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Red Internacional
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Literatura. El beso de la mujer araña: literatura, sexo y revolución en Puig

Manuel Puig publica esta novela en agosto de 1976. Será censurada por la dictadura militar. De gran impacto en su época, su relevancia conserva total actualidad.

Domingo 27 de noviembre de 2016

“Aragón está indudablemente en lo justo cuando afirma: ’El intelectual revolucionario aparece en primer lugar y ante todo como traidor a su clase de origen’. Esta traición consiste, en el caso del escritor, en un comportamiento que lo transforma, de abastecedor del aparato de producción, en ingeniero dedicado a la tarea de adaptarlo a los fines de la revolución proletaria.”

El autor como productor de Walter Benjamin

La novela de Manuel Puig El beso de la mujer araña fue una obra publicada en 1976 en Argentina y censurada durante la última dictadura militar. Su potencia y el impacto con su época (incluso hasta el día de hoy) se hacen palpables si partimos de entender al arte, y en este caso a la literatura, no como un espejo que refracta la realidad social sino como un espacio de producción de sentidos, que muchas veces da cuenta de aquellos valores o significados que están emergiendo en un momento histórico determinado y que constituyen rupturas con respecto a un orden social dominante.

La novela comienza significativa y conscientemente presentando a dos presos en una celda en una cárcel en Villa Devoto en el año 1975, antes de que los militares, junto con la iglesia católica, civiles y empresarios tomen el poder y sean ejecutores de uno de los más sangrientos genocidios en Argentina.

En este sentido, podríamos leer en paralelo aspectos de esta obra con la experiencia de Puig en la conformación del Frente de Liberación Homosexual y de sus intentos de adquirir visibilidad en el ámbito de la militancia revolucionaria. Esta organización se crea en agosto de 1971. Dice Osvaldo Bazán en su libro Historia de la homosexualidad en argentina: “De la reunión fundadora participaron: Juan José Hernández, Hector Anabitarte (sindicalista expulsado del PC por su condición de homosexual quien, hacia fines de los 60, había participado de la primera agrupación que intentó crear un estado de conciencia sobre las condiciones de la vida de los homosexuales), Manuel Puig, Blas Matamoro y Juan José Sebreli.” En este sentido Puig conoce y es partícipe de las discusiones acerca de la sexualidad y la política de izquierda.

La revolución también se escribe con rouge

Una cárcel, dos convivientes: un homosexual, un militante revolucionario y un Estado que se organiza en torno al disciplinamiento ideológico de los cuerpos. Un Estado capitalista que practica el castigo disciplinario para aplacar la disidencia y fortalecer un discurso y una política de clase. Quienes ostentan el poder, deciden sobre la vida de los prisioneros; y la duración de la estancia depende de la opinión de los profesionales que implementan los mandatos culturales, morales y sociales del sistema capitalista y heteropatriarcal, para perpetuarlos y, a su vez, aislar y hacer punible cualquier rasgo emergente que cause un desequilibrio en los pilares del sistema social y económico.

Valentín y Molina, los protagonistas de la novela, transcurren prisioneros y comienzan, al mejor estilo de un diálogo socrático, a interpelarse desde sus subjetividades. Puig elige crear una situación ideal en la que un militante revolucionario y un homosexual puedan iniciar un intercambio personal, como si lo hicieran bajo la consigna de las feministas de los 70: “lo personal es político”. En este sentido Molina se narra a partir de diferentes películas de clase B, posicionándose desde un lugar más personal, más experimental y subjetivo. Su contrapartida es Valentín, quien desautomatiza el procedimiento subjetivo del lenguaje de Molina intentando darle una explicación racional destructora de mitos sociales. Un homosexual que representa la sentimentalidad, la delicadeza, el deseo y el cuidado materno y, por otro lado, un militante marxista que representa la objetividad, la racionalidad y la disciplina. Si bien uno podría pensar que la figura del homosexual representaría la feminidad y la de Valentín la masculinidad, en el devenir de la novela las representaciones van mutando y se complementan entre sí.

  •  ¿Todos los homosexuales son así?
  •  No, hay otros que se enamoran entre ellos. Yo y mis amigas somos mujer. Esos jueguitos no nos gustan, ésas son cosas de homosexuales. Nosotras somos mujeres normales que nos acostamos con hombres.

    Este pequeño diálogo poco ingenuo acerca de la homosexualidad y de las identidades autopercibidas pone de manifiesto que posiblemente Molina no se consideraba un homosexual sino una persona trans. Desde la biología binaria del discurso médico Molina poseía la genitalidad del hombre, pero su identificación psíquica y simbólica era con la de la mujer. Sin embargo, el objeto de deseo que reproduce será el de la mujer heterosexual, es decir: se desea la heteronorma desde el contorno paria/disidente. No obstante el grado de entendimiento de género que logran Molina y Valentín se manifiesta luego de su encuentro sexual y amoroso, casi al final de la obra, cuando afirman:

    "Soy otra persona que no es ni hombre ni mujer, pero que se siente…" , y Valentín termina la frase: “fuera de peligro”.

    Por otro lado, la obra de Puig además de desarrollarse como un diálogo socrático tiene una intención “pedagógica”: acercar al lector a los debates del momento sobre la homosexualidad. Las notas al pie de página cumplen esta función y, además, la de discutir la patologización y la problemática de las identidades disidentes a la heteronorma. Esta decisión ideológica de Puig remarca no sólo la intención artística de su obra sino también su intención política.

    La diva, el traidor y la mostra

    Puig no solamente supuso una ruptura desde la forma de hacer literatura (al incluir lo que la crítica literaria del momento solía llamar “géneros menores” en sus novelas) sino, que además, los debates políticos irrumpían en sus obras cargados de subversión, problematización y denuncia sobre los géneros y las identidades sexuales. La forma y el contenido amalgamados estallaron de marxismo, literatura y sexualidad.

    Con El beso de la mujer araña creó un objeto artístico y político de vanguardia que no posee ni una pizca de propagandismo panfletario sino que hasta el día de hoy tiene vigencia en todos sus aspectos. Propuso una nueva forma de montaje en la novela contemporánea que alternó dos representaciones lingüísticas diferentes: por un lado, el discurso literario de diálogos y narraciones y, por otro, el discurso científico e ideológico que se encuentra en las notas al pie de página. Estas notas explican la patologización por parte de Freud sobre la sexualidad o los intentos de explicar científicamente la homosexualidad por parte de Marcuse y Kate Millett y, a su vez, reflexiones sobre la liberación sexual. En la última nota al pie, la fuente es la supuesta doctora apócrifa danesa “Anneli Taube", inventada por Puig y autora del sugestivo título Sexualidad y revolución (Posiblemente Puig pueda referirse al manifiesto del FLH que se titula "Sexo y revolución" de 1973) en donde la utiliza para dar su opinión sociológica acerca de la homosexualidad.

    Este procedimiento de montaje genera que ambos discursos se conjuguen, es decir, se fundan la racionalidad con la poiesis para conformar la construcción de la obra literaria generando, por momentos, una especie de distanciamiento brechtiano que continuamente le exige al lector que reflexione de una manera crítica y objetiva, aunque sin cercenar, por momentos, la identificación con los personajes, ya que este efecto (que el lector se identifique con Valentín y/o Molina) es una forma directa de interpelar al lector y desautomatizarlo. Transmutar al lector para sentir amor homosexual, amor trxns, amor monstruo, implica, al menos por un momento, cambiarle la sensibilidad y las formas de percepción.

    Puig construyó la vanguardia más roja retomando la responsabilidad de un autor/productor de obras de arte e ideología, al servicio de construir un diálogo posible entre la izquierda revolucionaria y la lucha por la liberación sexual. Su línea discursiva se recargó de pólvora de hadas para combatir el discurso hegemónico tanto de la derecha reaccionaria como de la izquierda machista en los 70 para hacerle frente a la barbarie capitalista y patriarcal en Argentina.