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Del Imperio al imperialismo recargado

Josefina L. Martínez

Del Imperio al imperialismo recargado

Josefina L. Martínez

Ideas de Izquierda

En el año 2000 se publicaba Imperio [1], de Michael Hardt y Antonio Negri, un libro que provocó en su momento un intenso debate intelectual. ¿Había llegado a su fin la época del imperialismo? ¿La “globalización” era una realidad irreversible e implacable que reconfiguraba la totalidad capitalista? ¿Ya no veríamos guerras entre grandes potencias imperialistas ni guerras antiimperialistas? Lo cierto es que, en su momento, esas tesis cosecharon enormes adhesiones, aunque también hubo quienes tempranamente las cuestionaron [2]. 20 años después, los autores publicaban un ensayo en New Left Review ajustando varios aspectos, para responder a tiempos más agitados en la arena mundial. [3]

Volver hoy sobre aquellas reflexiones nos permite dimensionar todo lo que ha cambiado desde entonces, al mismo tiempo que profundizar en algunos debates marxistas sobre el imperialismo. Algo urgente, porque este ha regresado y viene recargado.

¿Del imperialismo al Imperio?

Negri y Hardt sostenían que, después de múltiples procesos de “descolonización” en el tercer mundo, tras la caída de la URSS y como consecuencia de una “irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales” el Imperio se estaba materializando. Este sería un “nuevo orden, una nueva lógica y estructura de mando -en suma, una nueva forma de soberanía” descentrada y fluida.

En contraste con el imperialismo, el Imperio no establece centro territorial de poder, y no se basa en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de mando descentrado y deterritorializado que incorpora progresivamente a todo el reino global dentro de sus fronteras abiertas y expansivas. El Imperio maneja identidades híbridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales por medio de redes moduladoras de comando. Los diferentes colores del mapa imperialista del mundo se han unido y fundido en el arco iris imperial global. [4]

Nuestros autores creían ver en los albores del siglo XXI un mundo más “uniforme” cuyas desigualdades se habían “suavizado”, a través de nuevos procesos de diferenciación y homogeneización: “con el Primer Mundo en el Tercero, al Tercero en el Primero, y al Segundo, en verdad, en ningún lado.” A la inversa de quienes destacaban en ese momento el reforzamiento del poder geopolítico norteamericano, Negri sostenía que ni Estados Unidos (ni ningún otro Estado-nación) podía constituir el centro de un proyecto imperialista:

El imperialismo ha concluido. Ninguna nación será líder mundial, del modo que lo fueron las naciones modernas europeas. [5]

El Imperio era una nueva soberanía global, un gobierno sobre la totalidad del “mundo civilizado”. Sin límites para su reinado, se presentaba a sí mismo como un orden que “suspende la historia”. De este modo, la retórica neoliberal del fin de la historia teñía las tesis sobre el nuevo orden imperial.

Negri y Hardt tenían el mérito de reponer la idea de la totalidad frente a las teorías dominadas por la fragmentación, lo local y lo particular. Otro aspecto destacado de su obra era la reintroducción del debate sobre el comunismo en auditorios más amplios, aunque de forma abstracta e inmaterial. Los autores polemizaban con las teorías posmodernas, planteando la idea de que la modernidad no debía entenderse “como un proceso uniforme y homogéneo, sino más bien como un fenómeno constituido al menos por dos tradiciones distintas y en conflicto”. La primera, iniciada en el Renacimiento, tenía un hito revolucionario en la obra de Spinoza con “el descubrimiento de la inmanencia” (los poderes de este mundo). La segunda, sería en realidad “un Termidor” marcado por el intento de controlar las fuerzas utópicas de la primera “mediante la construcción y mediación de dualismos” para llegar “finalmente al concepto de soberanía moderna como una solución provisoria”. [6] Una tesis central del libro será que esa soberanía moderna (Estado-nación) estaba en crisis y perdía cada vez más terreno frente al Imperio.

Desde ese ángulo, no había motivo para caer en la nostalgia por formas tradicionales de soberanía del Estado-nación. Si el nuevo orden encerraba enormes fuerzas de destrucción y opresión, simultáneamente abría nuevas posibilidades de liberación. Porque si el Imperio solo existía apoyándose (capturando, controlando, parasitando) la fuerza de la multitud, las fuerzas creativas de esa multitud podrían reorganizarse para construir un contra-Imperio en base a un nuevo internacionalismo.

Las tesis de Imperio absolutizaban varios elementos de la realidad, sin tomar nota de sus profundas contradicciones. Por un lado, destacaban la potencia creadora de las masas en la historia (la multitud), potencia que es capturada por el capital y ante la cual este se reorganiza o reestructura. Pero esa potencia estaba sobrevaluada, al no tomar nota de que múltiples mediaciones actúan (sociales, políticas, culturales) para impedir que se despliegue. Como señalaba Juan Chingo: “Plantear que los ‘términos y la naturaleza de la reestructuración capitalista’ fueron un resultado directo de esta acumulación de luchas sin tomar en cuenta el resultado concreto de estos combates es hacer una glorificación de la lucha de clases en sí.” [7]Algo que derivaba en un embellecimiento del período neoliberal, sin tomar en cuenta las derrotas infligidas al movimiento de masas para dar lugar a este. La cuestión de las mediaciones políticas (no solo el Estado como tal, sino también sus "extensiones" en la sociedad civil) y el papel que juegan en la contención del movimiento de masas era esquivado por Negri.

A su vez, en la idea de la transformación del imperialismo en Imperio también se plantean de forma unilateral otras tendencias. La creciente internacionalización del capital es una realidad. De igual modo que el papel más autonomizado de las multinacionales o fondos financieros en el terreno mundial, que pueden incluso tener choques con los diferentes poderes estatales cuando estos buscan poner límites a su acción. Sin embargo, esa tampoco es una dinámica absoluta. Por el contrario, la contradicción entre una mayor internacionalización del capital y los límites de los estados nacionales, sigue siendo generadora de enormes crisis. En ambos casos, la negación de la dialéctica por parte de Negri daba lugar a un análisis simplificador de las tendencias del capitalismo, que dejaba de lado su complejidad y sus contradicciones.

En febrero de 2020, Negri y Hardt publicaron: “Imperio, veinte años después” [8] a modo de balance sobre lo ocurrido en esas dos décadas. Planteaban que, cuando se publicó Imperio “los procesos de globalización económicos y culturales ocupaban la escena central: todo el mundo percibía que estaba emergiendo un nuevo orden mundial de uno u otro tipo”. Mientras que, 20 años después “comentaristas situados a todo lo largo del espectro político están practicándole la autopsia” a la globalización.

Efectivamente, la realidad parecía haberse empecinado en desmentir las tesis de Negri. Incluso antes de la pandemia, las múltiples fracturas del orden Imperial surgían por todos los flancos, detonadas por la crisis económica del 2008 y una larga recesión. Estas se hacían evidentes a nivel geopolítico, por ejemplo, en las catastróficas guerras e intervenciones imperialistas en Medio Oriente. Al mismo tiempo que se profundizaban múltiples crisis de las democracias liberales, polarizaciones políticas, el resurgimiento del racismo y el soberanismo. Un período atravesado además por varios ciclos de lucha de clases [de esto tomará nota Negri, como veremos en un momento]. Y todo eso sin considerar lo que vendría inmediatamente después con la pandemia, la crisis energética e inflacionaria, la guerra de Ucrania, el genocidio en Palestina y un nuevo escenario de escalada bélica en Medio Oriente.

Aun así, Negri se negaba a reconocer que la matriz de su tesis fuera equivocada. Afirmaba, en cambio que, así como el capitalismo funciona de crisis en crisis, lo mismo podría decirse del Imperio o las “estructuras globales”:

A pesar de dichos pronósticos, tanto anhelantes como angustiados, la globalización no está muerta, ni siquiera en decadencia, sino que simplemente es menos descifrable. Es cierto que el orden planetario y las estructuras de mando global correspondientes están en crisis en todas partes, pero las diversas crisis de hoy no impiden, paradójicamente, que continúe el dominio de las estructuras globales. [9]

Claro que, si la nueva “normalidad” del orden Imperial era de “crisis en todas partes”, lo de Negri parecía más bien un artilugio retórico para no reconocer la actualización de la época imperialista (una época de guerras, crisis y revoluciones, tal como la definió en su momento Lenin). Ahora bien, nuestro objetivo aquí no es mostrar cuánto se había equivocado Negri. Nos parece más interesante, en cambio, preguntarnos sobre qué bases se construyeron las ilusiones de una globalización armónica que “suspendía la historia”. Esto nos permitirá tomar nota de algunos procesos que son claves incorporar para pensar una teoría del imperialismo hoy, que no podrá ser simplemente una repetición de la desarrollada por Lenin, Trotsky, Luxemburg y otros marxistas a comienzos del siglo XX.

Neoliberalismo, Imperio y desarrollo desigual

El trasfondo del Imperio de Negri y Hardt tenía dos grandes dimensiones. Por un lado, la expansión sin igual de la esfera del capital, tanto en extensión como en profundidad. Por otro, el despliegue de la hegemonía norteamericana en la posguerra fría de una forma tan indiscutida durante un lapso de tiempo, que por eso mismo parecía no tener centro.

Acerca de lo primero, durante el auge neoliberal se produjo un salto inédito en la internacionalización del capital. Si bien esta fue siempre la tendencia desde la época imperialista, ahora la acumulación capitalista alcanzaba prácticamente cada rincón del planeta, moviéndose con la rapidez y la fluidez del capital financiero, la extensión de las cadenas de valor y los procesos de “deslocalización”. En este sentido, era cierto lo que apuntaba Negri, que el capital introdujo el “primer mundo” en el “tercer mundo” en una escala superior al pasado. Procesos que también dieron forma a una mayor interconexión mundial del trabajo, tanto por el incremento de corrientes migratorias (el “tercer mundo” que se desplaza hacia el “primer mundo”) como mediante los procesos de “arbitraje global” del trabajo (que el capital aprovecha para presionar a la baja las condiciones laborales de la fuerza laboral en todo el mundo). A su vez, la acumulación de capital colonizó esferas o ámbitos de la producción y reproducción que estaban por fuera de su comando directo, mediante la privatización masiva de sectores públicos, o la transformación en trabajos asalariados de trabajos reproductivos, entre otros.

A diferencia de lo que pensaban Negri y Hardt, este despliegue “globalizante” o “universalizante” del capital en una nueva escala no gestó una “uniformización” general del mundo capitalista, ni mucho menos a una suavización de sus contrastes, sino que incrementó los procesos de desarrollo desigual y combinado -que eran característicos del imperialismo-, bajo nuevas formas. Procesos que ya estaban en ciernes cuando Negri y Hardt escribieron Imperio, y que se aceleraron de forma extraordinaria en los años siguientes. Podríamos señalar numerosos ejemplos. En América Latina, mientras se produjo una creciente “occidentalización” de las sociedades (procesos de asalarización de sectores rurales, urbanización, creación de nuevos sectores medios, nuevos polos industriales) estos procesos estuvieron fuertemente condicionados -y lo siguen estando- por la dependencia al capital financiero, los dictados de organismos como el FMI y Banco Mundial, los intereses de multinacionales, etc. Por lo que, simultáneamente se consolidaron nuevas dinámicas de endeudamiento, privatizaciones, extractivismo, reprimarización de las economías, creación de nuevos bolsones de pobreza alrededor de las ciudades, precarización del empleo, etc.

Pero quizás donde más notoria fue esta dinámica desigual y combinada fue en aquellas regiones reintroducidas de forma abrupta a la esfera de valorización del capital, como Rusia, el este de Europa o China. La restauración capitalista introdujo transformaciones vertiginosas en lo que habían sido Estados obreros, profundamente deformados y degenerados por dictaduras de la burocracia. De hecho, quizás no haya ejemplo histórico comparable de tan acelerada transformación de una sociedad contemporánea como en el caso de China. La introducción del “primer mundo” en el “segundo” o “tercer mundo”, no solo provocó la aceleración de procesos de acumulación capitalista enormemente desiguales a escala interna, migraciones de millones de personas, nuevos polos de industrialización, inversión de capitales extranjeros, etc. Sino que terminó proyectando a China como nueva potencia capitalista emergente en el escenario global, con una dinámica cada vez más imperialista. Algo crucial para profundizar la crisis de hegemonía norteamericana y la desestabilización por múltiples vías de ese orden Imperial que Negri creyó vislumbrar 20 años antes. Al respecto, cabe hacer notar que China como tal casi no aparece en las páginas de Imperio.

Actualmente, el desafío revisionista de potencias como Rusia y China muestra la crisis del orden global “americano”. La guerra de Ucrania, pero también la situación en Siria con la caída de Bashar Al Assad, la guerra en Medio Oriente, crisis políticas de diferentes gobiernos en América Latina, o en el Sahel, están sobredeterminadas por esa dinámica cada vez más antagónica en el escenario mundial. El retorno de Trump a la Casa Blanca es una expresión de la crisis en curso, pero también un elemento acelerador y desestabilizante de la situación. Al mismo tiempo, podemos preguntarnos: ¿en qué medida sus promesas de "America First” pueden llevarse hasta el final en el mundo de la “globalización” en crisis? Su amenaza de imponer aranceles generalizados choca con la persistencia de la internacionalización de las cadenas de valor y los flujos de capital, por más que haya habido reversiones parciales. ¿Qué pasaría con la economía mundial si Trump “cumple” su promesa de aranceles al 100%? Y, por otro lado: ¿en qué sentido las grandes multinacionales norteamericanas se beneficiarían de un plan de este tipo? ¿Qué nuevas confrontaciones se abrirían? Son todos elementos de enorme incertidumbre.

En este sentido, Negri percibió la fuerza en cierto modo irreversible del proceso de internacionalización del capital. Es decir, que no será posible desenrollar la madeja y sus nudos, o por lo menos no podrá hacerse de forma pacífica. Pero confundió esto con la disolución del choque y enfrentamientos entre Estados. Repetía así el mismo error que Kautsky en 1914, al creer que la “trustificación” del capital llevaría a una similar “trustificación” de las relaciones estatales, conformando un “ultraimperialismo”. Algo que sostienen también hoy otros autores, con los que polemizábamos aquí.

Más bien, todo indica que las tendencias que Negri pensaba que llevarían a la disolución del imperialismo en el Imperio, en realidad estaban reforzando al primero, preparando nuevas y más catastróficas contradicciones y disputas entre potencias. Del período de su “globalización” extrema, surge un imperialismo reforzado, o, tomando los términos de Negri, un “imperialismo prima”.

De la multitud a la “clase prima”

En su artículo de 2020, Negri ajustaba también su definición del sujeto emancipatorio que según su conocida tesis habría dado lugar al Imperio: la multitud. Lo que planteaba es que no “basta con teorizar la multiplicidad, ni siquiera con reconocer las multiplicidades existentes, en especial si por multiplicidad se entiende simplemente fractura y separación. Para ser políticamente efectivos hace falta organización”. Lo que lo lleva a preguntarse: “¿cómo puede la multiplicidad decidir y actuar políticamente?”.

A modo de respuesta, proponía volver al concepto de clase, pero “una clase concebida ahora de modo diferente” con el objetivo de explorar cómo la multitud “puede actuar políticamente”. Esta sería una concepción de clase “que no solo se refiera a la clase trabajadora, sino que sea en sí una multiplicidad, una formación política que haga realidad las ventajas ofrecidas por la multitud”. Señalaba que, si bien la clase devino multitud, esta se había reconfigurado nuevamente en clase, pero en una clase interseccional, una clase “prima” (con un valor adicional), siguiendo la fórmula de D-M-D’.

En este punto, Negri retomaba las elaboraciones de autores como Achille Nbembe y Christine Delphy, con los conceptos de “clase racial” y “clase sexual”, para destacar la idea de que era necesario “captar los efectos del sometimiento creado por las relaciones de dominación no solo con respecto al capital, sino también con respecto a la supremacía blanca y al patriarcado”.

Negri tomaba nota así de las críticas al concepto de multitud, un concepto “fantasmagórico”, sin cuerpo ni concreción. Y tomaba nota también de los cambios en los procesos de la lucha de clases. Mientras en Imperio defendía que ya no habría más “ciclos de lucha de clases” (sino “acontecimientos” que estallan y no se contagian, que no son comparables unos con otros, que no comparten nada en común), 20 años después no le queda más que reconocer que la lucha de clases ha regresado. Algo evidente desde las primaveras árabes a los indignados españoles, la revuelta chilena y las huelgas en Francia.

En este punto, para Negri entonces la multitud deviene clase, porque es necesaria “la articulación interna de estas distintas subjetividades –clase trabajadora, clase racial y clase sexual– en lucha”.

Y señalaba como crítica a las teorías interseccionales:

Los análisis interseccionales abordan por lo común la necesidad de articulación entre las subjetividades subordinadas en términos de solidaridad y coalición. A menudo esto repite una estrategia aditiva: la lucha de la clase trabajadora, más la lucha feminista, más la lucha antirracista, más la lucha lgtbi, más… En otras palabras, incluso cuando el análisis interseccional rechaza las nociones aditivas de identidad, los imaginarios activistas pueden seguir rigiéndose por una lógica aditiva. Un fallo de este planteamiento es que los lazos de solidaridad son externos, cuando lo que hace falta son lazos de solidaridad internos, es decir, un modo diferente de articulación, que supere las concepciones de coalición habituales.

¿Cuál sería ese “modo diferente de articulación” según Negri? En este punto, retoma teóricamente las reflexiones de Rosa Luxemburgo acerca de la solidaridad que expresaron sectores del movimiento obrero alemán con la clase obrera rusa durante la revolución de 1905. Entonces, la revolucionaria polaca había cuestionado que se considerara esa solidaridad con un acto de exterioridad. Ella señalaba, en cambio, que los socialistas y los trabajadores alemanes debían reconocer en la revolución rusa “un capítulo de su propia historia social y política”.

Negri traslada el argumento a la actualidad, retomando las críticas de Keeanga-Yamahtta Taylor a los “activistas antirracistas de Estados Unidos que no se centran también en la dominación de clase”. Considerando que la clase trabajadora norteamericana “es femenina, inmigrante, negra, blanca, latina y más. Las cuestiones de inmigración, las cuestiones de género y los antirracismos son cuestiones de la clase trabajadora”. En este punto, ciertamente la crítica de Negri al límite de las “políticas de coalición”, frecuentes en las teorías interseccionales es muy acertada (escribimos sobre esta cuestión en otros artículos, como aquí y aquí). Al mismo tiempo, su propuesta de volver a la clase como “modo de articulación” es muy sugerente. Sin embargo, si la multitud era un sujeto evasivo, incorpóreo y poco firme para superar un estadio de mera resistencia, su planteo de nueva “clase prima” tampoco asume que esa articulación requiere de una estrategia política de clase y socialista. No hacerlo, permite que otras estrategias, las de otras clases, ocupen la escena y capturen la “potencia” de las masas en lucha.

Christian Castillo señalaba aquíque de un momento de primacía de las tesis de Negri y la “ilusión social” (como en las luchas antiglobal o en fenómenos como el 15M español) se pasó a un momento de fuerte ilusión política, marcado por las tesis de Ernesto Laclau sobre el populismo de izquierda. La realidad es que el propio Negri (como muchas corrientes provenientes del espacio autonomista) se entusiasmó en su momento con las experiencias de “articulación populista”, desde el chavismo y Evo Morales en América Latina a Syriza y con Podemos en Europa. Experiencias que lejos de desarrollar un “nuevo internacionalismo” o avanzar en un “éxodo” del Estado-nación y el capitalismo, actuaron como válvulas de izquierda para su recomposición. El resultado ha sido la sobrevida de las democracias liberales en crisis y los fenómenos de polarización asimétrica, con derechas que endurecen sus discursos y sus políticas contra la clase obrera, las mujeres y la juventud.

25 años después de Imperio, con Trump provocando con declaraciones sobre la anexión de Groenlandia o el Canal de Panamá, nos encontramos ante un “imperialismo recargado”. El ascenso de nuevas extremas derechas muestra los intentos de captar la potencia de las masas de forma reaccionaria, ante lo cual la lógica del mal menor es totalmente impotente. Negri se preguntaba “¿cómo puede la multiplicidad decidir y actuar políticamente?”. La cuestión es cómo puede decidir y actual políticamente de forma independiente. Es decir, cómo se propone lograr “la articulación de una fuerza social y política capaz de llevarlo adelante sin frenarse en las formas de institucionalización que busca imponer el Estado capitalista.” [10] Más que nunca la pregunta es relevante. Contra la lógica de la guerra y el saqueo permanente del imperialismo, es necesario construir organizaciones políticas arraigadas en una estrategia socialista e internacionalista.


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NOTAS AL PIE

[1Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio, Paidós, 2002. Publicado en inglés: Empire, Harvard University Press, 2000.

[2Juan Chingo y Gustavo Dunga; “¿Imperio o imperialismo? Una polémica con “El largo siglo XX” de Giovanni Arrighi e “Imperio” de Toni Negri y Michael Hardt”, Revista Estrategia Internacional 17, otoño 2001. Christian Castillo; ¿Comunismo sin transición?, Estrategia Internacional 17, otoño 2001. Nestor Kohan; El imperio de Hardt & Negri: más allá de modas, ondas y furores, Clacso, 2003.

[3Michael Hardt y Antonio Negri; “Imperio, veinte años después”, New Left review 120, enero - febrero 2020.

[4Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio

[5Ídem

[6Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio.

[7Juan Chingo y Gustavo Dunga; “¿Imperio o imperialismo? Una polémica con “El largo siglo XX” de Giovanni Arrighi e “Imperio” de Toni Negri y Michael Hardt”, Revista Estrategia Internacional 17, otoño 2001.

[8Michael Hardt y Antonio Negri; “Imperio, veinte años después”, New Left review 120, enero - febrero 2020.

[9Ídem.

[10Entrevista a Matías Maiello: “De la movilización a la revolución, un libro para pensar la perspectiva socialista en el siglo XXI”.
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Josefina L. Martínez

@josefinamar14
Nació en Buenos Aires, vive en Madrid. Es historiadora (UNR). Autora de No somos esclavas (2021). Coautora de Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), autora de Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018), coautora de Cien años de historia obrera en Argentina (Ediciones IPS). Escribe en Izquierda Diario.es, CTXT y otros medios.