En este artículo nos proponemos historizar el proceso que realizó Jóvenes por el Clima desde su fundación: de ser la referencia nacional del movimiento internacional que creó Greta Thunberg a reunirse en la “Mesa Nacional sobre Minería Abierta a la Comunidad”.
El nombre de Greta Thunberg comenzó a resonar por todo el mundo. En 2018 estaba cursando su noveno año en Suecia cuando decidió dejar de ir a clases.
Impactada por las olas de calor e incendios forestales que atravesaba su país, le exigía al gobierno la reducción de las emisiones de carbono en base a lo establecido en el Acuerdo de París, donde distintos países acordaron medidas para evitar que la temperatura global supere los 1,5 grados.
“¿Por qué deberíamos estudiar para un futuro que podría desaparecer pronto, cuando nadie está haciendo nada en absoluto para salvar ese futuro?”, se preguntaba Greta. “¿Qué sentido tiene aprender datos en el sistema educativo, cuando es evidente que los hechos más importantes aportados por la ciencia más sofisticada, salida de este sistema educativo, no importan lo más mínimo a nuestros políticos?”, volvía a insistir.
El Primer Ministro, Scott Morrison, no estaba a la altura de una joven con semejante cuestionamiento y el único slogan que se le ocurrió fue: “más aprendizaje en las escuelas y menos activismo”.
La realidad lo desautorizaría muy rápido, porque la rebeldía no era solo de Greta. Su odio comenzó a multiplicarse en Suecia y logró cruzar fronteras.
Es el turno de los pibes
El año 2019 escribió una nueva página en la historia del ecologismo. Una nueva generación de jóvenes estudiantes secundarios y universitarios, inician un ciclo de “huelgas” llamadas “Viernes por el Futuro” (en inglés, Fridays For Future). Esos días abandonaron los asientos de las instituciones educativas que los “formaban”, para tomar las calles e irrumpir en la agenda mediática que hasta ese momento hacía oídos sordos de esta problemática.
“No tenemos un planeta B”, “El problema es el sistema, no el clima”, “Nuestra casa está en llamas”, eran algunas de las consignas que se veían en los carteles dibujados de forma casera.
Estos pibes y pibas salían a las calles influenciados por los reiterados informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) que alertaban sobre los efectos del calentamiento global y las emisiones de dióxido de carbono en los ecosistemas del planeta.
Estaban interpelados ya no por un concepto o idea abstracta: la realidad estaba frente a sus narices. Las olas de calor, las sequías, la desertificación, las inundaciones cada vez más frecuentes y fuertes y la extinción masiva de especies comenzaba a verse en distintos puntos del globo. Estos fenómenos ambientales dejaban expuesta la desigualdad social: impactaban de forma distinta en los seres humanos dependiendo de la clase social a la que pertenecía cada uno, llegando a provocar incluso migraciones masivas.
Así fue que tres viernes de ese año quedaron grabados en el calendario del ambientalismo por la masividad de la convocatoria: el 15 de marzo, 24 de mayo y el 20 de septiembre. Y tal fue la magnitud que hoy siguen siendo fechas de movilización en países como Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Alemania, Argentina, Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Chile, Colombia, Dinamarca, España, Finlandia, Italia, Japón, México, Países Bajos, Reino Unido, Suiza, Uruguay, entre otros.
De la misma forma que sucedió en el feminismo y que sucede en los movimientos de masas, rápidamente distintas corrientes políticas de todo el mundo comenzaron a reaccionar frente a este fenómeno juvenil en ascenso. Mientras algunos lo hicieron para negarlo, otros se propusieron cooptarlo para sacarle el filo cuestionador. Y hubo también quienes encontraron un punto de inicio para despertar, politizarse y empezar a militar.
Esas tendencias globales, en Argentina encontraron sus particularidades.
Al mismo tiempo que en el norte global había quienes alertaban sobre los efectos del cambio climático, en el sur los planes extractivistas de los gobiernos generaban reacciones masivas. Lejos de avanzar hacia una transición energética, como esperaba el movimiento, se profundizaba la dependencia a las energías fósiles, abriéndole las puertas de los territorios a empresas multinacionales que los transforman en “zonas de sacrificio”.
Esa sed de dólares tiene como antesala la decisión de pagar deudas a organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI), que lejos de ayudar al “progreso”, vuelve a los países más dependientes.
Provincias como Catamarca, Mendoza y Chubut comenzaron a presenciar desfiles de miles de jóvenes y trabajadores que nunca antes se habían considerado “ambientalistas”, pero se sentían obligados a irrumpir en las calles en defensa del agua, asociando este bien natural a la idea de un futuro que cada vez parece más incierto. Estos sectores se encontraron confluyendo con antiguos activistas ambientales en los territorios que ya estaban organizados en asambleas de autoconvocados.
Así nace Jóvenes Por El Clima
Es en este contexto que un grupo de jóvenes de Argentina terminaban el colegio secundario en la Escuela ORT en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y replicaban las acciones de Greta Thunberg, rodeando los viernes el Congreso de la Nación con sus pancartas. Se creaba así la “representación nacional” de ese movimiento.
Mercedes Pombo, una de las fundadoras de Jóvenes Por El Clima (JOCA), explica con sus palabras este proceso durante un ciclo de debate que realizó el gobierno en la Casa Nacional del Bicentenario. Afirma que ellos retoman la narrativa de Fridays For Future pero “anclándola al contexto latinoamericano, entendiendo que lo ambiental también es algo que atraviesa nuestra historia”.
En sus cuentas oficiales en 2019 se presentaban como “un grupo de pibes y pibas que buscamos que la clase política tome medidas concretas en torno a la crisis climática, porque es únicamente desde el cambio estructural que podemos frenar esta crisis”.
“Buscamos incidir en las decisiones políticas mediante reuniones con distintos referentes e intervenciones en el congreso. Queda poco tiempo (¡y mucho por hacer!)”, finalizaban marcando una estrategia de lobby parlamentario y una forma de organización similar a las ONGs.
Empezaría un largo recorrido de jóvenes por los pasillos de la Legislatura porteña y el Congreso Nacional. Reuniones y cafés en el centro porteño con diputados y senadores de todos los bloques políticos.
Este tipo de construcción política llamada “lobby parlamentario” se anotaría un primer “logro”. Luego de mucho trabajo, Jóvenes Por El Clima logró que se apruebe la Ley Yolanda que impulsaron con muchísima energía con el objetivo de garantizar “la formación integral en ambiente a funcionarios”. Obviamente amplios sectores del movimiento la cuestionaron como una “lavada de cara” para los responsables de la destrucción ambiental en el país.
Como dijo Myriam Bregman en ese debate, el problema es que “pasan los gobiernos y sigue la megaminería y el agronegocio contaminante. No es con un curso de formación que se frena el extractivismo, sino con la movilización”.
Una crónica anunciada
Si bien Jóvenes por el Clima se reconoce “apartidaria, pero no apolítica”, al mejor estilo ONG, con el paso del tiempo quedaría a la vista de todos que la independencia política no era una condición para formar parte de la agrupación.
El 21 de septiembre de 2020, festejando el Día del Estudiante, Alberto Fernández realizó un encuentro con Jóvenes por el Clima en la Casa de Olivos. “Debemos ponernos, con los jóvenes a la cabeza, al frente de la demanda del cuidado del medio ambiente porque eso nos va a permitir un mejor mundo”, afirmaba el mandatario.
La megaminería, el modelo sojero, el fracking petrolero y el acuerdo porcino con China no fueron temas de discusión en la reunión, pero luego de este encuentro, sí empezaron a ser debatidos en la organización. El silencio generaba mucho ruido.
Lautaro Riveiro, es estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y fue integrante de Jóvenes por el Clima. En una entrevista cuenta por qué decidió irse de JOCA junto a otros pibes: “La intención de manejar una agenda en conjunto con el Gobierno nacional y perder todo tipo de autonomía política respecto al Estado extractivista, se fue haciendo cada vez más evidente. Al punto tal que se ponía en debate si apoyar o ir en contra del Acuerdo porcino con China, sosteniendo que era un acuerdo casi imposible de tirar hacia atrás. Decían que lo que quedaba era intentar presionar al gobierno para hacer al mismo más sustentable, y de paso “obtener algunas divisas para la transición energética”.
Los hechos posteriores demostraron que los dirigentes de la organización estaban equivocados. Con la fuerza del movimiento socioambiental en las calles junto a la Coordinadora Basta de Falsas Soluciones, el acuerdo dio marcha atrás, dándole un revés a quienes quieren convertirnos (en palabras de Rob Wallace) en un “planeta granja”, en vez de un “planeta tierra”.
“Comenzaba a notarse fuertemente su filiación y simpatía con los gobiernos progresistas (que tenían gestiones extractivistas) al adherirse a la ‘Internacional Progresista’”, explica Lautaro. “Frente a esa elección nos opusimos fuertemente. Luego de la reunión en Olivos con el presidente de la Nación por la Ley de Educación Ambiental, tomamos la decisión con varios compañeros de romper con la organización y hacerlo público. Consideramos, en aquel momento, que ‘Jóvenes por el Clima’ se distanciaba cada vez más de su objetivo principal como organización independiente, separándose de las demandas principales y formando una colateral de partido con el Frente de Todos”, aclara.
Carolina Alvarez, no lo conoce a Lautaro, pero piensa de forma similar. Vive en General Alvear, en Mendoza y nos cuenta a quienes hacemos el Dossier “Ideas y Universidad” cómo vivió su experiencia desde la provincia. “Al principio busqué en el país quienes se estaban organizando desde lo ambiental, después de la primera huelga climática en el 2019. Participé ese día y me quedé recalculando que tenía que hacer algo. Ahí conocí a Jóvenes por el Clima”, explica.
“Desde Mendoza insistíamos mucho en que no solo hablemos de la crisis climática, sino que como jóvenes pongamos eje en la pelea por el agua. Nosotros estábamos directamente interpelados por este tema, la sequía ya la vivíamos en la provincia y acá querían avanzar con la minería. Había una pelea re importante de resistencia para defender la Ley 7722 y como desde la organización estaban haciendo movidas por leyes en el Congreso, terminamos teniendo una política diferente”, afirma.
Y agrega: “Tenían muchas declaraciones en el plano legal, mientras nosotros acá estábamos en una pelea de resistencia para que no avance el extractivismo. Todo se caldeó y cortamos relaciones cuando se juntaron con Alberto Fernández en Olivos. No podíamos creer que se estaban juntando con el presidente que dijo apenas asumió que quería avanzar con la megaminería en Chubut y Mendoza. Nosotros no nos sentaríamos nunca con el peronismo o el radicalismo, porque en la provincia los vimos transando contra el agua”.
Carolina es categórica, dice que cuanto más se acercaba la dirección de Jóvenes Por El Clima al gobierno, más se alejaba de la lucha de los mendocinos.
Diciembre en Argentina: un mes que escribe historia
A finales del año pasado, vimos como miles de jóvenes y trabajadores en Chubut salieron a manifestarse contra un nuevo intento del gobierno de Mariano Arcioni de pasar la ley de rezonificación minera. Re-activaron espacios de organización en asambleas autoconvocadas y en menos de una semana, esta confluencia con las movilizaciones y la huelga activa con corte de rutas de las y los trabajadores portuarios, tiraría abajo la votación que hizo la legislatura provincial en favor de Panamerican Silver.
Como un efecto dominó, a las dos semanas Mar del Plata se pondría en pie contra el intento de avanzar en la exploración petrolera offshore en aguas profundas que dictaminó el Ministerio de Ambiente junto al Gobierno Nacional en el Boletín Oficial.
Los intelectuales y funcionarios desarrollistas del gobierno lanzaron una campaña de odio en las redes sociales, muy similar a la que vivieron las feministas con los antiderechos. Daniel Steinhardt, Eduardo Crespo y Claudio Scaletta se encargaron de apodar al movimiento como “Eco-chantas”, “Palermo rúcula” y “La Triple A - Alianza Antiexportadora Argentina”. Fueron las formas que encontraron de instalar sentidos comunes: las demandas ambientales pasarían a ser un capricho de la “clase media” y no (como es en realidad) un problema que afecta de manera diferencial a trabajadores y comunidades originarias, siendo los que más sufren.
Bruno Rodríguez, en medio de las movilizaciones, escribiría en el Diario Ar que se volvía necesario “sentarse a debatir con el desarrollismo, que en múltiples ocasiones situamos en el armario de la cancelación” porque hay que “construir una brújula de salida al colapso ecológico”. Muchos le preguntaron cómo sería posible conciliar una política de extraer para exportar y conseguir los dólares que quiere el FMI, con una política donde se exige pensar los bienes naturales en base a las necesidades de las grandes mayorías, en armonía con la naturaleza y la salud de los habitantes del país.
Meses más tarde, llegaría la respuesta, porque finalmente tuvo lugar ese encuentro que tanto exigían los dirigentes de JOCA: el ministro Matias Kulfas los integró a la “Mesa Nacional sobre Minería Abierta a la Comunidad”.
“Estamos convencidos de que la minería puede ofrecerle a la Argentina soluciones a los problemas que tiene, pero existe en la sociedad civil una desconfianza hacia la actividad que hemos visto en muchos lugares”, dijo el Ministro, y agregó: “La manera de resolverlo es en la construcción de confianza, que implica explicar, comunicar y deconstruir algunos mitos en torno a la actividad”.
Esta vez la historia actuaría rápido, mostrando de qué tipo de “confianza” y “comunicación” hablaba el peronismo. Dos días después, el gobernador de Catamarca por el PJ, Raúl Jalil, reprimía brutalmente a la población que se enfrentaba al proyecto Proyecto Integrado Minera Agua Rica Alumbrera (MARA).
Esa unidad entre “ambientalistas” y “desarrollistas” que exigía Bruno, en realidad, implicaba que los primeros cedan a los segundos. No es nuevo: el kirchnerismo también se lo pidió al feminismo con el antiderechos Manzur y las iglesias. Así como al movimiento de derechos humanos con Sergio Berni y Massa.
Pareciera que en los tiempos que corren, el “diálogo” que se propone, solo construye una relación de fuerzas que es desfavorable para las mayorías populares. Donde se ponen paños fríos a la movilización (que cuando se desarrolla, logra poner frenos), mientras se regala tiempo para rearmarse a quienes tienen de su lado poderosos medios de comunicación, empresas y aparatos represivos.
La “oenegización” del ambientalismo
La explicación a este proceso (que hizo de forma extremadamente rápida Jóvenes por el Clima) se puede entender mejor a partir de analizar la historia de otros movimientos sociales que cuando salen a las calles se vuelven una potente crítica al capitalismo.
Distintos partidos del régimen incorporaron estrategías para desactivarlos, contenerlos y sacarles su filo. En otras palabras: cooptarlos.
El proceso de “oenegización” en el movimiento feminista en la década del 80 y 90, marca un hito, porque desató fuertes debates estratégicos. Como explican Brenda Hamilton y Ana Florín en su artículo “Debates feministas ¿Resistencia o integración?”: “Las ONGs adaptaron y suavizaron su programa para hacerlas más amigables a los gobiernos y las empresas e incluso fueron las responsables de implementar programas de desarrollo (basados en soluciones neoliberales) a los problemas de la pobreza de las mujeres. De esta manera se convirtieron en una cadena de trasmisión de la ideología neoliberal de la salida individual y también sirvieron de punto de apoyo y legitimidad para los distintos gobiernos que eran fuertemente cuestionados”.
Algo similar desarrollan Andrea D’Atri y Laura Liff en su artículo “La emancipación de las mujeres en tiempos de crisis mundial”: “Obteniendo reconocimiento a cambio de integración, el feminismo (NdE: de las ONGs) había pasado de cuestionar las bases del sistema capitalista a legitimar la democracia burguesa como el único régimen en el que se puede lograr, paulatinamente, mayor equidad de género, a través de algunas reformas parciales que no cuestionen sus fundamentos.”
Esta estrategia de reforma e integración ya sabemos como terminó: se mostró completamente impotente para transformar la realidad de millones de mujeres y diversidades, tras desviar las fuerzas de los movimientos sociales de las calles y domesticar a los movimientos desde adentro de las instituciones del Estado capitalista y patriarcal.
Sirve recuperar esta historia del movimiento feminista, para entender que los pasos que dan organizaciones como Jóvenes por el Clima, no es casual. El peronismo también saca conclusiones de estos procesos históricos y los pone a prueba con quienes son los voceros de los movimientos.
Es por eso que Bruno Rodríguez afirma, en cada artículo que puede, la necesidad de construir un “ambientalismo soberano y popular”, porque el camino de la “prohibición” a las actividades extractivas del país no es viable al estar “estrangulado económicamente por el incremento de la pobreza y los condicionamientos de la deuda externa”. Así acepta el pago de la estafa macrista y le exige controles a los mismos que tienen acuerdos secretos con petroleras, como pasó en Vaca Muerta con la Barrick Gold. No hay ningún control en esa actividad por parte del gobierno. Por el contrario, nos enteramos de los derrames a partir de las denuncias de las comunidades originarias, y si comienzan a ser públicos los efectos de la extracción offshore en Neuquén, es gracias a los informes que realizan y difunden desde el Observatorio Petrolero Sur junto a La Izquierda Diario y la banca del diputado provincial, obrero de Zanón, Andrés Blanco.
Existe una confianza en el rol de los Estados capitalistas como agentes de cuidado y redistribución, lo cual supone que los cambios necesarios para superar esta crisis ecológica son íntegramente posibles dentro de las democracias burguesas y no, como muestra la experiencia histórica, con la potencialidad transformadora de la autoorganización del pueblo trabajador con los jóvenes.
Por último, Rodriguez junto a otra de las referentes de Jóvenes Por El Clima, Ana Aneise afirman que la transición energética es “lenta”. [1]
“No creo que el abandono de las energías fósiles pueda consumarse de la noche a la mañana, menos aún considerando las circunstancias nacionales y la tendencia de la transición a nivel global”, afirma Bruno.
Hace unos días, Eyal Weintraub, fundador de Jóvenes por el Clima fue entrevistado en la Feria del Libro por su escrito La generación despierta. Ahí dio un paso más allá en el planteó y frente a la discusión “desarrollo o ambiente”, eligió un bando: “Como está planteado el desarrollo actual, en el corto y mediano plazo, es muy difícil lograr que el desarrollo económico y la sociedad ambiental avancen a la par”.
El horizonte ahora lo marca el posibilismo de un gobierno que está atado al Fondo Monetario Internacional de pies y manos. Los referentes de la “generación despierta” aceptaron sin quejarse el plan del peronismo: pagarle al FMI la estafa macrista, aunque eso implique la destrucción de nuestros bienes naturales y la salud de las poblaciones en manos del imperialismo.
Cuando el sujeto transformador, que representan las y los trabajadores junto a las y los jóvenes ambientalistas, apareció en los territorios, ellos abrazaron a otro “sujeto”: los diputados del régimen con los cuales hicieron lobby parlamentario. Cuando ese sujeto avanzó, frenó planes extractivistas y generó reacciones de funcionarios desarrollistas, decidieron dedicar ríos de tinta a unir dos tendencias que son irreconciliables. Y por último, como vimos en estas declaraciones, la frutilla del postre es incorporar la miseria de lo posible al discurso que escuchan miles de pibas y pibes que tienen energías para ir por todo. Naturalizan “la lentitud” de la transición, porque rechazan una perspectiva que realmente se enfrente al capitalismo. El sentido común diría lo contrario: que los ritmos deberían acelerarse por la magnitud de la crisis climática en curso.
Lejos de fortalecer un movimiento transformador, pintaron de verde un gobierno que tiene en su ADN el extractivismo.
Otro futuro se volvió urgente
Todavía se puede tomar otro camino para que exista un futuro que valga la pena ser vivido, pero será cambiando de estrategia y ampliando nuestros objetivos o no será.
Se volvió necesario construir una organización que tenga en claro quienes son sus amigos y quiénes sus enemigos. Y que ponga todas sus energías en potenciar los procesos que se están dando en todas las provincias del país, donde se encuentran en las calles asambleas autoconvocadas, trabajadores, pueblos originarios, pequeños campesinos y jóvenes ambientalistas, impactados por los fenómenos nacionales e internacionales que son independientes del gobierno y los empresarios.
Una organización que saque lecciones del pasado, para no dejarse comprar. El capitalismo, al regirse por la competencia entre empresarios, no puede relacionarse de forma armónica con la naturaleza, y mucho menos con los trabajadores. Ambos son vistos como lugares en los cuales “recortar gastos”, para aumentar ganancias.
No es casualidad que coincidan en tiempo la crisis económica, social y la ambiental. Lejos de ir solucionando por “etapas”, necesitamos intervenir en los cambios en la forma de pensar que están atravesando enormes franjas de la población.
No alcanza con algunas negociaciones, ni con medidas parciales dentro de este sistema.
Una economía planificada en base a las necesidades de las mayorías populares y una relación racional y no mercantilizada con la naturaleza no solo es posible, sino que se volvió urgente. Y obviamente eso solo puede conseguirse con un gobierno de las y los trabajadores con una perspectiva socialista y desde abajo, donde se revolucione todo el orden existente.
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