Para los que se quedaron con ganas de más, llega la segunda parte de la historia de la experiencia de democracia directa dentro del Corinthians de Brasil en tiempos de dictadura.
Alan Gerónimo @Gero_chamorro
Martes 5 de julio de 2016
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Sócrates (el jugador) que era un médico recibido que antepuso su pasión por jugar al fútbol a la carrera médica, con avidez por tener discusiones (ya era complicado hablar de política en los ámbitos cotidianos, imagínense en un vestuario) empieza a discutir con el sociólogo Adílson Monteiro, y esa reunión que usualmente duraba 15 minutos duró más de tres horas, marcando el comienzo de algo nuevo. A las próximas reuniones se les sumó Wladimir Rodrigues dos Santos y un adolescente llamado Walter Casagrande. Wladimir es el primer jugador en la historia de Brasil que se considera un “obrero del fútbol”; venía de militancia sindical y participó activamente de las huelgas del ABC (región industrial formada por siete municipios en San Pablo). Al ser negro sufría en carne propia la opresión de los blancos; se identificaba con “Zumbí dos Palmares” un líder guerrero del “Quilombo dos Palmares”, territorio al noreste de Brasil caracterizado por ser una zona libre de esclavitud entre 1580 y 1710, organizado por esclavos negros fugitivos y sus descendientes. El adolescente Walter Casagrande, de tan solo 19 años de edad, venía de la contracultura brasilera, del palo del rock donde un par de guitarras distorsionadas, una batería que vaya rápido y un bajo que solamente marque las tónicas de los acordes te puede hacer cuestionar todo un sistema de opresión. Era la cuota de rebeldía que se necesitaba.
Se llegó a la conclusión de que como el club estaba en deplorables condiciones había que probar algo diferente, y ese “algo diferente” era la democracia directa de todos los que participaban del proceso futbolístico del club. La participación no fue solamente de los jugadores, cuerpo técnico y la comisión directiva; se llamó a todos los que participaban y trabajaban en el fútbol: utileros, conductores de bus, mantenimiento, masajistas, los que cortaban el pasto… se llamó absolutamente a todos, ya que la maquinaria futbolística no se maneja con jugadores y comisión directiva nada más. Toda opinión era válida y respetada y cada persona valía un voto. Con el transcurso de las reuniones se empieza a discutir todo tipo de cosas: desde las contrataciones de nuevos jugadores, los salarios, el uso del dinero de las taquillas, derechos televisivos, las vacaciones, cuándo concentraban, qué día viajar a los encuentros… hasta discutían que táctica usar en los partidos.
Todo se sometía a una asamblea y era aprobado mediante esta forma; hacer las cosas así garantizaba una mayor implicancia de todas las personas vinculadas al club, era un trabajo de todos. También fue una forma de replantearse la jerarquía militar donde era todo de arriba hacia abajo y no se podía cuestionar absolutamente nada.
Nace así la Democracia Corinthiana. Desde mediados de los años 70 las movilizaciones anti-golpistas eran parte de la vida cotidiana brasilera; la democracia corinthiana fue parte de ese proceso de pedido de democracia que supo influenciar al pueblo.
El Corinthians era uno de los pocos clubes que no tenía sponsor en su camiseta, así que el jefe de marketing Washington Olivetto, ávido y rápido de ideas, decide poner al dorso la frase “Democracia Corinthiana”. Si analizamos el estampado podemos ver la palabra “Democracia” en un negro sobrio, la palabra “Corinthiana” copiando la simbología de la empresa Coca Cola -una de las compañías imperialistas por excelencia- y alrededor de estas palabras vemos manchas rojas que tranquilamente podrían hacer alusión a la sangre derramada de aquellos que durante años lucharon por esa democracia que los jugadores están ejerciendo de manera directa.
Este cambio de encarar las relaciones laborales dentro del equipo tuvo consecuencias inmediatas en el plano futbolístico: los buenos resultados empezaron a venir y las gradas del estadio se volvieron a llenar de hinchas nuevamente.
El equipo llegó a la semifinal del campeonato local en 1982 y en el mismo año se consagró como el mejor del campeonato paulista -considerado igual de importante que el campeonato nacional- desplegando un fútbol de los más bellos y emocionantes de ver. A cada gol que marcaba Sócrates su festejo era quedarse parado y levantar el puño izquierdo cerrado saludando a los aficionados, a sus camaradas, con ese saludo que hacemos los zurdos cuando nos arrebatan un compañero o nos llena de orgullo algo, ese saludo de la clase obrera internacional.
Fuera de los estadios las movilizaciones de masas empezaron a ocupar más frecuentemente las calles del Brasil cuestionando al gobierno de facto; las represiones por parte de los militares y la policía comenzaron a ser más violentas.
Jugadores como Sócrates, Wladimir y Casagrande entendieron que lo logrado en el club les quedaba chico y empezaron a meterse de lleno en la política del país. Se cambió el logo de la Democracia Corinthiana en el dorso y pusieron uno nuevo: “El día 15 vote” en alusión a la elecciones de noviembre que serían las primeras directas a gobernador, teniendo la concepción de que mientras más gente fuese a votar más gente sería de parte de la oposición al gobierno de facto. Algunos analistas plantean que esta simple consigna en la camiseta del club más grande de San Pablo y uno de los más grandes de Brasil produjo una “desalineación” de los hinchas que solamente iban a ver buen fútbol, poniendo en jaque la frase de Marx que algunos usaban respecto al fútbol, esa de que era “el opio de los pueblos”.
Esa frase puesta en la camiseta llegó a la comisión de censura del gobierno militar y los censores tuvieron que decir “no mezclen el fútbol con política, porque si no van a tener grandes problemas”. La titular de la censura federal Solange María Teixeira Hernández prohibió así el uso de esa casaca.
El jueves 7 llega el final de la nota...