Carlos Díaz Marchant, esta vez alineado con Mario Aguilar, antes de marchar en Antofagasta, declaró: “exigimos que el gobierno cumpla su compromiso de legislar para terminar con la violencia que sufrimos los docentes y endurecer los castigos a quienes agredan a profesores”.
Lunes 25 de marzo
El contexto es la primera vez que los dirigentes oficiales del Colegio de Profesores convocan a una acción nacional en apoyo a los profesores de Antofagasta, habiendo pasado casi tres semanas desde la muerte de Katherine, en las que las y los profesores de Antofagasta han realizado un paro. Además, su convocatoria nacional se realizó sin ningún tipo de preparación seria: al no enmarcarse en un paro, al ser de un momento a otro, sin garantizar asambleas comunales o por escuela, la jornada terminó dependiendo de que cada colegio se las arreglara como pudiera.
Castigos-violencia escolar: un bucle que no va al fondo del asunto
Díaz Marchant planteó que la ley para endurecer castigos, debería llevar el nombre de Katherine Yoma. Sin embargo, las circunstancias que derivaron en la muerte de Katy Yoma, no se reducen al maltrato -que la mayoría de docentes hemos vivido en alguna ocasión. Ocurrieron otras cosas: por ejemplo, el equipo directivo de su escuela, no sólo no le dio ningún respaldo, además tomó como represalia ante sus reclamos, la reducción de su jornada laboral de más de 40 horas a 16 horas y el traslado. Vivió el acoso. Una ley cuyo eje es endurecer castigos no responde a la complejidad de la situación.
Además, la violencia ¿puede eliminarse endureciendo castigos? Creemos que no. Hay una razón sencilla: la violencia en las escuelas no es más que una parte de la violencia en la sociedad. En lo que me ha tocado ver ejerciendo la docencia desde 2007, cotidianamente priman relaciones cordiales entre profesores y estudiantes y entre estos últimos, en mayor o menor medida según el contexto, pero también he visto como conflictos que tienen origen en contextos barriales se traspasan a la escuela y viceversa. También muchas veces las y los profesores, por representar la “autoridad”, recibimos malos tratos. También he visto cómo algunas decisiones de las autoridades a cargo de las escuelas: sostenedores, directivos, generan climas escolares más tensos.
Como profesor socialista, creo es necesario transformar la sociedad para transformar la educación. Pero eso no significa que, por mientras, la solución sea pedirle al gobierno que endurezca sanciones a agresores, como hacen los dirigentes oficiales del Colegio de Profesores. Hay cuestiones mucho más relevantes para generar relaciones sociales más cordiales en las escuelas. Por ejemplo, si en la actualidad es asumido que la pandemia, al afectar la socialización de niños y jóvenes durante dos años, implicó que se generarán climas más complejos en las escuelas, proliferando padecimientos de salud mental o de agresiones ¿no es acaso lógico que deberían invertirse recursos para aumentar significativamente los equipos profesionales encargados de la convivencia y aspectos psicosociales? Si se generan situaciones de agresión a docentes de parte de apoderados o estudiantes ¿no habría que potenciar la escuela como un espacio de encuentro con la comunidad? Quienes somos profes, sabemos lo que sucede cuando en las escuelas se realizan “actos oficiales” y apoderados asisten a ver a sus niñas y niños en escena, bailando o realizando alguna presentación: se genera alegría, encuentros con el equipo docente, socialización, etc. ¿Qué impide que en las escuelas se puedan realizar de manera más cotidiana eventos artístico-culturales tomando las iniciativas que surjan en la propia comunidad? ¿No deberían realizarse talleres para las y los jóvenes y niños e instancias de encuentro con la comunidad? Y si la actual configuración de las jornadas docentes no deja tiempo para pensar en ese tipo de actividades ¿por qué no retomar la lucha por el 50/50?
Pero yendo más allá, creo que las y los profesores, para responder a la cuestión de la violencia en la escuela, no tenemos por qué limitarnos a actuar sobre cuestiones que ocurren estrictamente en el ámbito escolar. Las y los niños con quienes trabajamos y sus familias, muchas veces están inmersos en situaciones de violencia que ocurren a causa de la sociedad que habitamos, basada en la explotación y la opresión. Recuerdo cuando en una ocasión, en el contexto de una salida pedagógica, una estudiante TP de 4°medio, vecina de La Pintana, se sentía “observada y juzgada” cuando caminábamos en Las Condes, cerca del metro El Golf. “Se creen más, dan ganas de pegarles” comentó esa joven sobre las personas que transitaban por allí. Otra joven, describiendo una plaza cerca de su barrio que ella frecuentaba, comentaba cómo en ésta, en una ocasión se había producido una balacera, pero que ella continuaba asistiendo porque en su sector era el único lugar donde socializar con otros jóvenes. También se me viene a la mente lo que me comentó hace poco una colega de La Florida que atiende a niños del campamento Dignidad que el alcalde Carter quiere desalojar mientras estigmatiza a sus habitantes. También recuerdo a una estudiante de IVº medio que comentó en un trabajo de la asignatura de filosofía que yo enseño, que a su barrio no llegaban encomiendas porque era “zona roja”.
Todos estos ejemplos muestran que, como docentes, no podremos explicar causas y posibles salidas para las problemáticas sociales si nos limitamos a hablar de la escuela. Que una joven de una comuna periférica se sienta observada en el barrio alto, es expresión de desigualdad social y opresión: son décadas de discursos estigmatizadores sobre “los flaites”. Que una jóven sienta que el único lugar para socializar es donde ocurren balaceras es lamentable y, seguramente, si hubiese escuelas y centros culturales abiertos a expresiones de la juventud y una red más nutrida de parques y plazas en la zona donde ella habita, no se vería obligada a socializar en ese lugar. Pero para que algo así pasara, no sólo habría que cuestionar de manera sistémica la educación, también los criterios capitalistas de edificación de la ciudad que derivan en una grave desigualdad. Y más de fondo, las condiciones sociales que hacen que se produzcan balaceras entre jóvenes. La colega de La Florida, algo tiene que decir sobre el desalojo de Carter al campamento y sobre el derecho a la vivienda.
En resumen, para generar nuevas relaciones sociales en la escuela superando las expresiones de violencia hay que superar esta sociedad capitalista que es violenta, pero en ese camino, en vez de sembrar la ideología de que todo estudiante o apoderado es un potencial agresor, y que de antemano hay que tener un buen arsenal de castigos, lo que hay que hacer es unir la lucha docente con la lucha de estudiantes y apoderados y de todo el pueblo, discutiendo desde las bases un pliego unificado que articule las demandas, de las y los docentes con la pelea por una educación al servicio de los trabajadores y el pueblo pobre con demandas del pueblo trabajador y pobre, como el derecho a la vivienda.
Los saludos a la bandera no sirven: falta un plan de lucha unificado
Por último, los dirigentes del Colegio de Profesores deben dejar de quedarse en los meros “saludos a la bandera” y deben llamar a asambleas para organizar un plan de lucha y un paro nacional en apoyo a los trabajadores de la educación de Antofagasta e impulsar asambleas de base para preparar el paro del 11 de abril en unidad con todos los trabajadores y sectores en lucha, empezando por apoderados y estudiantes,
La educación escolar está en crisis: no sólo falta infraestructura en los colegios, faltan colegios, 300 en palabras del Ministro de Educación. Ese es el marco general de todas las carencias existentes en el sistema escolar: ausentismo laboral por estrés; falta de profesionales para atender problemáticas psicosociales; falta de recursos básicos como datas y computadores; bajas temperaturas en invierno; baños que colapsan recurrentemente, entre otras tantas cuestiones. En ese terreno surgen situaciones de violencia escolar.
Ahora bien, las y los profesores que trabajamos día a día en liceos y colegios sabemos que las problemáticas estructurales que padecen las escuelas son una preocupación para las familias de jóvenes, niñas y niños: ¿no es la oportunidad de unirnos? El impulso que están dando las y los profesores de Antofagasta junto a otras trabajadoras como las funcionarias de Integra o estudiantes universitarios -todos sectores que hoy marcharon masivamente en la ciudad-, muestra no sólo que la crisis de la educación puede ser uno de los puntos críticos para mantener la “paz social”; también muestra que si empezamos a avanzar en la unidad de acción en las calles, en coordinación, podemos fortalecer la pelea unitaria por nuestras demandas: no sólo de profesores y profesoras sino de todo el pueblo trabajador, en un pliego unificado. Es un camino al que todavía hay que avanzar y al cual se oponen los dirigentes oficiales del Colegio de Profesores, por eso su énfasis en el punitivismo y en los castigos, por eso su demora en tres semanas para hacer algo por Antofagasta sin realizar ningún tipo de preparación seria para la jornada de hoy 25 de marzo.
En otro contexto, mientras en Antofagasta se realizó la marcha, en el centro de Santiago se desarrolló otra manifestación: estudiantes, apoderados y profesores del L1, protestaron en la Dirección de Educación de Santiago por las carencias de infraestructura. Piden desratización, reparación de cañerías, salas bien acondicionadas, más personal auxiliar, entre otras demandas. Generalizar experiencias como esta, en las que apoderados, estudiantes y profesores se unen por una causa común; sin asumir el discurso de que apoderados y estudiantes son enemigos; es muy necesario en este momento. Será la única manera de romper el rutinarismo de los dirigentes burocráticos del Colegio de Profesores que esperaron tres semanas y que le ceden al discurso que desune. Es la única manera de ir preparando la elaboración de un pliego unificado de demandas de todos los sectores del pueblo trabajador y preparar el paro del 11 de abril de manera no rutinaria.