La última producción de Netflix se adentra en la historia de los Rayburn, donde nadie es lo que parece ni lo que dice ser.
Celeste Murillo @rompe_teclas
Viernes 17 de abril de 2015
Ambientada en los cayos de la península de la Florida, Bloodline presenta a la familia Rayburn que, desde la primera escena, se nos aparece demasiado buena para ser real. Con guión de Glenn Kessler, Todd A. Kessler y Daniel Zelman, la última serie producida por Netflix transforma la playa soleada en un lugar oscuro y denso.
Los guionistas tienen como antecedente nada menos que Los Soprano. Reconocida por muchos como la primera de esta nueva “era de las series”, Los Soprano contó de 1999 a 2007 la vida cotidiana del jefe de la mafia de Newark, Tony Soprano, incluidos sus ataques de pánico, frustraciones y problemas familiares.
En Bloodline, los padres de la familia Rayburn son los dueños de un hotel en los paradisíacos cayos de la Florida. Respetados por la comunidad, empresarios exitosos y padres de una familia numerosa, muestran una fotografía ideal. El escenario idílico se rompe con el regreso del hijo que se ha ido: Danny Rayburn, la oveja negra.
Desde que Danny vuelve a la casa Rayburn, lo que parecía una comunidad perfecta, empieza a supurar y no deja de hacerlo hasta el final de la temporada. La apariencia insufrible de los hermanos unidos a pesar de todo se empieza a resquebrajar ya en los primeros capítulos.
Bloodline recoge el guante de los paisajes densos y asfixiantes que True Detective trajo a la pantalla (quizás poniendo la vara demasiado alta). Como en la serie de HBO, la música es protagonista y ayuda a construir el clima que rodea a los Rayburn. La humedad de la playa y el calor que no da tregua son omnipresentes. El cielo siempre está a punto de estallar en tormenta. Danny fuma un cigarrillo tras otro, sin parar. Todos transpiran todo el tiempo. El clima es sofocante.
El pasado y el presente se mezclan para que los espectadores puedan meterse en la tormenta familiar. Pasa en las “mejores familias”: la verdad no es transparente, no se sienta a la mesa a la hora de la cena. A menudo, aparece detrás de las mentiras, los secretos y las apariencias, o la idea de que la familia debe estar unida porque sí o, en el caso de los Rayburn, porque es bueno para el negocio familiar.
Las series estadounidenses suelen entronar a la familia en lo más alto; le rinden culto. Bloodline, muestra una faceta más descarnada y, no hace falta decirlo, más realista. Con altos y bajos, presentes que esconden pasados, buenos que son malos, y malos que no son los peores de la historia, avanzan los trece capítulos de su primera temporada.
El primer capítulo arranca con una voz diciendo “No somos malos, pero hicimos algo malo”. Una parte del misterio es develada. El espectador sabe lo que sucedió pero no sabe por qué, quién, cómo ni cuándo; y uno de los principales logros del guión es que le hace creer que sí lo sabe, para luego ir desarmando la historia que cubre la verdad.
Bloodline mezcla misterio y melodrama familiar, todo en su justa medida. Como para ir calentando las pantallas, mientras llega la segunda temporada de True Detective en junio.
Trailer de Bloodline
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.