Debates en la extrema izquierda en las “transiciones” de Portugal y el Estado español en la década de 1970.
Entre 1974 y 1978 las dictaduras de Caetano y Franco en la península ibérica entraron en crisis, con distintos ritmos, abriendo paso, respectivamente, a una revolución y a un enorme ascenso obrero. La caída de la dictadura de Caetano —sucesor de Salazar— tras el golpe de estado del 25 de abril de 1974 por parte de una fracción del ejército colonialista luso con la formación del Movimiento de las Fuerzas Armadas, fue la gota que colmó el vaso de un régimen en crisis, dando lugar a una de las revoluciones obreras y populares más importantes de aquel periodo. Esta finalizará tras el golpe contrarrevolucionario del 25 de noviembre de 1975 por parte de sectores de las Fuerzas Armadas, algo que fue posibilitado, de una u otra manera, por la acción conciliadora del Partido socialista y el Partido Comunista de Portugal. Cinco días antes había muerto Franco y se abría en el Estado español un intenso ascenso obrero y popular que podrá ser desviado con los pactos de la Transición hacia una monarquía parlamentaria, y finalmente cerrado con el intento de golpe de estado de Tejero y la victoria del PSOE.
Con la profundización del proceso revolucionario en Portugal, sonaron las alarmas en el Partido Comunista de España (PCE) de Carrillo y en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de Felipe González. En el espejo luso vieron claramente que si la lucha contra la dictadura se radicalizaba hacia la perspectiva de la huelga general, esto podría abrir paso a un proceso revolucionario en el Estado español. Y la experiencia de Portugal mostraba también que a sus “partidos hermanos lusos" no les había resultado fácil desviar la revolución en curso para imponer, lo que nosotros llamamos una contrarrevolución democrática —es decir el desvío del proceso revolucionario para imponer un régimen democrático burgués. Estaba inscrita en la situación la posibilidad de una verdadera revolución ibérica que cambiara por completo el tablero político internacional.
La península ibérica fue un polvorín lleno de debates en la izquierda, tanto lusa como española, sobre cómo debía ser la transición para salir de las dictaduras.
En particular, entre los grupos de la izquierda pertenecientes al movimiento trotskista, se planteaba cuál era la relación entre la lucha contra la dictadura y la perspectiva socialista. En este artículo vamos a abordar algunos de estos debates, porque, aun cuando se trataba de pequeños grupos, éstos tenían entonces alguna influencia en sectores de vanguardia. Además, porque recuperar estas discusiones, permite sacar lecciones para el presente.
Los debates del trotskismo en la Transición española
Tras los debates en Portugal, las corrientes trotskistas [1] a nivel internacional quedaron divididas en tres tendencias dentro de la IV internacional: la Tendencia Mayoritaria Internacional de Mandel —en el caso español será la Liga Comunista Revolucionaria fundada en 1971 por el grupo “Comunismo”—, el Socialist Worker Party en EEUU de Jack Barnes o Joseph Hansen y la Tendencia Bolchevique de Moreno —dentro de la LCR— hasta que en 1979 formaran el Partido Socialista de los Trabajadores (PST).
En este período, el balance alrededor de la revolución en curso en Portugal dio paso al surgimiento del eurocomunismo y en el Estado español se multiplicaron los debates acerca de cómo llevar adelante la ruptura con la dictadura.
El ejemplo de Portugal y el eurocomunismo de Santiago Carrillo
La idea de una “ruptura democrática” fue formulada por el PCE. Inicialmente, el planteamiento fue que había que poner en movimiento las fuerzas sociales de la clase obrera y el pueblo por medio de una lucha pacífica que hiciera desmoronarse al Estado para conseguir una serie de demandas de carácter democrático —asamblea constituyente, república, libertades de organización y expresión— luchando no por un gobierno obrero, sino por un régimen democrático burgués con un gobierno provisional de conciliación de clases.
Con la irrupción de la revolución en Portugal en 1974 el PCE mantendrá esta línea. El PCE impulsa movilizaciones de forma muy controlada, oponiéndose a su generalización y a que se conviertan en una huelga general insurreccional. Llegaron, como mucho, a convocar un paro de 24 horas en noviembre de 1976. Será a inicios de 1977 que empieza de forma más clara a frenar y desviar cualquier tipo de movilización, incluso con demandas de carácter meramente económicas, negociando con el gobierno de Suarez. Renunciará a la “ruptura democrática” planteando la idea de una “ruptura pactada [2]
La experiencia en Portugal dejaba algo claro. La fuerza radicalizada de la clase trabajadora en la lucha por demandas democráticas contra la dictadura conllevó en Portugal el cuestionamiento a la propiedad privada capitalista. En otras palabras, era la demostración de una tendencia hacia el transcrecimiento de la revolución democrática en revolución socialista. Las ilusiones y demandas de “ruptura” con la dictadura se convirtieron, en manos de la nueva generación obrera, en una reivindicación peligrosa para el capitalismo portugués. La subjetividad de miles de asalariados tendía a querer tomar en sus manos la “ruptura” con la dictadura e imponerla en sus empresas, frente a las injusticias de sus propios patrones y su papel colaboracionista con la dictadura. De esta manera, las primeras medidas tomadas en las empresas fueron la realización de asambleas y la elección de delegados para la conformación de Comisiones de Trabajadores y Trabajadoras y entre otras demandas defendieron lo que llamaron “saneamento” de todo empresario, directivo y cargo institucional de la vieja dictadura. Surgieron miles de comisiones en empresas y barrios, que brotaron para tomar en sus manos la ruptura, convirtiéndose en embriones de doble poder frente a los seis gobiernos provisionales que existieron durante todo el período.
Ese fantasma, el de la revolución y la autoorganización desde abajo, era el que se quería evitar en España. Aquí, la nueva orientación de la "ruptura pactada" llegó junto con el giro hacia el eurocomunismo del PCE que significó su definitiva socialdemocratización, así como la del resto de los partidos comunistas europeos, que a fines de los años 70 del siglo XX profundizaron su adaptación a las democracias liberales en países imperialistas como Italia, España, Portugal y Francia.” [3] En marzo de 1977, tres meses antes de las primeras elecciones generales españolas tras la muerte de Franco, comenzó la cumbre eurocomunista entre Enrico Berlinguer del PCI, el dirigente del Partido Comunista Español, Santiago Carrillo y Georges Marchais por el Partido Comunista Francés.
Es en este contexto que prosiguen los debates en el seno de las corrientes trotskistas, y el debate del eurocomunismo será uno de ellos. Mandel planteará [4] en noviembre y diciembre de 1976 una definición ambigua, abriendo expectativas en un giro progresivo de los partidos comunistas. Afirmará que el eurocomunismo era “una política de transición” y que “nadie sabe hacia dónde o hacia qué” podría derivar. Hacia la socialdemocracia, hacia un “nuevo estalinismo” o “¿por qué no? puede ser una transición, por parte de los cuadros obreros del Partido, hacia un reencuentro con el marxismo revolucionario, con el leninismo. La lucha política y la experiencia práctica nos dirán qué es lo que va a ocurrir”.
Moreno criticará [5] acertadamente esta posición, al plantear que los partidos comunistas eran contrarrevolucionarios y sostiene “la imposibilidad de la conversión en auténticos revolucionarios de los partidos comunistas con sus direcciones”. En septiembre de 1977 –tres meses después de las elecciones en el Estado español– Mandel seguirá planteando que el proceso del eurocomunismo sigue estando abierto. Dice que “nunca hemos dicho que los PC estén transformándose en la misma cosa que la miserable socialdemocracia de Helmut Schmidt, de Wilson-Healy-Callaghan o de Mario Soares” pero “ahora bien, nosotros hablamos de un proceso”. [6]
En Portugal, mientras tanto, el mandelismo se había adaptado al MFA, a su ala izquierda y al Partido Comunista de Portugal, dando su apoyo al V gobierno provisional en agosto de 1975. En lo fundamental, Mandel y la LCR española continuaron con su adaptación —ahora bajo el eurocomunismo—, a direcciones políticas ajenas a la clase obrera, abandonando la centralidad de la clase trabajadora como sujeto y vanguardia de la revolución, y con direcciones que podían ser estalinistas o pequeñoburguesas. Esta revisión de la teoría-programa de la revolución permanente de León Trotsky subvaluaba la necesidad de construir partidos obreros revolucionarios independientes, justificando que podían surgir direcciones “revolucionarias” no proletarias sin necesariamente seguir “el modelo clásico” de los bolcheviques.
La ruptura democrática como estrategia política
La crisis del franquismo, azuzado por un potente movimiento obrero ligado estrechamente con el movimiento estudiantil y vecinal, pegó un salto tras la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975. El ascenso obrero de 1976 llevó aproximadamente a 40.179 conflictos en empresas con 2 millones 463 mil trabajadores y 106 millones de horas por huelga realizadas. [7] Se abría la posibilidad de que la lucha contra la Dictadura y la Corona, por los derechos democráticos de las nacionalidades y el conjunto de demandas obreras y populares más sentidas se transformara en una lucha revolucionaria de la clase obrera y los sectores populares por imponerlas bajo sus propios métodos.
La “portugalización” española era totalmente posible. Y justamente para evitar esta radicalización, el PCE abandonó la “ruptura democrática” a favor del pacto con las élites franquistas y el PSOE; una vía en la que la movilización sería instrumentalizada como mera presión para que fueran legalizados y aceptados como actores en las mesas de negociación del gobierno Suárez.
Ante esta nueva capitulación del PCE, el problema estratégico fue que hubo una aceptación general de la “ruptura democrática” por la mayor parte de las fuerzas políticas de la izquierda. La principal organización trotskista en el Estado español, la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) de Mandel, aceptó una suerte de “etapismo” en su VI Congreso en agosto de 1976, en el que se marcaba una primera fase con un contenido programático idéntico al de la “ruptura democrática”. Nada más y nada menos que en mitad del ascenso obrero que se estaba viviendo.
Por ejemplo, en el periódico de la LCR “Combate”, frente al referéndum no vinculante del 15 de diciembre de 1976 sobre el ´Proyecto de Ley para la Reforma Política´ aprobado por las cortes franquistas, plantean un programa [8] bastante parecido al de la “ruptura democrática”. Donde decían que “las consignas y objetivos que aquí hemos señalado tienen que llevar a la victoria definitiva contra el Estado capitalista (…) pero hoy, la batalla por derrocar la Monarquía concentra el conjunto de objetivos por los que las masas deben luchar hacia su definitiva liberación.”
De esta manera, todas las demandas, y en especial las democrático-radicales, quedaban totalmente desligadas al objetivo de conquistar un gobierno de las y los trabajadores. Al mismo tiempo, se cortaba cualquier clase de puente que permitiera acelerar la experiencia de la vanguardia obrera y conquistar una posición independiente respecto al PCE y al PSOE.
La matanza de Atocha el 24 de enero de 1977 perpetrada por miembros de la extrema derecha a militantes del PCE y CCOO en el centro de Madrid y la indignación generalizada que provoca en la clase obrera será respondida por el PCE con una política para frenar cualquier clase de movilización. Así va a demostrar frente al rey, al gobierno de Suarez y a toda la élite post franquista que podían confiar en ellos para una transición pactada. De esta manera, se mostraba como garante para la contención política de toda la movilización —aprendiendo de la experiencia de Portugal— y se facilita su legalización de cara a las elecciones el 15 de junio.
Es en este contexto de las elecciones, Nahuel Moreno plantea [9] críticas a la posición pública del Buró Político de la LCR, publicada en el número especial de Combate el 14 de febrero de 1977 titulada "Por la unidad obrera ante las elecciones"—nuevamente bajo un programa equivalente al de "ruptura democrática". Aquí solo queremos señalar dos elementos.
Por un lado, tanto el mandelismo como el morenismo de una u otra forma acabaron por adaptarse a los PC y PS —como habían hecho en Portugal— sin plantear claramente una línea de independencia política. En el caso de las elecciones, la LCR continúa su adaptación al PCE y plantea “Candidaturas Obreras Únicas”, es decir un frente político amplio con el PSOE, PCE y de todas las organizaciones de la izquierda —incluyendo a los maoístas— que compartieran el programa de ruptura democrática para conformar una mayoría parlamentaria que permitiera un “Gobierno de Unidad Revolucionaria”. Su propuesta incluía al PSOE y el PCE, como se había planteado en Portugal. La realidad es que, ante la imposibilidad de un frente con el PCE y el PSOE, la LCR acabará formando un frente más reducido, pero con el mismo programa de ruptura democrática: el Frente de Unidad de los Trabajadores (FUT) con Acción Comunista (AC), la Organización de Izquierda Comunista (OIC) y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) obteniendo 41.208 votos (0,22 %).
Moreno, por su parte, plantea que estas candidaturas para las elecciones españolas son “poco realistas” y plantea una “unidad socialista para las elecciones”, es decir la unidad electoral con el PSOE, y que la LCR exija: “el compromiso de un gobierno unitario de los partidos obreros. Así estaremos combatiendo, al mismo tiempo, sus planes frentepopulistas que son, en el fondo, los mismos que los de la dirección socialista. Se abre, entonces, la posibilidad, para después de los comicios, de levantar la consigna: “que los partidos obreros triunfantes en las elecciones tomen el poder”.
Moreno, qué en ningún momento critica el programa de la LCR de ruptura democrática, se pregunta qué debería defender “un diputado nuestro” —de la LCR— o un “diputado obrero influido por nosotros” si es elegido para las cortes franquistas. Para él, la “consigna no puede ser otra que las Cortes, elegidas por voto, aunque sea retaceado, tomen el gobierno. O sea, por un gobierno elegido por las Cortes, para que ellas se transformen en el gobierno de España y liquiden a la monarquía.”
Es decir que las cortes (el parlamento burgués posfranquista) elija un gobierno y sea a través de las cortes, donde los partidos como el PSOE y el PCE tuvieran la mayoría, sea donde luchen contra la monarquía. De esta manera para Moreno, llegados a este punto, “tenemos que crear una especie de poder dual” y “oponer las Cortes —producto del voto popular, aunque sea retaceado— al monarca que nadie eligió.” Para Moreno “la posición trotskista en las elecciones pasa por una consigna tajante, categórica y revolucionaria: ¡Vivan las Cortes!, ¡Abajo el rey!”.
Como vemos, más allá de una retórica radical, se trata, nada más y nada menos, que de apoyarse en las cortes pos-franquistas contra el mismo heredero de Franco, sin plantear consignas que ayuden acelerar la experiencia de la vanguardia obrera en lucha contra estas mismas instituciones.
Algo muy distinto hubiera sido plantear la necesidad de luchar por asambleas constituyentes en todo el Estado para decidir absolutamente todo, que fueran legislativas y ejecutivas al mismo tiempo, con representantes elegidos democráticamente por cada determinado número de habitantes, revocables y con el salario de un trabajador cualificado, como instituyó la Comuna de París de 1871, para que decida la mayoría del pueblo y no un una “casta” privilegiada de diputados, senadores y jueces franquistas.
Ningún sector de la extrema izquierda española planteó la lucha por una asamblea constituyente de este tipo y la realidad es que ni ninguna demanda democrática elemental –lucha contra la monarquía, juicio y castigo a los asesinos y represores fascistas, derecho a la autodeterminación, separación iglesia-estado– iba a ser aceptada por las cortes post franquistas elegidas en 1977.
En este punto, la lógica de Moreno es contraria a la de Trotsky. Para el primero, cualquier consigna mínima o democrática puede permitir impulsar la movilización, adquiriendo por sí misma un carácter revolucionario o “transitorio” al socialismo, incluso si esta se plantea dentro de una institución post franquista. Nada que ver con la articulación que plantea Trotsky, levantando aquellas demandas democráticas más sentidas y estableciendo un puente con las consignas transicionales como la gestión obrera de la producción, la nacionalización de los sectores productivos y de la banca, etc. en la perspectiva de la conquista del poder por las y los trabajadores.
Si los grupos de la extrema izquierda anticapitalista española hubieran levantado un programa de este tipo, no está asegurado que pudieran desarmar el gran pacto de la Transición que el PCE había garantizado. Pero podrían haber aportado a forjar una vanguardia obrera y estudiantil bajo una perspectiva de independencia de clase. El devenir posterior de estos grupos, retornando a políticas de largo aliento dentro de Izquierda Unida junto al PCE, muestra que no cambiaron lo sustancial de su orientación. Las lecciones de la revolución portuguesa y cómo la izquierda española cambió su orientación ante la misma, siguen siendo de gran importancia frente a futuros procesos revolucionarios.
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