El año 2015 se cierra en nuestra región con serios avances políticos de la derecha. Estamos ante un cambio importante en el tablero político sudamericano. Asistimos a un “fin de ciclo” donde se desintegra la relativa hegemonía progresista, en medio del estancamiento económico y la política de Washington para recuperar terreno en la región.
Jueves 17 de diciembre de 2015
En Argentina, el “gobierno de gerentes” de Macri comienza a instrumentar su plan de ajustes. En Brasil, la derecha se fortalece capitalizando la crisis del gobierno petista, con sus medidas antipopulares, sus escándalos de corrupción y con la presidenta Dilma Rousseff amenazada de “impeachment” (juicio político). En Venezuela, la oposición reaccionaria logró un triunfo electoral inédito, conquistando la mayoría de la Asamblea Nacional, con lo que el gobierno de Nicolás Maduro queda muy debilitado en medio de una aguda crisis económica y política.
Esto expresa un importante salto en el viraje político a derecha que se fue profundizando a lo largo del año, con jalones como la amistosa recepción de los gobiernos de la región al “nuevo diálogo interamericano” propuesto por Obama en la cumbre de Panamá; un “deshielo” con Cuba utilizado por EE.UU. para influir en el proceso de restauración capitalista en la isla; un proceso de “paz” en Colombia que avanza hacia la “rendición negociada” de la guerrilla.
Estamos ante un cambio importante en el tablero político sudamericano. Asistimos a un “fin de ciclo” donde se desintegra la relativa hegemonía progresista, en medio del estancamiento económico y la política de Washington para recuperar terreno en la región. No cabe duda que el imperialismo y las burguesías locales tratarán de extender estos avances en el próximos período.
Los gobiernos progresistas fueron y son parte de este viraje. Vinieron aplicando medidas de ajuste, devaluaciones e inflación, que erosionan el salario y agravan los problemas de educación, salud, transporte y vivienda. Se endurecieron ante las luchas obreras y populares, mientras adoptaban partes de la agenda reaccionaria (como el tema de “seguridad”), manteniendo el pago de la deuda externa y las concesiones a los grandes grupos empresarios y las transnacionales. Y no es un hecho menor que el estilo “personalista”, impositivo, de sus liderazgos (rasgos bonapartistas, en lenguaje marxista) terminara por irritar a sectores de la población, sumando temperatura al descontento ante la situación económica.
De esta manera, prepararon el camino para el avance conservador. De paso, le permitieron a una derecha que se presenta “renovada” embanderarse con el “cambio”, la “lucha contra la corrupción” y hasta hablar de “democracia”. Así, la fallida apuesta del kirchnerismo por el centro-derechista Scioli, con su campaña de “seguridad” y su propio plan de ajuste “gradual” bajo el brazo, le facilitó las cosas a Macri (a quien ahora están dispuestos a sostenerle la “gobernabilidad” para que pase su plan). Las medidas antipopulares de Dilma envalentonaron a la oposición para ir por más. En Venezuela, Maduro, a pesar de su discurso de “guerra económica” no tomó medidas reales contra los capitalistas, facilitando que la demagogia opositora cale en sectores populares.
Agotamiento del progresismo
La crisis internacional puso fin a los años de crecimiento, dejando al desnudo el verdadero balance de la “década ganada”: todos los lastres y contradicciones del capitalismo dependiente latinoamericano salen a la luz, y frente a eso, no hay relato progresista que aguante.
Los gobiernos posneoliberales subieron al poder a caballo de un proceso de crisis políticas y levantamientos como los que derribaron a los neoliberales De la Rúa y Sánchez de Losada, canalizando y desmovilizando el descontento popular con algunas concesiones parciales. Mientras, preservaban el poder empresarial y terrateniente con el que “cohabitaron” todos estos años, mantuvieron las privatizaciones neoliberales (salvo algunas excepciones parciales), una fuerte precarización del trabajo, profundizaron el “modelo primario-exportador” y el “extractivismo”, y con ello, la dependencia del capital extranjero.
Al diluirse la renta exportadora, sojera, minera o petrolera, se agotó la posibilidad de mediar y arbitrar entre las clases, manteniendo a la vez políticas sociales de contención y la buena marcha de los negocios capitalistas. Pero el desarrollo de la crisis en los últimos años empujó a la gestión “nacional y popular” de la crisis a costa del salario, el empleo, las condiciones de vida populares y muchas expectativas legítimas quedan insatisfechas. Ahora los empresarios que “la juntaron con pala” en los años del crecimiento, prefieren llevar al gobierno a personal de su confianza, sin los sobresaltos y costos de la mediación progresista.
Un “plan de guerra” que es necesario enfrentar
La “nueva derecha” apela en su discurso a demagogia y prejuicios para captar el voto de sectores populares. Tiene el apoyo de los grandes medios y consenso burgués y capitaliza el descrédito progresista. Pero está por verse si logran transformar los éxitos político-electorales en una nueva relación de fuerzas sociales como para imponer su reaccionario programa: reforzar la explotación obrera, “abaratar costos” y ganar “competitividad” a costa de la economía popular, favorecer a los dueños de la tierra y mayor entrega al capital extranjero, recortar derechos. Tratarán de explotar sus éxitos para avanzar pero, en un cuadro de grandes contradicciones económicas, sociales y políticas, pueden terminar exacerbando la polarización y despertar la resistencia obrera y popular. Es posible que terminen detonando grandes combates en la lucha de clases. Es que a diferencia de los 90, el avance conservador enfrenta a una clase obrera y sectores populares que, sobre todo en el Cono Sur, han acumulado fuerzas, no están dispuestos a resignar el salario y el empleo y mantienen legítimas aspiraciones.
Los referentes del progresismo se han tragado muchos “sapos” capitulando en nombre del “mal menor” al curso a derecha de sus gobiernos. Cuando son empujados a la oposición, como en Argentina, se adaptan al papel de “oposición responsable” dentro del régimen. Su estrategia política conciliadora y sus alianzas con los Caló y Pignanelli en cada país, no tienen nada que ofrecer al movimiento obrero y popular.
La resistencia necesita de métodos de lucha y un programa a la altura del ataque capitalista, para que la crisis la paguen los ricos y por la ruptura con el imperialismo. Y para eso, es necesario que los trabajadores tengan las manos libres, tanto frente a los partidos de la derecha, como ante los autodenominados “populares”.
Es necesario un balance claro de las experiencias “posneoliberales”. Los gobiernos de Chávez, Evo, Lula, Kirchner y sus sucesores no condujeron las prometidas “democratización real” ni “industrialización”, no hubo verdaderas reformas agrarias ni, más allá de los discursos, unidad latinoamericana. No podían ni se propusieron, por su carácter de clase y su muy limitado programa de tibias reformas, ir más allá ni recurrir a la movilización de masas. Se han ratificado así viejas lecciones de la historia latinoamericana. Ni el peronismo, ni otros intentos nacionalistas y reformistas abrieron el camino a una genuina liberación nacional y social. Siempre, han conducido a frustraciones, cuando no a duras derrotas. Una poderosa razón más para redoblar la lucha por la organización políticamente independiente de los trabajadores, para abrir la perspectiva de una salida obrera y popular a la crisis capitalista.
Solamente la fuerza de los trabajadores, uniendo a los sectores oprimidos de la ciudad y del campo puede derrotar, con los métodos de la movilización, el plan de guerra que están montando y que impulsa el imperialismo a nivel de toda América latina. ¡Cómo se volcaría la balanza si se coordinaran para enfrentarlo los trabajadores de Brasil y Argentina!
Por eso, las banderas antiimperialistas y la unidad con los trabajadores de los países hermanos, junto a la lucha por la organización políticamente independiente de la clase obrera, deben ser parte del programa a levantar. Al calor de las duras batallas por venir, estarán planteados nuevos desafíos y oportunidades para avanzar en la construcción de una izquierda socialista de los trabajadores, a nivel latinoamericano e internacional.
Eduardo Molina
Nació en Temperley en 1955. Militante del PTS e integrante de su Comisión Internacional, es columnista de la sección Internacional de La Izquierda Diario.