La película “Eisenstein en Guanajuato”, del británico y controvertido Peter Greenaway, supone un atrevido acercamiento a la personalidad y, en particular, a la bisexualidad del gran cronista cinematográfico de los albores Revolución Rusa.
Eduardo Nabal @eduardonabal
Lunes 26 de junio de 2017
La película “Eisenstein en Guanajuato”, del británico y controvertido Peter Greenaway, a pesar de las chirriantes piruetas y algunos molestos excesos característicos de su realizador, supone un atrevido acercamiento a la personalidad y, en particular, a la bisexualidad del gran cronista cinematográfico de los albores Revolución Rusa desde, de sus héroes, sus grandes episodios (“El acorazado Potenkin”) hasta su progresiva decadencia marcada por la llegada al poder de Stalin con la consabida represión o exilio de intelectuales críticos o disidentes. Ese joven tímido y, posteriormente, director de personalidad arrolladora que inventó el montaje dialéctico o “de atracciones”, convirtió en imágenes para el recuerdo algunos de los sueños de Lenin y en estatua brillante al héroe revolucionario, firme, inmaculado, impenetrable, dotándolo de un aplomo y una belleza particulares, una entidad visual sin precedentes, cronista incansable de sublevaciones y revueltas.
El realizador de “Conspiración de mujeres” o “The pillow book”, barroco, desbocado, escatológico, irreverente, en ocasiones cosmético, esteticista y algo exuberante, se centra en su estancia en México en los años treinta, donde, huyendo de la codicia de Hollywood y temiendo también la inminente implantación del estalinismo en su país de origen rueda sin lograr acabarla “¡Que viva México!”, una obra maestra inconclusa y mutilada sobre la insurrección del pueblo Mexicano frente a la violencia del gobierno del momento, el caciquismo de los terratenientes, las oligarquías financieras y el ejército al servicio del poder y contra los campesinos.
Una historia que retomara al estilo de Hollywood Elia Kazan en su “Viva Zapata”, mejor por sus intenciones que por sus logros finales. Pero el realizador de “El vientre del arquitecto” se aproxima sin pudor y con cierta lubricidad a los amores entonces “prohibidos” del realizador de “Iván el terrible” mostrándonos un Einsestein enloquecido, equívoco, debatiéndose entre sus ideas sobre el hombre, el cambio social y sus inagotables fantasías homoeróticas e igualmente desbordadas disquisiciones filosóficas que le conducen a un “Eros y Tanatos” dadas en clave de cine británico de qualité y que cristalizan en un México a la vez irreal y caleidoscópico, histórico e histérico, no exento de ecos buñuelianos.
En lo sanguinolento y lo artificial, en lo anal y lo funeral, entre la historia y la metaficción, entre la parodia, la fábula especulativa y el homenaje “Eisenstein en Guanajuato” no es un filme histórico sino una fantasía sobre una vida en un país momento de la historia. Tal vez el realizador se haya pasado de la raya, como afirmarán algunos, pero es precisamente en ese delirante coqueteo con el surrealismo de corte jarmaniano donde reside el irreverente encanto de esta deliciosa, subyugante y sexualmente frugal aproximación a un Eisenstein parcialmente “falso” que vive su despertar sensual sin límites en un México rodeado de gente como Diego Rivera, Malcom Lowry, Frida Kahlo su fiel cameraman Eduard Tissé o aquellos que lo quieren hacer volver a una Rusia cada vez menos acogedora para los talentos desbocados y las personalidades excéntricas y de ambición creativa desmedida. Eisenstein, tímido y atormentado, nunca fue así, pero estamos ante una fantasía a partir de los resquicios ocultos de la historia, de sus claroscuros y medias verdades convertidos por el realizador británicos en momentos de cine puro no exento de ráfagas literarias desbocadas sobre la vida, la revolución, el sexo, el amor y la muerte.
Como desbocado es el cuerpo imperfecto, pero en muchas secuencias, desnudo y sediento de sexo, carne y sudor de este cineasta atormentado y genial que hoy es conocido por poner imágenes al mejor momento de la Revolución Rusa desde “La huelga”, “El acorazado Potenkin” a la colosal “Octubre”, y cuyo paso por México fue cinematográficamente incompleto, pero, según Greenaway, deslumbrante para los sentidos, relevador para su extraña personalidad desdoblada y lleno de imágenes perturbadoras. Imágenes que mezclan la pesadilla de la muerte, el fin de la juventud, el temor íntimo al cambio y el fin de un trayecto, el despertar de las sexualidades reprimidas y el deseo inútil del anonimato, la huida o la fama.
Eisenstein nunca negó la influencia de Freud y el cine surrealista en su obra, pero Greenaway ha superado cualquier expectativa sobre la puesta en imágenes de sus fantasmas y sus fantasías. Fantasmas privados y sociales que están en el eje de este tan suculento como atípico, desbocado y osado biopic, fuera de la norma, las normas y de la época.
Eduardo Nabal
Nació en Burgos en 1970. Estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Salamanca. Cinéfilo, periodista y escritor freelance. Es autor de un capítulo sobre el new queer cinema incluido en la recopilación de ensayos “Teoría queer” (Editorial Egales, 2005). Es colaborador de Izquierda Diario.