El presente artículo continúa el intercambio que se inició a partir del artículo de Matías Maiello, “El retorno de Kautsky después de vivir un siglo… de imperialismo” y la respuesta de Charlie Post “Reformismo e imperialismo”. Este debate, es parte de uno más general que se viene desarrollando en EE. UU. en torno a la figura de Karl Kautsky y la socialdemocracia, ligado a la discusión sobre las perspectivas actuales de la izquierda norteamericana.
Antes que nada quería agradecer a Charlie Post su respuesta y dar la bienvenida al debate, que ha contado también con la reciente contribución de Luis Proyect.
En su artículo, Post comienza señalando una serie puntos que compartimos y que hacen a la ligazón entre lucha socialista y lucha contra el imperialismo. Quisiera empezar por esas coincidencias para resaltar la importancia de una perspectiva antiimperialista.
La discusión actual sobre Kautsky y las reivindicaciones de su legado por parte de los editores de Jacobin, revista vinculada a Democratic Socialists of America (DSA), van de la mano del decidido apoyo de este agrupamiento a la candidatura dentro del Partido Demócrata (PD) de Bernie Sanders para las presidenciales 2020. Con esta política, sin dudas, no hay lugar para el antiimperialismo. En las últimas décadas, la trayectoria de Sanders estuvo alineada en lo fundamental a la política imperialista del PD, votando a favor de la gran mayoría de las intervenciones militares de EE. UU., a excepción de la autorización a Bush Jr. para la guerra de Irak en 2002.
Actualmente, mientras Trump impulsa la construcción del muro fronterizo y amenaza con sanciones a México, Sanders se pronunció en contra de una política de “fronteras abiertas” frente a miles de personas desesperadas con sus familias que huyen de la miseria en México y Centro América. Un éxodo que es producto, en gran medida, de las políticas de los sucesivos gobiernos norteamericanos y toda una historia de golpes, intervenciones militares, bloqueos y supuesta “guerra contra las drogas” que llega hasta la actualidad. A su vez, en febrero de este año Sanders legitimó de hecho la acción del golpismo en Venezuela impulsado por el Departamento de Estado, exigiendo que se “permitiera la ayuda humanitaria”, cuando todo el mundo sabe que Trump mantiene sanciones económicas brutales que contribuyen a la terrible situación del pueblo venezolano. Tampoco fue capaz más que de una muy tímida defensa cuando la congresista Ilhan Omar recibió todo tipo de ataques islamófobos por parte de los republicanos y fue “condenada” por la propia dirección demócrata, por cometer el “pecado” de criticar la política del Estado de Israel.
Es en este marco que en el debate sobre Kautsky la cuestión del imperialismo está enormemente devaluada. Una omisión que tiene su correlato político cuando Eric Blanc plantea que las “limitaciones políticas” en “temas de política exterior” por parte de Sanders, “no es una razón seria para negarle el respaldo”. O cuando James Muldoon, reivindica una supuesta “vía democrática al socialismo” elaborada por Kautsky, sin detenerse en que el teórico de la II Internacional se encargó de justificar el alineamiento de la socialdemocracia con el Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial.
La constatación de Engels de que “una nación no puede ser libre si al mismo tiempo oprime a las demás” parecería brillar por su ausencia. Sin embargo, sigue siendo una realidad bien concreta, tanto históricamente como en la actualidad. Sin ir más lejos, el “modelo neoliberal” que en el debate, Vivek Chibber coloca como principal enemigo actual, tuvo su gran laboratorio de pruebas en Chile bajo la dictadura de Pinochet, con el grupo de los “Chicago Boys” entrenados en la Universidad de Chicago. Luego se generalizaría a los diferentes países del mundo, empezando por EE. UU. y Gran Bretaña. A su vez, para imponerlo fue fundamental la victoria de Thatcher en la guerra de Malvinas que la fortaleció para doblegar a los mineros británicos. Escenarios que fueron posibles gracias a sangrientas dictaduras en toda Sud América y Centroamérica promovidas por la CIA y el Departamento de Estado durante las décadas de 1970 y 1980, con un saldo que asciende a cerca de 400.000 entre asesinados, detenidos y torturados según cálculos recientes.
Hoy, cuando el nacionalismo de las grandes potencias vuelve al centro de la escena internacional, por ahora en forma de “guerras comerciales” (que de fondo se explican por la disputa por la primacía en el desarrollo tecnológico en sectores estratégicos), la lucha por un antiimperialismo consecuente, tanto en la periferia como en los países centrales es una cuestión de primer orden. Aunar fuerzas para esta pelea, creemos que es de suma importancia.
Sobre el concepto de “aristocracia obrera”
Dicho lo anterior, nos introducimos en el debate que nos plantea Charlie Post sobre la noción de “aristocracia obrera”. Lenin explica este concepto de la siguiente manera:
el capitalismo ha destacado a un puñado de países […] excepcionalmente ricos y poderosos, que […] saquean a todo el mundo. […] con semejantes gigantescos superbeneficios (puesto que se obtienen además de los beneficios que los capitalistas extraen explotando a los obreros de su “propio” país) es posible sobornar a los dirigentes obreros y a la capa superior de la aristocracia obrera. […] los sobornan de mil maneras diferentes, directas e indirectas, abiertas y encubiertas.
Según Post: “la teoría de la aristocracia obrera, en todas sus variantes, carece de base empírica objetiva y se basa en supuestos teóricos cuestionables”, para las empresas imperialistas “las ganancias totales acumuladas en el Sur global nunca representaron más del 5 % de los salarios totales en el Norte global”, y que por ende, son insuficientes para explicar las diferencias salariales entre unos y otros. Este error empírico, tendría bases teóricas en una “visión idealizada de la competencia propia de la economía burguesa, las nociones de ‘monopolio’ (u ‘oligopolio’) no dan cuenta de cómo la competencia real a lo largo de la historia del modo de producción capitalista ha producido una desigualdad creciente y crisis económicas periódicas”.
Lo primero que tenemos que señalar es que Lenin cuando habla de “sobornar de mil maneras diferentes”, no se refiere exclusivamente a una cuestión de diferenciación salarial (menos aún nominal), y tampoco el concepto de “aristocracia obrera” englobaba para él a toda –o a gran parte– de la clase trabajadora de los países centrales, como sugiere el cálculo de Post, sino a una pequeña minoría. De lo contrario, iría en contra de toda la política de la III Internacional que apostaba al proletariado de los centros imperialistas como clave de la revolución mundial. A su vez, Lenin tampoco sostenía que los recursos para aquel “soborno” proviniesen exclusivamente de los beneficios de la Inversión Extranjera Directa de empresas individuales con base nacional en tal o cual país imperialista, como sostiene la fórmula de Post.
Explicaba el dirigente bolchevique:
¿En qué consiste el fondo económico de la “defensa de la patria” en la guerra de 1914-1915? […] La guerra la hacen todas las grandes potencias por la expoliación y el reparto del mundo, por los mercados, por el sojuzgamiento de los pueblos. A la burguesía eso le reporta beneficios. A un pequeño sector de la burocracia y la aristocracia obreras, luego, a la pequeña burguesía (intelectuales, etc.) “adherida” al movimiento obrero promete migajas de esos beneficios.
Como vemos, Lenin se refiere a la expoliación y sometimiento de naciones enteras para lo cual el poderío político-militar siempre es un elemento clave. Lejos de explicar el “soborno” por una relación inmediata entre salarios y beneficios imperialistas, en este caso, llega incluso a hablar en términos de “promesas”. Se trata de una relación mucho más mediada entre economía, política e ideología de la que intenta establecer Charlie Post.
A nuestro entender, la pregunta que nos tenemos que hacer, no es si las ganancias de las multinacionales imperialistas en los países oprimidos son suficientes para explicar las diferencias salariales entre centro y periferia. De ser así estaríamos negando las diferencias de productividad del trabajo entre los países. En este aspecto podemos coincidir con Post, pero para nosotros es solo una parte de la explicación. Más teniendo en cuenta que no existe una relación técnica necesaria entre crecimiento de la productividad y aumento de salarios. Que esto suceda o no, depende también de la relación de fuerzas entre las clases.
Si tomamos la definición mucho más mediatizada de Lenin de “aristocracia obrera”, para evaluar su pertinencia o no, más bien tendríamos que responder: a) si es cierto que “el capitalismo ha destacado a un puñado de países excepcionalmente ricos y poderosos, que saquean a todo el mundo” obteniendo beneficios por encima de los extraídos mediante la explotación de su propio proletariado; b) si en aquellos países existe, como sostiene Lenin, una “minoría insignificante del proletariado y las masas trabajadoras” privilegiados (respecto el resto de los trabajadores de ese país y de las naciones oprimidas) y enteramente emparentados con la pequeño-burguesía “por su género de vida, por sus salarios y por toda su concepción del mundo”; c) si este sector cumple un papel lo suficientemente relevante para la burguesía como para interpretar sus privilegios no como un producto directo de la relación de fuerzas local o nacional, sino como un “soborno” para favorecer su colaboración con la burocracia propiamente dicha (cuya norma es corrupción directa) y con el Estado imperialista.
Naciones privilegiadas y opresión imperialista
Comencemos por el primer aspecto, la expoliación imperialista. Sin pretender agotar el problema, señalaremos unos pocos elementos indispensables a tener en cuenta que exceden al flujo de ganancias producto de la inversión en la periferia que toma Charlie Post.
El dominio de las materias primas, desde los combustibles como el petróleo, gas, uranio, y los recursos de la minería en general, hasta el agua dulce, entre otras, es un privilegio fundamental para el cual, sin duda, es clave el poderío militar. Sería imposible entender la geopolítica norteamericana, y guerras recientes como la de Irak o la lucha misma por el dominio del Medio Oriente, con sus cientos de miles de muertos, sin tener en cuenta el factor clave –aunque no exclusivo– del control de los recursos energéticos. Claro que no se trata solo de intervenciones militares directas, en Brasil, por ejemplo, la operación Lava Jato pergeñada junto con el Departamento de Estado tuvo desde siempre como uno de sus objetivos la apropiación de las reservas petroleras Pre-Sal para las multinacionales imperialistas.
Desde luego, si hablamos del imperialismo norteamericano, uno de los privilegios fundamentales es el papel determinante del dólar para toda la economía mundial como moneda de reserva y su peso en el comercio y las finanzas internacionales. Lo cual implica, entre otras cuestiones, que el resto de los países estén obligados a financiar los déficits comerciales y fiscales de EE. UU. Claro que para que esta posición del dólar no sea cuestionada son indispensables, en última instancia, otra vez las armas. A su vez, EE. UU., la UE y Japón son la base de operaciones de los grandes bancos e instituciones financieras que succionan la riqueza del mundo periférico. Gracias a esto, por ejemplo, hoy la Argentina se encuentra gobernada “de facto” por el FMI.
En términos de “transferencias financieras netas”, incluyendo flujos entrantes y salientes, ilícitos y lícitos (“ayudas al desarrollo”, remesas de salarios, saldos comerciales netos, servicios de deuda, nuevos préstamos, inversión extranjera directa, inversiones de cartera y otros flujos), los países “emergentes” y “en desarrollo” perdieron casi 3 billones de dólares frente a los países ricos entre 1980 y 2012, según el estudio “Flujos financieros y paraísos fiscales: combinándose para limitar la vida de miles de millones de personas”. En promedio, desde los años 2000 a 2012, las transferencias representaron nada menos que el 8 % del PBI de los países afectados (Ver Esteban Mercatante, “Capitalismo y desarrollo desigual, ¿una desmentida al imperialismo?”).
Hacer abstracción de estos y otros privilegios de determinadas naciones a la hora de analizar los fundamentos del concepto de “aristocracia obrera” sería un error. Incluso, aunque lo hiciéramos y redujésemos todo esencialmente a un efecto de las diferencias de productividad del trabajo entre países, quedaría por explicar de dónde viene la mayor inversión que históricamente dio origen a estas diferencias. Lo cual nos llevaría, entre otras cosas, a constatar que un efecto fundamental de la acción de las transnacionales patrocinadas por sus Estados imperialistas ha sido moldear las economías de los países dependientes y semicoloniales en función de las necesidades del propio capital imperialista. Restando además fondos potencialmente invertibles en estos países como resultado de la apropiación y giro de ganancias y de la expoliación que realizan las finanzas globales a través de las deudas. El resultado son estructuras económico-sociales deformadas que perpetúan el atraso y la dependencia.
Cambios y continuidades
Para referirnos al segundo aspecto que marcábamos, la existencia en la actualidad en los países imperialistas de una minoría de la clase trabajadora privilegiada respecto al resto del proletariado de su país y de las naciones oprimidas, es necesario partir de los importantes cambios que han tenido lugar en las últimas décadas.
La restauración del capitalismo en China, Rusia, y los Estados del Este europeo, junto con la proletarización de cientos de millones de personas en India y China, contribuyeron multiplicar la fuerza de trabajo disponible para el capital en el siglo XXI.
Este proceso ejerció una enorme presión sobre los salarios y las condiciones de trabajo, también en los países imperialistas. La secuela de esto, como analiza Paula Bach, son ingresos estancados, precarización y desempleo estructural, que están en la base del repudio actual a la “globalización” entre amplios sectores de las clases obreras blancas de los países centrales, y que son un factor clave para entender los elementos de crisis de hegemonía que atraviesan sus regímenes políticos, como en EE. UU., Gran Bretaña, Italia, o Francia, entre otros. Pero también vimos recientemente en Francia, cómo ante el plan de Macron de profundizar estas políticas se desarrolló un importante fenómeno de lucha de clases en el corazón de Europa como fue la rebelión de los “Chalecos Amarillos”.
Ahora bien, señalados estos cambios, debemos resaltar que la presión a la baja de los salarios y las amenazas de relocalización siguen teniendo como presupuesto necesario las peores condiciones laborales en la periferia. En este sentido, es sugerente el análisis de John Smith sobre el actual desarrollo de las Cadenas Globales de Valor comandadas por multinacionales a través de la tercerización de la producción con proveedores locales en países periféricos. Esto permite pagar menores salarios –y disponer de peores condiciones laborales– que si las propias multinacionales tuvieran que contratar directamente. También posibilita externalizar el riesgo comercial y la responsabilidad ante los trabajadores (por ejemplo, indemnizaciones por despido), así como transferir los costos y riegos de las fluctuaciones de demandada. Estas multinacionales ejercen así un “arbitraje global” sobre la fuerza de trabajo para mejorar las tasas de explotación (para un abordaje crítico de las tesis de Smith, ver: Esteban Mercatante, “Las venas abiertas del Sur global”).
Para graficar las consecuencias de estos mecanismos está el derrumbe en la capital de Bangladesh, del edificio Rana Plaza de 8 pisos donde funcionaban varios talleres textiles que producían para marcas europeas como Zara, y norteamericanas como Tommy Hilfiger. Un verdadero crimen social donde murieron 1133 trabajadores y trabajadoras, y más de 2500 resultaron heridos.
A su vez, otro fenómeno fundamental para nuestro tema es la polarización creciente del empleo al interior de los propios países imperialistas. Como analiza Michel Husson: “En todos los países avanzados se observa el mismo fenómeno: el empleo aumenta por los dos extremos. En una punta de la escala progresan los empleos muy cualificados, en la otra los empleos precarios”. Tanto este elemento como los mecanismos de arbitraje global sobre la fuerza de trabajo, son indispensables para pensar las bases actuales para el concepto de “aristocracia obrera”.
Imperialismo, burocracia y “aristocracia obrera”
Nos referiremos ahora al tercer aspecto que mencionábamos: el papel que cumple la “aristocracia obrera”. Sobre la base de una interpretación de la obra de Mandel, Charlie Post contrapone el concepto de Lenin a una explicación que basa en Rosa Luxemburgo, señalando que:
en su folleto sobre la huelga de masas brinda la base para un relato más realista […] En última instancia, las raíces materiales de la burocracia, tanto partidaria como sindical, así como de la conciencia reformista entre las capas más amplias de trabajadores, es la naturaleza necesariamente discontinua de la lucha de clases bajo el capitalismo.
Estos elementos que marca Post son parte de la ecuación pero no son suficientes para explicar la realidad, ni del siglo XX, ni de la actualidad. Desde que Luxemburgo escribiera ese gran texto que fue Huelga de masas, partido y sindicatos, ha tenido lugar un proceso fundamental de avance en la estatización de las organizaciones del movimiento obrero, empezando por los sindicatos. En la época imperialista, de competencia por la expoliación del mundo periférico, por los privilegios entre naciones y para sus respectivas multinacionales, el Estado capitalista no puede limitarse a “esperar” el consentimiento de las masas sino que se ve obligado a organizarlo. De ahí que introduzca, como nunca, sus tentáculos en la “sociedad civil”.
Para dar cuenta de esto, Antonio Gramsci supo desarrollar el concepto de “Estado integral”, según su controvertida fórmula: “El Estado (en su significado integral: dictadura + hegemonía)”. Tanto Gramsci, como Trotsky señalarán el papel de “policía política” que cumple la burocracia obrera, como agente de la burguesía al interior de las organizaciones de masas [1]. La “aristocracia obrera” es caracterizada por Lenin como la base social más sólida de aquellas burocracias, por sus salarios y por su “género de vida” pero también, como veíamos, “por toda su concepción del mundo” emparentada con las “clases medias” (pequeñoburguesía).
Ahora bien, muchas de estas características podemos encontrarlas en países dependientes y semicoloniales que a diferencia de la primera parte del siglo XX han adquirido ciertos rasgos “occidentales” (según la metáfora geográfica de la Tercera Internacional) y, como señala Post, toda burocracia reformista –sea de donde sea– se identifica con el Estado capitalista. Por eso es que la gran diferencia sigue estando en las bases materiales del fenómeno de la “aristocracia obrera” en los países imperialistas, que vienen determinadas por el saqueo de otros países. Cuando por ejemplo, el gobierno nacionalista burgués mexicano de Lázaro Cárdenas expropió la petrolera inglesa El Águila, había una diferencia abismal entre el alineamiento de la burocracia sindical mexicana de la CTM con “su” Estado y las expropiaciones, y la complicidad del Partido Laborista británico con las represalias de “su” Estado imperialista contra México. La consecuencia fundamental es que el “social-chovinismo” o “chovinismo del bienestar”, como algunos lo llaman, no puede asimilarse simplemente al reformismo en general.
Todo esto no hace menos importante la intervención en los sindicatos en los países imperialistas, al contrario, plantea la necesidad de comprender el fenómeno como fundamento para desarrollar en su interior corrientes clasistas y antiimperialistas, y en perspectiva revolucionarias, para dar la batalla. Lenin, que nunca había considerado (como podrían sugerir ciertas caricaturas) que las capas privilegiadas de la clase trabajadora en los países imperialistas fueran incapaces de cualquier lucha, o nada que se le parezca, defendió al interior de la III Internacional junto con Trotsky la táctica del Frente Único Obrero, popularizada bajo la fórmula “golpear juntos, marchar separados”. “Golpear juntos” para enfrentar unificada a los capitalistas, lo cual implica exigir a las direcciones reformistas que salgan a la lucha. “Marchar separados” porque el objetivo estratégico es ganar a los trabajadores reformistas para el partido revolucionario en la propia experiencia con sus direcciones oficiales.
Una lucha fundamental
A lo largo de estas líneas hemos desarrollado algunos elementos que esperamos contribuyan al intercambio. Creemos que el concepto de “aristocracia obrera” da fundamentos más sólidos para comprender las bases materiales de la burocracia en las organizaciones obreras en los países imperialistas.
Ahora bien, sea con los fundamentos que desarrolla Charlie Post o con los presentados en este artículo, la cuestión es si damos la centralidad que se merece a la lucha estratégica planteada en torno al antiimperialismo. Más aún cuando muchos dirigentes y referentes que se reivindican socialistas quieren encolumnar detrás de la candidatura de Sanders y el Partido Demócrata a los sectores más conscientes de la juventud de EE. UU. que comienza a ver con simpatía la palabra “socialismo” como alternativa a un capitalismo en decadencia.
Desde la FT-CI, que como organización internacional tiene sus raíces en Latinoamérica, y junto a los compañeros y compañeras que publican Left Voice, con nuestras humildes fuerzas buscamos contribuir al desarrollo de una perspectiva antiimperialista. Creemos que esta pelea es indispensable para el surgimiento de una izquierda de los trabajadores, socialista y revolucionaria en EE. UU., lo cual obviamente debe ser de interés de todos los socialistas revolucionarios del mundo. Si coincidimos en esto, seguramente estaremos de acuerdo en que unir esfuerzos para ello es una tarea clave en la actualidad.
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