Enmarcado como una obra de arte, del arte de la resistencia y la solidaridad de clase, el agujero hoy ya tapado pero resaltado con un elegante marco de madera, es la marca de un momento histórico en los diecisiete años de vida de la empresa recuperada por sus trabajadores. Hoy la imprenta Chilavert se encuentra jaqueada, como otras fábricas bajo gestión obrera, por tarifazos siderales que amenazan su existencia.
Martes 9 de julio de 2019
Fotos: Mar Ned *Enfoque Rojo
A comienzos de 2002 la imprenta del barrio de Pompeya estaba en una situación crítica. Ante la quiebra declarada por su dueño Horacio Gaglianone, los trabajadores decidieron ocuparla para evitar que éste se llevara las máquinas, que era el paso previo al vaciamiento y el cierre definitivo que los hubiera dejado en la calle. Denunciaron ante la justicia el fraude que se estaba cometiendo: el dueño no había incluído las principales impresoras en el inventario con el plan de llevárselas. Pero el taller estaba parado, no tenían autorización para trabajar. Una custodia policial cuidaba que no entrara ni saliera nada. Luego de ocho meses de ocupación, haciendo guardias rotativas y con más de un año sin cobrar sus sueldos, los trabajadores decidieron poner en marcha el taller. Habían recibido un encargo y era la oportunidad de probar que podían pasar de la resistencia a la acción. Pusieron a funcionar las máquinas diciendo que tenían que hacerlas trabajar para que no se arruinen. Así pudieron imprimir el trabajo sin levantar sospechas. Pero cuando lo tuvieron listo se encontraron con otro problema: cómo hacer para sacar las cajas con el material impreso para entregarlo al cliente.
Julio Berlusconi era el mecánico que había atendido siempre las máquinas de la imprenta. Era además, el vecino de al lado y amigo de quienes operaban esas grandes impresoras que él mantenía desde hacía años. Esa amistad fue puesta a prueba el día en que Gaglianone lo convocó para desarmarlas. Los trabajadores se lo impidieron, explicándole la situación y que hacía meses que no cobraban. Entonces don Julio fue a verlo al dueño. -Hasta que no les pague a los muchachos no voy a desarmar nada- se plantó ante Gaglianone. Y fue a él a quien se le ocurrió la idea: -¿Por qué no hacemos un agujero en la pared del fondo así sacamos el laburo por mi casa?- Así hicieron, pasaron el trabajo desde el taller al garage del vecino, y el mismo Julio sacó las cajas en su auto y burlando a la policía pudieron cumplir con esa primera entrega.
También fue Julio el que les tiró un cable para seguir trabajando cuando les cortaron la luz, el gas, el agua y el teléfono. La solidaridad de clase aparece en los momentos críticos. Ocho meses vivieron en la imprenta, turnándose para cuidar el taller, recibiendo la solidaridad y las comidas de los vecinos del barrio. Ocho eran los trabajadores que habían quedado de los casi cincuenta que llegó a tener la imprenta en su plantel. Y ocho fueron los carros de asalto que apostó la policía en la calle el día que intentaron desalojarlos. Un carro por cada trabajador.
Hoy recuerdan que Cándido, inmigrante español y uno de los compañeros más antiguos, quería apilar todo el papel junto a las ventanas, para que se prendiera fuego si la policía tiraba gases. -Si entran, que sea para apagar el incendio- dijo.
La tradición obrera tuvo siempre a los trabajadores gráficos a la vanguardia de las luchas. Quizás por deformación profesional los tipógrafos fueron los más avanzados políticamente: tenían que leer completos los libros que imprimían, componiendo letra por letra las páginas de las grandes obras de la literatura y de la política. No es casual que la primera gran huelga en Buenos Aires fuera protagonizada en 1870 por el gremio gráfico.
La tenaz resistencia de sus trabajadores, la movilización del barrio y el apoyo de otras empresas recuperadas logró parar ese y otros intentos de desalojo.
Finalmente el 17 de octubre de 2002 lograron que la Legislatura les diera la tenencia provisoria. Reabrieron el portón y las máquinas volvieron a funcionar, ahora legalmente como Cooperativa Chilavert Artes Gráficas.
Retomar la producción no les resultó fácil. Tenían las máquinas y quienes las sabían operar, pero tuvieron que aprender a organizar y administrar la empresa. Y las editoriales no confiaban en que pudieran cumplir con la calidad y en los tiempos exigidos.
Además, esa etapa que comenzaban, en un país que todavía no salía de la gran crisis que casi un año atrás se había llevado la vida de treinta y nueve trabajadores durante la represión que desató el gobierno de la Alianza antes de huir en helicóptero, iba a demandar una gestión con gran imaginación y fortaleza para demostrar que una empresa puede funcionar sin el patrón y además mantener a las familias de sus trabajadores.
Desde un primer momento decidieron que tenían que abrir las puertas hacia el barrio: era la manera de devolver el apoyo que habían recibido durante los meses de ocupación. Así, desde 2004, año en que lograron la tenencia definitiva, funciona en el primer piso el Area Cultural con biblioteca, galería de arte y un archivo sobre la historia de las fábricas recuperadas. También se dan ciclos de cine, obras de teatro, y talleres.
Y en 2007, se inauguró el Bachillerato Popular Chilavert, una secundaria para jóvenes y adultos, gratuita y con título oficial especializado en cooperativismo, en la que hoy estudian más de sesenta alumnos, y trabajan treinta docentes.
Chilavert demuestra que una empresa siempre podrá funcionar sin patrones, pero nunca sin trabajadores. El dueño, ante una situación de crisis económica, o si ya no gana lo suficiente, o simplemente se cansó y quiere dedicarse a tomar mojitos en el Caribe, cierra la fábrica, vende todo y se lleva la plata. Esa riqueza no pudo hacerla él sólo, necesita personas que trabajen para él, operarios especializados a quienes les paga sólo una parte de lo que producen, para apropiarse del resto.
Las empresas bajo gestión obrera como Chilavert, cuestionan la lógica capitalista de que las riquezas se producen gracias a la buena voluntad de los empresarios que ponen en juego su capital, dan trabajo y hacen funcionar la economía.
Las fábricas recuperadas muestran a la vez los límites del sistema: sobreviven compitiendo con sus productos en el mercado, siempre en condiciones desfavorables, ya que difícilmente pueden acceder a créditos y mucho menos se manejan haciendo bicicletas financieras. O los desplazan en licitaciones truchas por motivos políticos, como le sucedió hace poco a Madygraf con el Ministerio de Educación.
A esto se suman los tarifazos en los servicios de provisión de energía. Los llamados servicios públicos, que en realidad ya no lo son: hasta la década del 90 eran empresas gestionadas por el estado, que brindaban los servicios esenciales de electricidad, gas, agua y telefonía. Esas empresas fueron privatizadas a precios de regalo en la época de Menem, subsidiadas por el estado hasta hoy y que siguen llevándose ganancias por miles de millones de dólares.
En el sur, en la provincia de Neuquén, está el publicitado emprendimiento de Vaca Muerta, que produce combustibles y los vende en el mercado local a precios internacionales. Esto ocasiona que las tres fábricas de cerámica de la provincia, Zanón, Stefani y Cerámica Neuquén, no puedan pagar las facturas millonarias de gas y estén amenazadas con cortes de servicio por Camuzzi, la empresa distribuidora, que acaba de anunciar que repartirá entre sus accionistas las ganancias por más de 2800 millones de pesos obtenidas gracias a los tarifazos en el último año. En la provincia de Vaca Muerta, se paga el combustible como si fuera importado. La irracionalidad capitalista hace que las ceramistas de Neuquén tengan bajo sus plantas el gas que necesitan para trabajar, pero no puedan pagarlo, con su subsistencia bajo amenaza.
Chilavert hoy está amenzada con el corte de energía eléctrica por Edesur. Deben una factura de un millón de pesos que obviamente no pueden pagar. Sus quince trabajadores sobreviven en un mercado gráfico deprimido por la crisis económica, mientras a Edesur y Edenor les condonan una deuda por 7mil millones de pesos. Las ventajas del capitalismo son para los capitalistas: Nicky Caputo y Marcelo Mindlin, amigos del presidente y dueños de las empresas de energía.
Pero como todas las empresas bajo gestión obrera, Chilavert resiste. Las fábricas recuperadas son un faro, un camino posible para la defensa de los puestos de trabajo ante amenzas de cierre o despidos, mostrando que los trabajadores pueden dirigir una empresa. Por eso son blanco del ataque de los gobiernos que las dejan a merced de los tarifazos. También son una salida para resolver el problema de los servicios públicos: las empresas de energía expropiadas y gestionadas por sus trabajadores y sus técnicos, brindarían un servicio barato para la clase trabajadora y las mayorías populares. Los servicios publicos son un derecho, no pueden ser un negocio.
Por eso defender las gestiones obreras es importante para mostrar que se puede pelear contra el sistema. Por eso hay que apoyar a Chilavert, que el próximo sábado 13 de julio, organiza el primer Festival Contra los Tarifazos, con música, teatro y buffet, en defensa de las gestiones obreras.
Porque Chilavert no se apaga!