El proceso revolucionario supuso para millones de mujeres un cuestionamiento profundo de la vida diaria
El 25 de abril de 1974, ligada directamente a los procesos revolucionarios en las colonias portuguesas de Angola, Mozambique y Guinea-Bissau, estalla la revolución en la metrópoli portuguesa. El movimiento obrero y popular organiza Comisiones de Trabajadores (CT), de moradores [vecinos] (CM) y de soldados (CS). El mundo se vio conmocionado por una revolución obrera en la vieja Europa. La respuesta no se hizo esperar por parte de las élites políticas y económicas de Alemania occidental, Reino Unido y EEUU, que intervinieron directamente en el proceso (con la complicidad de la burocracia soviética) llevando adelante una contrarrevolución democrática.
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El proceso revolucionario supuso para millones de mujeres un cuestionamiento profundo de la vida diaria. La bota dictatorial de Caetano y Salazar relegaba a la mujer a las “labores de la casa”, a la subordinación del marido y la precariedad laboral. En Portugal había un 68% de amas de casa en 1970 y como relata Phil Mailer [1] en Portugal: ¿la revolución imposible? “Un marido podía abrir legalmente las cartas de su mujer. Ella no podía salir del país sin su permiso escrito. Todas las decisiones económicas quedaban por decreto en sus manos”. Así ocurría con la prohibición del aborto y del divorcio, la prohibición para salir del país sin autorización del marido, sin derecho de voto o el acceso limitado a cargos públicos. [2]
La clase trabajadora fue la protagonista indiscutible del proceso revolucionario. El crecimiento económico había favorecido el aumento y diversificación de esta clase social, y en este contexto se produjo también un proceso de feminización del mercado de trabajo. Por ejemplo, muy especialmente se dio en el sector de componentes electrónicos: Applied Magnetics, Plessey Automática, Standard Eléctrica (Cascais), el Control Data (Palmela), la Signetics (Setúbal) y General Electric (Arruda de los Vinos) [3]
Así llegamos a 1973, cuando se producen importantes huelgas y luchas en un sector muy combativo de mujeres jóvenes con pésimas condiciones de trabajo y bajos salarios. Durante la revolución, el fortalecimiento social de la clase obrera fue acompañado además de nuevas experiencias de organización, frente a los propietarios y a las instituciones de la dictadura, como las comisiones de trabajadores y trabajadoras, o las comisiones de vecinas y vecinos. Organismos que representaron, de forma embrionaria, alternativas de poder a los poderes establecidos.
En esos meses de insumisión, miles de amas de casa salían a manifestarse contra la carestía de la vida plantándose en las puertas de los supermercados contra el aumento de los precios de los alimentos, mientras multitud de organizaciones de mujeres discutían las consecuencias del capitalismo y el patriarcado, temas como el aborto, las relaciones sexuales, el papel de la familia y la reivindicación de legalización del divorcio.
Las mujeres fueron también vanguardia en la formación de las comisiones de vecinos y vecinas en los barrios y en la ocupación de casas vacías. Eran las primeras que sufrían la pobreza en las barriadas obreras, luchando contra la carestía de la vida y manifestándose contra los comerciantes por los altos precios (formando comisiones de control de precios) y contra los caseros que aumentaban los alquileres. Las masas obreras y populares entendieron que ante la indiferencia de las autoridades tenían que tomar en sus manos los mecanismos de la vida social y cultural de los barrios, formando comisiones de cultura, clínicas populares, “comisiones de mejoramiento”, guarderías populares o cursos de alfabetización.
Las trabajadoras agrícolas también tuvieron mucho protagonismo, con huelgas y ocupaciones de tierras, como cuando en Junceira 600 mujeres ocuparon 600 hectáreas.
“Al principio el capataz se burlaba de nosotras diciendo `vosotras las mujeres no tenéis fuerza’ (…) Cuando el capataz vio que no cedíamos nos dio un plazo de medio hora para largarnos. Y nosotras, por nuestra parte, le dimos 40 minutos para que se marchara” [4]. Participando de las cooperativas agrarias, los comités formados por las y los trabajadores se pronunciaron por la defensa de la reforma agraria.
Las mujeres comenzaron a su vez una lucha contra el acoso sexual de los patrones, exigiendo dentro de las empresas guarderías para sus hijos e hijas y salas de lactancia materna. En la industria, las trabajadoras -muchas de ellas vivían en precarias chabolas- exigían una vida digna y eran vanguardia en la ocupación y gestión de sus empresas. La revolución abrió las puertas para cuestionar absolutamente todo, y el papel de las mujeres trabajadoras tuvo una enorme importancia en estos cambios. El proletariado portugués también tenía rostro de mujer.
Dos ejemplos de lucha muy reconocidos permiten este rol clave de las trabajadoras en la formación de comisiones, con métodos democráticos de base como la expulsión de los directivos, la ocupación de establecimientos, el control de la producción y la gestión directa. Una de las luchas más emblemáticas –y una de las primeras con métodos tan radicales- fue la de las obreras de Sogantal en Montijo. Una multinacional francesa de los Lammont, que ocupaba a 48 mujeres.
El 20 de mayo las obreras presentan un cuaderno reivindicativo exigiendo un mes de vacaciones pagadas, un décimo tercer mes de paga anual y un aumento salarial general. Su primera acción para presionar a la patronal es la reducción del ritmo de trabajo y el 30 de mayo la empresa comunica la decisión de poner fin a las actividades, lo que comunica el 8 de junio al Ministerio de Trabajo. Las trabajadoras proponen entonces al Ministerio la nacionalización de la empresa y su reconversión, que el Estado encuentre un empresario interesado o que los salarios sean pagados por el Estado mientras la fábrica esté cerrada. Finalmente, el 13 de julio la patronal decide abandonar la fábrica y esta queda en manos de las obreras que deciden permanecer en la empresa.
Como primera medida para aguantar venderán en fábricas y escuelas las reservas disponibles para el pago de salarios. Una enorme solidaridad envolverá la lucha de esta fábrica, por parte de las comunidades de vecinos y vecinas, de cantantes como José Afonso, partidos - como LCI, MES, MRPP, o el PS- y sindicatos. Bajo la protección de la Guardia Nacional Republicana (GNR), en la noche del 23 al 24 de agosto, el propietario entrará a la fuerza. La reacción de las obreras no se hará esperar y con el apoyo de la población se concentrarán nuevamente en la planta, aunque no conseguirán frenar el desalojo.
Dos elementos a destacan en esta experiencia. En primer lugar, que la asamblea general era el órgano soberano para resolver el conjunto de problemas y las trabajadoras editaron su propio boletín informativo. La asamblea elegía una comisión de trabajadoras, rotativas y que podían ser revocadas en cualquier momento. Con la ocupación efectiva de la empresa decidieron hacerse cargo de la organización. El gerente y un capataz se marcharon, pero una mujer que ejercía funciones de administración aceptó permanecer en la fábrica ocupando una posición de igualdad y recibiendo el mismo salario. Así la plantilla comenzó a ocuparse de asuntos que antes eran ámbito exclusivo del gerente y el director de la fábrica, controlando las cuentas, por ejemplo.
El segundo elemento interesante es que buscaron la solidaridad con otras luchas. Tanto las obreras de Sogantal y Charminha –también bajo autogestión en Pontinha- se pusieron en contacto. Será de esa relación que las obreras de la segunda empresa sacan conclusiones acerca de que debían destituir a su comisión y sustituirla por otra. Era una pequeña empresa de capital suizo-alemán con bajos salarios y poco después del 25 de abril comienzan a exigen aumentos salariales, fin del régimen opresivo en la fábrica y el saneamiento del administrador. Para garantizarlo se elige una comisión de trabajadoras de siete miembros. El 24 de mayo el administrador huye del país y cuatro días después las obreras aprueban por el 95% en asamblea general la formación de una cooperativa. Esa cooperativa, con cuotas iguales para cada una, compraría toda la materia prima y organizaría la venta de los productos de la fábrica. El dinero servirá para pagar los salarios, y los beneficios eventuales se dividirían por igual entre los trabajadores al final del año, después de deducir una parte para actividades culturales y para una guardería.
La revolución en Portugal mostró que era (es) posible ver procesos de transformación radical en un país capitalista moderno “occidental”, siendo clave aquí también el papel de las mujeres trabajadoras como parte de una rebelión general de la clase obrera contra el capitalismo y sus regímenes, siendo claves para la formación de organismos de autoorganización.
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