Presentar a Podemos e IU como la expresión genuina del 15M pierde de vista el proceso de desvío del ciclo de luchas que arrancó hace 5 años. Reactivar la movilización social y construir una alternativa política anticapitalista y de clase es la mejor continuidad al espíritu de aquellos días.
Santiago Lupe @SantiagoLupeBCN
Viernes 13 de mayo de 2016
Foto: EFE
Este domingo se cumplirán cinco años desde que la juventud irrumpiera en escena y marcara un antes y un después para el Régimen del 78. Aquel 15 de mayo, miles de jóvenes llenamos las calles de las principales ciudades. Unas manifestaciones convocadas a través de las redes sociales bajo un lema, “no somos mercancías en manos de políticos y banqueros”, que sintetizaba el rechazo a las políticas impuestas por el gobierno de Zapatero para salvar a la banca y hacernos pagar la crisis a los trabajadores y la juventud.
Aquel primer rechazo tenía mucho de espontáneo, pero no cayó del cielo. Toda una generación se rebelaba contra una situación de desempleo de masas que superaba el 50% y una precariedad laboral crónica que era anterior a la crisis. ¿A quién se lo debíamos? Esencialmente a dos grandes partidos: el PP y el PSOE, y en las nacionalidades a sus socios históricos, el PNV y CiU. Los partidos del Régimen del 78, siempre al servicio de las grandes empresas, los padres de la burbuja inmobiliaria, el modelo de trabajo precario para un tercio de la población activa...
Contra ellos cantábamos esa tarde de domingo aquel lema de “PSOE y PP, la misma mierda es” o el de “Que no, que no, que no nos representan”. Se iniciaba así una crisis del Régimen que se seguiría profundizando en los siguientes meses. Empezó como una “crisis de representación”, los agentes encargados de ostentar el poder político, los partidos del 78, se encontraban cada vez más deslegitimados. Pero se fue extendiendo a otros pilares del Régimen. La Policía quedaba expuesta a ojos de millones como un cuerpo encargado de la represión política y social, desalojando plazas o a familias de sus casas. El Parlament de Catalunya primero y el Congreso de los Diputados después, fueron sitiados por manifestaciones multitudinarias. La Corona era percibida como una institución anacrónica y antidemocrática...
Una maduración política “por abajo” que se hacía lentamente y al mismo tiempo que la conflictividad social se extendía más allá de las plazas. Después del 15M vinieron las mareas, la primavera valenciana y las movilizaciones universitarias, las dos huelgas generales, la huelga minera... Un fantasma recorría al Régimen, la posibilidad de que se abriera una situación de ascenso de luchas que lo terminara de hundir de una manera “desordenada” y peligrosa para “los de arriba”.
Sin embargo, no faltaron debilidades de parte del mismo movimiento y, sobre todo, la intervención de “agentes” de la paz social para conjurar este peligro. Sobre lo primero existió una fuerte “ilusión de lo social” en aquellos meses. La posibilidad de que la mera movilización podía “obligar” a los gobernantes a cambiar el rumbo y la idea de que en esa misma movilización primaba la ocupación del espacio público, por encima de poner en marcha la organización y movilización en los centros de trabajo. Sobre lo segundo, la burocracia sindical de CCOO y UGT intervino para evitar que la radicalización política llegara al movimiento obrero y para actuar como “corta fuegos” ante conflictos que podrían haber sido el arranque de la entrada en escena de la clase trabajadora, como las mismas huelgas generales contra la reforma laboral o la huelga minera.
Esta conjunción de factores permitió un creciente reflujo de lo “social” después de la huelga del 14N de 2012. Desde ese momento a Toxo y Méndez se les puede dar casi por “desaparecidos” y las huelgas que fueron surgiendo -algunas muy duras como la de CocaCola, Panrico o Movistar- encontraron en ellos verdaderos obstáculos. Sin embargo el cuestionamiento del Régimen seguía en activo y añadiendo nuevos elementos, como la emergencia de la cuestión catalana.
Es en ese clima vivimos el tránsito de la “ilusión de lo social” a la “ilusión de lo político”. Ante el fracaso de la primera oleada de movilizaciones, miles encontraron en la “hipótesis Podemos” una posible salida para las grandes demandas sociales y democráticas. El mismo Pablo Iglesias asumió parcialmente en un primer momento algunas de las demandas de la calle, como la restructuración de la deuda -aunque nunca su no pago- o la apertura de un proceso constituyente que permitiera discutir y cambiarlo todo, incluida la Corona o el derecho de autodeterminación. Sin embargo, siempre apostando a otra “ilusión”, que estas demandas podrían lograrse por medio de una victoria electoral de “los de abajo” y respetando las reglas del juego del Régimen del 78.
Esta ilusión tuvo su primera expresión en las europeas de 2014 y se consolidó con los resultados de las municipales en 2015. En este periodo, y más desde entonces hasta este quinto aniversario, el programa del nuevo reformismo emergente se ha ido licuando de tal manera que ya queda irreconocible. Sobre el manto de la desmovilización social previa, cada vez más profundizada, la “ilusión de lo político” ha terminado en una propuesta programática que habla de negociación de la reducción del déficit, asume el pago de toda la deuda, supedita las tibias reformas sociales que propone a estos límites infranqueables -al estilo Tsipras- y, en lo político, se queda en algunas medidas de regeneración superficial y una reforma constitucional con la venia del Senado y la Corona.
Por si fuera poco la “hoja de ruta” de lo “nuevo” -ahora en alianza con el reformismo clásico que representa IU- no es otra que la del acuerdo con el PSOE... el mismo que gobernaba cuando empezó todo. El mismo que se reunía con los representantes del IBEX35 para acordar la agenda de recortes y reformas estructurales. El padre de las ETTs y los contratos basura. El artífice del primer rescate bancario de 2008 y el primer plan de ajuste fiscal de 2010. Pensar que los más de cuatro años de gobierno del PP hacen “menos malo” al PSOE es simplemente reproducir la misma cantinela sobre la que se ha sostenido el bipartidismo más de tres décadas, la misma contra la que cantábamos en las calles y plazas hace cinco años.
Que esta “ilusión” es eso, un espejismo, no hay que buscarlo en el pedigrí del partido de Pedro Sánchez, el vicepresidente propuesto por Iglesias. Basta que echemos un ojo al resto de Europa. ¿A dónde lleva la estrategia basada en la conquista electoral del gobierno para aprobar un programa respetuoso con el gran capital y el régimen político? A lo que vemos en Grecia, un “gobierno de izquierda” que aplica el memorándum más duro de la Troika y está a la cabeza de la política racista de la UE de expulsión de refugiados. ¿Qué podemos esperar de los social liberales con los que se quiere formar un “gobierno del cambio”? Lo que vemos en Francia. Un Hollande a la cabeza de las políticas liberticidas e imponiendo por decreto una reforma laboral idéntica a la del PP.
Cuando se dice que Podemos, ahora “Unidos Sí Se Puede”, es la representación de lo que ocurría hace cinco años en las plazas se pierde de vista todo este proceso. Más que una expresión del 15M, del “no nos representan”, y menos aún de lo que sucedió en los meses posteriores, se trata de la expresión política del desvío de aquel proceso. Este desvío no es solo obra suya, otros agentes de lo viejo trabajaron para evitar un ascenso de las luchas -en especial la burocracia sindical o CDC en Catalunya para abortar el desarrollo de un movimiento democrático en las calles- y la restauración de las instituciones -abdicación real incluida-. Pero podemos decir que el nuevo reformismo emergente es el que está tratando de dar una “salida” restauradora a la crisis “por abajo” del Régimen del 78. Canalizar el malestar e indignación hacia la “ilusión” en un “gobierno del cambio” que antes de existir ya ha restaurado nada menos que al PSOE como mediación, es decir ha acabado con aquello de “PSOE y PP, la misma mierda es”.
A cinco años del 15M, conviene repasar críticamente este intenso lustro y pensar cuales son las tareas para aquellos que no tragamos con la vuelta a la vieja política del “mal menor”. No se trata de oponer a esta “ilusión de lo político” devaluada un retorno a la “ilusión de lo social”. Sino más bien de empezar a articular una alternativa política que responda a ambos espejismos, como humildemente se viene planteando desde el agrupamiento No Hay Tiempo Que Perder del que los que escribimos en Izquierda Diario y los militantes de Clase contra Clase somos parte.
Una alternativa que se plantee la necesidad de reactivar la organización y movilización social, y en especial de la clase trabajadora. Que asuma para ello como central la pelea contra la burocracia sindical y la defensa de la independencia política respecto a los partidos de las burguesías periféricas, como CDC, que han actuado como verdaderos tapones al desarrollo de la movilización por demandas democráticas. Que esta reactivación de lo social se plantee desde una perspectiva de la lucha política contra el Régimen del 78, por imponer un verdadero proceso constituyente libre y soberano, en oposición a las diferentes salidas restauradoras – de derecha, centro e izquierda - que se presentarán a estas elecciones. En definitiva, que se prepare para que se generen las condiciones para que los trabajadores y los sectores populares podamos plantearnos la lucha por gobernar nosotros, y no los representantes de los capitalistas o quienes, sin serlo, los asumen como socios necesarios y se limitan a “cambiar” aquello que queda dentro de los límites marcados por ellos.
Santiago Lupe
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.