Despedida para un imprescindible

Ayer, viernes 18 de junio, a la edad de 90 años, en su cama y tomado de la mano de sus hijos, murió Juan Isidro López.

La noticia fue un golpe de realidad, porque “Don López” como lo llamamos muchos de nosotros, era una de esas personas que pensamos que nunca íbamos a dejar de ver en una marcha, un corte de ruta, la defensa de una fábrica tomada o en alguna lucha justa.

Y después del impacto, llegó el nudo en la garganta y la catarata de imágenes, de recuerdos; la tristeza pero también la alegría por haberlo conocido y porque vivió mucho y, al final, vivió bien. Porque su vida consciente, la desarrolló siempre del lado de los explotados y oprimidos, y esa coherencia es motivo de reivindicación y alegría.

Don López venía de una familia obrera y tuvo una infancia dura, pero se fue armando con la fortaleza de esa extracción de clase y forjando en sí las herramientas que le darían sustento a su vida.

De origen peronista, militó en el MAS en los años ‘80 y luego fue adherente al PTS, para integrar finalmente el Frente Popular Darío Santillán regional Alto Valle.

Fue un referente obrero de la región, emblemático de la militancia de los ‘70. Trabajador de Agua y Energía y delegado de Luz y Fuerza, perseguido y detenido en varias oportunidades, antes y durante el golpe genocida. En 1976 fue detenido y estuvo casi un año preso, pasó por la Unidad 9, Bahía Blanca, el penal de Rawson y por el centro clandestino de detención "La Escuelita", en Neuquén.

Las torturas lo habían dejado con serios problemas de visión en un ojo y problemas en las vías urinarias. Como describió en el juicio a los genocidas “La Escuelita era un horror” y por eso mismo se propuso dar su testimonio contra la impunidad, a pesar del dolor y la revictimización que significan los juicios tal como se llevan adelante.

Por eso en el Juicio La Escuelita II, brindó testimonio de lo que fue el circuito represivo en la región. Un año antes, en 2007 tuvo que soportar y denunciar al represor Ricardo Farías Barrera que fue a las puertas de su casa diciéndole que cuando testifique se acuerde que él lo “había tratado bien” durante la detención. Isidro en cambio lo señaló en el juicio como quien fue dueño de su vida durante muchísimo tiempo.

Esa “visita” del represor en 2007 fue entendida por los organismos de derechos humanos y organizaciones políticas de la región, como un mensaje de amenaza e impunidad y hacía muy poco tiempo se había dado la desaparición de Jorge Julio López en Buenos Aires, por lo que desde el PTS y el CeProDH propusimos a todas las organizaciones la realización de guardias permanentes en su casa, para cuidar a Don López y su familia. Guardias que a su vez fueron interesantes espacios de debate político y estratégico entre militantes de distintas tendencias políticas de izquierda.

Durante varios años fuimos compañeros de ruta Don López y el PTS, compartiendo muchos momentos con él: movilizaciones, debates políticos, largas charlas mate de por medio, cuando íbamos a verlo a su casa. A veces discutíamos con cierta firmeza sobre cosas en las que no estábamos de acuerdo pero siempre con la confianza de compartir la defensa incondicional de los intereses de la clase trabajadora. Y esas discusiones profundas sobre cuál era la vía para la emancipación de la clase trabajadora fueron bifurcando nuestros senderos, pero nos seguimos encontrando en la lucha.

Don López mantuvo siempre su presencia en las luchas sociales, sus convicciones sobre la necesidad de cambiar de raíz esta sociedad en un sentido socialista y su defensa de la necesidad de la organización de la clase trabajadora y los sectores populares, de manera independiente respecto de cualquier gobierno o sector patronal y eso lo deja en la historia regional de nuestra clase, en nuestra cabeza y en nuestro corazón.

¡Hasta la victoria, querido Don López!