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Estados Unidos. El odio y racismo imperialista detrás de la brutal masacre en El Paso

Estados Unidos sufrió este sábado el ataque contra población latina más brutal de su historia reciente. 20 personas murieron y otras 29 resultaron heridas durante un tiroteo perpetrado por un joven blanco con las mismas ideas supremacistas, racistas y de odio apoyadas por Donald Trump.

Juan Andrés Gallardo

Juan Andrés Gallardo @juanagallardo1

Lunes 5 de agosto de 2019 14:18

Patrick Wood Crusius, un joven blanco de 21 años recorrió más de mil kilómetros en auto para viajar de Dallas a la ciudad fronteriza de El Paso y perpetrar el sábado por la mañana la mayor masacre contra hispanos en la historia moderna de Estados Unidos.

Tan solo 20 minutos antes de comenzar la masacre, el tirador había subido a un foro utilizado por los supremacistas blancos un manifiesto plagado de pasajes de odio hacia los migrantes, los latinos y los musulmanes. En uno de ellos se refería a la inmigración como una "invasión" que ponía en peligro a los Estados Unidos como nación.

Nueve meses antes el presidente Trump utilizaba ese mismo término para referirse a los migrantes. "¡Esta es una invasión de nuestro país!", advirtió Trump mientras desplegaba a más de 5.000 militares en la frontera. Este discurso lo volvió a repetir hace unos meses atrás para exigir a México "que pare la invasión" de migrantes provenientes de Centroamérica (algo que el "progresista" mexicano López Obrador aceptó sin reparos militarizando la frontera sur y hostigando a los migrantes centroamericanos que eran expulsados de Estados Unidos).

La retórica supremacista, racista y de odio de Trump, que en varias ocasiones se refirió a los migrantes como violadores, asesinos y narcotraficantes, está en la base de decenas de ataques de este tipo, que en el caso de El Paso tuvo su expresión más brutal.

No es casual que el asesino haya elegido El Paso, una ciudad de 680.0000 habitantes, binacional y bilingüe, con un 85% de población hispana, que ha estado en el centro del hostigamiento de Trump es su ataque a los migrantes, y en el estado de Texas donde se encuentran muchos de los centros de detención donde son encerrados aquellos que vienen escapando desesperados de la situación de miseria y pobreza en sus países, generada justamente por las políticas aplicadas por Estados Unidos en la región.

Aquellos que logran sortear la represión, el hambre y el frío, o las redes de trata de personas, y llegan a Estados Unidos terminan siendo detenidos en verdaderos campos de concentración, los niños y niñas son separadas de sus familiares, y viven en condiciones de hacinamiento sin camas, duchas ni las condiciones mínimas de aseo. Otros ni siquiera corren esa "suerte" y mueren en manos de la Patrulla Fronteriza.

En el último mes se ha reportado la muerte de por lo menos 10 inmigrantes indocumentados en la frontera de Arizona, Nuevo México y Texas, entre ellos figura una mujer y tres niños, cuyos cuerpos fueron hallados en la línea limítrofe de Nuevo México, así como una niña de siete años proveniente de la India y que murió en Arizona.

El manifiesto de 2.300 palabras, publicado por el asesino de El Paso, está plagado de odio hacia los inmigrantes y los hispanos. “Los hispanos tomarán el control de los gobiernos local y estatal de mi amado Texas. (...) Si podemos librarnos de la suficiente cantidad de gente (...) nuestro modo de vida será más sostenible”.

“Este ataque es una respuesta a la invasión de hispanos en Texas. Ellos son los instigadores, yo no. Simplemente estoy defendiendo mi país del reemplazo cultural y étnico provocado por una invasión“ escribió el asesino, haciéndose eco de la llamada teoría del gran reemplazo, difundida entre los supremacistas blancos.

El ataque, al que se le sumó en menos de 24 horas un nuevo tiroteo con victimas mortales en Dayton, Ohaio, desató nuevamente un debate nacional sobre el control de armas en el país. Sin embargo, la multiplicación de crímenes de odio a lo largo de todo el país han crecido, mostrando que estos casos están lejos de ser perpetrados por "locos" sueltos como ha venido justificando Trump una y otra vez en los últimos años.

Desde que asumió, Trump no hizo más que radicalizar una política que no es potestad exclusiva del presidente o de los republicanos sino también de los demócratas, como lo demuestra el hecho de que Obama haya deportado a más inmigrantes en su primer mandato que el actual mandatario. El racismo y la xenofobia son, en los hechos, institucionales.

Sin embargo, Trump busca conseguir con la polarización social aguda lo que no puede mediante una hegemonía política propia. Así el ataque a las minorías comenzó desde el día cero con los intentos de prohibir el ingreso a viajeros de países de mayoría musulmana, con los permanentes anuncios de la construcción de un muro del odio contra los migrantes, con la negación del racismo en ataques a afroamericanos por parte de supremacistas, o últimamente con ataques directos a un grupo de cuatro diputadas de origen latino, afroamericano o de religión musulmana, llamándolas a "regresar a sus países".

Todo este mensaje no viene más que a fortalecer y radicalizar la práctica que Estados Unidos, como principal potencia imperialista, lleva adelante día a día asesinando, masacrando, y perpetrando guerras y ocupaciones contra distintos países y pueblos alrededor del mundo.

Ante esta brutal masacre contra la población hispana en el interior de Estados Unidos, Trump por primera vez habló de odio y supremacismo pero insistió en señalar al responsable como un "loco" y aprovechó para volver a la carga con una reforma migratoria. Los demócratas por su parte, que votaron el presupuesto para mantener a la policía migratoria y en su mayoría no se oponen a la construcción del muro, vuelven a insistir con que el problema es el control de armas.

Sin dudas, el sistema de venta de armas en Estados Unidos, liberalizado hasta al extremo, controlado por el fuerte lobby de la supremacista Asociación Nacional del Rifle, merece un debate profundo, pero es hipócrita buscar la raíz del problema central de la multiplicación de este tipo de ataques allí. Los responsables están otro lado, y son tanto el partido republicano como el demócrata.

A las guerras y ocupaciones que Estados Unidos lleva adelante en todo el mundo reivindicando masacres, torturas y campos de detención clandestinos, además del uso de tecnología como drones para el asesinato masivo de poblaciones civiles (que tuvo un récord bajo los gobierno de Obama), se le suman una serie de avances en el racismo y la militarización a nivel interno.

Los asesinatos sistemáticos de afroamericanos a manos de policías blancos, que llevaron a revueltas en varias ciudades y la conformación de Black Lives Matter, fue una muestra, durante el último mandato de Obama, de que el racismo institucional en Estados Unidos es cuestión de Estado y que no había disminuido, sino más bien todo lo contrario con la llegada de un presidente afroamericano a la Casa Blanca.

A esto se sumó la militarización extrema de las policías locales con insumos sobrantes de pertrechos de guerra que las empresas armamentísticas vieron como un gran negocio. Esta hipermilitarización se convirtió en un organismo de control y represión interna como se vio no solo durante las revueltas contra el asesinato de afroamericanos sino en la movilización de estos cuerpos durante catástrofes naturales, que tienen como primera orden la de cuidar la propiedad privada ante la posibilidad de saqueos.

Las políticas de guerra hacia afuera y vigilancia hacia adentro, “en defensa de la democracia estadounidense” caló hondo en una sociedad atravesada por la crisis social y la decadencia. Trump no hizo más que venir a profundizar la polarización de un imperio en decadencia que buscará cada vez más chivos expiatorios entre las minorías para afianzar a su propia base social.

La brutalidad de estos ataques, como un salto de esa retórica, debe poner en alerta a los jóvenes, trabajadores y movimientos sociales en toda la región, empezando por los de Centroamérica, México y los miles de jóvenes que al interior de Estados Unidos han comenzado en los últimos años a simpatizar con ideas socialistas, aunque vagas, pero que rechazan estas políticas y ataques, y que tienen la enorme tarea de volver a poner de pie al interior de la principal potencia del mundo, un gran movimiento antiimperialista que dé esta pelea dentro de la bestia.

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Juan Andrés Gallardo

Editor de la sección internacional de La Izquierda Diario

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