Un relato que es el pan de cada día para los jóvenes precarizados.
Martes 22 de marzo de 2022 22:45
Todo comenzó muy extraño, no recuerdo el motivo por el cual no estaba con la moto.
Salía de la casa de mi amigo Pituko al principio de la pandemia, con una botella de agua tibia en la mano.
Me acompañaba mi amigo Webo caminando hacia mi casa.
Decidimos que el mejor camino era subir por Malabia y bajar por Olazábal. Antes de llegar a esa esquina visualizamos un patrullero estacionado: parecía como si un jubilado lo hubiera estacionado. Eran dos los policías, una femenina y un masculino al lado del móvil policial.
Desde el momento que los vimos sabíamos que iban a ser una piedra en nuestro camino a casa. Tranquilos seguimos caminando y al llegar a la esquina pasó lo que anticipamos.
Nos llamaron con un grito:
"¡Hey, ustedes dos contra el patrullero, dale!"
Seguíamos serenos como Piero, no teníamos motivos para no estarlo.
Con las manos arriba del capó, con la botella de agua en el piso nos empiezan a revisar y a cuestionar por qué estábamos caminando a esas horas de la noche.
Les explicamos que salíamos de trabajar y fuimos a tomar un vino a la casa de un amigo, que ya nos íbamos a nuestras casas. Mostramos los permisos de circulación vigentes y todo debería haber terminado ahí.
Ellos siguieron cuestionando la botella de agua y mi apariencia: la de un motoquero sin moto.
Demostré mi fastidio tomando un trago de agua y al apoyarla en el piso, la femenina al grito de
"¿QUIÉN TE DIO PERMISO DE TOMAR AGUA?"
la pateó y luego intensificó la requisa pidiéndonos que pongamos nuestras pertenencias en el capó del patrullero.
Les llamó la atención el llavero de mi amigo Webo -un sacacorchos- de modo que lo tomaron como burla:
"No podés tener un sacacorchos de llavero"
dijo el masculino mientras lo miraba incitando a la violencia.
Nosotros nos mirábamos sabiendo que no valía la pena responderles a su prepotencia.
La femenina encuentra mi portatucas, vacío, pero aun así comprometedor para que me señalen de fumón y drogadicto.
Ya cansado de tanto verdugueo les digo
"Si buscan falopa acá no la van a encontrar"
Me respondieron con una patada en los tobillos y con amenaza de que si no me callaba la iba a pasar peor.
En ese momento tan tenso e incómodo llega otro patrullero con dos policías pasados de esteroides, eran dos patovicas. Lo veo a Webo y su cara era de resignación.
Nos someten a una nueva requisa física y fue tan intensa que pasaron un límite. Tan impotente me sentí que mientras me manoseaba el patovica de la Bonaerense empecé a gemir. Sí, sí, a gemir:
"ay así, no pares!"
Webo, asustado, enojado y preocupado por lo que me podía a llegar a pasar les explica que todo era innecesario, que solo queríamos volver a nuestras casas. Yo estaba en el plan de que si me van a pegar que sea por un buen motivo.
Los policías asqueados por mis gemidos nos piden que guardemos nuestras cosas "de borrachos y fumones" pero solo a Webo le dan permiso para que se vaya. Al ver que no se iba a ir sin mí, uno saca su machete y lo corre media cuadra. Los otros polizontes se burlaban y me decían
"Mirá cómo te dejó tirado tu amigo, te abandonó"
Sin importarme lo que me esperaba, les respondo
"No me abandonó, lo corrieron, pelotudo. ¿Me vas a dejar ir o me vas a revisar de nuevo?"
Se acercó y me dijo al oído:
"Agarrá tus cosas y raja de acá putito, que si te cruzo de nuevo no te ven más".
Acaté la orden pero antes de irme no pude frenar mi asco hacia la fuerza policial.
Pateé la botella de agua contra el patrullero y como saluda un hincha visitante a la otra hinchada rival, le hice un gesto que no podría catalogarse como elegante, se la agité.
Webo estaba a mitad de cuadra mirándolo todo, un poco enojado por mi actitud de irreverente pero consciente de que se merecían eso y mucho más.
Yo no se sí al otro día los policías les contarían a sus hijxs o a sus parejas lo que hicieron con dos peregiles que iban caminando por una calle de Boulogne, pero nosotros se lo contamos tímidamente al Tano dos dias despues: Webo avergonzado y yo con cierta bronca por que sabía que no iba a ser la última vez que la policía abuse de su autoridad.
Como dicen en el barrio: esto es rutina.
También lo conté con cierta picardía porque no encontraron dos cogollitos que tenía guardados en el bolsillo del buzo térmico que tenía abajo de la campera; y con cierta revancha porque esos soretes van a seguir siendo lo que son -unos soretes- y yo sabiendo que soy mejor persona que toda esa gente uniformada.
Sólo lamento no haber caminado por Sarratea, avenida transitada donde los polizontes no estarían tan impunes, por que ahí pasan más laburantes que policías resentidos.
Ellos saben que en las esquinas oscuras pueden estar a salvo de la ira de un laburante al ver una injusticia que alguna vez pasó, porque todos tenemos a un compañerx que sufrió un episodio similar y hasta en carne propia.
¡Tenemos que organizarnos para cambiar esta situación!