Mientras “Atenas” sigue en cines, el poeta y realizador saca “Lluvia de jaulas”, su quinto largometraje producido de manera autogestiva y proyectado únicamente en centros culturales.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Jueves 6 de junio de 2019 11:21
“Desde que salí, no hice otra cosa que laburar. A veces pienso que se me fueron los 20, la década, la joda, la famosa edad para romperme al medio. Encima salía de estar en cana, tenía más motivos para reventarme. Y fui papá. Todo demasiado serio. Pero no lo vivo como una obligación. Laburo, y cuando veo que se puede presentar lo que laburé, listo. No sacaría algo inacabado ni me apuro. Si termino una película, ¿me la voy a guardar?”. Mientras Atenas sigue exhibiéndose en algunas salas (como el Teatro Municipal de su Morón natal), César González tira a la cancha Lluvia de jaulas, quinto largometraje de este polímata suburbano, prolífico y ansioso que, a la vez, prepara nuevos libros de poesía y ensayo.
“Hay mucho cliché con la creación artística, sobre todo en cine. De que estuviste muchos años súper pensando tu nueva película. Pero yo puedo sacar dos películas por año que igual fueron recontra pensadas. Porque cuando me meto, no existe otra cosa: no salgo los viernes ni los sábados. Lo re disfruto, porque sino, no lo haría: hacer películas no me deja guita”, amplía César, quien en febrero cumplió treinta años pero ya parece un veterano de la producción cultural con cinco largos, al menos una decena de cortos, tres libros y programas de tele como el recordado Corte rancho de canal Encuentro.
En el futuro será indispensable profundizar en la amplia obra de César González para entender esta época. A lo mejor en ese entonces se hará justicia con este muchacho por quien los medios se preocuparon más por ponerle una etiqueta que por entenderlo. El tag de “poeta chorro” (así lo llamaban) resultaba tentador para presentar desde los mass media a un tipo de la villa Carlos Gardel que había pasado un tercio de su vida detenido y, de golpe, se revelaba a los 21 años como un promisorio lector y escritor con su libro de poemas La venganza del cordero atado bajo el brazo. Para los discursos hegemónicos siempre es una bendición que un marginal muestre que puede “domesticarse”: sería la evidencia de que el sistema le da oportunidades a todo aquel que esté dispuesto a suscribir sus contratos de normas y conductas. Meritocracia para todes.
Pero desde ese entonces pasó casi una década y ninguna de las etiquetas en danza parecen explicar todo lo que César produjo durante este tiempo. No sólo películas, libros y revistas: generó también una nueva forma de entender a las industrias culturales, sus motivos y sus fines, sus formas de producción y sus mecanismos de circulación. Pese a esto, asegura que no tiene trabajo fijo y vive en el barrio Carlos Gardel de Morón gracias a la venta de sus libros y de las charlas que da por todo el país. “Me cuesta todo un montón, aunque lo reconozco como el precio que debo pagar por ser libre de verdad”, sostiene. “Siempre me llamaba la atención algo que decía mi vieja cuando la situación la desbordaba: Al final era más fácil estar presa, ahí tenés todo armado pero afuera es pura incertidumbre. Porque si hay algo que tiene una carga mitológica en la sociedad, es la cárcel. Cuando estás afuera te dicen que sos libre, aunque en realidad no sos libre de nada. Para algunas personas es más difícil salir que entrar y algo de eso quise contar en Atenas”.
Si Atenas fue su experiencia más cercana a “la industria del cine” (desde el financiamiento y las burocracias del INCAA hasta las largas semanas en la cartelera del Gaumont), en Lluvia de jaulas César González retoma el autofinanciamiento y la circulación militante con proyecciones en centros culturales y espacios afines. Este volantazo no es casual y demuestra la senda en la que más cómodo se siente. “En esta película es donde más libertades pude tomarme”, asegura César. “Finalmente logré abandonar lo narrativo. Si bien no es experimental, tiene mucho de eso, aunque a la vez es un documental y también un poema visual. Si bien es inevitable contar una historia, el montaje fue mucho más sensorial, no tan diegético: por momentos es un documental clásico y a la toma siguiente se vuelve una cosa onírica”.
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