La crisis del coronavirus y la recesión global están exacerbando el nacionalismo reaccionario de los Estados imperialistas. El espíritu del “America first” de Donald Trump parece haberse expandido como un virus. Como contracara, la clase obrera mundial es la única fuerza social que puede dar una salida progresiva a esta crisis, reorganizando la producción bajo control obrero y profundizando el internacionalismo.
Como parte de las medidas inéditas que vienen tomando algunos Estados imperialistas para gestionar la crisis del coronavirus –cuarentenas impuestas a millones de personas y militarización de las ciudades–, el 17 de marzo se anunciaba otra de calado: la UE cerraba totalmente sus fronteras por 30 días. Era una respuesta, a contragolpe, a lo que ya había comenzado a producirse sin coordinación alguna; el cierre de fronteras que de forma unilateral habían anunciado ya España, Portugal, Austria, República Checa, Dinamarca, Estonia, Alemania, Hungría, Lituania, Polonia, Noruega y Suiza.
El espacio Schengen de libre circulación entre los países comunitarios, que entró en vigor en 1995 y hasta ahora se había mantenido activo como unos de los pilares del proyecto de la UE, entraba en coma. Aunque, recordemos, ya había tenido un resquebrajamiento importante durante la crisis de los refugiados de 2015, cuando países como Austria o Hungría cerraron sus fronteras, con la xenofobia como política de Estado.
La crisis del coronavirus ha exacerbado las respuestas nacionalistas reaccionarias. Cuando se identificó el virus en enero en la provincia china de Wuham, desde la prensa occidental se lo estigmatizó como un “virus chino” e incluso se especuló cómo otros estados podrían aprovechar la crisis en su propio beneficio. “Este es el esfuerzo más agresivo para enfrentar un virus extranjero en la historia moderna (de EEUU)”, aseguraba Donald Trump en uno de sus primeros discursos sobre el COvid-19, recuperando la retórica de un Estados Unidos “puro” amenazado por la invasión extranjera –china, musulmana, mexicana—, frente a la que hay que levantar nuevos muros.
Cuando la pandemia se desató en Italia, la primera respuesta de Alemania y Francia fue prohibir a las empresas de esos países la exportación de material médico, especulando con acaparar para el futuro. En plena crisis italiana, no hubo ningún tipo de apoyo, ninguna cumbre europea se reunió para declarar una emergencia y enviar masivamente insumos médicos ni personal sanitario. La respuesta fue reforzar fronteras y asegurar la producción nacional en países de los más ricos del planeta, que en ese momento no tenían casi contagios. Es decir, que mientras seguían abiertas las fronteras para la libre exportación de coches alemanes y franceses, se cerraban para exportar material médico. Tampoco el gobierno español, en manos de la coalición entre el PSOE y Podemos, actuó de modo diferente.
Para lo que no faltó resolución, en cambio, fue para anunciar planes de rescate masivo a las empresas por parte de los gobiernos imperialistas, con cientos de miles de millones de euros a disposición de nuevos créditos y exenciones fiscales. No hace falta otra muestra del carácter profundamente reaccionario de la UE y del sistema capitalista de conjunto. Al mismo tiempo, los Estados imperialistas mantienen los bloqueos a países como Irán, Cuba o Venezuela, en medio de esta catástrofe social, condenando a pueblos enteros a la muerte.
En diferentes actos, los jefes de Estado de Italia, Francia, Estado español, Alemania, se dirigieron en los últimos días por cadena nacional haciendo uso de la metáfora de la guerra contra un “enemigo invisible”, de la “ciudad amurallada” para prevenir el contagio. Cada mandatario apeló a la “unidad nacional” y el “esfuerzo de guerra”, buscando insuflar el sentimiento nacional, como si se frente a la epidemia se suspendiera el conflicto de clases.
La estrategia del confinamiento masivo de las poblaciones bajo control policial, junto al cierre de fronteras, busca reforzar el sentido común de salvamiento individual o del salvamiento de las naciones más fuertes contra las más débiles.
Al mismo tiempo, los países imperialistas han aprovechado esta crisis sanitaria para blindar las fronteras contra las migraciones. Lo que Donald Trump o Salvini venían agitando de forma grotesca y que la dirigencia de la Unión Europea hasta ahora no podía decir en voz alta (aunque la realidad viene siendo la de miles de inmigrantes hacinados en campos de internamiento en las fronteras exteriores, en países como Turquía, Libia o Marruecos, deportaciones exprés y el endurecimiento de las leyes de extranjería), ahora encuentra una contundente justificación en la pandemia.
En última instancia, la metáfora de la ciudad amurallada contra la peste presenta al virus como un enemigo extranjero que viene a “invadirnos”. Lo lógica de la peste lleva a desconfiar del vecino (y a incentivar la delación del que no “cumple” su responsabilidad social), desconfiar incluso del otro que vive en nuestros hogares y que puede ser portador de ese enemigo “externo” e invisible que se mete en nuestros cuerpos.
Los estados nacionales y las grandes corporaciones: una traba insuperable para una respuesta global a la pandemia y la crisis capitalista
El epidemiólogo Peter Piot, uno de los primeros en investigar el virus del Ébola, señaló hace unos días que esta pandemia del Covid-19 se estaba abordando con métodos medievales: confinamiento, aislamiento y distanciamiento social (le faltó decir, y militarización del espacio público). Un método elemental con que se respondía a las grandes pestes en siglos pasados, cuando la falta de antibióticos, tecnología e investigación científica no dejaba otras opciones. Podríamos agregar que esta crisis también se está empezando a combatir con métodos “clásicos” del capitalismo del siglo XX: junto a las medidas que descargan la crisis sobre la clase obrera como despidos y suspensiones masivas, se está produciendo un mayor enfrentamiento entre los estados, fortalecimiento de las fronteras, recrudecimiento del nacionalismo imperialista, guerras comerciales, y, en perspectiva, no hay que descartar, posibles nuevas guerras.
En un artículo publicado hace unos días [1] Slavoj Zizek planteaba que “La epidemia no es solo una señal de los límites de la globalización mercantil, también señala el límite, aún más fatal, del populismo nacionalista que insiste en la soberanía absoluta del Estado”. Mientras la pandemia se muestra como un fenómeno global, las soluciones nacionalistas del “sálvese quien pueda” solo boicotean la contención del contagio a nivel internacional.
¿Cómo es posible que en el siglo XXI puedan escasear, en países como Francia, Italia o España, bienes tan elementales como mascarillas de tela, alcohol en gel, o respiradores artificiales, mientras hay empresas en todo el mundo que ya mismo podrían producir millones de estos productos, y existen redes de logística desarrollados internacionalmente que podrían aprovisionar a naciones enteras en pocos días? La respuesta es que la propiedad privada y la competencia entre grandes corporaciones, por un lado, y por otro, la competencia entre los Estados, se convierten en obstáculos absolutos para resolver estas cuestiones elementales.
“Una de las causas fundamentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado nacional”, aseguraba Trotsky en La revolución permanente.
Entre las 20 empresas multinacionales más grandes del mundo se encuentran farmacéuticas como Johnson & Johnson, Pzifer, Procter & Gamble, Roche y gigantes de la logística como Amazon, Alibaba y Walmart, que tienen una estructura logística internacional sin precedentes, capaces de abastecer de productos en todo el mundo de forma inmediata. Amazon, incluso, ha desarrollado sistemas de entrega mediante drones en zonas de difícil acceso, pero esa capacidad no está puesta a disposición de las necesidades sociales.
Si se hace el ejercicio de comparar el volumen de negocio de grandes empresas y los presupuestos de los Estados, se da el caso de que 69 de las 100 entidades económicas más importantes del planeta son empresas, y las 25 corporaciones que más facturan superan el PIB de varios países. Actualmente, algunas de esas corporaciones están compitiendo por el descubrimiento de una vacuna para el Covid-19, lo que puede ser una fuente de grandes negocios en medio de esta crisis, pero está obstaculizando la puesta en común de los descubrimientos e investigaciones que, si fueran públicos y colaborativos, avanzarían mucho más rápido.
Un programa de la clase obrera para dar una salida a la crisis
La crisis sanitaria y su efectos económicos inmediatos, con sus oleada de despidos, colapso de sistemas sanitarios enteros, miles y miles de muertos, es la enésima confirmación práctica del carácter fraudulento e ideológico de los discursos de todos los intelectuales neoliberales, que hablan del capitalismo como el mejor sistema económico posible, y de las democracias liberales, completamente sometidas a la voluntad de los banqueros y de los industriales, como el más alto grado de democracia posible.
La realidad es que los capitalistas y sus gobiernos en todos los países son incapaces de hacer frente a esta pandemia y la crisis económica global en el terreno en el que habría que hacerlo, a saber, a escala mundial. Los impulsos nacionalistas y competitivos entre los Estados y las corporaciones son lo opuesto al único criterio que puede permitir la cooperación y el despliegue de medios y energía de forma eficiente: la planificación social de los recursos, bajo el control democrático de la clase trabajadora y los sectores populares.
Algunas medidas ya adoptadas por los gobiernos –a contragolpe y de forma parcial– deben conceder algo a este criterio, como, por ejemplo, el anuncio de la centralización del sistema sanitario del Estado español en manos públicas, la medicalización de hospitales o el requerimiento a empresas automotrices de que se pongan a producir respiradores en otros países. Son, en un sentido, un homenaje que hace la burguesía en plena crisis a la necesidad de la planificación socialista de la economía.
Sin embargo, es evidente que su compromiso con la gran propiedad y los beneficios de la pequeña minoría de personas millonarias impide a la casta política gobernante seguir este camino de forma consecuente, tal como sería necesario. Los que gestionan los Estados actuales administran los intereses materiales, económicos y de los capitalistas, lo que deriva en la imposibilidad de afrontar la crisis y de superar rápidamente el virus, para evitar el mayor número posible de muertes, así como la caída en la miseria de millones de personas en los próximos meses.
Estas son, en cambio, prioridades para la clase obrera, que en casi todas partes sigue yendo a trabajar, mostrando al mismo tiempo la importancia de las posiciones estratégicas que ocupa en la sociedad. No solo el personal sanitario, sino los estibadores portuarios, el personal de las empresas farmacéuticas, los camioneros, los trabajadores de almacenes de la logística, las cajeras de los supermercados, las trabajadoras de limpieza, las trabajadoras y trabajadores que recolectan frutas y verduras en el campo, y en general, los batallones obreros en todo el sector de la agroindustria incluyendo grandes fábricas alimenticias, los trabajadores bancarios, los que están ocupados en la compañías telefónicas y proveedores de internet, así como los trabajadores de la industria que podría ponerse al servicio de producir todo el material médico necesario, son todos sectores fundamentales para el funcionamiento de la economía capitalista, incluso en tiempos de “cuarentena” generalizada impuesta por los Estados.
Por eso, la única salida progresiva a la crisis del coronavirus puede venir de la acción de la clase obrera no solo a escala nacional, sino internacional. Y para apostar por ello, es que necesitamos desde ahora levantar un programa de emergencia que permita los explotados y oprimidos no salir derrotados, dispersos y empobrecidos de esta crisis, sino como una fuerza activa, más organizada y consciente de su propia fuerza. A su vez, es la clase obrera, la que se expone mucho más al contagio, en condiciones de precariedad laboral, con pésimos sistemas de transporte, sin condiciones de seguridad e higiene en las empresas.
Ante el desastre al que nos han llevado los capitalistas, hace falta que mostrar que son los propios trabajadores y trabajadoras los que pueden asumir todas las medidas necesarias: no sólo desde el punto de vista de la garantía del trabajo, contra los despidos masivos y de mantener los salarios, sino también de proveer los alimentos y los recursos médicos para toda la población pobre - y no sólo para una minoría rica -. Algo que solo será posible si se logra imponer en los lugares de trabajo el control democrático, desde abajo, de los trabajadores, en el esfuerzo por asegurar y reconvertir la producción para responder a las prioridades sociales.
Algunos pequeños ejemplos ya empiezan a vislumbrarse, como la iniciativa de las trabajadoras del calzado en España que han puesto sus manos a coser mascarillas para hospitales, o fábricas recuperadas por sus trabajadores en Argentina que se ofrecen a producir batas, alcohol en gel y otros productos necesarios. Son pequeños ejemplos de una política de clase que brillan como diamantes en medio de esta crisis, y que hay que generalizar y visibilizar lo más que se pueda.
La alternativa al programa del "business as usual" de los capitalistas pasa por la nacionalización de los sectores económicos estratégicos en la producción de los bienes esenciales, así como la nacionalización de la banca o el control del comercio exterior, para evitar la especulación con el comercio de respiradores o remedios, como ya sucede en el mercado mundial. Pero estos recursos no pueden quedar bajo la gestión de los mismos gobiernos y parlamentos que han permitido que este virus devenga en una catástrofe mundial: para imponer criterios sociales, de seguridad y de planificación general favorables a los trabajadores, la única posibilidad es hacer que la clase trabajadora y comités de usuarios controlen todos estos recursos.
En particular, el control obrero en la industria farmacéutica es la única forma que tenemos de frenar el deseo de estas empresas multinacionales y las potencias rivales, empezando por China, Estados Unidos y Alemania, de obtener beneficios con la futura vacuna, o de mantener el privilegio de acceso a la vacuna restringido a sus propios países, antes que para nadie.
Este proceso, a diferencia de la forma en que los gobiernos y los capitalistas aplican sus políticas, requerirá un grado de cooperación internacional que pueda aprovechar el desarrollo internacional de las fuerzas productivas y la capacidad de mover bienes y personas que se ha desarrollado en los últimos decenios con el surgimiento del mercado mundial más conectado de la historia. La respuesta de la clase obrera a la crisis, y el control de lo que se produce y en qué condiciones, que podrá ser discutida e implementada primero a nivel de un hospital, una fábrica o empresa, necesitará extenderse en el terreno nacional, y en última instancia, en el escenario internacional, para lo cual será necesario luchar por gobiernos de trabajadores.
El internacionalismo que necesitamos y que puede salvar a la humanidad no es el internacionalismo de las empresas transnacionales, que están presionando para obtener más beneficios incluso en esta coyuntura, pero tampoco es ninguna solución la vuelta al nacionalismo reaccionario de los Estados imperialistas, que en el siglo XX llevaron a dos guerras mundiales.
El ejemplo que tenemos en mente, en estos tiempos de crisis y pandemia, es el de la fraternidad y la cooperación de los trabajadores y las trabajadoras de todos los países, el contagio de los procesos revolucionarios y la lucha de clases, así como la construcción de una organización revolucionaria internacional de la clase obrera, el partido mundial de la revolución socialista, la IV Internacional.
Estamos ante un nuevo período histórico, que reactualiza la época de crisis, guerras y, también, revoluciones, que son parte de la historia de la clase trabajadora en todo el mundo. Nadie nos podía hacer pensar hace muy poco que todo iba a comenzar con un virus microscópico extendiéndose por el mundo; pero, en realidad, el enfermo, hace mucho tiempo, es el capitalismo.
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