo de culminar en un reparto del poder. En un tiempo relativamente corto, la burocracia argelina creó falsamente una economía dirigida con una estructura de poder autoritaria. […] Pero este Estado, con una armadura sobredesarrollada, no ha sustraído al país de la división internacional del trabajo, ha agravado el desequilibrio de la economía desviándola más hacia el exterior y hacia la crisis de la agricultura con sus consecuencias: éxodo rural, subproletariado en las ciudades, emigración hacia Francia. Por lo tanto no hizo nacer ninguna de las condiciones que hacen eficaz el esfuerzo de industrialización [10].

“Apertura”, represión y guerra civil

El nuevo período que se abre a escala internacional entre fines de 1970 y los inicios de 1980, con el imperialismo recuperando la situación y la imposición de la "revolución conservadora" sobre las bases de la derrota del ascenso de 1968, tanto en el Oeste como en los países del Sur y en el Este (lo que llevará finalmente al desmantelamiento del bloque soviético), marca y determina un cambio de rumbo en el propio Estado argelino. La caída de la cotización del petróleo en 1986, que afecta en forma duradera las finanzas argelinas, hará el resto.

La llegada al poder del coronel Chadli Benjedid en febrero de 1979 se hace bajo el signo de infitah, “apertura” en árabe, término inaugurado en la presidencia de Sadat, en Egipto, y sinónimo de “normalización” más que de “cambio”: normalización de las relaciones con las potencias imperialistas, en el caso argelino, con una visita de François Mitterrand en noviembre de 1981, que apelaba a “nuevas relaciones franco-argelinas que deben ser un símbolo de las nuevas relaciones entre el Norte y el Sur”, una distensión respecto de la monarquía-dictadura marroquí aliada de Francia; normalización económica, también, con nuevos contratos firmados en el sector gasífero con Francia, y el apoyo al sector privado en la Carta nacional de 1986, con la que se preparan, en términos de privatizaciones, de apertura del mercado nacional, concesiones a un nuevo sector de la burguesía argelina; normalización política también, dejando de lado las referencias socializantes de los años de Ben Bella y Boumediene, y un fortalecimiento de las referencias al Islam, simbolizado por la adopción en 1984 de un Código de familia concebido sobre la base de una islamización promovida desde arriba y que pronto se volverá contra el propio Estado, a fines de los años 1980. Dicho Código, hoy abucheado en las manifestaciones, hace de las mujeres, antes heroínas –al igual que de los hombres– de la guerra de liberación, ciudadanas de segunda zona puestas bajo el control de su padre, marido o hermano [11].

Esta “apertura”, que va a la par de una consolidación de las prácticas autoritarias del poder simbolizada por la “reelección” de Chadli con el 93,5 % de los sufragios en enero de 1984, va a generar en la sociedad argelina fricciones y explosiones sociales ligadas tanto a una degradación de las condiciones económicas y de vida como a la rigidez del Estado-FLN, Estado-de-partido-único. Los dos momentos clave de la protesta, que serán aplastados en sangre, son la “primavera bereber” de 1980, nacida de la oposición al centralismo del FLN, fundada en el rechazo de reconocimiento de cualquier especificidad cultural y nacional de las poblaciones berberoparlantes, y el movimiento de huelgas y de motines de octubre de 1988 contra la política del gobierno de Chadli. Pero en un contexto de retroceso del movimiento obrero y de la juventud, a causa de la represión de los levantamientos de los años 1980, más bien son los islamistas del Frente Islámico de Salvación (FIS) quienes captan el descontento popular y no la izquierda argelina, debilitada, aunque el Frente de Fuerzas Socialistas (FFS) es legalizado en el otoño de 1989 en el marco del establecimiento del multipartidismo previsto por el artículo 40 de la nueva Constitución. Esta última se inscribe en una “infitah” (apertura) de fachada para intentar "normalizar" las relaciones políticas en un contexto de crisis rampante del antiguo partido único y de desaparición de la URSS, uno de los principales aliados de Argelia desde la Independencia.

Sobre esta base, la situación va a desviarse progresivamente hacia un conflicto armado, cuya principal víctima va a ser la población argelina. Sus niños van a pagar un pesado tributo a la guerra civil o guerra social de mediana intensidad que van a librar los militares en nombre de la lucha contra los maquis islamistas como consecuencia de la suspensión del proceso electoral de diciembre de 1992. El FIS logra, en diciembre de 1991, 188 bancas en la Asamblea, y controla 123 municipios y más de 200 consejos municipales. Esto es demasiado para los militares, que temen por el monopolio de su poder: disuelven todas las estructuras electas, en todos los niveles, y crean un Alto Comité de Estado, rebautizado Alto Consejo de Seguridad, en enero de 1994, piloteado por los generales argelinos. En enero de 1992, se habían desembarazado de Chadli, acusado de ser demasiado laxo con respecto a los islamistas, y van a gobernar con mano de hierro a lo largo de los años 1990.

En el marco de la “lucha contra el terrorismo y la subversión”, el estado de sitio instaurado en 1991 da lugar a una guerra civil de la que es rehén la población. El ejército responde con represalias sanguinarias a los atentados reaccionarios y a los ataques de las diferentes formaciones islamistas fuera de la ley y pasadas a la clandestinidad, a semejanza del Ejército Islámico de Salvación (AIS) o también del Grupo Islámico Armado (GIA), el más tristemente célebre de ellos. En Francia, Mitterrand y sus sucesivos primeros ministros, en un primer momento, dudan en apoyar a los generales argelinos antes de transformarse en sus más fervientes sostenedores.

De este modo se presenta la “Década negra” de los años 1990 como una guerra contra el terrorismo, contra la barbarie oscurantista islamista. Lo que no se dice, sobre todo en Francia, a causa de la complicidad entre París y los generales, es que se trata también de una maquinaria de guerra (a veces aceitada por la seguridad militar argelina que orquesta o provoca ella misma masacres y atentados atribuidos a los islamistas) destinada a quebrar toda forma de resistencia, tal como se había podido expresar en los años 1980, obligando a la población a elegir entre un Estado autoritario, pero que se presenta como la única salida frente a la influencia de los islamistas, del que Chadli sentó las bases, y los grupos armados. El conflicto es devastador, da origen al desplazamiento de más de un millón de personas, sobre todo a las zonas rurales, y causará 60.000 muertos, pero los generales y su personal político, Abdelaziz Buteflika en primera fila, salen victoriosos.

Un reino de veinte años

Los generales ponen sus votos en la persona de este exministro de Asuntos Extranjeros, en el gobierno de Ben Bella y en el de Boumediene que lo mantiene en su lugar –una muestra de su capacidad de maniobrar en aguas turbulentas–, para suceder a Liamine Zeroual, en 1999. Habiendo desaparecido desde hace mucho tiempo de los radares de la política argelina, Buteflika es a la vez un títere de los generales y árbitro de sus conflictos, de sus negocios y de sus tráficos. Una vez debilitados ampliamente los maquis islamistas, logra negociar una salida al conflicto con la “ley de concordia” votada en 1999, que amnistía ampliamente a los verdugos de ambos campos. Pero la represión de la segunda “primavera bereber” de 2001 y su rumbo claramente liberal, en materia económica, convence al ejército y a las diferentes fracciones de la burguesía argelina de dejarlo en el poder, y por mucho tiempo.

En sus veinte años de presidencia, “la apertura” con la que él se reconecta se produce en el plano económico y está sostenida por las tendencias alcistas de los hidrocarburos en los años 2000 y por importantes inversiones a las que Sonatrach asocia a las multinacionales del sector. Mientras, por supuesto, a lo largo del mandato de Buteflika, estallan varios conflictos, cuestionando su política: en 2001, en Cabilia, luego en 2003 en el sector petrolero, en 2011 en la juventud y una parte de los asalariados, en 2015 en la Educación y en 2016 y 2017, en un contexto de agravación de la situación económica, en varios sectores. Pero si bien estos movimientos siempre permanecen fragmentados, Buteflika y los que gobiernan realmente detrás de él siempre pudieron contar con el triple sostén del ejército, de la burocracia sindical de la UGTA y de la patronal, constituida en un Forum de Jefes de Empresas, reactualizando así el bloque social que había sustentado las riendas de Boumediene y, sobre todo, de Chadli, pero además, un bloque social estructurado por una alianza muy amplia, que va del centroizquierda a las fuerzas islamistas, de apoyo y de participación en el Ejecutivo. Finalmente, ante a la protesta, mientras juega la carta del clientelismo y de una determinada política de redistribución de la renta petrolera, el poder siempre levantó el fantasma de la “Década negra”, nacida en un contexto de protesta social y de fracturas políticas y, después de 2011, alimentada por la manera en que “las primaveras árabes” desembocaron en escenarios caóticos, a semejanza de lo que ocurre actualmente en Libia o en Siria: o un Estado argelino fuerte, aunque se piense que es corrupto y se proteste contra su política liberal y sus consecuencias en términos de desempleo y de ausencia de perspectivas para la juventud, o el regreso a la agitación de los años 1990.

Este bloque social y ese discurso “bouteflikiano” comienza a agrietarse al acercarse las elecciones de 2019, con un doble proceso de fracturación desde arriba (con una fragmentación creciente de los sectores de la burguesía argelina entre los más liberales y ligados al comercio exterior, por un lado, y, por el otro, los dependientes del aparato de Estado) y por abajo (sobre todo a causa del impasse social en el que se encuentran cientos de miles de jóvenes que no han conocido la “Década negra” más que en los relatos de sus primogénitos ni el peso de las derrotas de los años 1980). Hoy conocemos su desarrollo. Veinte años después de haber escrito uno de sus primeros balances del “Estado-FLN”, es como si la profecía de Mohamed Harbi fuera a tomar cuerpo, en las calles de Argel, de Bejaïa, en los campus y en las empresas en huelga a través de todo el país:

… después de haber utilizado durante mucho tiempo la demagogia social para manipular las aspiraciones de las masas, la clase dirigente comienza a hablar el idioma de los hombres del orden: seguridad, rendimiento y productividad primero. Así, tarde o temprano, la inmensa mayoría de los trabajadores y de quienes no tienen trabajo se pondrá en movimiento para modificar sus condiciones de existencia, recusar la jerarquía característica de toda burocracia y franquearse un camino hacia la liberación social [12].

Completar el combate de 1962

Esta promesa de liberación no podría llegar sin una verdadera liberación nacional y social, esta vez definitiva. León Trotsky, exiliado en México a fines de los años 1930, un país que había hecho una revolución democrático-radical y nacional en los años 1910, tenía por costumbre subrayar que el objetivo, para las masas populares, el campesinado, la juventud y la clase trabajadora de México, debía ser el de completar y llevar a término “el combate de Zapata” [13], que este último y sus partidarios no habían podido llevar hasta el final. Para esto era necesario avanzar en dirección de una revolución obrera y socialista, la única revolución capaz de completar las tareas democrático-burguesas que quedaron pendientes después de la revolución de 1910-1917.

Hoy, en las manifestaciones se ve florecer los retratos de Messali Hadj, padre del nacionalismo de izquierda argelino, en Tlemcen, su ciudad natal, pero también en otros lugares, además de los de muchos mártires, muchos resistentes de la guerra de Liberación, cuando no son moudjahida (combatientes islámicas mujeres), a semejanza de Djamila Bouhired, las que salen a la calle e incitan a la juventud a retomar la lucha traicionada y los ideales pisoteados de 1962.

Negarse a pagar la deuda externa, renacionalizar el conjunto de las empresas privatizadas o en situación de cogestión entre el Estado y las multinacionales, volver sobre todas las privatizaciones desde los años 1980, tantas reivindicaciones que no podrían encararse sin repartir el trabajo entre todas y todos, lo que implica que los trabajadores puedan gozar plenamente del fruto de sus ingresos, derogar el Código de la familia, y también plantear el tema de una reforma urbana y de una nueva reforma agraria que permita al conjunto de los campesinos trabajar en una autosuficiencia nacional, de manera que también permita una planificación democrática de la producción y de la gestión de los recursos naturales al servicio de toda la población y no en beneficio de algunos, ligados a los clanes del poder.

Al salir masivamente a las calles contra el “quinto mandato” de Buteflika, y al acoplar esta reivindicación al “que se vayan todos” del conjunto del sistema, las masas populares argelinas han mostrado lo que su movilización era capaz, a saber: ser una fuerza destituyente que no ha sabido, al menos hasta hoy, transformarse en fuerza constituyente de un nuevo poder.

En Sudán, las masas se desembarazaron, en un proceso de movilizaciones bastante parecido, de un dictador aún más feroz y que parecía mucho más inamovible en la persona de Omar El-Béchir si el autoritarismo fuera conmensurable de un país a otro. Pero en el camino de la revolución, a saber, de la liberación nacional y social para los países sometidos a la dominación de los imperialistas, independientemente de las fricciones existentes con estos últimos, en el caso del régimen de El-Béchir, el ejército que es, a fin de cuentas, el partido del orden, está atento.

En ausencia de una movilización del mundo del trabajo y de una auto-organización de este último, capaz de transformarse en motor para el conjunto de las clases populares en el proceso revolucionario, las esperanzas de transformación podrían ser desviadas de nuevo y robadas por otros. Esta es la historia de Argelia desde 1962. Pero el proceso en curso hoy, que está lejos de cerrarse, podría reabrir un nuevo período: si

… la solución verdadera y completa [de las] tareas democráticas y de liberación nacional no [podría] ser otra que la dictadura del proletariado [a saber, la constitución del movimiento obrero como poder alternativo al de los liberales, al de los reformistas o incluso al de los militares que pretenden hablar en nombre de la “revolución” o de la “democracia”, ella debe] tomar la cabecera de la nación oprimida, ante todo de sus masas campesinas [y hoy de los pobres urbanos y sin trabajo] [14].

La primavera árabe quizás ha entrado en su segunda fase, lo que tendría consecuencias decisivas a nivel regional, y también de este lado del Mediterráneo. Frente a los escépticos y, sobre todo, frente a aquellos que en el Elíseo y en otros lados, quieren un poder fuerte en Argel, nosotros diremos con los manifestantes y Kateb Yacine, “forcemos las puertas de la duda” [15] y confiemos en la continuidad y la intensificación del hirak en Argelia, esta vez, hasta el fin.

Traducción: Rossana Cortez


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NOTAS AL PIE

[1Jean-Pierre BOIS, Bugeaud, París, Fayard, 2014, p. 321.

[2El indigénat es la codificación del conjunto de las prácticas establecidas a partir de 1834 en Argelia y generalizadas a todas las colonias francesas que afectan a las poblaciones autóctonas, no europeas, bastante semejante a lo que ha representado el Apartheid en Sudáfrica en el siglo XX, y sometiendo a las poblaciones de los territorios coloniales a todo tipo de discriminaciones y de obligaciones, entre ellos, el trabajo forzado. El estatuto será abolido definitivamente en la posguerra, perdurando en África occidental francesa hasta 1946.

[3David GALULA, Pacification en Algérie, París, Les Belles Lettres, 2016 [primera publicación en inglés de 1963 por Rand Corporation], pp. 284-285.

[4M. REGGUI, Les massacres de Guelma, París, La Découverte, 2006, p. 49.

[5Ver especialmente Sortir du Colonialisme [Collectif], Résister à la guerre d’Algérie par les textes de l’époque, París, Les Petits Matins, 2012.

[6Después de haberle votado plenos poderes a Guy Mollet para enviar el contingente a Argelia, la dirección estalinista adelanta, a lo sumo y sobre el fin de la guerra, la idea de la "paz en Argelia", y no de su independencia.

[7“¿Qué pasa con el ejército, y quiénes se han convertido en los criminales [hayan sido, o no, putschistas, en 1961] de 1954-1962?”, se pregunta Pierre Vidal-Nacquet en uno de los primeros textos franceses referidos a los crímenes del ejército en Argelia. Todos amnistiados, sin haber sido investigados seriamente, en 1962, algunos reciclados en el aparato de Estado, algunos en la retirada, los "más peligrosos [aventajando] a las brigadas patronales" y a quienes se los volverá a encontrar en los grupos de choque emplazados por los patrones franceses para frenar el ascenso obrero de 1968. Ver P. VIDAL-NACQUET, Les crimes de l’armée française. Algérie 1954-1962, París, La Découverte [primera edición en Maspero en 1975], 2001, pp.10-11.

[8F. FANON, Les damnés de la terre [1961], París, La Découverte, pp. 145-146

[9A. HAROUN, La 7e wilaya. La guerre du FLN en France, 1954-1962, Argel, Rahma, 1992, p. 433.

[10M. HARBI, Le FLN. Mirage et réalité des origines à la prise du pouvoir (1945-1962), París, Les Editions JA, 1985, p. 379.

[11Se pensará en la manera en la que este Código contraviene a “la Carta de Argel” adoptada en 1964, y que destaca de qué manera “durante siglos la mujer argelina fue mantenida en un estado de inferioridad que tendía a justificar concepciones retrógradas o interpretaciones erróneas del Islam. El colonialismo ha agravado esta situación de nuestra sociedad […]. La guerra de liberación ha permitido a la mujer argelina afirmarse y tomar responsabilidades y una parte activa en la lucha al lado de los hombres. […] Pero todavía hoy, el peso del pasado arriesga frenar la evolución en ese sentido. […] La igualdad de la mujer y del hombre debe darse en los hechos” (en Fadéla M’RABET, La femme argelina, París, Maspéro, 1965, pp. 127-128). Para cerrar el capítulo que cita la Carta, M’rabet concluye de manera lapidaria: “para la liberación de las mujeres ocurre lo mismo que para la independencia nacional: se arranca” (ibíd., p. 139). Es entonces el propio Estado-FLN quien, en nombre de concesiones respecto de ciertos sectores que tenían viento en popa en los años 1980 y a causa de su propio autoritarismo congénito, reconsidera, sobre la cuestión de las mujeres, los derechos que habían sido arrancados, con alta lucha, por los combates de liberación.

[12M. HARBI, op. cit., p. 385.

[13L. TROTSKY, “Sobre el segundo plan sexenal en México” (1939), en Escritos latinoamericanos, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2013, p.151.

[14L. TROTSKY, La révolution permanente (1929), París, Editions de Minuit, 2007, p. 124.

[15K. YACINE, A “A. Walter”, en Soliloques (1946), París, La Découverte, 1991, p. 34.
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Jean Baptiste Thomas

Editor de RPDimanche, y profesor de historia y estudios hispanoamericanos en la Universidad de Poitiers y la Ecole polytechnique (París, Francia)