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Dana: crimen social y catástrofe climática

Diego Lotito

Irene Olano

Dana: crimen social y catástrofe climática

Diego Lotito

Irene Olano

Ideas de Izquierda

Compartimos el video y la transcripción editada de las intervenciones de Irene Olano y Diego Lotito, militantes de la CRT, en la charla debate realizada el miércoles 20 de noviembre en la Casa Marx de Madrid con el título “Dana: crimen social y catástrofe climática. ¡Organizar la solidaridad de clase, luchar por una alternativa anticapitalista y socialista!

Intervención de Irene Olano


Introducción

Tras tres semanas de nefasta gestión de la DANA, hoy hemos amanecido con la noticia de que la gestión de la reconstrucción correrá a cargo del general retirado José Gan Pampols, el cual ha dicho que “no aceptará órdenes políticas”. Mazón no ha dimitido, pero queda en segundo plano y delega la reconstrucción en dos generales, que es casi tanto como darles el gobierno autonómico, porque esta reconstrucción será la piedra angular presupuestaria y política de lo que queda de mandato.

Se trata un giro autoritario: es el primer militar en un gobierno desde 1981, entonces fue Gutiérrez Mellado, viejo franquista. Ahora no ocuparía una cartera militar (que no hay en un gobierno autonómico) sino civil. El discurso con el que viene es bien tecnocrático-castrense y antipolítico: no vengo a seguir instrucciones políticas sino a reconstruir. Este discurso encaja y alimenta el espíritu antipolítico que viene azuzando la derecha y la extrema derecha, que se ha volcado políticamente y en el terreno. Se trata de toda una operación del Estado para que la crisis política que se abría con la DANA se canalice por esta vía, lo que alimenta a la derecha.

En este contexto nosotros venimos interviniendo, pese a que no estamos en Valencia, planteando que la solidaridad no es solo en la reconstrucción o limpieza directa de la zona, sino también política. La izquierda del gobierno no ha sido ninguna alternativa, más bien es parte de los responsables de esta crisis, como veremos. Venimos impulsando diferentes iniciativas, montando una brigada propia de limpieza y para ir a la manifestación el fin de semana del 9-10, y otras dos, para el fin de semana anterior y para el siguiente con diferentes organizaciones y tanto desde Madrid como de Barcelona. Hemos participado de las huelgas estudiantiles por esta cuestión, señalando que ambos gobiernos y los empresarios eran responsables y que la salida era por abajo y de la mano de la clase trabajadora, así como de diferentes iniciativas en universidades e institutos, con asambleas y puntos de recogida. Un pequeño ejemplo de cómo deben comportarse los revolucionarios ante catástrofes como esta que, lamentablemente, no ha sido la tónica general entre la izquierda.

Durante las brigadas pudimos ver el impacto del desastre. Supongo que muchos tendréis ya en la cabeza algunos de los efectos, pero por repasar: la DANA se ha cobrado 219 fallecidos y todavía hay 11 personas desaparecidas. Muchas localidades, especialmente en la región de Horta Sud, han sufrido enormes daños, con calles y garajes anegados, casas destruidas y muchas pérdidas materiales. Hay edificios que han estado anegados de agua varias semanas seguidas, lo cual ha provocado desperfectos estructurales. La acumulación de agua estancada y materiales en descomposición está generando infecciones y enfermedades. Las casas siguen en muchos casos sin agua potable.

La DANA en el contexto de la crisis ecosocial

Además, nosotros queríamos hablar hoy de esta DANA enmarcada en un contexto más amplio de crisis ecosocial del que tenemos que dar cuenta. La crisis climática agrava los fenómenos meteorológicos existentes en zonas donde ya se daban y los produce en zonas donde eran inexistentes. Esto se debe a que se ha generado lo que el sociólogo norteamericano John Bellamy Foster denomina fractura metabólica, recogiendo el concepto de relación metabólica entre el ser humano y el medioambiente descrito por Marx. Se trata de una desconexión o interrupción en el modo de interrelacionarse e intercambiar materia y energía de la humanidad y la naturaleza debido al modo de producción capitalista que, como veremos, altera los ciclos naturales de manera insostenible.

Según el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) de la ONU, los fenómenos meteorológicos extremos como la DANA que azotó el levante peninsular hace unas semanas van a agravarse con cada aumento progresivo de la temperatura media global, que hoy ya supera los temidos 1,5ºC y que podría superar el siguiente umbral “de seguridad” de 2ºC en la próxima década. Los gases de efecto invernadero provocan que las capas más bajas de la atmósfera se calienten y acumulen más humedad, lo que aumenta el riesgo de que tanto las lluvias extremas como las olas de calor se hagan más intensas. Hoy, la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera es la mayor en la historia de la humanidad (ya supera las 450 partes por millón respecto de épocas preindustriales), debido a las emisiones crecientes por la quema de combustibles fósiles fundamentalmente.

Y el cambio climático no solo está calentando la atmósfera, también los mares. Las altas temperaturas del mar Mediterráneo forman un cóctel terrorífico, actuando como una reserva de energía y humedad para alimentar estos temporales y hacerlos más intensos y severos, con mayores precipitaciones. El Estado español es particularmente vulnerable a las consecuencias de la crisis climática. Junto al sur de Francia e Italia, es de las regiones europeas que más sufre las transformaciones medioambientales. La zona del mediterráneo es propensa a sufrir inundaciones derivadas de tormentas intensas como las DANA. Además, tal y como señala Ecologistas en Acción, aunque los fenómenos tan devastadores son poco probables, aumentarán su frecuencia. Eso implica más catástrofes, pero también que sería posible prevenirlas y avisar a la población.

Por otro lado, para entender cómo se expresa esta fractura metabólica en el caso del Estado español y cómo llegaron los pueblos afectados por la DANA a sufrir una catástrofe de tales dimensiones, debemos analizar la gestión hidrológica del Estado español. Cuando hablamos de que se interrumpen los intercambios energéticos y de materiales entre ecosistemas y entre estos y las sociedades humanas nos referimos, en este caso, a elementos como cauces fragmentados o desviados de los ríos y zonas cercanas e inundables densamente urbanizadas que agravan los impactos de las lluvias torrenciales. Se estima que más de un millón de hogares se levantan en estas zonas inundables y que en ellos viven unos tres millones de personas.

Los bulos de la extrema derecha

A propósito de esto, vamos a hablar sobre los bulos de la extrema derecha sobre los pantanos de Franco y si ayudaron o no a mitigar los efectos de las DANA. Hemos visto que este es un discurso repetido por la extrema derecha durante las últimas semanas, sin embargo, cuando vemos la historia de la gestión hidrológica en el Estado español, encontramos que el primer programa de presas se remonta a 1902, no a la época franquista como dice la extrema derecha. Posteriormente, en 1933, con la Segunda República se ponen en marcha planes que serán embrión del famoso Plan Badajoz de Franco. El objetivo de estos planes era incrementar la producción agrícola que era uno de los pilares económicos del país y subsidiariamente aumentar la producción energética desarrollando la hidroeléctrica: en ningún caso se trataba de regular cauces ni mitigar las consecuencias de los desastres naturales.

Los programas hidráulicos de la dictadura tienen varias caras negativas de las que se suele olvidar el fandom franquista: la primera, los pueblos anegados, que fueron unos 500. Eso supuso el desplazamiento de decenas de miles de personas, expulsadas de lugares en los que sus ancestros habían vivido durante generaciones. Tampoco se puede olvidar que buena parte de las obras se levantaron gracias a mano de obra prácticamente gratuita: los presos políticos que redimían pena en la construcción de infraestructuras. Lo hicieron casi siempre en unas condiciones pésimas, tanto laborales como de vida, las cuales se hacían extensibles a sus familiares, condenados con frecuencia a sobrevivir en chozas míseras en el entorno de las obras.

Por otro lado, la construcción de presas no tenía nada que ver con acabar con la miseria en el campo. Sin embargo, las colosales obras hidráulicas que se construyeron, que dieron el pistoletazo de salida a numerosos cultivos de regadío eran la principal preocupación de la política agraria franquista y estas beneficiaron precisamente a los propietarios de la Tierra, los terratenientes. Los grandes propietarios vieron como su patrimonio se incrementaba exponencialmente sin gasto alguno por su parte: bien porque el Estado expropiaba sus terrenos pagándoles muy por encima del precio de mercado, bien porque las fincas de secano pasaban a ser de regadío y por lo tanto mucho más productivas y valiosas.

El Plan Badajoz, puesto en marcha en 1952, nos interesa porque se da en un periodo de transformación económica del Estado español, de transformación y apertura del capitalismo español. En 1953 empieza el aislamiento internacional y se firman (1953) los Acuerdos de Madrid con Estados Unidos, que son el origen de las bases militares estadounidenses en territorio español. Ese mismo año, se ingresa en el FMI y el Banco Mundial. Se empieza a abrir la economía de forma limitada al gobierno español, se permiten ciertas importaciones, se desarrollan sectores industriales como la minería, la energía y la siderurgia y se dan los primeros pasos hacia una apertura del turismo, que tuvo su auge en la década siguiente. Todo ello se acompañó por un Plan de Estabilización, aprobado en 1959, que impuso una economía de mercado más abierta con nuevos ataques al movimiento obrero organizado.

Todas estas transformaciones supusieron un enorme cambio en los usos de suelo y el modelo de urbanización. Transformaciones que hoy explican algunas de las causas de los efectos catastróficos de la DANA. El mayor ejemplo lo encontramos en esta nueva agricultura. La agricultura es hoy uno de los sectores de la economía más dañados en la zona de Horta Sud por el impacto del temporal. Pero también es uno de los sectores con mayor responsabilidad en que las inundaciones sean cada vez más destructivas.

La agricultura de la región -aunque es generalizado en el Estado español- se caracteriza por ser intensiva; esto es, por maximizar la producción alimentaria eliminando la cobertura vegetal natural de los suelos, lo cual deja a la tierra desprotegida y susceptible a la erosión. Cuando llueve con mucha intensidad, el agua se desplaza rápidamente hacia zonas más bajas, llevando sedimentos y agravando el riesgo de las inundaciones (por eso veíamos el agua en los pueblos tan sucia y llena de residuos).

Según la Fundación Nueva Cultura del Agua, la agricultura intensiva es una de las ocho causas que explican el aumento de los daños producidos por las inundaciones. Y es que los suelos, tal y como explica esta fundación, tienen un coeficiente de infiltración. Las zonas de agricultura intensiva han modificado el coeficiente aumentando el escurrimiento de agua frente a la agricultura tradicional mediterránea que conservaba los suelos.

Por otro lado, y como veníamos adelantando, este tipo de agricultura no solo es intensiva, sino que es mayoritariamente de regadío, algo que contrasta con la agricultura tradicional. Según los datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, la superficie de regadío alcanza 3,8 millones de hectáreas en el Estado español, lo que supone alrededor del 23% de la superficie total cultivada. Entre 2010 y 2019, esta área se ha incrementado un 14%, mientras que la superficie cultivada total se redujo un 1,3%. En el País Valencià, en 2022, la superficie de cultivo de regadío ascendió a 307.269 hectáreas, superando por séptimo año consecutivo a la superficie de secano (282.921 hectáreas). La superficie de regadío con respecto al total de las tierras de cultivo ha pasado del 38,1% en 1985 al 52,1% en 2022. La expansión de este tipo de agricultura genera suelos desnudos e inertes que funcionan cada vez menos como esponjas a la par que se han eliminado numerosos elementos del paisaje que limitaban el escurrimiento, como árboles y arbustos.

¿Y de quién es todo este suelo que genera erosión e impide la impermeabilidad necesaria ante las inundaciones? Frente al imaginario colectivo donde pensamos en un pequeño agricultor que lo ha perdido todo en realidad son grandes empresas las que dominan el sector agrícola y promueven esa intensificación. Los propietarios de pequeñas fincas, extensivas o con otros modelos de riego reciben muchas subvenciones y ayudas y terminan siendo mucho menos rentables.

Responsabilidades desiguales: crisis ambiental y crimen social capitalista

Todo esto nos lleva a una conclusión: que tanto en esta crisis en particular como en la devastación ambiental y la fractura metabólica hay responsabilidades desiguales.

En términos globales, la contaminación causada por las grandes empresas es desproporcionada respecto a otros sectores económicos y sociales. Según un informe (el Carbon Majors Report) de 2017, 100 empresas (principalmente del sector energético) son responsables de aproximadamente el 71% de las emisiones globales de GEI desde 1988. Las grandes empresas industriales y energéticas contribuyen significativamente a la contaminación atmosférica. Las plantas de carbón, en particular, emiten partículas finas, óxidos de nitrógeno y dióxido de azufre, que causan problemas de salud pública y daño ambiental.

La industria textil (incluidas grandes marcas como H&M o Zara) es una de las principales industrias contaminantes de agua dulce, liberando químicos tóxicos y teñidos en ríos y mares. Las empresas de minería y extracción también contaminan fuentes hídricas a través de derrames tóxicos y lixiviación de metales pesados. Además, según un informe de Break Free From Plastic (2022), empresas como Coca-Cola, PepsiCo, y Nestlé están entre los mayores responsables de la contaminación por plásticos, principalmente debido a los envases de un solo uso.

Esto se produce por las economías de escala (las grandes empresas tienen acceso a vastos recursos naturales y operan a una escala masiva), se prioriza la producción y el consumo rápido (ej. moda rápida, productos desechables) sobre modelos sostenibles y se externalizan costes sociales y ambientales. Precisamente esta externalización social es la que encontramos también en casos concretos como el levante español, donde los principales afectados por los fenómenos extremos (los trabajadores y sectores populares) no corresponden con sus principales culpables. Si son las grandes empresas las responsables de la crisis ambiental, lo lógico es que sobre ellas recaigan también los costes de las medidas de mitigación y adaptación que pongamos en marcha.

Por otro lado, más allá de las responsabilidades más “históricas”, esta crisis concreta también tiene responsables también concretos. El gobierno de Mazón fue el primer responsable de la ausencia de toda medida de prevención y protección de la población. Desde la liquidación de la Unidad Valenciana de Emergencia nada más asumir el poder, hasta la negativa a enviar los mensajes de alerta a los dispositivos móviles hasta pasadas las 20 horas del 29 de octubre para no alterar lo más mínimo la actividad económica, cuando ya se estaba produciendo la catástrofe.

Pero la responsabilidad política es completamente compartida con el gobierno central. El organismo desde el que se coordinó la nefasta respuesta a esta crisis es el CECOPI (Centro de Coordinación Operativo Integrado) es un órgano colegiado entre la administración autonómica con representación de la presidencia de la Generalitat valenciana, la Delegación del Gobierno en Valencia, la UME y otros dispositivos. Ambas administraciones son responsables de no haber suspendido las actividades económicas no esenciales, permitiendo que miles de empresarios obligaran a sus trabajadores a trabajar y no abandonar sus puestos, y quedarse en el llamamiento “por favor” de la ministra de Trabajo a que no pusieran en riesgo la vida de sus trabajadores.

Son responsables de no haber activado las unidades de bomberos forestales de la comunidad, ni de otras comunidades que habían ofrecido asistencia, de haber rechazado -hasta pasadas 72 horas- la colaboración de equipos de bomberos de otras provincias o Estados, de haber puesto palos en la rueda y obstáculos a las iniciativas voluntarias.

Por eso, no basta con que caiga el gobierno de Mazón. Hay que depurar las responsabilidades políticas y patronales de este crimen social capitalista. De ahí viene el título de esta charla. Cuando hablamos de catástrofe ambiental, tenemos que añadir la cuestión de que esta DANA también es un crimen social. No es una tragedia sin responsables, ni históricos ni concretos. Hemos visto que los grandes terratenientes, los diferentes gobiernos y las grandes corporaciones son, cada una a su modo, responsables de la crisis en términos más históricos. Pero en lo concreto, sobre esta crisis vemos que, en primer lugar, ninguna de las alertas de las que dio aviso la AEMET fue tenida suficientemente en cuenta ni por el gobierno autonómico del PP ni por el gobierno central del PSOE y Sumar ni por los empresarios. Por tanto, todos ellos son responsables.

Decir esto es importante porque la inacción de los gobiernos y del Estado ante catástrofes como esta, siempre va acompañada siempre por la invocación a desastres “naturales”, eventos imposibles de prever. Pero esto no es así. Se trata de fenómenos catastróficos pero esperables en un contexto de calentamiento global.

Y es que existen planes de acción en algunos lugares como el País Valenciá para proteger o mitigar las consecuencias de posibles riadas, pero no se ponen en marcha. Es el caso del plan de acción territorial de riesgo de inundaciones que se aprobó en 2003, se revisó en 2015 y… ahí lleva en un cajón desde entonces. También, desde el año 2007 existe un plan específico para la gestión del riesgo de inundación sobre las poblaciones arrasadas a causa de la crecida del barranco del Poyo que, años después, sigue sin ponerse en marcha. En estas zonas, además, se siguió construyendo. El modelo de crecimiento basado en la construcción de las últimas décadas conllevó que miles de viviendas se levantaran en tiempo récord, muchas de ellas en zonas de riesgo cercanas a barrancos, cauces de ríos y otras áreas potencialmente inundables como zonas por inundación marina.

Por todo esto, estas tragedias, como dijo hace 180 años Federico Engels, se transforman en verdaderos “crímenes sociales”. Engels utilizó la expresión “crímenes sociales” en 1845 en su famosa obra “La situación de la clase obrera en Inglaterra”:

“Cuando un individuo hace a otro individuo un perjuicio tal que le causa la muerte, decimos que es un homicidio; si el autor obra premeditadamente, consideramos su acto como un crimen. Pero cuando la sociedad* pone a centenares de proletarios en una situación tal que son necesariamente expuestos a una muerte prematura y anormal (…) cuando ella sabe demasiado bien que esos millares de seres humanos serán víctimas de esas condiciones de existencia, y sin embargo permite que subsistan, entonces lo que se comete es un crimen, muy parecido al cometido por un individuo, salvo que en este caso es más disimulado, más pérfido, un crimen contra el cual nadie puede defenderse, que no parece un crimen porque no se ve al asesino (…) la sociedad en Inglaterra comete cada día y a cada hora lo que los periódicos obreros ingleses tienen toda razón en llamar crimen social; que ella ha colocado a los trabajadores en una situación tal que no pueden conservar la salud ni vivir mucho tiempo (…) La sociedad actual trata a la gran masa de pobres de una manera verdaderamente repugnante. (…)”

* Cuando hablo de la sociedad, aquí y en otras partes, como colectividad responsable que tiene sus obligaciones y derechos, huelga decir que me refiero al poder de la sociedad, es decir, de la clase que posee actualmente el poder político y social, y por tanto es responsable también de la situación de aquellos que no participan en el poder. Esa clase dominante es, tanto en Inglaterra como en los demás países civilizados, la burguesía.

La dimensión de esta catástrofe no se puede imputar a la naturaleza, sino a la gestión criminal antes, durante y después de la DANA que se viene haciendo desde los gobiernos y organismos públicos y empresariales. Cuando no se avisa a tiempo, cuando se construyen polígonos, viviendas y comercios en zonas de riesgo por riadas; cuando pasan gobiernos distintos y los estudios y planes de obras públicas duermen durante décadas en los cajones de los Ministerios y Consejerías, llamar ’catástrofe natural’ a lo que ha acontecido es un insulto a las víctimas, a los damnificados/as y a la inteligencia humana. Ha sido un crimen social capitalista.



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Intervención de Diego Lotito


En febrero de este año se conocía la noticia de que, por primera vez, el calentamiento global había superado los 1,5°C durante todo un año, según el servicio climático de la Unión Europea (UE). Como saben, evitar que se sobrepase este umbral ha sido uno de los ejes principales del IPCC y las cumbres climáticas, que vienen planteando que, si no se reduce profundamente la emisión de CO2, junto con otras emisiones de GEI, hasta llegar a un nivel neto cero en torno a 2050, la temperatura global aumentará más del 1,5°C en este siglo.

Sobrepasar ese umbral implica consecuencias graves para el desarrollo de la vida en el planeta que ya estamos viendo. La ampliación de los fenómenos climáticos extremos, ciclones tropicales, tifones, huracanes y tormentas como la DANA que dejan cientos o miles de muertos, es solo uno de ellos. Todos estos efectos recaen principalmente sobre los pueblos más pobres del mundo, expoliados por las potencias imperialistas. Pero no sólo en ellos, porque también golpean en los centros capitalistas, como Alemania, Estados Unidos, Italia, Francia, y como hemos visto catastróficamente, también el Estado español.

I. Enfoques capitalistas y reformistas ante la crisis ecológica

Frente al escenario de catástrofe que se avecina el capitalismo oscila entre dos estrategias fundamentales: el negacionismo y el capitalismo verde, que incluye una subvariante reformista, el llamado Green New Deal.

a) Negacionismo y securitarismo ambiental: El campo del negacionismo es muy amplio. Lo representan figuras como Bolsonaro, Abascal, Milei o Trump, alineados sin más con los intereses del gran capital dedicados al combustible fósil y el agronegocio (pero también al que ya prepara el negocio de la transición, como el caso de Elon Musk, sin reparos en apoyar la injerencia imperialista en Bolivia para garantizarse el litio destruyendo los ecosistemas y poblaciones). Esta posición, financiada por las grandes corporaciones de las industrias petrolera, energética y automotriz, sigue en boga e intenta extenderse en sectores de la juventud desde sectores autodenominados “libertarios”. Durante estos días vimos cómo la extrema derecha negacionista ha tratado de aprovecharse de la situación, incluso lanzando todo tipo de bulos contra científicos del CSIC. Abascal por ejemplo salió a decir que el “fanatismo climático mata” en plena emergencia por la DANA con más de doscientos muertos.

Al mismo tiempo que hacen campaña negacionista, las grandes corporaciones capitalistas son plenamente conscientes de las consecuencias inevitables del cambio climático y sus efectos sociopolíticos. Por eso se preparan para sacar ventaja de lo que viene y, sobre todo, para responder a sus implicaciones en el terreno de la “seguridad” y la política exterior. A su escala esto lo vemos en Valencia. Primero se negaron a desplegar a todos los bomberos forestales en activo del resto del Estado o hacer contratos de urgencia de los miles que están en el paro para la emergencia. Ahora militarizan la zona, ponen a un militar retirado a cargo de la reconstrucción y entregan contratos a dedo a empresarios vinculados a las tramas corruptas del PP, mientras todo el régimen sostiene a Mazón.

b) Capitalismo verde: como contraparte del negacionismo, el bando del “capitalismo verde” va desde el Partido Demócrata norteamericano, Emmanuel Macron, Pedro Sánchez, pasando por diversas y pujantes corporaciones capitalistas, organismos internacionales, hasta ambientalistas y ONGs, alegan lo contrario. Mezclan neoliberalismo, neokeynesianismo y “economía verde”, denuncian el cambio climático y en costosas cumbres climáticas acuerdan medidas de protección ambiental, controles y grandes objetivos de reducción de emisiones, que no han sido más que papel mojado. Esto es lo que está pasando actualmente en la COP29 donde además se despliegan discursos tecnológicos que no cuestionan el actual modelo económico ecocida como la promoción de los dispositivos de captura y almacenamiento de CO2, que se limitan a esconder bajo tierra el CO2 en lugar de evitar su generación. Todo un ejemplo de cómo estas cumbres se ponen al servicio de los lobbies y, además, son utilizadas para hacer negocios, motivo por el cual no sorprende que últimamente tengan lugar en petroestados como Emiratos Árabes.

La farsa de las cumbres climáticas es quizá la máxima expresión del fracaso de la política del capitalismo verde. Para dar una idea basta decir que, desde el Protocolo de Kioto en 1997, que promovía medidas de “mitigación” y “adaptación”, se han lanzado a la atmósfera el 50% de las emisiones totales de CO2 que han tenido lugar desde el inicio de la era industrial (en 1750), y solo en los últimos diez años se ha emitido el 10%. Tras la Cumbre de París (2015) se registraron los mayores incrementos en las emisiones de CO2 de la historia del capitalismo.

En el Estado español la Ley de Cambio Climático y Transición Energética promulgada en mayo de 2021, que pretendía reducir para 2030 las emisiones de gases de efecto invernadero en un 23 % respecto a los niveles de 1990, y alcanzar un sistema eléctrico con un 74 % de generación de energía renovable, no ha servido para absolutamente nada. Mientras los fondos del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la UE se los llevan las principales empresas contaminantes, como las eléctricas. En el EE hay 20 empresas que generan el 80% del CO2. Endesa emite sola el 10% de todas las emisiones de España y concentra la cuarta parte de todas las que emiten los sectores fijos. Le siguen Repsol y Naturgy.

La prueba más palpable es que los compromisos de Europa en la lucha contra el Cambio Climático no valen nada es la situación generada por la guerra de Ucrania. Todos los planes de transición energética se paralizaron con la guerra, se está volviendo al carbón como fuente de energía y se han cometido actos irracionales como el sabotaje a los gasoductos NordStream I y II, un acto de guerra que implicó el vertido de unos 300 millones de metros cúbicos de gas al mar Báltico, produciendo el mayor escape de metano de la historia.

c) El Green New Deal: dentro del espectro de los defensores de un capitalismo verde existe una subvariante reformista que ganó mucho peso en el último período, proponiendo un programa con tintes neokeynesianos para hacer frente a la crisis. No me voy a referir mucho a esto ya que todos los planes de Green New Deal se fueron al traste. Primero porque ninguno de los gobiernos y partidos capitalistas, ni siquiera aquellos que se presentan como “verdes”, “progresistas” o de la izquierda neorreformista, estuvo dispuesto a tomar las medidas que exige la situación, que implica atacar los intereses de las grandes corporaciones capitalistas. Al contrario, querían que ellas fueran las precursoras del GND con fondo públicos. En segundo lugar, porque en EEUU los demócratas -que justamente un ala de este partido eran los mayores propagandistas del GND- le abrieron el camino a Trump.

II. ¿Y si el cambio climático genera revoluciones?

Los fenómenos climatológicos extremos, así como las sequías o transformaciones radicales del ambiente en el que vivimos pueden producir, a su vez, otros fenómenos como guerras, migraciones masivas y procesos de lucha. Ante una catástrofe como la vivida hace unas pocas semanas en Valencia, aparte de denunciar la responsabilidad de los gobiernos capitalistas y los empresarios en esta tragedia, plantear un programa ante la crisis y un programa para intervenir y una política para organizar la solidaridad de clase, nos tiene que hacer reflexionar también sobre como situaciones así pueden generar la irrupción de las masas.

El nivel del crimen social que se ha vivido debería ser el catalizador de una verdadera rebelión popular contra sus responsables. No podemos descartar que esto suceda, aunque la realidad es que todos los actores políticos operan para que no sea así. Al final quiero volver sobre esto, pero antes quiero plantear una cuestión más general.

Vivimos en una época de crisis, guerras y revoluciones. Así es como la Tercera Internacional definió a la época imperialista. Creo que la catástrofe climática es una dimensión que debemos incorporar en esta definición para integrar la crisis ambiental y sus consecuencias en el problema estratégico de la revolución del siglo XXI. Y junto con ello, ¿Cuál es el sujeto de nuestra estrategia? ¿Qué tipo de alianzas de clase hay que establecer? ¿Qué organización política? ¿Cuál es el rol del Estado? ¿Y de qué tipo de estado?

Andreas Malm, un activista e intelectual ecomarxista sueco, ha desarrollado justamente un ángulo de pensamiento sobre el cambio climático que justamente introduce la dimensión de la estrategia revolucionaria y muchos de los interrogantes que planteaba antes, bregando por lo que define como “leninismo ecológico”. Con Malm tenemos muchas diferencias, sobre todo en el plan de la estrategia y el sujeto de la lucha contra la catástrofe ambiental. Pero introduce elementos interesantes para pensar la relación entre crisis climática y lucha de clases.

En “Una estrategia revolucionaria para un planeta en llamas”, un texto de 2018, Malm dice que “no hace falta mucha imaginación para asociar el cambio climático con una revolución”. De hecho, el imperialismo mundial ya lo viene pensando hace rato. En la Evaluación mundial de amenazas de 2013, redactada por la CIA, se afirma que los eventos meteorológicos extremos ejercerán una gran presión sobre el mercado de alimentos, “inspirando disturbios, desobediencia civil y vandalismo”. La crisis climática es un “multiplicador de amenazas” para los capitalistas. Sobre esa base Malm establece cuatro configuraciones posibles entre revolución y cambio climático.

1) La revolución como síntoma: es decir, la revolución como respuesta a la crisis climática. No es que el aumento de la temperatura va a generar rebeliones o revoluciones por sí mismo. Se necesita una atmósfera propicia, algún tipo de rabia acumulada en un punto de no retorno. Pero, aunque no actuará por fuera del resto de los factores económicos, sociales y geopolíticos, el cambio climático puede ser un catalizador extraordinario de la lucha de clases. El caso de la guerra civil en Siria es aleccionador.

El caso de la guerra civil en Siria es aleccionador. En los años previos a las revueltas de 2011, el país sufrió una sequía bíblica. Un proceso que se viene gestando desde los años 70. Esta sequía generó una migración inmensa de casi dos millones de personas que entre los años 2006 y 2010 migraron a las afueras de Damasco, Alepo, Homs y Hama, uniéndose a las filas de los proletarios y proletarias desesperadas y casi sin trabajo, con precios que aumentaban. ¿Qué es lo que hizo el régimen de Bashar al-Assad cuando su pueblo perdió sus medios de vida? Intentar renovar las bases del capitalismo sirio apoyando a una nueva generación de empresarios animándolos a apropiarse de sectores enteros de la economía: boom de la construcción, tiendas de productos de lujo, mientras en las zonas rurales el régimen aprobó una ley que permitía a los propietarios expulsar a sus inquilinos, quitarles sus tierras, etc. En ese caldo de cultivo estalló la rebelión siria.

Como no había una dirección revolucionaria que planteara esa perspectiva, de la rebelión siria no vino una revolución ecosocialista sino una guerra civil reaccionaria que dejó cientos de miles de muertos, millones de refugiados y un nivel de destrucción espantoso. Pero es un gran ejemplo de cómo la crisis climática puede engendrar procesos revolucionarios.

Que la catástrofe y la guerra pueden generar revoluciones no es una tesis nueva. Parafraseando a Lenin, en contextos en los que las masas sufren padecimientos superiores a los habituales, se genera una mayor convulsión social. La Revolución rusa tuvo lugar justamente en medio de la primera Primera Guerra mundial. La catástrofe (la guerra, las hambrunas, las inundaciones) fue la base en la que se engendró la revolución. En este momento cuando Lenin escribió un texto brillante: La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla, donde plantea que solo una revolución social puede evitar una hambruna generalizada en todo el país. Hay muchas posibilidades de que en nuestro siglo el cambio climático sea un gran acelerador que precipite las contradicciones del capitalismo imperialista. La cuestión central es si se pueden aprovechar estas oportunidades y qué hace falta para poder aprovecharlas.

2) La contrarrevolución y el caos como síntoma: la escasez de agua y de comida está destinada a convertirse en uno de los efectos más tangibles del calentamiento global. En esta hipótesis Malm sostiene que la escasez y la catástrofe puede ser el escenario para que surjan variantes bonapartistas, lideres fuertes que se erijan como garantes de un mínimo de estabilidad en la distribución de recursos y el monopolio de la fuerza. El peligro que se presenta aquí es que frente a las catástrofes asciendan variantes de extrema derecha. Esa es otra forma de articulación; opuesta a la primera. Sin embargo, siempre sería el resultado de las relaciones de fuerza.

3) La revolución para tratar los síntomas: una hipotética tercera configuración sería una revolución para tratar los síntomas del calentamiento global. Si las relaciones sociales de producción y sus regímenes políticos bloquean la manera efectiva de efectuar una adaptación al cambio climático, entonces puede haber revolución para modificarlas radicalmente. Obviamente esta configuración presupone revolucionarios consecuentes que actúen contra los impactos del cambio climático.

4) La revolución contra las causas: Malm sostiene una verdad indiscutible: la adaptación si hay un aumento de 3 o 4 grados de la temperatura mundial, por no hablar de 8, es un esfuerzo inútil. Nadie puede realizar ningún trabajo físico cuando las temperaturas sobrepasan un determinado nivel. Pero sí podemos mantener bajo tierra las reservas de los combustibles fósiles. Podemos reducir las emisiones a cero. Eso solo es posible expropiando al 1% más rico, que es el que tiene una huella ecológica 175 veces mayor que el 10% más pobre. Y solo una revolución puede hacer eso.

Lenin dice en 1917: “A la luz de este ejemplo, podemos quizá trazar la más vívida comparación entre los métodos burocráticos reaccionarios de lucha contra la catástrofe, que se limitan a un mínimo de reformas, y los métodos democráticos revolucionarios que, si quieren ser dignos de ese nombre, deben proponerse como objetivo inmediato romper violentamente con el viejo y caduco sistema y realizar el progreso más rápido posible”.

Mientras tanto, la burguesía “cuya norma es siempre la misma: Après nous le deluge” [Tras nosotros el diluvio], pierde el tiempo. Hay medidas que, de llevarse a cabo salvarían millones, incluso miles de millones de vidas. “Existen los medios necesarios para luchar contra la catástrofe y el hambre, (…) las medidas que se requieren para combatirla son muy claras, sencillas, perfectamente realizables y al alcance de las fuerzas del pueblo”. ¡Que actuales que resultan estas palabras de Lenin!

III. Sujeto y estrategia

Ahora, pensar en una revolución contra las causas del cambio climático plantea muchos interrogantes estratégicos: ¿Cómo se articula lo nacional y lo internacional? ¿Quién llevará a cabo un programa para terminar con la catástrofe? ¿Y la táctica? ¿Cuál es la estrategia? Aquí es donde Malm trastabilla.

Por un lado, en muchos de sus trabajos Malm ha enaltecido las acciones radicales contra centrales energéticas, oleoductos, aeropuertos y hasta centros comerciales, expresando un cierto escepticismo de que la clase trabajadora, que a menudo identifica con sus direcciones oficiales de los sindicatos burocratizados, pueda jugar un rol central. Por otro lado, es escéptico de la posibilidad de la revolución social. En un libro de 2020, “El murciélago y el capital”, dice que la posibilidad de una revolución social en el mediano o largo plazo es imposible, por lo que no hay otro agente para una transición ecológica que el Estado capitalista existente. Así termina apoyando una política de presionar a los gobiernos, o incluso defender la perspectiva del Green New Deal.

Al no reconocer a la clase trabajadora, en particular de los sectores estratégicos, como sujetos capaces de confrontar los intereses capitalistas, Malm se priva de la única fuerza estratégica potencial para dar sustento a un verdadero “leninismo ecológico”. Más que defender la centralidad del sabotaje para romper el ciclo infernal de los negocios del capital fósil, lo que hay que retomar es la tradición marxista revolucionaria. Esta que hace de la huelga el arma decisiva con la cual la clase de los explotados no solo puede detener la “normalidad capitalista”, sino también, cuando se moviliza, demostrar que otro modelo de sociedad es posible. ¡Imaginen si los sindicatos en vez de haber jugado el rol nefasto que han jugado con la Dana hubieran inmediatamente llamado a la huelga en todo el estado en solidaridad con Valencia, movilizado a los trabajadores de las empresas con maquinaria pesada, organizado comités de solidaridad populares que coordinasen la ayuda! Lamentablemente, las burocracias sindicales y políticas no hicieron nada de esto, sino que se sumaron a la “unidad nacional” con los responsables de la catástrofe.

Dos pequeños ejemplos de esta perspectiva: 1) La lucha en la refinería de Total en Grandpuits, Francia, donde los trabajadores se aliaron con el movimiento ecologista para destapar que los planes de la empresa, que pretendía cerrar la planta, eran en realidad tramposos y contaminantes. Un gran ejemplo de cómo los trabajadores de los sectores contaminantes no son enemigos naturales del movimiento ecologista, sino que pueden ser poderosos aliados estratégicos; 2) La imprenta Madygraf, en Argentina, donde los trabajadores pelean por la expropiación definitiva de la fábrica (ya llevan varios años de control obrero) y han constituido una asamblea permanente específica para tratar temas de sostenibilidad en la empresa. Estos trabajadores se alían también con estudiantes de ciencias y tecnología en la universidad para que la empresa funcione de forma totalmente sostenible. En ambos procesos, y no por casualidad, han intervenido decididamente compañeras y compañeros de nuestras organizaciones hermanas, Rèvolution Permanente de Francia y el PTS de Argentina.

Lo contradictorio del pensamiento de Malm es que al mismo tiempo que sitúa el debate en un terreno estratégico, en el cual las referencias a la estrategia revolucionaria y el leninismo son la nota más inteligente y novedosa de su reflexión teórica, es el escepticismo en la capacidad revolucionaria de las masas y la posibilidad de estructurar una alternativa política que canalice esta potencia social el que termina por imponer su impronta.

Para nosotros, la clase trabajadora es el sujeto fundamental que puede (y debe) jugar un rol hegemónico en la lucha contra el cambio climático, articulando una alianza social con la juventud, los movimientos ecologistas y los sectores populares, que pueda activar el “freno de emergencia” ante el desastre al que nos aboca el capitalismo. El problema es que para hacer esto la clase trabajadora necesita dotarse de una política hegemónica y no corporativa. La tarea de las y los revolucionarios es justamente desarrollar una estrategia que permita forjar esta alianza y luchar por un programa anticapitalista y ecosocialista.

En este plano, tenemos una visión muy critica del rol que ha jugado la izquierda sindical y la izquierda política que se reivindica anticapitalista, que no ha planteado una alternativa de acción ante el desastre.

Pensemos la crisis de la DANA desde este punto de vista. Primero, si se hubiera actuado con previsión, no habría habido 200 muertos. Por poner un ejemplo contrario, en Cuba, que sufre el azote de huracanes y ciclones, tienen hace décadas un plan que se llama "Operación Meteoro”, que hace simulacros de catástrofe, prepara a la población y educa sobre riesgos ambientales, lo que ha evitado miles de muertes innecesarias. Es decir que un estado obrero pobre y completamente burocratizado como Cuba toma medidas de prevención infinitamente más racionales frente a las catástrofes climáticas que los más avanzados estados capitalistas.

Pero una vez acaecido el desastre, en manos de los gobiernos capitalistas lo que ha habido (y sigue habiendo) es una situación cuasi bélica en las poblaciones afectadas hace ya tres semanas. Esto no hubiera sido así si son los trabajadores los que tienen acceso a la maquinaria, si existe una coordinación desde diferentes sectores obreros que realizan diariamente tareas que hoy son imprescindibles para la reconstrucción y si es la autoorganización, que hemos visto ya en forma de riadas de voluntarios, la que se extiende organizada por comisiones de trabajadores, vecinos y afectados, entonces se pueden abordar los efectos de las catástrofes ambientales. Lo mismo pasa con los planes de mitigación y adaptación climática. Ahora la reconstrucción está en manos de los gobiernos y será al servicio de los capitalistas, cuando lo que hace falta es un plan que surja del debate colectivo de los vecinos de las zonas más sensibles con los trabajadores, activistas, científicos expertos y que el conocimiento colectivo se organice en torno a resolver la crisis ecológica y social de forma integral.

Frente a las estrategias reformistas, un verdadero “leninismo ecológico” solo puede ser anticapitalista y socialista. Como dice el lema de una pancarta de Contracorriente que hemos llevado en las huelgas del clima, “si el capitalismo destruye el planeta, destruyamos el capitalismo”. ¿Y con que estrategia nos proponemos esto? Ligando la lucha de la clase trabajadora y los sectores populares con la lucha por la revolución social y el socialismo. Es decir, por destruir al estado capitalista y construir un estado transicional de las y los trabajadores que, organizado democráticamente en organismos de autodeterminación de masas, que introduzca “la razón en la esfera de las relaciones económicas”. Porque esta es la única manera de que se pueda restablecer un equilibrio entre la actividad humana y la naturaleza.

Y esto solo puede ser posible si la planificación de la economía se encuentra en manos de la única clase que tiene la capacidad de liderar al resto de los sectores oprimidos (la juventud, los campesinos pobres, los sectores populares) para evitar la catástrofe: la clase trabajadora.

IV. Estrategia, programa y partido

Antes decía que no podemos descartar que esta tragedia genere una verdadera rebelión popular, pero que todos los actores políticos operan para que esto no suceda. El nombramiento de dos generales en el gobierno de la reconstrucción es un giro bonapartista que justamente quiere limitar que se desarrolle una crisis de representación y que el descontento se contenga y canaliza por derecha.

En este marco, las burocracias sindicales, que han jugado un papel criminal en esta catástrofe, lo siguen jugando al no plantear ninguna política alternativa. Con relación a la crisis climática las burocracias sindicales, que son conservadoras en el peor sentido del término, sostienen una posición que va del negacionismo reaccionario al capitalismo verde. Esto influye en la clase trabajadora. La extrema derecha también influye, que contamina la conciencia de un sector de la clase obrera diciendo que eso del cambio climático es una mentira y que los ambientalistas los quieren dejar sin trabajo.

Pero la realidad también influye. La experiencia personal frente a una catástrofe como la DANA, o percibir la crisis sin haberla vivido personalmente, o sentirse impulsados por la solidaridad, también influyen poderosamente. Y en ese contexto es clave plantear un programa para que la clase obrera, o sectores de ella, tomen en sus manos la lucha contra el cambio climático y las catástrofes ambientales desde una posición independiente.

Por eso ante al DANA desde la CRT planteamos una serie de medidas no solo para atender inmediatamente la catástrofe (como el refuerzo de todos los servicios civiles de emergencia, la suspensión de los alquileres y anulación de todas las hipotecas y créditos, o que todos los pisos vacíos de grandes propietarios y establecimientos hoteleros pasen a estar bajo el control de comités de vecinos y vecinas, e impuestos extraordinarios a las grandes empresas, la banca y las eléctricas), sino también para que la clase trabajadora tenga una ubicación hegemónica en esta crisis, como que los representantes de los trabajadoras puedan incautar stocks de productos de primera necesidad para su distribución, junto a los vecinos, entre los afectados, la exigencia a los sindicatos a que organicen la solidaridad de clase y la organización de comités de trabajadores, afectados y técnicos que planifiquen democráticamente el plan de reconstrucción.

Este es un programa de acción para la situación actual. Pero nuestro programa de conjunto frente a la crisis ambiental plantea otra serie de medidas de mayor calado, como la expropiación de la industria energética y los transportes y que pasen a estar controlados democráticamente por sus trabajadores y comités de usuarios, o la lucha por nacionalizar y reconvertir bajo criterios ecológicos las empresas de automóviles y transportes, donde haya una reducción generalizada de la jornada laboral y del reparto de las horas de trabajo, o también la expropiación de la gran propiedad terrateniente y reforma agraria para pequeños campesinos bajo criterios ecosostenibles, entre otras.

Un programa así es imposible de alcanzar en los marcos del capitalismo. Para llevarlo a cabo hace falta desplegar una estrategia revolucionaria que enfrente a los responsables del desastre y que permita que un sector mayoritario de la clase trabajadora y la población lo tome en sus manos como la única salida posible. Y la CRT es aún una organización pequeña como para influenciar a sectores de masas con esta política. Por eso, hace falta construir una gran organización que luche por esta perspectiva, un partido revolucionario.

La comprensión del programa está ligada a la experiencia de lucha, en las organizaciones de masas, contra la burocracia, las corrientes reformistas, así como a “sembrar ideas”. Esto no es sencillo, especialmente con la cuestión climática, que hasta ahora se presentaba como un fenómeno distante. Pero la catástrofe ya está en la puerta y vamos a vivir nuevos episodios aún peores. Por ello quiero reivindicar el rol de la CRT, que con sus humildes fuerzas ha hecho lo posible por establecer las alianzas necesarias para plantear una perspectiva independiente, ya que muestra en pequeño como hay que actuar ante situaciones como esta.

Al mismo tiempo que impulsamos la solidaridad de clase, como estamos haciendo con las brigadas de trabajadores y estudiantes, de lo que se trata es de luchar por construir una izquierda que no se limite a la rutina sindical, o del activismo en los movimientos sociales o la intervención en las elecciones con un programa “mínimo”, y tampoco de hacer propaganda socialista (o ecosocialista) divorciada de una práctica real, sino que luche activamente por poner en pie una gran organización revolucionaria para que la clase trabajadora se transforme en sujeto hegemónico que se prepare para las rebeliones que va a generar la crisis capitalista, las guerras, y también las catástrofes climáticas.


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Diego Lotito

@diegolotito
Nació en la provincia del Neuquén, Argentina, en 1978. Es periodista y editor de la sección política en Izquierda Diario. Coautor de Cien años de historia obrera en Argentina (1870-1969). Actualmente reside en Madrid y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.

Irene Olano

Madrid