Este fin de semana se estrenó Esto lo cambia todo (el capitalismo contra el clima), de Avi Lewis y Naomi Klein, en el marco del tercer Festival Internacional de Cine Ambiental de Buenos Aires.
Jueves 9 de junio de 2016
Este fin de semana, en el tercer Festival Internacional de Cine Ambiental de Buenos Aires, se estrenó el documental This Changes Everything (Esto lo cambia todo), del canadiense Avi Lewis, basado en el libro del mismo nombre de la famosa periodista y activista Naomi Klein (No Logo, La doctrina del shock), quien colaboró con el guion.
Klein y Lewis ya habían llamado la atención del público argentino con su documental The Take (La Toma, 2004), en el que muestran el proceso de recuperación de fábricas tras la crisis del 2001 argentino, con Zanon y Brukman como casos emblemáticos.
En esta ocasión, y luego de seis años de investigación, Klein y Lewis centran su atención en el fenómeno conocido como cambio climático, la relación entre el daño generado por la permanente emisión de dióxido de carbono y el capitalismo.
Pero, a diferencia de otros trabajos sobre el mismo tema, que tienden, por un lado, a minimizar el problema, y, por otro lado, a abordarlo con una remarcada prosa apocalíptica y antipopular, el trabajo de Lewis y Klein tiene la gracia de enfocar un aspecto fresco que todo público de izquierda espera de un documental político, y eso es… la lucha.
El ecologismo de los pobres
Lejos de la imagen “endulzada” del pobre y hambriento oso polar sobre un pequeño bloque de hielo, caricaturizado hasta el hartazgo por la prensa, o de las estadísticas en números rojos sobre el exterminio climático que se avecina tras superar los famosos 2° C, This Changes Everything pone como centro de la escena a lo que el economista Juan Martínez Alier y el historiador Ramachandra Guha bautizaron en la academia a comienzos de los años 90 como “el ecologismo de los pobres”.
Por lo general se tiende a identificar al movimiento ecologista como a una tendencia política propia de las clases medias urbanas del hemisferio norte, constituida fundamentalmente por profesionales ilustrados y jóvenes estudiantes con “sensibilidad”. Mientras, son invisibilizados en los medios aquellos que luchan contra los gigantes económicos, por sus propios medios de subsistencia, su cultura, sus vidas.
En 1979 un joven norteamericano, Mark Dubois, se había encadenado a una roca en la orilla del río Stanislaus en California como última carta para impedir la construcción de una represa que acabaría con toda “la vida de este cañón, su riqueza arqueológica, sus raíces históricas para entender nuestro pasado, su grandeza geológica única”, según fueron sus propias palabras por entonces. Tres años después de la caída del Muro, en la India, Medha Patkar recurriría al mismo método (última carta también de todo un movimiento) para detener no solo la destrucción del río Narmada, sino para impedir la desaparición de los 245 pueblos (con más de sesenta mil campesinos pobres) que quedarían sumergidos bajo el agua con la construcción de la represa.
En This Changes Everything veremos la resistencia y autoorganización de los de abajo (y desde abajo) contra los responsables del cambio climático. Será el pueblo griego que resiste al ajuste luego de la crisis del 2008, las comunidades indígenas de Canadá y Estados Unidos, la población afroamericana devastada por Katrina y Sandy, los movimientos ecologistas urbanos de la industrializada China y la movilización de los campesinos pobres de la India contra el “desarrollo” destructivo.
Es inevitable reconocer en la lucha de todos estos movimientos al “ecologismo de los pobres” argentino. La lucha contra la megaminería, contra el fracking y contra los agrotóxicos se vive, bah, se sufre en carne propia en el interior del país. Buenos Aires no es toda la Argentina, así como tampoco Argentina es todo el mundo.
Ojos que no ven
Pero si el cambio climático golpea en un principio a los más explotados y oprimidos, tarde o temprano no hará diferencias.
Fue el propio Stephen Hawking quien señaló hace más de una semana en la televisión británica que el “peligro más inmediato es el cambio climático fuera de control”, también conocido como Runaway climate change. “Un aumento de la temperatura de los océanos derretiría las capas de hielo y provocaría la liberación de grandes cantidades de dióxido de carbono desde el suelo marino. Ambos efectos podrían asemejar nuestro clima al de Venus, con una temperatura de 250° C”.
Es posible que en septiembre de 2016 el Ártico colapse. Tal como señala Sam Carana en Arctic News, “el hielo del Ártico se encuentra en muy mal estado, mientras que el calor del océano es muy alto y sigue aumentando. Los niveles de gases de efecto invernadero son récord”. Y es que, “durante los últimos 365 días, el calentamiento sobre el Ártico ha sido mucho más fuerte que en el resto del mundo. Desde noviembre de 2015 hasta abril de 2016, las temperaturas globales sobre la tierra y los océanos eran de 1,48° C mucho más altas que entre 1890-1910”, información confirmada por la NASA y la National Oceanic and Atmospheric Administration. De hecho 2015 fue récord, superando al 2014, como el año más caliente de la historia, y es muy probable que 2016 supere al 2015, considerando que sigue en la actualidad el fenómeno de El Niño, potenciado por el cambio climático, que golpea duramente a Centroamérica. Carana concluye que “lo más probable es que el hielo del mar [Ártico] desaparezca en gran medida antes de septiembre de 2016”.
Pero, frente a esta catarata de información oficial, persiste un desconocimiento del cambio climático. Los llamados negacionistas simplemente lo venían considerando propaganda comunista antidesarrollo.
En 2008 José María Aznar (asesor de la Barrick Gold desde hace cinco años) cargó contra los ecologistas en la prensa española señalándolos como los nuevos comunistas y declaró que “el cambio climático no es una verdad científica”.
Un año antes, Patrick Moore, considerado por la prensa conservadora como cofundador de Greenpeace (pero denunciado básicamente como un traidor por sus antiguos compañeros por su defensa de las corporaciones más contaminantes), dijo en la televisión británica que la “razón de ser del extremismo ecologista fue que el comunismo mundial fracasó. El Muro cayó y un montón de pacifistas y activistas políticos se pasaron al ecologismo trayendo consigo sus teorías neomarxistas. Aprendieron a utilizar el lenguaje verde de forma muy inteligente para encubrir unas agendas que tenían más que ver con el anticapitalismo y la antiglobalización que con la ecología y la ciencia”.
Es un elemento que está presente aún hoy y que vemos en el documental de Lewis y Klein cuando los más acérrimos defensores del libre mercado señalan no solo que el cambio climático es una farsa, sino que la regulación del mercado del petróleo es... “un concepto marxista”.
Como podemos ver, no es ni Naomi Klein, ni Avi Lewis ni los cientos de rostros que ponen el cuerpo contra los gigantes petroleros los que reclaman al marxismo como el principal enemigo de los capitalistas, sino que curiosamente son los propios detractores del cambio climático los que lo hacen, aunque de una forma distorsionada y paranoica.
Pero, como dice el dicho, ojos que no ven… El valor del documental de Avi Lewis y Naomi Klein es justamente ese: visibilizar algo tan complejo (quizás lo más complejo que la humanidad tendrá que analizar y enfrentar en la primera mitad del siglo XXI) y mostrar que en los cinco continentes el “ecologismo de los pobres” resiste. En este sentido, la reflexión que abre Klein es determinante: “¿Y si el calentamiento global no fuera solo una crisis? ¿Y si esta fuese la mejor oportunidad para construir un mundo mejor?”. Entonces, lo mejor que podés hacer es… ver.