La situación en Cuba vuelve a estar en el centro de las discusiones y capta la atención, en especial, de las corrientes que luchan por la revolución social. Siendo un proceso complejo y en desarrollo, presentamos este artículo como parte de un proceso de elaboración en la LTS sobre el tema, por lo que expresa la posición personal del autor.
Lo que ocurre en Cuba tiene gran importancia para todo el continente y vuelve a polarizar posiciones. Las fuerzas e intereses que se chocan no son menores, lo que está en juego tampoco. Algunos señalan que los hechos recientes ponen en discusión lo que ha sido “un tabú” para la izquierda, la cuestión de la represión en Cuba, sin embargo, esto es una verdad a medias, porque hay todo un sector del marxismo para el que ese nunca ha sido un tema tabú: en el arsenal teórico y programático del trotskismo, ha sido siempre una cuestión elemental la oposición a la opresión burocrática y la defensa de las libertades democráticas del pueblo cubano. Por eso, no tuvimos el más mínimo problema ni dudas a la hora de cuestionar la respuesta represiva del gobierno cubano y exigir con todo la liberación de los detenidos del 11-J, incluidos varios militantes socialistas antiimperialistas.
Aquí intentaremos explicar de manera sencilla esa posición que no tiene nada que ver con la del imperialismo estadounidense, sino que la combate, pero que tampoco abraza las posiciones de la burocracia gobernante en Cuba ni le brinda apoyo político. No es “ni-ni”, es una perspectiva de izquierda revolucionaria desde la cual luchar de manera intransigente contra el imperialismo y por una nueva revolución que desplace a la casta autoritaria y ponga el poder en manos de la clase trabajadora y el conjunto del pueblo, mediante organismos obreros y populares de democracia directa, para defender, recuperar y profundizar las conquistas que aún persisten de la revolución.
Es la perspectiva general que, grosso modo, ha sostenido el trotskismo históricamente ante las degeneraciones (o deformaciones) burocráticas de los Estados en los países donde tuvieron lugar revoluciones socialistas. El origen de esta posición tiene lugar en la lucha contra la contrarrevolución burocrática en la URSS, contra el stalinismo: los bolcheviques que se opusieron tenazmente por izquierda a tal degeneración, plantearon la necesidad de una revolución política, que preservara las bases socialistas de la economía, pero cambiara de raíz el régimen político, siendo ya un Estado obrero degenerado, porque se habían liquidado todos los elementos de democracia soviética que habían primado en la conquista del poder y los primeros años de la revolución, instaurándose la dictadura de una casta burocrática contra las masas.
Consideramos que es desde una perspectiva similar como se puede pensar una salida progresiva a la situación actual del pueblo cubano, atenazado entre los intentos restauracionistas del imperialismo yanqui y la opresión de la burocracia gobernante, que también sigue su propia vía a la restauración capitalista.
Sin embargo, estamos lejos en el tiempo de los debates en la izquierda en torno a la URSS (que no existe ya hace tres décadas) y en torno a la propia revolución cubana (que recién ahora pasa de nuevo a primer plano). Las generaciones actuales de mujeres y jóvenes luchadores o interesados en la política, de trabajadores de vanguardia o con interés en este tema, casi con seguridad estarán muy poco familiarizados con términos como “revolución política”, “democracia soviética”, “Estado obrero degenerado”, “economía planificada”, “restauración capitalista”. Y más en general, con las discusiones entre la izquierda, donde, contrario a lo que una parte del sentido común cree, la defensa de la revolución y el antiimperialismo no implican que haya una posición unánime de apoyo al régimen político cubano.
¿Cuáles fueron las conquistas de la revolución y sus logros?
A diferencia de la revolución rusa, el caso de Cuba fue más contradictorio, desde el punto de vista de las condiciones para la emancipación de los trabajadores, que es la perspectiva del socialismo, porque allí quien accede al poder y dirige el proceso no es un partido obrero apoyado en el respaldo mayoritario en los organismos de democracia directa de las masas obreras y campesinas (los consejos o soviets), organismos que a su vez constituyeron la base del nuevo poder político, sino que fue un partido-ejército guerrillero, que con el verticalismo propio de este tipo de organización, y sin la existencia de estas instancias democracia directa, va delineando el nuevo Estado a su imagen y semejanza. Esto le marcó desde el inicio importantes límites burocráticos, sobre los que volveremos más abajo.
En ese contexto, y a pesar de eso, la supresión de la propiedad capitalista, que permitió a su vez planificar la economía (aunque burocráticamente) y una verdadera independencia nacional, abrieron a Cuba a mediados del siglo XX posibilidades históricas que jamás se le hubiesen abierto manteniendo el capitalismo y la subordinación semicolonial a los EE.UU. Aunque hoy estén bastante deteriorados muchos de estos logros, e incluso las bases de la economía que los permitieron.
Empezando los años 60’s, en pleno apogeo de la revolución, Cuba fue el primer país de América Latina y el Caribe en erradicar el analfabetismo, siendo este superior al 20% al momento de triunfar la revolución, una meta que el resto de los países de la región, sin revolución y bajo el capitalismo, estaban muy lejos de lograr para esa época, y muchos incluso hoy ni siquiera la logran (por ejemplo, Honduras y El Salvador tienen tasas de analfabetismo superiores al 10%). Vistos más globalmente los datos educativos recientes, la realidad muestra que, a pesar del bloqueo y el retroceso social en el país en las últimas décadas, Cuba fue, de acuerdo con datos de la UNESCO, el único país de toda la región que alcanzó los objetivos globales del plan “Educación para Todos” en el periodo 2000-2015.
La mortalidad infantil, un importante índice del desarrollo humano y de los sistemas de salud, en Cuba es de las más bajas del mundo, solo comparable con la de las potencias capitalistas más desarrolladas (ha habido años en que es menor incluso que la de EE.UU.). Algo similar ocurre con la mortalidad materna y la desnutrición infantil: mientras en las décadas posteriores a la revolución la desnutrición infantil era un azote en importantes franjas de la población pobre en toda América Latina y el “tercer mundo”, los niños y niñas de Cuba estaban a salvo de esa realidad. Aún hoy, mientras Cuba tiene un índice cero de desnutrición infantil (según cifras de la UNICEF), ese flagelo se mantiene en pie en todo el mundo capitalista “subdesarrollado”, incluyendo América Latina, donde en el “mejor” de los casos (Chile) llega casi al 2% la desnutrición crónica en niños, y en el peor (Guatemala) escala hasta ¡el 46%!
En general, los importantes avances de la ciencia médica en Cuba son conocidos y reconocidos ampliamente, siendo capaces de llevar a cabo operaciones complejas y tratamientos que están al nivel de la técnica alcanzada en las potencias capitalistas; con la gran diferencia de que en Cuba estos avances son un bien público. Es conocido que son millones de personas quienes en América Latina han viajado a Cuba para poder hacerse allí operaciones o tratamientos que en sus países no podrían.
Otros problemas crónicos que durante décadas han azotado, y aún hoy, a buena parte de la clase trabajadora y los sectores pobres en todos los países de la América Latina capitalista, como la drástica falta de viviendas, el desempleo estructural y la indigencia, son problemas que llegaron a reducirse al mínimo en Cuba tras las medidas que fue adoptando la revolución.
La reforma urbana constituyó una de las conquistas que ningún otro país de América Latina podría mostrar, ni en los 60’s ni tampoco hoy. Las medidas revolucionarias cambiaron radicalmente el panorama de la falta de viviendas que había en Cuba a finales de los 50’s: suprimiendo la institución del arriendo, que constituía un verdadero poder social en Cuba, otorgando en propiedad las viviendas a los habitantes (mediando indemnización del Estado a los hasta entonces propietarios), se prohibieron los gravámenes hipotecarios sobre los inmuebles urbanos y se estableció la venta forzosa al Estado de todos los terrenos privados susceptibles de ser usados para construir viviendas (con los cuales los capitalistas especulaban).
Durante décadas, hasta la fuerte crisis de los 90’s, Cuba tuvo la política de pleno empleo, que garantizaba a casi la totalidad de los trabajadores cubanos un puesto de trabajo, durante todos esos años, a diferencia del resto de América Latina y el Caribe, el desempleo era algo inexistente como problema en Cuba, haciendo aparición a partir de la disolución de la URSS y el mal llamado “socialismo real” de Europa del Este, de cuyas relaciones económicas con ese bloque dependía en buena medida la economía cubana (en pocos años, entre 1989 y 1993, se redujo su PIB en un 35% y casi en 80% sus exportaciones). En ese llamado “Período Especial”, el desempleo llegó a un pico de poco más del 8% en 1995.
Mientras en todos los países de América Latina y el Caribe (ALyC) que viven bajo el capitalismo, la cuestión de la tierra sigue siendo un problema estructural, que ninguna de las “reformas agrarias” (o “guerra contra el latifundio”) pudo resolver, con millones de campesinos e indígenas-campesinos despojados de tierras, las cuales concentran un puñado de terratenientes y de monopolios capitalistas del agro (en más de un caso de países imperialistas), la revolución cubana acabó de raíz con ese problema. Se despojaron de las tierras a los latifundistas y grandes empresas capitalistas, en su mayoría extranjeras (sobre todo estadounidenses, quienes concentraban el 80% de las mejores tierras de Cuba), otorgando las tierras a los campesinos, en modalidades que variaban entre la propiedad directa, el usufructo (manteniéndose la propiedad pública) y el trabajo asalariado en las granjas públicas.
Esta es una síntesis bastante apretada y parcial de algunos datos y hechos, para ilustrar los avances que fueron posibles gracias a la economía planificada y la verdadera independencia nacional, dos conquistas claves de la revolución, íntimamente relacionadas ambas. Por supuesto, muchos de estos aspectos no estuvieron ni lo están más aún, exentos de problemas, de límites, y algunos están desde hace tiempo en franco deterioro o retroceso, tras los años de crisis, de contrarreformas procapitalistas y la administración burocrático-autoritaria de la casta gobernante, en función de sus intereses particulares y sus privilegios.
La fuerte crisis de la vivienda que hay, por ejemplo, es una muestra de los fuertes retrocesos. A pesar de que las medicinas y sus avances no son considerados una mercancía a la que solo tengan acceso los pocos que puedan pagarla, el deterioro del sistema de salud hace que por la vía de los hechos franjas importantes no tengan acceso y sí en cambio lo tengan garantizado sectores de la burocracia dirigente. La cada vez más amplia brecha social y los groseros privilegios en las altas esferas del Estado y sus familias, son también evidentes. Estos elementos, y otros más, están precisamente en la base del profundo y acumulado descontento social.
¿A qué nos referimos con “las bases de la economía planificada” (y la planificación burocrática)?
La idea de economía planificada no se refiere a un aspecto administrativo, es un asunto económico y político de fondo que tiene que ver con las relaciones de propiedad en una sociedad, con el tipo de propiedad que se establece sobre los medios de producción y cambio (tierras, fábricas, minas, aguas, transportes, laboratorios, bancos, etc.).
En el capitalismo la sociedad no puede planificar su economía. La base de este sistema es la propiedad privada sobre los medios de producción, no son propiedad del conjunto de la sociedad sino de una clase social en particular (empresarios, banqueros), lo que implica que todo lo producido por los distintos sectores de la clase trabajadora no le pertenece a la sociedad, los frutos del trabajo social colectivo se lo quedan como propiedad privada unos pocos. Así las cosas, la sociedad no puede planificar cómo emplear esos bienes y riquezas de acuerdo a las necesidades o prioridades que establezca, no puede porque esas riquezas no son suyas, no son propiedad común de la sociedad, sino de un grupo social en particular, que tiene el derecho de hacer y deshacer como mejor le parezca y le convenga a sus intereses, independientemente de las necesidades sociales.
Asociado a eso, siendo la competencia entre capitalistas otro de los fundamentos de esta sociedad, deriva otro aspecto de los impedimentos para planificar la economía, puesto que será la competencia entre esos intereses privados lo que determine el uso y destino de toda la masa de riquezas sociales existentes, cada familia burguesa, cada corporación capitalista, cada grupo bancario, planificará el uso y disposición de los recursos económicos de acuerdo a sus intereses propios.
El asunto clave es que bajo el capitalismo la sociedad tiene toda una masa de riquezas y capacidades productivas de las que, sin embargo, no puede disponer ni planificar su uso. ¿Cuál fue entonces, con relación a esto, el avance más trascendente de la revolución en Cuba? Precisamente que al calor del proceso revolucionario fue rompiendo esas determinaciones y aboliendo las relaciones de propiedad capitalistas: las tierras, fábricas y bancos dejaron de ser propiedad privada de un puñado (en buena medida capitalistas estadounidenses), pasando a ser propiedad pública, ganando así el país la posibilidad de disponer soberanamente de todos sus recursos y poder planificar el uso de los mismos en función de las necesidades que se fueran estableciendo. En pocas palabras: la expropiación de los capitales imperialistas y de las clases dominantes locales.
Fue ese el contenido concreto de que en abril de 1961, poco más de dos años del triunfo revolucionario, al calor de los choques con la hostilidad y saboteos estadounidenses (a menudo armados) y la enorme movilización combativa y armamento de las masas, la revolución que en los propósitos iniciales de sus dirigentes nunca había tenido objetivos anticapitalistas (hay suficiente evidencia histórica al respecto), terminó “declarándose socialista”.
La independencia nacional, no a medias o meramente formal, como en la mayoría de los países de ALyC, sino real, está asociada indisolublemente a esto. Es una farsa la “independencia nacional” si, como ocurría en Cuba entonces y sigue ocurriendo en el resto de nuestra región, los grandes capitales imperialistas dominan buena parte de la economía y los recursos de estos países, tanto por vía directa como por la condición de acreedores de sus deudas externas, condicionando y determinando enormemente las decisiones económicas y políticas.
¿Cómo podría ser realmente soberana una Cuba en que el 80% de sus mejores tierras eran propiedad de capitales estadounidenses, además de controlar las compañías de electricidad, teléfono, ingenios azucareros, etc., si gran parte de su banca y finanzas estaban en manos de capitales extranjeros? Incluso porciones importantes de los bienes inmuebles y viviendas de alquiler las tenían propietarios privados estadounidenses, siendo por entonces la vivienda un problema fundamental del pueblo cubano. Similar control ejercían empresarios y mafias estadounidenses sobre los casinos (y los grandes negocios ilegales) en la isla. Esto sin hablar de la directa dominación política ejercida por EE.UU., que completaba un cuadro de cruda condición semicolonial, con momentos verdaderamente humillantes como la infame Enmienda Platt, que tuvo vigencia por más de tres décadas.
El hecho de que sea una planificación burocrática está determinado porque no se trató, ni antes ni ahora menos, de una planificación democrática, ejercida directamente por los productores, por la clase trabajadora, sino ejercida por la burocracia represiva.
Aún con este importante límite, las bases de la economía planificada y la efectiva liberación nacional son las grandes conquistas de la revolución cubana. Es eso lo que los marxistas sostenemos que debe defenderse a toda costa, incluso contra la propia casta gobernante que viene erosionando esas bases desde hace tiempo. Y son esas conquistas lo que no tolera el capitalismo imperialista estadounidense y lo que siempre ha pretendido acabar tras las demagógicas banderas de “libertad” y “democracia”.
La “defensa de Cuba” no es sinónimo de apoyar su régimen político
Cuando históricamente se ha gritado “¡Cuba sí, yanquis no!”, se está defendiendo a Cuba y su revolución de las agresiones y hostilidades imperialistas. Sin embargo, para las corrientes de la izquierda de origen stalinista o populista, la defensa de Cuba implica también la reivindicación del régimen político imperante. No es esa nuestra perspectiva, no hacemos una identidad entre la economía planificada y el sistema político bajo el cual se gobierna Cuba: el régimen de partido único y negación de libertades democráticas a la clase trabajadora y el resto del pueblo, no es en modo alguno el sistema de gobierno que deriva lógicamente de las necesidades de la economía planificada, no es la única manera de conducirla y resistir al imperialismo.
Cuando defendemos a Cuba del imperialismo defendemos esas conquistas históricas que son conquistas del conjunto del pueblo cubano, son el logro de la combativa movilización revolucionaria de la clase obrera y el campesinado cubanos en el apogeo de la revolución, de su heroica capacidad de resistencia ante el constante asedio del imperialismo estadounidense.
No apoyamos en cambio al régimen político de una burocracia autoritaria que históricamente ha gobernado negando libertades democráticas elementales al pueblo, con groseros privilegios para sí, y desde hace años también enriqueciéndose de manera privada, con un sector de la misma haciendo el tránsito a convertirse ellos mismos en capitalistas, en propietarios privados, al calor de las reformas pro-capitalistas que se vienen implementando, sobre todo, en la última década. De hecho, esa misma burocracia autoritaria viene desmontando esas conquistas y abre las puertas a la restauración del capitalismo.
Rechazamos además su pretensión de que todo el descontento social que se expresó recientemente no tenga una base social real y fundamentos legítimos, descalificándolo todo como obra solamente de la manipulación imperialista y de la burguesía cubana en el exilio. Manipulación que obviamente existe y actúa por doquier, pero que es usada por la burocracia como excusa para descalificar y reprimir los legítimos reclamos sociales.
No le llame “libertad” y “democracia”, llámele restauración capitalista
Son las antiguas clases explotadoras de la isla quienes han encabezado desde siempre, desde los Estados Unidos, los intentos por destruir la revolución cubana. Ex terratenientes, banqueros y empresarios, tanto cubanos como estadounidenses, y sus “herederos”, reclaman propiedades y han buscado desde hace 60 años volver a la situación anterior, ser nuevamente los dueños de Cuba, echar para atrás la socialización de los medios de producción y restaurar las relaciones capitalistas de producción y distribución.
Ese es el verdadero propósito de todas sus acciones y de sus aliados de las clases dominantes en Latinoamérica y el Caribe. Cuando dicen “libertad” y “democracia” en realidad piensan en “libertad de empresa” y “libertad de mercado”, en la “libertad” de banqueros y empresarios para dominar la economía de un país, y por tanto también sus condiciones sociales y políticas. La dictadura del capital, esa que se lleva a cabo a veces con ropaje democrático, a veces directamente con regímenes militares.
Por supuesto que la falta de libertades democráticas al interior de Cuba les facilita la demagogia “democrática” y sobre los derechos humanos. ¿Pero es que no son estos mismos “demócratas” los que mientras en los 60’s, 70’s y 80’s pedían “libertad y democracia” para Cuba, al mismo tiempo apoyaban cuanta dictadura militar capitalista hubo en el continente? Las incontables masacres de campesinos, obreros, indígenas, estudiantes y militantes de izquierda, que recorrieron todo el siglo XX en diversos países de nuestra América, ¿acaso no las llevaron a cabo regímenes que contaban con el sostén del todopoderoso “vecino del norte”? Pensemos en cualquiera de los dictadores más sanguinarios que ha habido en la región (Pinochet, Videla, Somoza, Trujillo, etc., etc.) y encontraremos a los EE.UU. apoyándolos. ¡Claro, eran dictaduras militares al servicio del capital! El problema es de clase.
Más recientemente, este mismo arco del imperialismo y la derecha regional que lo acompaña en la demagogia sobre “libertad y democracia”, son los mismos que apoyaron los golpes de Estado en Honduras y Bolivia, y los gobiernos autoritarios que de allí derivaron, así como los regímenes profundamente represivos de Colombia y Chile. En el colmo del descaro, el gobierno de Duque ha salido en estos días a exigirle al gobierno cubano que garantice del derecho a la protesta.
De toda esa calaña de gente es que hay que separar y diferenciar las evidentes y genuinas aspiraciones democráticas del pueblo cubano. “Separar la paja del trigo” pasa necesariamente por esa diferenciación y por una política para dar un curso independiente a las aspiraciones y necesidades de la clase trabajadora cubana.
¿Qué “solidaridad” es esa que mantiene, apoya, o no exige, el fin del bloqueo imperialista?
En ese separar aguas, clarificar verdaderos amigos de enemigos, diferenciación de banderas y trincheras, que corresponde hacer al pueblo cubano y a todos quienes nos solidarizamos, hay que denunciar con vehemencia el cinismo mayúsculo del imperialismo estadounidense, que lleva 60 años con un embargo financiero y comercial, y toda serie de sanciones y medidas nuevas cada tanto, conocido todo esto popularmente como el bloqueo, con el objetivo de estrangular la economía cubana, haciendo por supuesto más difícil la satisfacción de las necesidades básicas.
¿Con qué caradurismo vienen voceros el imperialismo y la derecha regional a posar de “solidarios” con las necesidades sociales que pasa el pueblo cubano? Lo más reciente de esta detestable y criminal política vino con las medidas de Trump, que en medio de la pandemia y la durísima crisis económica en Cuba (por el desplome de los ingresos por turismo), impuso nuevas restricciones para las visitas de estadounidenses a Cuba y para el envío de remesas por parte de familiares. ¡Incluso prohibieron a una empresa la venta de ventiladores artificiales a Cuba! Biden, el “demócrata”, recién declaró que se solidariza con el pueblo Cuba, al tiempo que anuncia que se mantendrán las restricciones impuestas por Trump. Algo así como: “que mal que pasen necesidades, por eso seguiré impidiendo que puedan llegarle recursos”.
Por supuesto que el bloqueo imperialista no es la única razón de los problemas de la economía cubana. Basta con señalar el hecho de ser una pequeña y atrasada economía no capitalista que en los últimos treinta años ha debido ver cómo sobrevive en un mundo dominado por el capitalismo, sin los aliados económicos y comerciales con los que hasta los 90’s pudo resistir el asedio imperialista. Y es claro que Cuba actualmente mantiene relaciones económicas con cualquier cantidad de países… relaciones signadas por las contradicciones entre los intereses capitalistas de la mayoría de esos países y las bases económicas heredadas de la revolución.
En todo caso, cualquier pretendida solidaridad con las necesidades del pueblo cubano que no parta de denunciar y exigir el cese del bloqueo y sanciones imperialistas impuestas hace ya casi 60 años, es una solidaridad incompleta, inconsecuente, incoherente, en caso que la omisión sea por ignorancia, o es directamente hipocresía y demagogia, si la omisión es consciente.
¿“Socialismo en una sola isla”?
Las determinaciones históricas del régimen burocrático en Cuba no tienen que ver solamente con la manera concreta en que se desenvolvió el proceso revolucionario en los primeros años, sino también con un hecho más profundo aún: un fundamento imprescindible de la sociedad socialista es la abundancia de riquezas materiales a disposición, no es el socialismo “la socialización de la pobreza”, sino la socialización de las enormes riquezas que crea la clase trabajadora y que bajo el capitalismo le son expropiadas continuamente por la clase capitalista.
En una economía pequeña y atrasada como la de Cuba en los 60’s, primario-exportadora y con un desarrollo industrial bastante precario, no había bases algunas para “una sociedad socialista”. La revolución socialista fue la única manera de conquistar su verdadera soberanía nacional y comenzar a dar solución a los profundos problemas estructurales, teniendo por tanto total fundamentos y legitimidad histórica, pero una verdadera “transición al socialismo” requiere el triunfo de la revolución internacional, la derrota del capitalismo a escala mundial (o como mínimo en una serie de las principales potencias capitalistas), es la única manera de que las sociedades puedan disponer de la abundancia generada por el trabajo social colectivo.
Eso no pasó, por supuesto. La burocracia cubana adoptó prontamente la pseudo teoría del “socialismo en un solo país” de la burocracia de la URSS, sin plantearse como propósito, ni tener política para, luchar por la revolución socialista internacional [1], a su vez, bajo la órbita “soviética” Cuba no superó esa condición de atraso industrial y país exportador de materias primas. En esas condiciones, la expropiación de los capitalistas y la planificación (burocrática) de la economía dieron todo lo que podían dar a partir de la atrasada base económica anterior heredada, pero el resultado no podía ser más que una sociedad signada por lo limitado de los recursos y no por la abundancia.
En condiciones como esas, brota la tendencia histórica a que quienes administran lo poco disponible, se conviertan en una casta privilegiada que, mediante las medidas administrativas, políticas y represivas, subordinen al resto de la sociedad que, por supuesto, también aspira a la satisfacción de sus necesidades.
¿De qué hablamos cuando hablamos de “revolución política” y de un “Estado obrero degenerado (o deformado) burocráticamente”?
Todo Estado, en tanto aparato de dominación y control social, tiene un carácter de clase: al existir para organizar, regular y sostener determinadas relaciones económicas y sociales, y al estar cruzadas esas relaciones por los intereses de una u otra clase social, el tipo de relaciones que sostenga ese Estado le marcará su carácter de clase. En la época contemporánea, los Estados cuya base económica es la propiedad privada sobre los medios de producción, cuya Constitución, leyes, tribunales y fuerzas armadas garantizan que es sobre esas bases que se organizará la vida económica y social de la sociedad, expresan los intereses de la clase capitalista; son Estados burgueses, garantizan la explotación de los/as trabajadores/as por la clase capitalista y la subordinación del conjunto del pueblo a los intereses de esa clase social en particular.
En cambio, aquellas sociedades donde se reorganizó la sociedad suprimiendo (en su totalidad o en su mayoría) las relaciones capitalistas de producción, instaurándose la propiedad pública de fábricas, bancos, tierras, minas, etc., sus Estados son llamados por el marxismo Estados obreros. Las relaciones de producción que sostienen evidentemente no son las de la dominación de las burguesías (que tienden a desaparecer como clase social), sino que corresponden a los intereses de la clase trabajadora de emanciparse de la explotación capitalista.
¿Por qué el apellido de “degenerados (o deformados) burocráticamente”? Porque si bien no existe en lo fundamental la clase capitalista, no es la clase trabajadora la que dirige esos Estados, sino una capa burocrática que, si bien sostiene las bases de la economía planificada, se erige por encima de la propia clase obrera, impidiendo el ejercicio democrático del gobierno por parte de la propia clase productora de las riquezas. La propuesta socialista implica superar el hecho histórico de la sociedad de clases en que unos producen, mientras otros son los que se adueñan de lo producido y los que gobiernan: propugna que los propios productores sean los que gobiernen.
En los Estados obreros degenerados o deformados, si bien la burocracia no es propietaria de los medios de producción, no es por tanto una clase social diferente del resto de la clase obrera, se constituye sin embargo como una casta privilegiada que cumple ella las funciones de administrar lo que el resto de los trabajadores producen. Con base a esa posición, se dota de privilegios y de vías por la cuales usufructuar para sí el fruto del trabajo social colectivo, más aún si, como vimos antes, se trata de una economía signada por lo limitado de los recursos disponibles. Por supuesto, para consolidar y sostener este estatus quo, enfrentada al mismo tiempo a la hostilidad de las clases explotadoras desplazadas y del capitalismo mundial, y a las masas trabajadoras del propio país, la burocracia ejerce el control autoritario sobre las y los productores de las riquezas, llegando a regímenes brutalmente represivos, como por ejemplo el de la URSS tras la degeneración stalinista.
Trotsky, encabezando a los revolucionarios que se opusieron a la consolidación del régimen stalinista, lo llamó Estado obrero degenerado, precisamente porque implicaba una degeneración y supresión de la democracia soviética con la cual se llegó a la conquista del poder y se sostuvo la revolución durante sus primeros y muy dramáticos primeros años. Los consejos (en ruso, soviets) compuestos por delegados obreros, campesinos y soldados, elegidos por sus pares en las fábricas, barrios, aldeas y unidades militares, constituían la base del naciente Estado. En un ejercicio de democracia directa sin igual aún hoy en el mundo, las clases explotadas pasaron a ejercer gobierno, mediante sus delegados y delegadas, revocables por las bases. Estos delegados escogían al gobierno y podían cambiarlo. La máxima autoridad política eran los congresos de delegados de toda la Unión.
Luego de varios años, mediante diversos mecanismos y procesos –que excedería en mucho desarrollarlos aquí–, esa democracia soviética se fue liquidando, he allí la degeneración. En cambio, posteriormente, hubo procesos revolucionarios como los de China, Vietnam o Cuba, por ejemplo, donde si bien también se abolieron las relaciones capitalistas, el nuevo poder político erigido no estuvo signado por la existencia y preeminencia de organismos de democracia directa de las masas, sino que desde el principio el Estado se organizó alrededor de la preeminencia del partido-ejército. En esos casos, el carácter burocrático estuvo dado desde el inicio mismo de la conformación del régimen político, de allí que se hable de Estados obreros deformados burocráticamente.
Así las cosas, la idea de una revolución política se refiere a la necesidad de cambiar el régimen político en función de la democracia obrera y del conjunto del pueblo trabajador, que el poder pase a manos de las instancias de autoorganización de que se doten la clase obrera y las masas en el transcurso de la lucha, manteniendo, empero, las bases económicas conquistadas por la revolución anterior. El objetivo del movimiento revolucionario no es tanto modificar las relaciones de producción existentes (la propiedad común) cuanto sí el régimen político que gestiona esas relaciones.
Cuba hoy: se necesita más que solo una revolución en el régimen
Estas coordenadas gruesas, pensadas inicialmente para esa lucha al interior de la URSS, guían nuestro posicionamiento ante la revolución cubana. Sin embargo, dado el avance de las reformas procapitalistas en Cuba, si bien la clave sigue siendo una revolución política que saque del poder a la burocracia y lo ponga en manos de los propios trabajadores, esa nueva revolución, ese nuevo régimen político, si el objetivo es retomar la lucha por la emancipación de los trabajadores, es decir, retomar la transición al socialismo, tendría que revisar a fondo todo el conjunto de medidas económicas tomadas que han ido abriendo las puertas a la restauración capitalista.
En las bases económicas de la sociedad cubana los cambios son aún de cantidad, de grados, aunque erosionan la economía planificada y las reglas de distribución que le son propias. Los principales resortes de la economía le siguen vedados al capital privado (o con aperturas muy controladas en ciertos casos), al igual que todo lo referido a la educación, la salud, seguridad social, que siguen siendo totalmente públicas. La principal forma de propiedad sigue siendo la “propiedad socialista de todo el pueblo”, a la cual se la considera la “columna vertebral del sistema de relaciones de propiedad”, fundamentando esto en su predominio sobre los “medios de producción fundamentales”. Junto a esta, se consideran la propiedad cooperativa, “sustentada en el trabajo colectivo de sus socios”, y que existe sobre todo en el sector agrícola, y la propiedad privada, que es a la cual se le viene dando cada vez más apertura y elementos de legalidad.
El camino de la propiedad privada en la economía cubana (y en sus leyes, incluso), no está exento de dificultades y contradicciones. Los propios sectores, tanto de dentro como de fuera del país, que la estimulan, dan cuenta del largo camino que ha recorrido para poder abrirse paso, de lo “lento” del proceso, de las resistencias que encuentra incluso en las capas dirigentes de la burocracia, y de la falta de un marco legal que termine de darle estatus y rienda suelta al desarrollo del capital privado como tal en las reformas internas establecidas.
Uno de los ejes está puesto en la política de la burocracia de reducir bruscamente el empleo estatal, despidiendo masivamente trabajadores para que se conviertan en cuentapropistas, en “emprendedores”. Un sector que viene por esto ganando peso social. Quienes lo promueven coinciden en señalar que aún con los cambios, para que ese sector pueda despegar como sector propiamente empresarial privado, hay la “falta de estructuras empresariales formales”, pues son reconocidos aun solo como trabajadores por cuenta propia (TCP), con figuras jurídicas como personas naturales.
Piden: “aceptar formalmente la existencia del sector privado como empresas y no como labores individuales (…) formalizar las pequeñas y medianas empresas, que hoy operan bajo licencias de personas naturales”. Esto constituye un importante límite para su despliegue desde el punto de vista capitalista, para acceder a otro tipo de tratamiento en cuanto a créditos bancarios, asociaciones de capitales, etc. En ese camino, otro de los hechos que ilustra las idas y vueltas, es el que al iniciarse con fuerza esta conversión y apertura, el Estado se encontró con que muchas personas se habían registrado para TCP en más de una rama de actividad, tomando la decisión luego de regular eso y restringir la posibilidad solo a una rama, buscando evitar el posible desarrollo de protoempresas privadas que abarquen en sí mismas varias ramas de actividad.
Los promotores internos de una rápida expansión de la “iniciativa privada”, se quejaban el año pasado en un estudio de la Red de Emprendimiento de la Universidad de La Habana, de “el pobre papel que siempre se le ha otorgado a este tipo de trabajo [iniciativa privada] en la economía, (al reducirlas a) actividades autorizadas de bajo valor agregado, desempeñarse en sus domicilios (o arrendamiento de locales del estado), discrecionalidad por parte de los poderes populares en decidir diversos aspectos (otorgar y retirar licencias, imponer multas, decidir tasas impositivas y hasta precios), ninguno o pobres mecanismos de financiamiento”.
En el avance más acelerado intentando por el gobierno de Díaz Canel, decidió en febrero de este año ampliar a casi 2.000 las actividades en las que se permite la incursión del capital privado, siendo una ampliación drástica con relación a las 127 en que fue autorizada en julio de 2020. Esto, apurado por la brutal caída del 11% del PIB en que cerró 2020. Sin embargo, en las 124 actividades en las que sigue muy limitada o vetada en su totalidad la presencia del capital privado, se concentra aún lo fundamental de la economía [2]. Por eso, sectores procapitalistas de fuera de Cuba titularon “El fiasco de la apertura del trabajo privado en Cuba”.
Finalmente, recién este junio pasado, el gobierno anunció que se daría luz verde a la legalización de la existencia como micros, pequeñas y medianas empresas de las actividades por cuenta propia en que se emplee a más de una persona como trabajador contratado (hasta 10 empleados, de 11 a 35, y de 35 a 100, respectivamente), aunque con una serie límites. La norma aún no se publica, pero los críticos por derecha cuestionan que, de acuerdo con el anuncio, a las MIPYMES (el nombre oficial) les está vedada su incursión en las actividades consideradas estratégicas, estén en desventaja con las empresas estatales y tengan limitadas sus posibilidades de crecimiento.
La posibilidad de acceder a financiamiento y relacionarse con la inversión extranjera está vinculada al nivel en que se encuentren en la clasificación, pero subir en la escala (de micro a pequeña y de pequeña a mediana) depende del número de trabajadores que se empleen “y no del nivel de facturación”. Los “emprendedores” cuestionan que una empresa privada de pocos trabajadores puede tener una alta facturación, superior a la de una empresa estatal de mayor tamaño, pero si no emplea más trabajadores seguirá sin tener acceso a las condiciones de la segunda. La burocracia, a su manera, busca vincular que a más ganancias de la empresa privada absorba más trabajadores, los aspirantes a empresarios rechazan tal relación. Así mismo cuestionan el carácter progresivo del esquema de impuestos: a medida que más ingresos tenga la empresa privada, más deberá tributar al fisco. Se quejan de que se trata de “niveles de competitividad desiguales que afectarán el emprendimiento en Cuba” y que la norma “asfixia al sector privado desde su propia concepción”.
Aun así, se han ampliado las ventajas para la inversión de capital privado, aprovechadas sobre todo por capitales extranjeros (y las Fuerzas Armadas cubanas, que tienen prácticamente un holding empresarial), avanzando en su posicionamiento en algunos sectores y permitiendo regímenes laborales especiales. A pesar de los límites para que del cuentapropismo surja un nuevo sector propiamente capitalista, este sector ha ganado considerable peso en la estructura de la población ocupada, reflejándose también, como es lógico, en el surgimiento de nuevos intereses sociales, diferentes a los de la clase obrera.
Cuando a finales de 2010 se aprobó la ampliación y flexibilización del trabajo por cuenta propia, ejercían esa modalidad 157 mil personas, en agosto de 2011 eran 333.206, en mayo de 2017 eran ya 556.064, un 12% del total de ocupados del país (ver aquí). Si en 2008 el empleo no estatal representaba el 16,3% del total, en 2019 abarcó el 31,8%, casi un tercio de la población ocupada, y de esa porción de trabajadores no estatales (en el que se incluyen también las cooperativas y los productores agropecuarios privados), el 43% lo abarcó la modalidad de TPC, significando a su vez el 13,6% del empleo total. El transporte de personas, la elaboración de alimentos y el alquiler de vivienda, son de las actividades donde más se expresa este sector.
Como vimos, parte de las quejas de los sectores más proclives al desarrollo del capital privado, se expresan en los límites para el despliegue de las leyes del mercado, como por ejemplo la fijación de los precios, reservada al Estado. Sin embargo, en agosto de 2017 se vivió una paralización de transporte en La Habana y protestas en otras provincias, por parte de cuentapropistas de esa actividad, en oposición al precio fijado por el Estado. Una muestra concreta de cómo, además de en la alta burocracia estatal y de las fuerzas armadas, han ido apareciendo también en la base de la sociedad, amplios sectores internos con intereses que chocan objetivamente con la lógica de la planificación de la economía: por ejemplo, un programa de estos cuentapropistas de que sea “el mercado” quien fije los precios del transporte, se distancia de un programa obrero para defender el salario.
En las medidas tomadas a partir de enero de este año, uno de los ejes fue precisamente un duro aumento de precios, así como una drástica devaluación del peso, en juego con la supresión del peso convertible a dólar, todas medidas cuya lógica es “ir a lo que dicte el mercado”.
La reciente decisión del gobierno sobre las MIPYMES, aún con los límites impuestos, es un paso en la dirección que pedían esos sectores. Y evidencia el proceso en el que se abren paso intereses de clase distintos a los de la clase trabajadora y la propiedad común: es un sector que exige poder desplegar libremente la explotación capitalista del trabajo asalariado y la acumulación privada.
A su vez, todos los análisis coinciden en señalar el hecho objetivo de la cada vez mayor profundización de la desigualdad social, ampliándose las brechas sociales, erosionando los elementos de “igualdad social” que durante décadas fundamentaron las políticas económicas. El gobierno viene avanzado en esa línea, con ataques que implican desmontar subsidios a sectores vulnerables y girar a un discurso “productivista” que cuestiona “subsidios innecesarios”, “gratuidades indebidas” y el “igualitarismo”.
Esta semblanza, aunque parcial e incompleta por razones de espacio, ilustra sin embargo la idea de por qué, aun cuando lo fundamental de una nueva revolución obrera en Cuba sería el cambio del régimen político hacia un gobierno propio de los trabajadores, ha sido tal el avance de las reformas procapitalistas y promercado, que tendría que acometer una profunda revisión de todas esas medidas y reversión de muchas, para fortalecer las bases de la economía planificada.
A la par que adoptar una perspectiva internacionalista, de lucha por el triunfo de la revolución socialista a nivel internacional (perspectiva que no ha sido ni es la de la burocracia), sin lo cual, por supuesto, será imposible resistir exitosamente al capitalismo y, mucho menos, alguna transición al socialismo.
Contra el sistema de partido único y por plenas libertades democráticas para la clase trabajadora
Para defender lo que aún persiste de las conquistas de la revolución y sus derechos, los trabajadores cubanos necesitan libertades democráticas. La negación de estos derechos es tal que más libertades de expresión y difusión le otorga el gobierno a sectores como la iglesia católica, por ejemplo, que a organizaciones obreras. No permiten que haya organizaciones sindicales independientes de la disciplina estatal, transmitida por la burocracia de la CTC (Central de Trabajadores de Cuba), que es un brazo del gobierno, no le permiten a los trabajadores tener prensa y medios de difusión propios diferentes a los del partido gobernante y el Estado, ni permiten asociarse políticamente por fuera del control el PCC.
Reivindicamos el derecho de los trabajadores y las trabajadoras de Cuba a organizarse y asociarse sindical y políticamente de manera independiente del Estado y sus organismos, si así lo desean. Su derecho a tener sus propios medios de comunicación y difusión. El derecho a la manifestación, a la huelga y a las asambleas y deliberaciones en los lugares de trabajo. El derecho de los estudiantes a asambleas y movilizaciones.
Así mismo, la pluralidad de partidos obreros, socialistas o que defiendan la revolución, es un aspecto clave. Uno de los rasgos del stalinismo fue la imposición de la excepcionalidad del partido único en la URSS, como norma para “la transición al socialismo”. El tema es extenso, pero baste por ahora con saber que nunca estuvo planteado en la perspectiva de los bolcheviques la idea un único partido en el Estado obrero, la realidad de la lucha en Rusia determinó que, aun cuando el primer gobierno soviético fue pluripartidista (entre los bolcheviques y los socialrevolucionarios de izquierda), y aun cuando seguían existiendo legalmente otros partidos de oposición, prontamente el levantamiento en armas, primero de los partidos opositores –iniciando una guerra civil–, y luego de los aliados del gobierno, contra las decisiones de los soviets, colocaron a todos estos partidos al margen de la legalidad soviética.
Esa circunstancia, transitoria, fue transformada en permanente por el stalinismo. Por eso, entre el programa que levantaron los oposicionistas de izquierda estaba el retorno al pluripartidismo soviético, es decir, la legalidad de los partidos que reivindicasen la revolución y el poder de los soviets, no por supuesto los partidos de las clases explotadoras que habían impulsado la invasión militar del país y desconocían a los soviets y sus medidas revolucionarias.
Algo similar consideramos necesario en Cuba. Estamos por la legalidad de todas aquellas organizaciones políticas que defiendan las conquistas de la revolución, las bases de la economía planificada y por supuesto la plena independencia nacional. Es decir, organizaciones socialistas y antiimperialistas.
Al igual que en el resto de América Latina, nada progresivo tiene para ofrecerle a Cuba el capitalismo
No queremos cerrar sin comentar sobre la furibunda propaganda antisocialista del imperialismo y la derecha, que pretende vender que es con la vuelta completa al capitalismo (lo que llaman “libertad y democracia”) como vendrán tiempos mejores para el pueblo cubano. Eso es una falsedad por donde se lo mire: más desigualdad social, pobreza y semicolonización es lo que le espera a Cuba en caso de triunfar la restauración capitalista. Sería un profundo retroceso, no un avance.
¿Acaso no está la realidad de los pueblos del resto de América Latina, donde ha imperado siempre el capitalismo, para demostrarlo? Fue la expropiación de los capitalistas y la economía planificada la que le permitieron a Cuba conquistar su verdadera independencia –más que ningún otro país de la región– y toda la serie de avances que ningún otro país de tamaño similar de América Latina pudo nunca mostrar, e incluso tampoco muchos de los más grades en tamaño y riquezas; con todo y que ninguno padeció como Cuba el bloqueo y las hostilidades del imperio más poderoso de la última época.
No nos referimos a que, en una coyuntura futura, mayores medidas de impulso a la empresa privada, con todos los estímulos a la ganancia y su vinculación con inversiones extranjeras, no puedan generar mayor dinamismo de la economía cubana y una mejora en los ingresos, que casi con seguridad sería la mejora sobre todo del sector específico de la población vinculado a esos nichos de acumulación privada (nuevos pequeños empresarios y asalariados del sector). El asunto es la perspectiva estratégica, de la realidad estructural que le espera si se avanza hacia una completa restauración del capitalismo, donde, como muestran los países de ALyC, la generación de riquezas va asociada a la concentración en pocas manos (incluyendo la recurrente extranjerización de las economías y la sangría de recursos hacia los países imperialistas) sin que se superen el atraso, la dependencia, los problemas estructurales, la exclusión social ni las grandes brechas de desigualdad.
Le preguntamos a los propagandistas de las bondades del capitalismo: ¿acaso es la realidad de los pueblos de Centroamérica lo que sería un “progreso” para Cuba?, ¿o la del pueblo haitiano? Veamos países muchos más grandes y “prósperos”: ¿será Colombia el modelo de cómo “progresa” el pueblo bajo el capitalismo?, ¿o el Chile que estalló ante 30 años de desigualdades en que hasta el agua intentaron privatizar?, ¿será la realidad de Brasil, que es de los países más desiguales del mundo, con millones y millones viviendo en la pobreza y miseria, una falta dramática de tierras y viviendas dignas, a pesar de llegar a estar en el ranking mundial de las economías más grandes?, ¿será como Argentina, donde millones de niños y adultos pasan hambre a pesar de que el país produce alimentos para alimentar a varias veces su población? “Por qué hay hambre en Argentina si se produce comida para 440 millones de personas (10 veces su población)”, se preguntaba un artículo de la BBC. ¡Cosas del capitalismo!
“El flagelo de la desnutrición infantil en América Latina”, titula un artículo de marzo del año pasado en la web de la Corporación Andina de Fomento (CAF); “Las cifras más recientes en América Latina y el Caribe alertan de un aumento en la desnutrición”, señala otro artículo de julio de 2019 del Programa Mundial de Alimentos, “42.5 millones viven con hambre en América Latina y el Caribe o sea el 6,5% de la población”, dice; “Hambre aumenta en el mundo y en América Latina y el Caribe por tercer año consecutivo”, es el titular de una nota de 2018 en la página de la FAO, “Hambre global aumentó a 821 millones de personas y a 39,3 millones en América Latina y el Caribe en 2017”. No figura Cuba por cierto, en esos números rojos, aún con la dura crisis económica que arrastra y el bloqueo. Pero bueno, ¡son las tendencias del capitalismo a las que se invita al pueblo cubano a incorporarse para que “progrese”!
La realidad de los países de América Latina, todos bajo el capitalismo, es la de países sumidos, unos más otros menos, en el subdesarrollo y el atraso, con miseria y pobreza estructurales, represión a los de abajo, desigualdades sociales brutales, concentración de las riquezas sociales en ínfimas minorías opulentas sobre masas carentes a veces hasta de lo más básico, campesinos sin tierra, condiciones de súper-explotación en amplias franjas de la clase obrera, migración masiva huyendo de la miseria, asesinatos de indígenas y activistas defensores de los derechos de la tierra, descomposición social atroz con bandas criminales reclutando millones de seres e imponiendo junto al Estado la muerte, duros sacrificios sociales constantes por las deudas externas, cuadros de desnutrición infantil, muertes por enfermedades curables, falta crónica de viviendas, y un largo etcétera.
Es la realidad del capitalismo dependiente latinoamericano. Realidad que resienten y padecen los pueblos. Nada mejor que eso le ofrece al pueblo cubano una restauración completa del capitalismo. Y eso es lo que le ofrecen quienes desde el imperio del norte y desde todo el derechaje continental hablan de “libertad” y “democracia”.
¡Hay que separar la paja del trigo! Separar el descontento de los trabajadores y sectores pobres cubanos del cínico e intervencionista #SOSCuba y el “Patria y Vida” que quieren imponer estos sectores reaccionarios. Un programa propio, demandas, banderas y consignas propias, para defender las conquistas de la revolución y los derechos del pueblo, frente a las apetencias imperialistas y frente a la burocracia gobernante. Si algunos verdaderos aliados y amigos puede tener el pueblo cubano en estos momentos, son los pueblos de la región que hoy se rebelan contra los males del capitalismo.
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