Jueves 30 de octubre de 2014
¿Quiénes serán esos dos que andan por la ciudad derritiendo brusquedades? De la mano, ella lo llama Andrés, y cuando él va a abrazarla, le susurra Estefi al oído. Van besándose por el barrio, abrumando con su estela la fatalidad de los indiferentes, se echan en el pasto a reclutar estrellas y atrapan sentidos nuevos como mariposas.
La señora baja el diario, los mira y se pregunta si es posible en estos tiempos andar así como así, enamorados. El policía se pone más azul al verlos y no entiende qué hace armado. Y hay un quiosquero que insiste y les vende caramelos ácidos envueltos en papel de chocolate, para arruinarles la dulzura.
Sabemos, soñamos, que hay un momento, un espacio, en el que no hay manera de ser uno solo. Aunque a veces el amor sea un imposible que nos desvela. Están los pragmáticos que aseguran que no se sostiene en el tiempo. Como disparatados científicos hasta precisan fechas de vencimiento en el envase de las caricias. Pero la gracia de Estefi, de Andrés, se confunden hace ya años y entonces la teoría de los anaqueles aturde viniéndose abajo. Es que es cierto que no a todos nos es dado ser constantemente amados. De ocurrir así, el mundo aplacaría sus injusticias, sería una fiesta de policromía. Cuando una imprevista alquimia deja espléndida la rutina de los días, hay que dejarse llevar, aunque a veces el corazón no resista y rápido se canse.
Lo peor del regreso desde un amor, es la vuelta al repetido gobierno tirano de la razón, que detesta volver a elegir.
Pero hay que decir que andar enamorados, como Andrés, como Estefi, es raro, es especial, uno ve que el tiempo no es una materia de su mundo, no los roza, no les pasa, cada día su amor rejuvenece más y más, y uno tiene temores de que regresen a la infancia, si hasta los escucha hablarse con diminutivos. Nadie, y ellos tampoco, deja de ser el niño que fue, siempre está latiendo, jugando a las escondidas. Es la obligación de supervivir la que nos hace adultos en contra del deseo de toda nuestra espiritualidad.
Estefi y Andrés consiguieron aflojar las cuerdas con las que ata el sistema, y se permiten sobrevolarlo todo, de cuatro alas van, y ven desde arriba más claro que no hay más remedio que la felicidad. Y luchan juntos contra los persistentes roedores de la verdad, contra las exquisitas formas de la mentira, y a la envidia que les apunta la ahogan derramando con generosidad su amor, que así salpica y refresca al inválido de sentir, que entonces empieza a creer que tal vez pueda tocarle la bendición.
Andrés y Estefi descreen que amar es dejar ser al otro, porque no son si no es juntos. Vivir en estado de ensoñación puede dificultar las tareas domésticas, las financieras, el pensamiento así no es preciso porque todo el cuerpo anda ocupado en no perder otros detalles: la verdadera textura de la piel, el aroma particular del cuello, el destello de una mirada, la travesía de una caricia. Qué no daríamos muchos por ser un rato Andrés o Estefi, para explicarle a la vida que no es necesario tanto dolor, para ponerle el pecho a las peores balas, porque flotando en amor nada nos mata.
¿De dónde serán verdaderamente esos dos? Cuando uno los ve parece que no empapa la lluvia, no tritura el calor, no violenta el poder, no apaga la TV, no marchitan los miedos. Van enamorados, creo que es lo que pasa. Y el amor sabe trucos, es magia…