En la crisis histórica por la que atraviesa el país, la más severa en toda su vida petrolera, y probablemente la más catastrófica desde los tiempos de la última guerra civil (la Guerra Federal), están presentes elementos estructurales que nos han acompañado en otros momentos trascedentes de nuestra “frustración nacional” -para usar la definición de Maza Zavala [1]. Tiene por tanto mucha pertinencia revisarlos, así sea brevemente, porque nos permiten comprender la magnitud de los mismos, problemas con los que, si no hay ruptura histórica, no hay ninguna posibilidad realista de una salida progresiva para los problemas nacionales y de las mayorías trabajadoras.
La situación previa al estallido de la Guerra Federal, el convulsivo período de Cipriano Castro que incluyó el bombardeo imperialista y bloqueo naval, la crisis de la “Venezuela saudita” a finales de los 70’s y en los 80’s, y la crisis actual tras la debacle dramática bajo el chavismo, son los cuatro momentos que hemos escogido para ilustrar estas cuestiones.
Extrema vulnerabilidad ante la demanda exterior, deuda externa y relaciones de propiedad en el cuadro que llevó a la Guerra Federal (1859)
Previo al estallido de la guerra civil de 1859-1863, el conflicto de clases más agudo que ha tenido el país tras su Independencia, y en cuyo cuadro de devastación económica y social algunos encuentran puntos de comparación para la crisis actual, dada su profundidad, el panorama tenía de fondo lo siguiente:
“Al terminar la década de los años 50, menesterosos de aldeas y caseríos rodeaban las principales ciudades del país debido a la crisis que en Europa y Estados Unidos había hecho reducir las importaciones, y que Venezuela resentía por el descenso de las exportaciones y la consecuente reducción de las finanzas públicas achicadas por los escasos impuestos aduanales, a cuyos aprietos se sumaban los compromisos de la deuda contraída para pagar la abolición de la esclavitud, el desorden administrativo y la suspensión en el pago de sueldos y salarios” [2].
Veamos: crisis en los países centrales de la economía capitalista, por tanto baja de la demanda externa y de los precios de las materias primas, caída de los ingresos del Estado, peso de la deuda externa. Sí, no hablamos de hoy sino de hace siglo y medio. La razón entonces fue el llamado “pánico de 1857” ocasionado por la sobreexpansión de las economías internas de Europa y EEUU y el descenso en la demanda del mercado mundial, que afectó “principalmente a las economías tributarias y altamente dependientes como la nuestra”. Esto nos llevó entonces a esa realidad de “menesterosos de las aldeas y caseríos rodeando las principales ciudades”, así como a acelerar las condiciones que llevaron al estallido de la guerra.
A su vez, los historiadores constatan cómo uno de los nudos que no se pudo desatar y condujo a la guerra civil es que, tras la guerra de independencia y las diversas disputas militares entre las facciones y caudillos que le siguieron las décadas siguientes, en el país “había que volver a la tierra”, para dar curso al desarrollo de las capacidades productivas que pudiera satisfacer las necesidades nacionales, sin embargo, el latifundismo lo impedía, la concentración de la tierra en pocas manos, las de los terratenientes, obstaculizaban este camino.
Las relaciones de propiedad sobre las que se conformaba la sociedad venezolana de entonces eran un obstáculo para el desarrollo que esta requería, un desarrollo que, de darse, le hubiese evitado la vulnerabilidad y el grado extremo de contradicciones sociales de entonces. Y cuando decimos relaciones de propiedad hablamos de intereses de clase, el interés de la ínfima minoría de “dueños” de la tierra se erigía como un obstáculo para evitar mayores penurias al país.
Deuda pública, dependencia de la demanda externa y connivencia del capital criollo con los intereses imperialistas durante el gobierno de Cipriano Castro (1899-1908)
Cuatro décadas después de la Guerra Federal, en la bisagra entre el siglo XIX y el XX, esta es la semblanza:
“Castro heredó (…) un país endeudado y comprometida la soberanía nacional, con unas finanzas inciertas por la baja de los volúmenes de exportación y de los precios de los rubros exportables debido a la contracción del mercado mundial [es decir, la contracción de la demanda de los países imperialistas] desde 1897” [3]. En el centro de la crisis, problemas similares a los de cuarenta años atrás (carga de la deuda externa, descalabro de los ingresos del Estado por la caída de las exportaciones de materia prima) y similares a los mismos que estarán en otros momentos de crisis aguda en el país en el siglo XX y en la actual.
En esta ocasión, la deuda que los acreedores externos reclamaban era cinco veces superior a la que reconocía el Estado venezolano: reclamaban 186,5 millones de bolívares, el Gobierno reconocía solo 35,6 millones, 19% de lo que las potencias exigían. Entre 1897 y 1901 se mantuvo la economía posponiendo pagos de la deuda pública (lo que hoy se conoce más comúnmente como “default”) y las reclamaciones de los comerciantes, el diferimiento y fraccionamiento del pago de salarios, la suspensión de obras públicas y reducción del gasto estatal. El gobierno de Castro intentó renegociar la deuda, envió comisiones a Europa a diversas gestiones, pero no hubo manera, intentó conseguir préstamos internos de la banca nacional y mejorar los ingresos fiscales aumentando los impuestos sobre los principales productos importados y de exportación, lo que tampoco prosperó por la oposición de los banqueros y los gremios de comerciantes y productores (la incipiente burguesía nacional).
Ya sabemos en qué paro esto: el intento fallido del derrocamiento de Castro por la “revolución libertadora”, y más adelante el bombardeo y bloqueo de las costas venezolanas por las armadas de varias potencias imperialistas en 1902.
Agobiado por la agudización de la crisis, la imposibilidad renegociar la deuda y la restricción del crédito externo, el gobierno ensayó la vía de nuevos y mayores impuestos a las exportaciones e importaciones, lo que le ganó la oposición de la burguesía comercial, intentó también nuevos préstamos de la banca nacional, la cual se los niega porque no confía en la capacidad de pago del gobierno. El nivel de confrontación llega al punto en que el despotismo propio del régimen alcanza a varios representantes de esta burguesía nacional: tras amenazar con “abrir a mandarriazos las bóvedas de los bancos” para tomar los préstamos que le negaban al gobierno, cosa que nunca ocurrió, lo que sí ocurrió fue el encarcelamiento de varios exponentes de la misma.
Los capitalistas nacionales, con el banquero Manuel Antonio Matos a la cabeza, responden impulsando junto con el capital financiero internacional la “revolución libertadora” para sacar a Castro, ese mismo capital que le exigía al país cinco veces más de lo que este reconocía como deuda, y cuyos gobiernos posteriormente atacaron militarmente por sorpresa al país y le impusieron un bloqueo naval. Los conspiradores nacionales recibieron recursos y asistencia diversa, entre otras, de la New York and Bermudez Company (concesionaria estadounidense del asfalto venezolano), la Compañía Francesa de Cables Submarinos y la Compañía Alemana del Ferrocarril Caracas-Valencia [4]. (No es nada ocioso buscar algunos paralelos con la realidad actual de un sector de la política nacional, ¿cierto?).
El interés de clase de la burguesía criolla no solo se ponía por encima de las necesidades económicas del país, sino que además la llevó a formar contubernio con los capitales y potencias extranjeras que manifiestamente pisoteaban el interés nacional. El interés de clase pudo más que algún hipotético “interés nacional”.
Deuda externa, fuga de capitales y desinversión tras el fin del boom petrolero en los 70’s
La crisis actual hereda y expresa exponencialmente los problemas estructurales que asomaron con fuerza en la crisis de finales de los 70’s, fecha en la cual hay cierto consenso para hablar del “agotamiento del modelo rentista”. A partir de allí el país vive una larga crisis estructural, expresada en fenómenos poco conocidos en el país en el más de medio siglo que llevaba como país petrolero, y que nos acompañarán desde entonces hasta hoy: devaluación de la moneda, alta inflación, desinversión y fuga de capitales, junto al “invitado permanente” a nuestras crisis, la deuda pública.
En marzo de 1979 –recién se cumplieron 41 años–, al asumir la presidencia Luís Herrera Campíns (Copei) declara su célebre: “Recibo un país hipotecado”. Aun así, a lo largo de su período presidencial (y el siguiente) el país acrecentó su endeudamiento con el capital financiero internacional. De tal suerte que a finales de 1983, año del histórico “viernes negro” que marcó el inicio de las fuertes devaluaciones del bolívar, la banca internacional exigía el pago inmediato de 13 mil millones de US$ que el Gobierno consideraba deuda ilegal. Las exportaciones petroleras cayeron de 19.300 millones de dólares en 1981 a casi 13.500 millones en 1983 (una caída del 30%). Infeliz coincidencia de proporciones: lo que el capital financiero internacional exigía al país de pago era un monto similar a lo que terminó siendo el ingreso nacional por exportaciones petroleras de todo el año.
Luego que las diferentes ramas de la burguesía venezolana –unas más que otras, claro está– se beneficiaran durante largas décadas de las ingentes transferencias de renta pública petrolera, sobrevino el colapso de las contradicciones propias de ese capitalismo dependiente, cuya expresión histórico-concreta ha sido el rentismo, y entramos desde el ‘78 en una etapa de drástica caída de la inversión privada y de la formación de capitales [5] que se prolonga hasta nuestros días. En ese entonces el capital criollo se reconcentró, en términos generales, en los sectores extractivos y no productivos [6], así como… en la fuga al exterior.
En medio de la debacle nacional se produjo un nuevo salto en la sustracción del excedente por parte de nuestra improductiva y parasitaria burguesía. A la par que el país aumentaba su endeudamiento externo, aumentaba también la fuga de plata por parte de los capitalistas nacionales: entre 1983-1988 ingresaron al país 86,7 millones de US$, pero se fugaron 90,1 millones US$.
Ante la caída de los ingresos petroleros el gobierno instaura en el ‘83 el control de cambio –el famoso “Régimen de Cambio Diferencial” (RECADI)–, sin embargo, en los meses previos al control se fueron del país 20 mil millones de US$ [7]. Como explicaba diáfanamente Miguel Rodríguez en una muy ilustrativa y reveladora conferencia sobre el origen de la deuda pública externa de los 80’s: “en el año 82 se hace un traspaso masivo de esos activos en dólares del sector público al sector privado de la economía, en ese proceso (…) se traspasan unos veinte mil millones de dólares de activos públicos en dólares al sector privado de la economía que los coloca en el exterior” [8]. Adicionalmente, ya bajo el RECADI, se denunciaron las triquiñuelas por las cuales los empresarios y banqueros “enchufados” de entonces se apropiaban de los 50 mil millones US$ que pasaron por allí entre febrero del ‘83 y febrero del ’89: “comisiones y sobornos de funcionarios públicos, sobrefacturación de precios en las importaciones, creación de empresas importadoras venezolanas fantasmas, privilegios, intermediarios y las más modernas formas de corrupción en el tráfico de divisas” (El País, 09/04/89). ¿Nos suena familiar?
Rodríguez explica cómo el origen el endeudamiento público externo que terminó de estrangular la economía y conducir al colapso de finales de los 80’s, no tuvo su origen estrictamente en una necesidad del país: las necesidades se hubiesen podido cubrir con deuda local si los “agentes financieros nacionales” (los bancos y empresas privadas) hubiesen retenido en el país los grandes recursos que enviaron al exterior, lo que no ocurrió, “obligando” así a recurrir al crédito externo, una deuda externa de la que, a su vez, el principal beneficiario fue el sector privado que fugó los capitales: luego del enorme proceso de endeudamiento, el 77% de los activos en el exterior estaban en manos del capital privado [9]. La deuda contraída fue utilizada para financiar la salida de capital privado al exterior.
Para completar el cuadro de entonces, vale tener en cuenta que, como muestra Héctor Valecillos, las tasas de ganancia ente el período expansivo (‘68-‘78) y el contractivo (‘78-‘85) no difieren mucho. De acuerdo con las cifras disponibles del ahorro y la inversión, “no es posible deducir (…) una relación causal que permita hacer depender a la caída de la inversión de la baja sostenida del ahorro neto de las empresas”, al contrario: “El alto y persistente nivel de ganancias del sector privado demuestra de pasada que las limitaciones de la formación de capitales que afectan a este sector no radican en una insuficiencia ostensible y crónica del ahorro que logra acumular” [10].
Es decir, ni siquiera podía aducir la burguesía venezolana que estaba “quebrada”, pero aún sí no solo asumió una “huelga de inversiones”, negándole los recursos al país y fugando al exterior sus ahorros, sino que también se llevó afuera buena parte de lo que ingresaba por concepto de deuda externa. Mientras el país se hundía en la crisis de los 80’s, la clase dominante local amasaba fortunas afuera con recursos nacionales.
Dependencia, deuda externa y fuga de capitales bajo el chavismo
Como hemos desarrollado ampliamente en trabajos anteriores, y como muestra con suficiente evidencia la realidad, bajo el chavismo no se revirtió esa tendencia del capitalismo venezolano a la debacle de su (poca) industria y a depender cada vez más de la renta petrolera y las importaciones. Bajo Chávez, el coeficiente de importaciones (la proporción del consumo cuyo origen era extranjero) mostraba una dinámica en constante crecimiento, a la par que tanto el PIB industrial como el agrícola descendían [11], y si en el “boom” de los 70’s las exportaciones petroleras alcanzaron a ocupar un 80% de las divisas generadas, en el nuevo auge de renta pasaron del 90% y se acercaron a la casi totalidad: de cada 100 dólares que ingresaban al país, 96 provenían del petróleo.
“Lo que había en el país era un festín de importaciones apalancado en la renta pública, la ‘huelga de inversiones’ en el sector productivo que inició la burguesía nacional desde finales de los 70’s no cesó bajo el chavismo, se mantuvieron las inversiones en un nivel marginal o de simple reposición: con relación a la debacle heredada de los 80’s y 90’s no hubo ningún proceso de repunte en la formación de capitales en el sector productivo” [12]. La vulnerabilidad del país ante la demanda externa de una única materia prima (el petróleo) se profundizó. La burguesía venezolana no se hizo “productiva” ni abandonó su condición preferentemente comercial-importadora, fugadora de capitales y aprovechadora del endeudamiento público externo.
Desde 2007 el gobierno de Chávez inició un vertiginoso proceso de endeudamiento público, interno con la banca privada nacional –que por cierto ha hecho jugosos negocios bajo el chavismo–, y sobre todo con el capital financiero internacional. Duplicó por varias veces la deuda: entre 1999 y 2017 la deuda externa creció 223%, dando como resultado que si en el ‘99 cada venezolano “debía” un aproximado de 1.200 US$, en 2017 debía 3.900 US$. Los cálculos ubican la deuda externa actual en unos 180 mil millones de dólares, un monto enorme que se asemejaba a todo el Producto Interno Bruto nacional de un año (el de 2017, por ejemplo) y equivalente también a los ingresos de varios años de exportaciones petroleros. De hecho, si en 2007 el monto de la deuda externa era similar al valor del 56% de nuestras exportaciones petroleras anuales, en 2017 equivalía a un 434% [13]. Todas estas proporciones dañinas han variado para peor en los últimos años, dada la mayor caída del PIB y de los ingresos petroleros, es decir, el peso de la deuda es más grande aún que en 2017.
Ahora bien, ¿por qué y para qué se endeudó de semejante manera el país, cuando estaba en medio de uno de los períodos de mayores ingresos petroleros? Paralelo al gran endeudamiento corrió también una enorme fuga de dólares al exterior: entre 2003 y 2016 aumentó diez veces la cantidad de dólares en cuentas de venezolanos en el exterior, pasando de 49 mil millones a aproximadamente 500 mil millones, una cifra fabulosa, equivalente a muchos años de ingresos petroleros. A medida que aumentaba el endeudamiento externo aumentaba también la fuga de capitales, mientras por la puerta le entraban al país grandes recursos (por ingresos petroleros o endeudamiento) por la ventana se le iban por otras vías, una de las cuales fue este saqueo, hecho por vías tanto legales como ilegales.
En uno de los períodos históricos de mayores ingresos petroleros, en que el país recibió una entrada extraordinaria de recursos, asistimos a un enorme saqueo de la renta nacional, mediante el acceso de los capitalistas al dólar barato proveniente de los ingresos petroleros públicos y del endeudamiento externo. Un saqueo del que participaron las empresas transnacionales que operaban aquí [14] y las diferentes fracciones de la burguesía venezolana, tanto la tradicional como la pegada al chavismo. El endeudamiento externo formó parte del esquema del saqueo porque la deuda permitió apalancar gran parte de la fuga de capitales de los banqueros, empresarios y testaferros criollos.
El parasitismo de la burguesía venezolana como clase social se reflejó aquí con cruda contundencia: si de cada 100 dólares que ingresaban al país por exportaciones más de 90 eran por ingresos petroleros del Estado, aparte de los provenientes por endeudamiento público, es decir, todos recursos públicos, ¿de dónde salen esos descomunales recursos fugados al extranjero por propietarios privados? La clase capitalista venezolana no le genera prácticamente ingresos en dólares al país pero, en cambio, es la principal beneficiaria de los “petrodólares” para fugarlos, para vivir del comercio importador, o en el mejor de los casos, invertir una pequeña parte en la producción solo en la medida en que los trabajadores y consumidores se arrodillen a sus condiciones para obtener ganancias.
Por supuesto, los gobiernos de Chávez –y luego Maduro– son los principales responsables de esa brutal transferencia de la renta pública hacia el capital privado, pues siendo el Estado el dueño y administrador de la renta, así como del endeudamiento, ¿quién sino el chavismo en el gobierno facilitó esto? Bajo el chavismo y al amparo de sus políticas de “sembrar el petróleo” con unos hipotéticos empresarios “nacionalistas y productivos”, se operó un nuevo capítulo de ese proceso mediante el cual el Estado transfería la renta pública (en forma de dólares baratos) a capitalistas privados, tanto a la burguesía tradicional como a los nuevos favorecidos por sus relaciones con el Estado, y sectores de la alta burocracia convertidos en nuevos empresarios o en acreedores de la deuda pública. ¡Y todo esto mientras vociferaban un supuesto “anticapitalismo”!
Como parte del legado de Chávez, Maduro heredó, mucho peor incluso que Campíns en el ’79, un país con el futuro hipotecado al capital usurero internacional, además de una dependencia enorme de los precios del petróleo. Ante la caída abrupta de los ingresos petroleros y el vencimiento de los plazos de pago optó por garantizar el flujo de dólares hacia el capital financiero internacional a costa de las necesidades nacionales y del pueblo: entre 2012 y 2016 se redujeron las importaciones en casi 70%, al pasar de 54,7 mil millones de dólares a 17,8 mil millones, la importación de productos farmacéuticos, por ejemplo, se redujo 64% entre 2012 y 2014. Al tiempo que aumentaban bruscamente los recursos destinados al pago de la deuda externa: según el propio Maduro, el país pagó 71 mil millones de dólares entre 2014 y 2017. Algunas estimaciones señalan que, por ejemplo en 2016, el país canceló en servicio de la deuda el equivalente a un tercio del ingreso petrolero de ese año [15]. El país pagó hasta sangrar, a costa de quedarse sin recursos para los hospitales, escuelas y universidades, para los servicios y empresas públicas, para alimentos y medicinas.
¿Quiénes han sido los grandes beneficiarios de esa deuda externa que sufren las mayorías trabajadoras y empobrecidas del país? Los especuladores del capital financiero internacional y la burguesía venezolana fugadora de renta, que abultan sus fortunas privadas a costa de las cuentas que le toca pagar al pueblo venezolano.
La deuda externa: una historia de sometimiento nacional y privaciones para el pueblo
Esta realidad bajo la debacle del chavismo no es sino la expresión más reciente y trágica del papel que ha jugado la deuda externa en la historia nacional. En su ensayo “Proceso histórico de la deuda externa venezolana en el siglo XX”, que recorre desde ese episodio de 1902 en el que las potencias imperialistas bombardearon y bloquearon nuestras costas para reclamar pagos de deuda, Tomas E. Carrillo Batalla y José Crazut plantean una claro balance: “El proceso del endeudamiento externo venezolano, puede afirmarse en líneas generales que no ha sido feliz”. Cuando se refieren a la realidad de mediados de los 80’s (fecha del ensayo), dan cuenta de cómo la deuda significaba un “aumento de la pesada carga que gravita sobre el pueblo venezolano” y condicionaba un cuadro de “desarrollo económico comprometido; el nivel de vida, ya bastante bajo de nuestras clases de menores recursos, seriamente amenazado y ya deteriorado en buena parte”.
Héctor Valecillos, en Acumulación de capital y desigualdades distributivas en la economía venezolana, también de mediados de los 80’s, constata la tendencia regresiva de la distribución del ingreso nacional y el aumento de la pobreza, y señala como uno de los factores claves: “la naturaleza y contenido de las políticas de ajuste adoptadas por los gobiernos de Herrera Campíns y Lusinchi (…) políticas que han estado fuertemente condicionadas por la estrategia en relación al pago de la deuda externa” [16]. Treinta años después, el chavismo con Maduro a la cabeza, llevó a cabo también brutales ajustes de los recursos nacionales para garantizar los pagos de deuda externa.
Como señalara Marx, “La única parte de la llamada riqueza nacional que entra real y verdaderamente en posesión colectiva de los pueblos modernos es... la deuda pública”. Pueblos enteros son sometidos a privaciones y al atraso por el mecanismo de la usura de un puñado de acreedores. Con peso decisivo en encrucijadas dramáticas, la deuda externa pública ha estado presente los cuatro momentos de la historia nacional que mostramos, uno de los cuales aún estamos transitando con dramatismo.
La deuda externa y la vulnerabilidad a la demanda exterior en el marco más general de la dependencia
La etapa petrolera, de la cual ya rozamos el siglo, vino a profundizar drásticamente la dependencia nacional con relación a las necesidades e imposiciones del capitalismo mundial. La atrofia de las capacidades productivas nacionales y la dependencia de captar una renta en el mercado mundial han sido la pauta.
Como vimos en los cuatro momentos que repasamos, históricamente hemos estados en una fuerte relación de dependencia, tanto de la usura del capital financiero como de los humores de la demanda de materia prima de las potencias capitalistas. El país les provee materia prima y energía, estas nos venden productos elaborados y tecnología, los precios de la materia prima, por más que estén altos en determinadas coyunturas, nunca parecen ser suficientes para cubrir el costo de los bienes (tanto de consumo, como intermedios y de capital) que nos venden las potencias y al mismo tiempo acometer la necesaria industrialización nacional para superar la dependencia de estas importaciones. Nunca alcanza para ambas cosas a la vez, pero ¿por qué? ¿Por qué esa supuesta fatalidad histórica de que “nunca alcanza”?
Una primera cuestión clave es ese intercambio desigual con las potencias capitalistas. Además del peso que implica el gasto en esas importaciones, a la renta y el ingreso nacional también hay que restarles los eternos pagos de deuda externa, así como las ganancias que se generan aquí pero que las transnacionales se llevan sus países de origen. Como sabemos, en esa actividad principal del país (la producción de materia prima y energía) la cuestión no es del todo “soberana”, independiente, sino que mientras durante seis décadas fue de los pulpos petroleros (a los que el país solo cobraba impuestos), en los últimos cuarenta años ha sido en asociación de estos con la empresa pública nacional. Tal presencia del capital imperialista no es solo en el petróleo sino también en otras áreas importantes de la economía nacional (banca, telecomunicaciones, alimentación, infraestructura, manufactura, etc.).
Entonces, ese capital extranjero en los hidrocarburos y otras ramas, hace “inversiones territoriales” aquí mediante las cuales obtiene con los recursos naturales y fuerza de trabajo del país ganancias que van a parar a sus países de origen, no son recursos que se vuelquen a las necesidades del país, sino que van a acumular capital en las potencias, que por lo general son esas mismas potencias de donde son los capitales usureros a quienes le pagamos deuda externa y de donde es también el capital industrial que nos provee las importaciones. La renta petrolera pública venezolana carga entonces con ser fuente de riquezas del capital especulativo (vía deuda externa) y de la industria (vía importaciones) de las potencias capitalistas.
Diversas vías de un cuadro de inserción dependiente e intercambio desigual en que se encuentra inmerso el país en los marcos del capitalismo imperialista. Diversas vías que implican una transferencia sistemática de valores desde el país hacia los centros del capitalismo mundial y una de las razones claves para la recurrente “escasez de recursos” para el desarrollo nacional.
Ese es, de manera resumida, el marco más general de la dependencia en el cual se inscriben la deuda externa y la dramática vulnerabilidad a la demanda exterior, aspectos recurrentes en los momentos claves de profundas crisis en la historia nacional que venimos revisando.
La fuga de capitales y el rol histórico de la burguesía nacional
El otro elemento clave por el cual “no alcanzan” los recursos para el desarrollo nacional, para superar la dependencia de la renta, es justamente el rol de la clase dominante nacional, las clases propietarias, bien fuera la clase terrateniente en el siglo XIX, o los capitalistas en el siglo XX y lo que va del XXI.
Como hemos visto, la tendencia a llevarse al exterior el excedente, es decir, negarle el país parte sustancial del potencial “ahorro nacional”, aparece como una práctica corriente. No solo por parte del tradicional capital comercial-financiero, sino también como práctica de “los industriales”: en este último, las dificultades para continuar la expansión de sus ganancias en el sector –dificultades derivadas de la naturaleza y condiciones del propio capitalismo venezolano–, no llevaron nunca a alguna diversificación de la economía, mediante el uso de ese capital “sobrante” en desarrollar otros sectores, sino que simplemente se recurrió a la exportación de esos capitales.
Así, ni bien comenzaron a presentarse los límites al período “de gloria”, comenzó desde el ‘78 una tendencia a la fuga de capitales, tendencia que se acentuó en los 80’s, dejando al país carente de los recursos que requería con urgencia. Un proceso que, como vemos, volvió a repetirse a una escala superior –es decir, peor– bajo el chavismo.
En el ciclo anterior de endeudamiento de los 80’s vimos, al igual que con el chavismo, el fenómeno de que períodos de aumento del endeudamiento externo del país fueron acompañados por aumentos en la fuga de capitales, y tuvimos el ingrediente adicional de cómo parte de la deuda privada contraída por los empresarios venezolanos se convirtió en pública, cargándole al pueblo las deudas de la burguesía nacional.
Una comprensión profunda, una crítica de clase, para una perspectiva estratégica de ruptura con la historia de frustración nacional y atraso
Este recorrido sumario que hemos hecho nos permite señalar cómo, la trágica realidad que atravesamos hoy, no se agota en el evidente fracaso del chavismo, sino que tiene raíces más profundas, “estructurales”, que si no se suprimen impedirán cualquier salida progresiva para los problemas históricos que arrastra el país en general, y en particular su clase trabajadora y los sectores pobres. O peor aún, si se profundizan, como es la dirección a la que apuntan tanto el gobierno como la oposición de derecha, la realidad nacional será reforzar las cadenas de la dependencia y el atraso.
El sentido crítico nacional ante los períodos de crisis, históricamente se ha dirigido contra los gobiernos o regímenes de turno, pero parafraseando el sketch humorístico, los gobiernos pasan, pero la dependencia, la deuda externa y la burguesía nacional quedan, y con ellos el atraso nacional y los problemas estructurales del pueblo.
Históricamente, la “falta de recursos” para las necesidades del país, para “el desarrollo”, los diversos regímenes han pretendido “resolverla” no rompiendo la dependencia, no emancipando al país de la dominación económica del capital imperialista ni desplazando a la clase capitalista nacional de su estatus dominante y parasitario, sino recurriendo, por el contrario, a mayor dependencia y desnacionalización de la economía, mediante más préstamos del capital financiero internacional e “inversiones extranjeras”. El chavismo, que con Chávez a la cabeza tuvo altisonante retórica “antiimperialista”, no fue la excepción, envolvió más al país en las redes de la deuda externa y la dependencia de la renta.
Hoy, tanto Maduro como la oposición proyanqui, así como la pléyade de “expertos” en los medios y las redes sociales, comparten un “sentido común” de que eso es lo que hay que hacer porque “no hay recursos”: endeudarse más (deuda nueva para pagar deuda vieja, y así sucesivamente) y entregar empresas y recursos al capital extranjero. Eso no sería sino repetir el círculo vicioso y nefasto para el país que venimos mostrando a lo largo de este artículo.
La deuda externa es un lastre terrible, nocivo, reaccionario, en la historia del país, del atraso y sufrimiento de su pueblo. No hay futuro progresivo si no se rompe con ese lastre, o es el futuro del país y el pueblo, o es repetir la eterna historia a favor de los capitales financieros y la burguesía nacional. Esa “deuda odiosa” debe ser repudiada, denunciada y desconocida, imponer el principio de que le interés supremo de la economía nacional sean las necesidades del pueblo venezolano.
Para poder disponer realmente de los recursos que permitan abrir cauce a resolver los problemas estructurales, debe también romperse con esos otros aspectos de la dependencia y el rentismo. Para frenar la transferencia del excedente nacional al exterior vía ganancias de las transnacionales, todas las empresas y sectores donde estos operan en el país tienen que pasar a propiedad pública nacional (sin indemnización, lo invertido ya lo han recuperado con creces), para que las utilidades, decisiones de inversión y demás, no estén al servicio de las necesidades de los capitales privados extranjeros y sus países. Es decir, hacer algo que nunca se propuso ni hizo el chavismo.
En lo que se refiere al papel de la burguesía nacional, si no se comprende que en lugar de un hipotético punto de apoyo para el desarrollo del país, es más bien un obstáculo, no hay comprensión de la historia nacional. En el apretado resumen que hicimos aportamos elementos claves de juicio.
El esquema del chavismo, en esta cuestión de la disposición interna para el “desarrollo”, siguió siendo en lo fundamental el de toda la historia del capitalismo rentístico en el país: poner la renta petrolera pública en manos de unos empresarios que, en teoría, la harían productiva. Ya vimos en qué paró ese cuento, el cuento de nunca acabar de la “siembra del petróleo”.
Es necesaria por eso una crítica de clase. Se trata de la clase social que dentro del país posee medios de producción (empresas, tierras, bancos), que domina económicamente al resto de las clases y grupos sociales nacionales, ¿y qué hace frente a la dependencia nacional? La historia recurrente de fuga de capitales y desinversión por parte de los banqueros y empresarios nacionales, de las sucesivas “promociones” de nuevos ricos que surgen con cada régimen que administra la renta, es una expresión de un comportamiento hostil a los intereses nacionales, obreros y populares, que no cuestiona el estatus dependiente del país y que tampoco se propone realmente ningún “desarrollo nacional”, como sí se propone ganancias fáciles.
Esta clase lleva toda una historia recibiendo de manos del país la renta pública, sin que a cambio siquiera le entregue un desarrollo cualitativo de sus fuerzas productivas y superación del atraso. Es la principal receptora de esa riqueza nacional pero la parasita y se acomoda al esquema de dependencia y dominación que nos impone el capitalismo mundial. El país no “necesita” a esta clase como intermediara entra la renta petrolera y un supuesto “desarrollo” que nunca llega, necesita al contrario desplazarla, destronarla.
Es necesaria una verdadera ruptura histórica en clave anticapitalista, para que los recursos nacionales puedan realmente ponerse en función de las necesidades del país y su pueblo, una condición indispensable es que las grandes empresas de alimentación, de manufactura, los bancos, laboratorios y tierras, pasando por los gigantescos capitales que esta clase tiene en el exterior, todos bienes cuyo origen en última instancia son los fondos públicos o la explotación de la clase trabajadora, sean propiedad pública. Así mismo, la renta petrolera no debe en modo alguno transformarse en propiedad privada de ningún empresario privado ni para importar ni para “producir”, con las principales industrias como propiedad pública no habría ningún fundamento para eso.
Estas son cuestiones claves de una perspectiva antiimperialista y anticapitalista, que es la única manera de romper con la recurrencia en la historia nacional de los profundos problemas que fuimos mostrando en este artículo. Por supuesto, semejante programa, semejante ruptura histórica, requiere de un sujeto para llevarlo adelante, un sujeto social con la suficiente potencialidad para erigirse en sujeto político que tome en sus manos esta tarea histórica.
Si bien puede ser claro que por supuesto no lo será la atrofiada y parasitaria nacional, subordinada y cómplice del estatus de dominación imperialista, debe desprenderse como lección histórica de vital importancia, que tampoco será una capa de militares “nacionalistas” y una burocracia de funcionarios “de izquierda” con sus respectivas fracciones de burgueses “nacionalistas” y “productivos aliados”. Es una tarea que solo podría llevar adelante la clase trabajadora en alianza con las masas populares, peleando por esas demandas y conquistando su propio gobierno. Es decir, llevando adelante una verdadera revolución social. Lo que a su vez implica, necesariamente, la construcción de una dirección revolucionaria, un partido revolucionario de los trabajadores, internacionalista, para empujar conscientemente en ese sentido y luchar por esos objetivos.
Por supuesto, las posibilidades o no de que los trabajadores y trabajadoras puedan jugar ese rol, es tema que amerita discusión. No es sin embargo el objetivo de este texto. Nos consideraríamos satisfechos si cumple con el objetivo de mostrar que en el centro de las terribles crisis nacionales han estado, y están, elementos gruesos con los cuales es indispensable romper para poder hablar en serio de alguna perspectiva progresiva para el país y sus masas trabajadoras y pobres.
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