El juicio de los trabajadores contra Deliveroo se ha saldado con indemnizaciones por parte de la empresa que buscaba un acuerdo para evitar perder el juicio sobre sus “falsos autónomos”.
Viernes 1ro de diciembre de 2017
Con un acuerdo en el que Deliveroo ha ocultado la cuantía de las indemnizaciones se ha saldado el juicio que los trabajadores de Deliveroo emprendieron contra la empresa en julio de este año, tras sus huelgas de 48 horas y la creación de la plataforma Ridersxderechos con las que consiguieron mejoras para el sector del reparto.
Si la empresa hubiese ido a juicio se podría haber dado la primera sentencia judicial contra ella en España, ya que lo que estaba en debate era si sus empleados son asalariados, autónomos o falsos autónomos. Algo que ya se está produciendo este mes en otros juicios de los trabajadores contra ITETE (día 22) o contra COMFICA (día 29).
Actualmente más trabajadores de Deliveroo en Barcelona y Valencia han denunciado a la empresa y están pendientes de juicio. En el Reino Unido también se están llevando a cabo denuncias contra Deliveroo por hacer de sus trabajadores “falsos autónomos”.
Si los trabajadores ganan y consiguen que se les reconozca como asalariados de la empresa se crearía un precedente que podría hacer que el modelo de negocio de Deliveroo salte por los aires. Esta empresa cuenta con 1.000 empleados en España. Otras empresas que llevan a cabo las mismas prácticas se verían afectadas por estas victorias de los trabajadores.
Radiografía de Deliveroo y sus prácticas laborales
Los mensajeros (riders) que prestan servicios a la empresa Deliveroo son autónomos, al igual que en Glovo o Stuart. Estas empresas que hacen negocio a través de aplicaciones se presentan como supuestos intermediarios entre los establecimientos, mensajeros y clientes. “Para ellos es mucho más económico que solo cobremos cuando entreguemos pedidos, les saldría más caro tener una plantilla de asalariados”, tal y como afirmaba una trabajadora de la empresa británica en una entrevista para HojaDeRouter.com.
Con sus luchas, los repartidores de Deliveroo visibilizaron sus condiciones de trabajo: 4,25 euros por pedido para ciclistas y 4,50 para motoristas. Rara vez llegaban a los 9 euros la hora si atendían varios encargos seguidos y las distancias lo permitían.
Los mensajeros no tienen posibilidad de conocer su horario de trabajo, pues la empresa les asigna pedidos cada semana en función de sus previsiones. Tal y como afirma otro trabajador de la empresa: “Te venden la moto de que eres libre para trabajar cuando quieras, pero en realidad estás supeditado a la forma que tiene cada empresa de repartir los horarios”.
La opacidad es uno de los sellos de marca de la empresa según relata una de sus trabajadoras: “Si tienes algún problema puedes escribirles un correo, pero no hay teléfono de contacto. Puedes presentarte en la oficina, pero si no has pedido cita antes –nunca te la dan–, ni te abren la puerta”. Los trabajadores reciben sus turnos a través de una aplicación y se enteran de sus despidos cuando la empresa los “desconecta”.
La empresa además aprovecha el alto desempleo de la juventud (un 50%) para hacer competir a sus empleados por los pedidos, utilizando el miedo a la miseria como una herramienta para disgregar a la plantilla y acrecentar su explotación.
Tal y como afirma Desiderio Martín, secretario de Formación de CGT: “Es un empleo al margen de la legalidad vigente, al margen del derecho laboral y al margen de cualquier derecho fundamental como seres humanos”. Recordemos que esta pauta se repite en todos los países donde opera Deliveroo.
Economía colaborativa, un término perverso en boca de los empresarios
El caso de Deliveroo está poniendo sobre la mesa la utilización del “falso autónomo” por parte de muchas empresas. Éstas están empleando el término “economía colaborativa” como parte de su propaganda y sus sofisticados mecanismos de ocultación de ilegalidades laborales.
Para los sindicatos y multitud de trabajadores queda claro que las relaciones laborales que impone Deliveroo y otras empresas de su misma casta son un ejemplo de manual de explotación extrema. En su modelo empresarial los trabajadores carecen de coberturas sociales como la prestación por desempleo, compensaciones en situaciones de incapacidad temporal, derecho al descanso remunerado ni vacaciones anuales retribuidas.
Estos supuestos empresarios innovadores a los que tanto admiran muchos economistas que podemos ver y oír a diario en los medios oficiales no han inventado nada, más bien tratar de volver paso a paso a los modelos de negocio tradicionales de la burguesía en el s. XIX y comienzos del XX.
Su inspiración no está en la red ni en las nuevas tecnologías, ni en sus disfraces de nuevos gurús con un arte que ya quisieran muchos predicadores; está en la típica empresa que tenía niños repartiendo periódicos a principios del s. XX o el típico terrateniente que iba a diario a la plaza del pueblo a escoger qué jornaleros trabajaban ese día. Sin contratos, ni control ni ningún tipo de protección social, todo ello aderezado con un toque de atomización extrema de la clase trabajadora tan característico de nuestro tiempo.
Los respaldos a sus modelos de negocio se nutren también de viejas realidades creadas por la burguesía: la miseria que han generado en la sociedad con unos sueldos cada vez más bajos, la presión sobre el trabajador de los millones de desempleados, la debilidad de la lucha de clases o las traiciones de la burocracia sindical, la comunidad de intereses gobierno-empresariado...por citar algunos de los ingredientes que se encontraban en la cocina de las patronales hace más de 100 años.
Haciendo un pequeño ejercicio de reflexión, querido lector, verá que en todos los casos nos encontramos la huella de la misma zarpa. La zarpa del llamado neoliberalismo, que se nos presenta como el “no va más”, el fin de la historia, del futuro y toda una larga retahíla de términos en inglés para maquillar un modelo económico, ideológico y político que hace décadas que huele a muerto.
Esta peste a cadáver del nuevo-viejo liberalismo la podemos ver en que su estrategia para conseguir capear su crisis no es sino andar hacia atrás como los cangrejos, aplastar los derechos de los trabajadores, saquear los servicios públicos para inyectar sangre a un sector privado cada vez más ineficiente, aumentar la sobreexplotación de la tierra y envenenarla. Un modo de hacer que estaba en el ADN del capitalismo desde sus orígenes.