Las elecciones del 28A dejan una relativa recuperación del brazo izquierdo del bipartidismo, una derecha fragmentada con su extremo a la ofensiva, el independentismo reforzado y el neorreformismo cada vez más integrado. La crisis del Régimen del 78 sigue sin cerrar ¿Qué izquierda necesitamos?
El resultado de las elecciones generales celebradas el 28A en el Estado español fue saludado, por primera vez en la historia de la democracia del 78, con una subida bursátil el lunes siguiente. El IBEX35 cerró en verde, con un modesto 0,12%. No es gran cosa, pero contrasta con las bajadas en torno al 2,5% -y hasta el 5,26 en 1996 tras la primera victoria del PP- que marcaban hasta ahora el día después.
De los escenarios posibles que dibujaban las encuestas se impuso uno de los que las grandes empresas consideraban menos malo para sus negocios. El PSOE, uno de los dos partidos del extremo centro en crisis, sale fortalecido y con altas probabilidades de formar gobierno. La posibilidad de un gobierno de las tres derechas, que pudiera animar la polarización por izquierda, queda descartada. Podemos e IU se han convertido en sendos partidos del status quo constitucional. Y la cuestión territorial, si bien no desaparece -de hecho, el independentismo vasco y catalán mejoran sus resultados-, se espera poder contener con una combinación de “palo y zanahoria” no exenta de riesgos ¿Son pues todas buenas noticias para el Régimen del 78? Vayamos más allá de la coyuntura para responder a esta cuestión.
¿Una nueva “hegemonía socialista”?
La jornada electoral cosechó una participación elevada del 75,75%, sin llegar a ser “histórica” como han vendido la mayor parte de los grandes medios. La media de hecho se sitúa en el 73,79% y en 2015 se situó ya en un 73,2%. Sí que supuso un incremento significativo desde las últimas, en 2016, donde se rozaron mínimos -69,84%- fruto de tratarse de una repetición tras más de medio año sin formarse gobierno.
El incremento de voto ha beneficiado especialmente al arco izquierdo del mapa de partidos. Mientras la derecha española no ha subido más que 150.000 votos -si contamos los 50.000 que recibió UPyD en 2016-, entre el PSOE, Unidas Podemos y Compromís se llevan más de 900.000. Eso sí, en el reparto no han salido todos igual de bien parados. Mientras Unidos Podemos y Compromís pierden 1.14 millones de votos -2.3 millones si comparamos con las de 2015-, el PSOE es el gran ganador con casi dos millones más y pasando de 85 a 123 diputados.
Sin embargo, el principal motor de esta recuperación del PSOE no ha sido la “ilusión” con el proyecto que encarnaba Pedro Sánchez, sino el voto de rechazo a lo que significaba el ascenso de Vox -que logra entrar con el 10,26% de los votos, 2.67 millones y 24 diputados- y la posibilidad de reeditar un gobierno de las tres derechas como el andaluz. Según el CIS, el 78% de las y los españoles calificaban la gestión del gobierno de Pedro Sánchez entre regular (40%), mala (25%) y muy mala (13,8%). Solamente un 13,3 la consideraba buena y un 0,8% muy buena.
El 28A ha sido pues una expresión distorsionada de un fuerte rechazo al proyecto misógino, racista y de un nacionalismo español exacerbado que encarnaba la restauración reaccionaria que han levantado Casado, Rivera y Abascal en esta campaña. Que este rechazo haya tenido como resultado inmediato la relativa recuperación de la pata izquierda del viejo bipartidismo es una consecuencia que se repite en otras latitudes donde la emergencia de fenómenos reaccionarios, como el que encarna Vox, favorece un relativo y coyuntural represtigio de algunos de los partidos del extremo centro, sea el Partido Laborista de Corbin en Reino Unido o el mismo Partido Demócrata en los EEUU.
En el caso del Estado español hay además una contribución especial a esta recuperación que le viene por izquierda. Nos referimos a la política desplegada por Podemos e IU desde las elecciones de 2015, centrada en buscar -y casi rogar- un gobierno de “progreso” o de “izquierdas” con los neoliberales “progres” del PSOE, que acabó culminando con su apoyo a la moción de censura primero y al breve gobierno de 10 meses después de Pedro Sánchez. Si alguien ha hecho una campaña de blanqueo de este partido del 155, el IBEX35 y la monarquía ha sido la formación que lidera Pablo Iglesias.
Sin embargo, dar a estos resultados el carácter de recuperación de una nueva “hegemonía socialista”, como han señalado algunas plumas de la prensa del establishment, es confundir los deseos con la realidad. Si atendemos a los fríos datos, el PSOE logra un 28,68% de voto, que es recuperar la posición de partida del 2011 cuando obtuvo su peor resultado desde 1978 (28,76%) y se abría la crisis de representación. Pero más allá de las cifras estos analistas se concentran mirando el árbol desatendiendo el erial en que se ha convertido el bosque.
Para que el PSOE pudiera volver a jugar el papel de gestor estable del Régimen del 78 debería poder cerrar su crisis institucional y recrear de alguna manera las bases materiales que tomó el estrecho “consenso neoliberal” post Transición.
Lo primero es un objetivo más que dudoso. El sistema de partidos, reconfigurado en una suerte de bipartidismo de bloques, mantiene abierta una gran crisis de representación. En su flanco derecho es más que evidente, con el hundimiento del PP y la emergencia de Vox. En su flanco izquierdo el PSOE remonta sin entusiasmar, y quienes habían emergido con la intención de ser su recambio, Podemos, son cada vez más percibidos como nuevos integrantes de la “casta politica”. El CIS sigue situando como principal problema para los españoles, solo por detrás del paro, a los políticos y los partidos, y solo un 3,1% califica la situación política de buena o muy buena, frente a un abrumador 70,1% que la considera mala o muy mala.
Lo segundo sigue siendo a día de hoy una quimera. Más allá de la coyuntura económica favorable, que puede verse amenazada por los aires de desaceleración de la economía mundial, los problemas estructurales derivados de la crisis capitalista que se abrió en 2008, y que tuvo al capitalismo hispano como uno de los epicentros en la UE, siguen vigentes. En primer lugar, el déficit crónico y una deuda que ya supera el 100% del PIB anual, y que determinan un techo -blindado por el artículo 135 de la Constitución y la vigilante labor de la Comisión Europea- a toda política de, aunque sea, recuperación de lo perdido tras una década de ajuste. Lo mismo sucede con las bases de la recuperación que no han sido otras que las contrarreformas laborales y la deflación salarial acumulada de los últimos años. El mismo gobierno del PSOE reconocía esta semana ante la Comisión Europea su intención de no derogar a reforma laboral del 2012 -que avanzó en liquidar los convenios colectivos- y presentar su aplicación como la explicación de la creación de empleo y de una bajada del salario real que aspira a sostener en los próximos años.
Por lo tanto Sánchez podrá llegar a gobernar, incluso lograr una cierta estabilidad parlamentaria si avanza en un acuerdo con Unidas Podemos -ya que con Ciudadanos parece complicado a pesar de los ruegos de la CEOE y el Santander- y los independentistas catalanes dejan de serle imprescindibles -con la ayuda de los jueces del Supremo que pueden rebajar la mayoría absoluta a 174 si niegan el derecho a la delegación de voto a los cuatros diputados que hoy se sientan en el banquillo del juicio al 1-O-. Tendremos mucha política de gestos, “batallas culturales” y hasta algunos “decretos sociales”, de esos que consumen más recursos en su anuncio que en su aplicación, pero a esta emulación de Zapatero le seguirán faltando elementos fundamentales para que el PSOE cierre por izquierda la profunda crisis de representación que azota al Régimen del 78 desde el 15M.
En búsqueda de la derecha del Régimen
Donde no cabe duda de que la crisis de representación ha pegado un salto es en el flanco derecho. El partido histórico de la derecha, el PP, ha entrado en barrena con su peor resultado desde que su padre político -el ex ministro franquista Manuel Fraga Iribarne- lograra a finales de los 80 consolidarlo como el partido hegemónico de la derecha. Con 4.35 millones de votos se queda a solo 220 mil votos de que la nueva derecha de Ciudadanos llegue al “sorpasso” -aunque la ley electoral amplía sensiblemente su ventaja en diputados, 66 frente a 57-. Esta caída es el último capítulo de una crisis que pegó un salto con la sentencia del caso Bárcenas, que llevó a la moción de censura, la salida de Rajoy y la “renovación” de Casado con su vuelta al aznarismo, y que ubica a la formación a una nueva crisis interna que la puede llevar a la implosión.
En este número de Contrapunto: VOX y la extrema derecha europea: un combo de nacionalismo, xenofobia y políticas “antigénero”
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Pero la gran novedad ha estado en la emergencia de Vox. Un proyecto que tiene puntos de contacto con otros fenómenos internacionales de extrema derecha como los encabezados por Salvini, Le Pen o Bolsonaro, pero que se contiene en un 10%. Y lo que es más importante, no ha trascendido del voto de sectores de la derecha tradicional radicalizados y con poco éxito en los distritos obreros y populares. Los mejores resultados de la formación de Abascal los obtiene en distritos altos de la capital como Salamanca, Chamartín o La Zarzuela -donde es primera fuerza- o los barrios ricos de poblaciones con una importante inmigración como El Ejido o Níjar.
Más allá de no conseguir ampliar la base del voto conservador, sí que Abascal ha conseguido radicalizar de conjunto todo ese espacio. Ha sido así en campaña y previsiblemente seguirá siéndolo durante el Gobierno de Sánchez, por más que ahora tanto Cs como el mismo PP quieran marcar distancias con la extrema derecha.
La legislatura que se abre promete ser una primaria permanente para ver quien hereda la hegemonía de la derecha española, y eso pasa por demostrarse como la mejor y más firme oposición al gobierno de los “socialistas”. Una competición que hace muy difícil que las demandas de la patronal y los grandes medios de comunicación de una política de “gran coalición”, sea con la entrada de Cs al gobierno o con una ubicación colaborativa para que el PSOE pueda gobernar con tranquilidad. Aunque pudiera ser la mejor para los negocios, no lo es para los intereses del partido de Rivera.
Así pues, las tendencias más reaccionarias del búnker seguirán a la ofensiva, encarnadas no solo en Vox sino también en el PP, Cs y con el previsible apoyo de la Judicatura. Será así muy especialmente en la política territorial, pero también se sostendrá en la reacción contra el movimiento de mujeres y contra las diversas “guerras culturales” que plantee el gobierno, como la de la memoria histórica.
Quedará por verse que postura adopta en las sombras Felipe VI, comprometido desde el 3-O con el proyecto de restauración reaccionaria, y que ante tan incierto escenario y una monarquía cada vez más cuestionada es probable que opte por un perfil bajo hasta que amaine.
Ganó el bloque del 155, pero el independentismo sale reforzado
De los 350 diputados y diputadas electas, 275 son parte de los partidos que dieron apoyo a la aplicación del artículo 155 y la represión contra el independentismo catalán. A pesar de ello, las salidas más ultras contra Catalunya no han salido bien paradas. El PP ha quedado con una sola diputada por Barcelona, el mismo resultado que Vox. Ciudadanos mantiene sus 5 escaños, pero pierde la mitad de los votos respecto a las autonómicas de 2017. La propuesta de un 155 permanente y más duro ha recibido pues un profundo rechazo justamente en el territorio al que se proponía castigar el bloque de la derecha.
Las fuerzas independentistas catalanas por su parte mejoran sensiblemente. ERC se posiciona por primera vez como primera fuerza en unas generales, subiendo de 9 a 15 escaños, y JxCat se mantiene con un escaño menos. El Front Republicà, aunque no obtuvo representación, sacó 113 mil votos.
En el caso del País Vasco, la debacle de la derecha española es aún mayor. Ni PP, ni Cs, ni Vox obtienen ningún diputado. El PNV sube uno y recupera la primera posición y EH-Bildu dobla sus resultados hasta 4.
Por lo tanto, si algo nos dicen los resultados del 28A es que las aspiraciones democráticas del pueblo catalán y vasco no solo no han retrocedido con la represión y las amenazas de intervención permanente de la autonomía, sino que salen reforzadas.
En el caso catalán, la dirección procesista está dispuesta a pasar página a cambio de alguna negociación que incluya la situación de los presos políticos. ERC es la fuerza que más abiertamente lo viene planteando, aunque JxCat lo asume igualmente como la única hoja de ruta realista.
Ahora bien, que este plan de desvío y desactivación del movimiento democrático catalán salga adelante depende fundamentalmente no solo del gobierno del PSOE, sino del mismo Régimen del 78. El compromiso de la Corona y la Judicatura con la versión más ultra para terminar con el procés, y la previsible continuidad de la galvanización de la derecha en este tema, seguirán actuando como obstáculos importantes a todo intento de política de distensión y vuelta a la normalidad autonómica.
Se puede reeditar así la situación que vivió el gobierno Zapatero, que fue incapacitado por la campaña de la derecha para capitalizar la rendición de ETA. La demonización del independentismo catalán se inspira en la que sufriera la izquierda abertzale -a pesar de las enormes y obvias diferencias entre una cosa y otra- y hay toda una parte del arco político y el propio Régimen que quieren imponer una derrota sin condiciones.
Sigue habiendo minas imprevisibles en los próximos meses, la primera y más importante la sentencia del juicio del procés. La previsible condena a los dirigentes independentistas puede dinamitar los puentes y reabrir la crisis catalana aún a pesar de las intenciones en sentido opuesto de sus direcciones y el mismo Sánchez.
Se confirma el fin de ciclo del nuevo reformismo
El resultado obtenido por Unidas Podemos viene a ser la culminación de una debacle que va más allá de los electoral. Como decíamos más arriba se deja más de 2 millones de votos, si tomamos el resultado de 2015, y 30 diputados menos. Pero es que además esta bajada se produce después de meses de giro a la derecha, hasta llegar a la campaña electoral en la que Iglesias y Garzón quisieron presentarse como la garantía de un “gobierno de izquierdas” con el PSOE que desplegaría una política social inspirada nada menos que en la Constitución del 78.
La integración de Podemos en el Régimen ha tenido distintos hitos en los últimos años: desde su irrupción en 2014 pasó por la negativa a cuestionar la monarquía ni aun cuando se produjo la abdicación de Juan Carlos I y el PP y el PSOE pactaron en unas semanas un nuevo blindaje para el rey emérito, su llegada al gobierno de los llamados “ayuntamientos del cambio” y la gestión amable del capitalismo municipal de las grandes urbes, su política ante la cuestión catalana negándose en todo momento a tomar iniciativa alguna en favor del pueblo catalán y contra la represión y su definitiva apuesta a defender el status quo institucional y el gobierno de coalición con el PSOE como meta última de la “nueva política”.
Poco a poco ha ido desenmascarando su proyecto como el de una de las variantes, en este caso la más “progre”, de restauración del Régimen tras un discurso de regeneración democrática y algunas políticas sociales compatibles con el pago de la deuda y el cumplimiento de los compromisos con la Troika -tal como evidenciaron los Presupuestos Generales del Estado pactados con Sánchez que no llegaron a ser aprobados-.
Ahora se prepara para dar un nuevo salto integrando el Consejo de Ministros junto al PSOE. El modelo que presentan es nada menos que el “gobierno de izquierdas” portugués, dado que el otro referente internacional, el de la Grecia de Tsipras, es más difícil de vender por haberse convertido en uno de los gobiernos aplicadores de los memorándums de la Troika. Sin embargo, el ejemplo luso no representa tampoco una alternativa muy halagüeña para la clase trabajadora y los sectores populares. Solo en las últimas semanas conocíamos como el Ejecutivo de António Costas está reprimiendo con leyes de excepción la oleada de huelgas que vive el país o la amenaza de dimitir si el Parlamento aprueba definitivamente la recuperación del salario de los profesores que lleva una década congelado.
No es seguro que esta apuesta le salga a Iglesias por las intenciones de Sánchez de gobernar en solitario. De no ser así es muy posible que terminen jugando el mismo papel de ministros sin cartera que en estos últimos 10 meses. Pero lo que parece definitivo es que el tiempo de Podemos como una mediación capaz de desviar tras la ilusión de un cambio por arriba el rechazo que se pueda seguir expresando por abajo va quedando atrás.
Si en los siguientes meses hay una nueva eclosión de movimientos juveniles como fue el 15M o un proceso de luchas obreras como el que vive Portugal para recuperar lo perdido en la década del ajuste, y si esto se combina con las otras demandas democráticas latentes como la del derecho a decidir o el cuestionamiento a la Corona, Unidas Podemos parece estar destinada a jugar un papel más cercano al de la IU de Cayo Lara -que vio el 15M por televisión- que al del Podemos que jugó un papel determinante, junto a la burocracia sindical, en clausurar el ciclo de movilizaciones del 2011-2014.
La posibilidad y necesidad de poner en pie una izquierda anticapitalista y de clase
La crisis orgánica abierta desde el 15M sigue por lo tanto abierta, más allá de que en lo inmediato el Régimen pueda gozar de una coyuntura de relativa estabilización si se logra formar gobierno. Ninguna de las grandes fallas cierra, ni la crisis de representación, ni la territorial, ni la que subyace a ambas, las graves consecuencias sociales y económicas sobre la gran mayoría de la clase trabajadora y los sectores populares.
El próximo periodo seguirá estando inscripto de la posibilidad de nuevos fenómenos sociales y políticos, tanto por izquierda como por derecha, e incluso de que éstos emerjan con un mayor grado de descontrol dado el desgaste de las mediaciones políticas de uno u otro signo -desde las direcciones procesistas, hasta la derecha tradicional o el nuevo reformismo-.
El movimiento de mujeres sigue teniendo en el Estado español su epicentro mundial y va tener que seguir enfrentando la derecha misógina a la ofensiva. La juventud, que es parte del movimiento feminista como lo es del movimiento por el clima o del de las consultas universitarias sobre la monarquía, también puede seguir dando muestras del hastío contra un Régimen y un sistema que no tiene nada que ofrecerle. El movimiento catalán sigue con las aspiraciones democráticas intactas y el mantenimiento o recrudecimiento de la represión puede reactivarlo e incluso llevar a una radicalización de algún sector. Y, lo que más atrás viene en los últimos años, la clase trabajadora, puede verse animada por la tan cacareada recuperación -que no llega ni a los salarios ni a las condiciones laborales- y la presencia de un gobierno que prometió mucho cuando hacía oposición, para intentar recuperar parte de lo perdido.
Estos deben ser los mimbres desde los que plantearse construir una alternativa política de clase con un programa abiertamente anti régimen y anticapitalista. Una alternativa que lo sea tanto a las direcciones burguesas y pequeñoburguesas del independentismo catalán, que condujeron la lucha por el derecho a decidir a una claudicación que hoy quieren reafirmar, como al nuevo reformismo que trabaja, junto a la burocracia sindical, para que el malestar siga sin prender por abajo y buscar una salida “malmenorista” siendo muleta del PSOE y médico de cabecera del Régimen del 78.
Desde la CRT planteamos un llamamiento antes de las elecciones a la CUP y a Anticapitalistas para “impulsar una candidatura en todo el Estado que se proponga dar una expresión política de clase y anticapitalista a quienes han hecho una amarga experiencia con el neorreformismo o la dirección procesista catalana. Una candidatura que marcase una clara independencia de Unidos Podemos y su programa de reeditar un acuerdo con el PSOE, como también con la dirección del procés que quiere subordinar el derecho a decidir a una negociación con el Estado español”.
Sin embargo, Anticapitalistas mantuvo un llamamiento al voto por Unidas Podemos y se prepara para concurrir en sus listas en las europeas y no pocas candidaturas municipales o autonómicas. La principal excepción es Madrid, donde al calor de la crisis abierta por el proyecto de Carmena y Errejón -que en última instancia representan hasta el final la política de cogobierno con el PSOE para “desalojar a la derecha”- han decidido concurrir junto a IU y La Bancada para el Ayuntamiento de Madrid. Se ubican como el “mal menor” del “mal menor”, y si bien se oponen a una entrada en el Gobierno, siguen sosteniendo como norte respaldar al PSOE en la investidura y jugar el papel de socio exigente para presionar por algunas políticas sociales, a la vez que se niega a revisar lo más mínimo como ellos mismos han reproducido la política de gestión “progre” en el ayuntamiento de Cádiz.
La CUP por su parte sigue inmersa en un debate interno sobre el balance del “otoño catalán” y su política durante el llamado “procés”, encaminándose a un congreso en julio que podría tener un carácter refundacional. Los sectores más de izquierda vienen proponiendo la necesidad de una vuelta a lo social, poniendo más eje en la lucha y la autoorganización de los sectores populares y la clase obrera, y revisando críticamente el no haber llegado mejor preparados al 1-O para plantear una alternativa anticapitalista y de clase viable a la dirección convergente y de ERC. Sin duda un punto de partida que saludamos y que, en nuestra opinión, debería llevarse hasta el final cuestionando la política de “mano extendida” con dicha dirección burguesa y la apuesta por una estrategia de independencia de clase, que ligue la pelea por el derecho a decidir con un programa anticapitalista y con la alianza con entre la clase obrera y los sectores populares de Catalunya y el resto del Estado contra el Régimen del 78.
En los próximos meses estas corrientes, como en resto de la izquierda que se reivindica anticapitalista y de clase, tendremos por delante el reto de avanzar en construir una extrema izquierda que sea capaz de enfrentar al mismo tiempo el auge de la extrema derecha, al nuevo gobierno del PSOE y ser alternativa a un Podemos cada vez más parte del Régimen.
Necesitamos una extrema izquierda sin complejos, que pelee por un programa radical contra este Régimen y los capitalistas. Que defienda el derecho de autodeterminación, el fin de la Corona, de la impunidad, de las leyes liberticidas, la libertad de todos los presos políticos y encausados por luchar, el fin de todos los privilegios de la casta política, de la casta judicial patriarcal al servicio de la banca y la ofensiva represiva... y que combata por un programa que resuelva los grandes problemas sociales a costa de los beneficios y privilegios de los grandes capitalistas. Que luche por demandas como el reparto de horas de trabajo sin reducción salarial, la nacionalización bajo control obrero de las grandes empresas y la banca, la expropiación de todo el parque de viviendas en manos de la bancos y especuladores, el no pago de la deuda o los impuestos a las grandes fortunas para garantizar la financiación suficiente a los servicios públicos y pensiones dignas, entre otras medidas urgentes.
Una izquierda que, lejos del escepticismo que el nuevo y el viejo reformismo vienen alentando en la capacidad de lucha y organización de la clase trabajadora, entienda que un programa así solo se podrá imponer por medio del desarrollo de una gran movilización social, con la clase obrera y sus métodos de lucha en el centro, y aliada a la juventud, las mujeres y el resto de sectores populares. Que asuma por tanto la pelea contra la burocracia sindical que hoy divide y paraliza el movimiento obrero, como una tarea fundamental. Así como la vinculación y confluencia con el resto de sectores y movimientos, como el de mujeres, la juventud antimonárquica o el democrático catalán.
En este número de Contrapunto: Después del 28A, tomar partido
En este número de Contrapunto: Después del 28A, tomar partido
Por esta perspectiva luchamos las y los militantes de la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT). Frente a la crisis del Régimen del 78 y las variantes que por derecha o izquierda quieren apuntalarlo, apostamos decididamente por la construcción de una organización revolucionaria, anticapitalista y de clase. Que se prepare para que las convulsiones y oportunidades que se vuelvan a abrir permitan que la clase obrera entre en escena y pueda disputar todo el pastel, abriendo la perspectiva de conquistar un gobierno de y para la clase trabajadora.
Contra los que quieren condenarnos a una pelea de conservar lo existente o, a lo máximo, ampliar los estrechos márgenes del consenso postcrisis -aún más estrecho que el neoliberal-, decimos que sigue siendo posible y necesaria la lucha por superar un sistema de explotación y opresión que nada tiene que ofrecernos y conquistar un futuro que merezca la pena ser vivido.
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