En una reciente entrevista en Página 12 Álvaro García Linera, ex vicepresidente de Bolivia, dió algunas definiciones sobre la actualidad política internacional a partir de la Guerra de Ucrania, la situación económica post pandemia y la crisis en Estados Unidos. Aquí nos queremos detener en algunas de las ideas que ha planteado allí y en su libro “Para los que vendrán: crítica y revolución en el siglo XXI” para polemizar con su lectura sobre el Estado en América Latina.
Linera señala correctamente que frente a la fraseología del “libre mercado” como organizador económico supranacional, tanto la Guerra de Ucrania como la intervención económica ante la crisis de ciertos sectores capitalistas para “rescatarlos” del declive, demuestran la vigencia del Estado capitalista (y esto lo agregamos nosotros: como garante de los negocios, en última instancia, de las clases dominantes): “Quién ha salvado los mercados? No el mercado. ¿Quién ha salvado las bolsas de valores? No la bolsa de valores. ¿Quién ha salvado a las grandes empresas del mundo? No han sido ellas. Ha sido el Estado, el denostado, maldecido, vapuleado Estado”
Ante esta constatación Linera reclama que en el equilibrio entre los poderes económicos y políticos se le vuelva a reconocer al Estado una centralidad indispensable para el funcionamiento social: “El Estado sigue siendo el gran aglutinador de las estructuras sociales de nuestro mundo, no son los mercados. El Estado es el único actor político en el mundo que ha salido al frente, cuando todo lo demás se derrumbaba”. Particularmente, señala que si en América Latina se pudiese aprovechar la coyuntura signada por el auge de las commodities y por la decadencia de Estados Unidos, podría darse la emergencia de un “segundo ciclo de gobiernos progresistas”. Y que este ciclo tendría a su favor la presencia de China en el continente que “no entra al ámbito bélico, pero expande sus rutas comerciales para garantizar abastecimiento y crecimiento”.
La conclusión es que ante una situación en la cual “lo viejo no termina de morir” (y va a tardar muchos años en morir según su lectura) y lo “nuevo que no termina de nacer”, se erige un abismo marcado por la “desesperanza” y la falta de horizontes, en donde un Estado fuerte signado por el “progresismo” y la justicia social, es una protección ante el predominio del “autoritarismo, de la violencia, del racismo”.
Veamos por partes los problemas que se derivan de las definiciones de Linera, tomando en consideración algunas de las elaboraciones publicadas en su libro Para Lxs Que Vendrán: Crítica Y Revolución en el siglo XXI, editado recientemente por la Universidad Nacional de General Sarmiento.
Crecimiento económico y desigualdad en los Estados dependientes de América Latina.
Un primer problema de lo que plantea Linera es que hace una abstracción (tanto en la entrevista como en el libro) de la relación entre los Estados y su ubicación en el capitalismo global. Es decir, no distingue Estados semicoloniales o dependientes de Estados imperialistas. De ahí que la relación con las potencias pueda ser meramente “instrumental” sin ponderar las implicancias del extractivismo primarizador como modelo económico. Según su lectura, América Latina estaría comenzando a “perder miedo al poderoso” país del norte mientras se beneficiaría de un “imperialismo pacífico como el Chino”. Esa pérdida de “miedo” Linera la ve en los reclamos que presentaron varios presidentes a la cumbre de la OEA. Sin embargo, esa “falta de respeto”, que sin dudas expresa la decadencia que atraviesa el imperialismo norteamericano, oculta lo esencial que es la profunda sumisión de muchos de esos países a los mandatos del Fondo Monetario Internacional dirigido por Estados Unidos.
Pero más allá de los límites de los gestos para la tribuna, hay una discusión de fondo ¿Qué modelo alternativo a la dependencia respecto a Estados Unidos propone Linera? Según su visión “en América Latina hay una buena oportunidad para enfrentar los efectos de la guerra, en términos económicos y sociales” basada en algunas reformas que permitan la soberanía alimentaria pero sobre todo “exportar los excedentes para generar ingresos y regalías”. Esta concepción, sin embargo, no es nueva. En su libro, cuando teoriza sobre las características del Estado (en general) sostiene que la intensidad de las transformaciones sociales dependen de la capacidad soberana de cada gobierno de regular sus excedentes en tanto, a su vez, “la intensidad de esta distribución social, la intensidad de esta creación de infraestructura médica, educativa en favor de la población, depende más de las fluctuaciones de los commodities (como los llaman los economistas), que de las mercancías que vendemos. Es distinto la soberanía de un Estado con el precio del petróleo a 185 dólares el barril, que a 60 o a 30 dólares el barril”.
Es decir, el modelo “redistributivo” de Linera parte y culmina en el carácter dependiente de los Estados latinoamericanos. Sacando conclusiones contradictorias (como veremos más adelante) sobre el agotamiento de la primera oleada de gobiernos pos-neoliberales, Linera se ilusiona con un segundo ciclo en el cual el alza de las commodities producto de la guerra sea utilizada para generar ciertas reformas sociales. Resulta significativo que algo similar haya sostenido el propio Alberto Fernández en la cumbre de la OEA cuando propuso que el objetivo de los países latinoamericanos era organizar continentalmente la producción de alimentos y proteínas, y desarrollar “nuestro enorme potencial energético y de minerales críticos”.
Lo que ninguno dice sobre este modelo es que mientras América Latina es uno de los principales productores de materias primas, alimentos y energía del mundo, en paralelo la pobreza aumentó de 29,8% en 2018 a 33,7% en 2022 y la pobreza extrema se incrementaría de 10,4% en 2018 a 14,9% este año. Esto implica según algunos estudios que 7,8 millones de personas entrarían en situación de inseguridad alimentaria, cifra que se sumaría a los 86,4 que ya se encuentran en esa situación. A su vez, que en casos como Argentina, el “crecimiento” en base a las exportaciones no significa ni redistribución ni aumento de la soberanía. Mientras en este país en los primeros cuatro meses del año el total de exportaciones fue de U$S 27.681 millones (creciendo 28,5 % respecto del primer cuatrimestre del año pasado, entre otros motivos por producciones récord de maíz, trigo y soja), esto no significó ni un crecimiento de las arcas del banco central (por la fuerte dependencia respecto de las importaciones de combustible e insumos industriales) ni mucho menos las cifras de pobreza y pérdida salarial que aumentan en cada medición.
La explicación de esta contradicción está en la estructura económica dependiente de los países latinoamericanos. La “soberanía” de la que habla Linera debería partir de medidas elementales como el control del comercio exterior o la nacionalización del sistema bancario que se encuentra en la mayoría de los países de AL en manos privadas. Los grandes terratenientes, las compañías multinacionales mineras y los especuladores financieros son los principales beneficiarios del crecimiento de los commodities y mientras su propiedad no sea afectada lo seguirán siendo. Y se ha visto en el último tiempo que ninguno de los “nuevos gobiernos progresistas” se ha propuesto dar pasos en este sentido.
En este sentido, la “alternativa China”, no es más que la continuidad, por otros medios, de este modelo extractivista exportador, que ha dominado históricamente a las economías latinoamericanas. Como hemos señalado en esta nota, “los vínculos cada vez más estrechos con China vienen configurando una relación que repite los patrones de la dependencia que se hace cada vez más pronunciada”, consolidando una relación asimétrica (como con otras potencias a lo largo de la historia), favoreciendo a algunos sectores económicos puntuales con un perfil económico extractivista y dejando su respectiva huella ambiental como hemos visto con el caso de las granjas porcinas.
Es decir, la ilusión de un “Estado fuerte” contrasta con la debilidad estructural de cualquier Estado dependiente o semi colonial que no destierre sus rasgos de sometimiento a una u otra potencia capitalista.
Dentro del Estado todo, fuera nada.
Una segunda cuestión que está detrás del análisis de Linera es la referida al motor de los cambios sociales y las “medidas transformadoras” en América Latina. Y en este aspecto, nuevamente el Estado es el centro de su reflexión pues, según el ex vicepresidente de Bolivia, cualquier teoría o movimiento político que pretenda construir poder fuera o contra del Estado está condenada a fracasar ya que éste sintetiza el monopolio no sólo de la fuerza, sino de la legitimidad en la acción política y de la dimensión simbólica de las sociedades. Para Linera el Estado en su carácter aparente (de transformación de lo individual en universal) debe dar paso a un “Estado integral” (usando “a su modo”, como veremos la categoría gramsciana) que habilite una integración entre sociedad y Estado en la cual las transformaciones sociales y las del Estado sean una sola. El Estado sería entonces un conjunto de instituciones que expresan “solidificaciones temporales de luchas, de correlaciones de fuerza entre distintos sectores sociales, y de un estado de esas correlaciones de fuerza”, lo cual, de por sí, anula la necesidad de una revolución para derrocar a las clases dominantes en tanto bastaría acumular “suficientes” (nunca está determinado esto en su teoría) fuerzas en su interior.
A su vez, la idea del Estado como el espacio por excelencia en el cual se condensan y se desarrollan las contradicciones sociales (idea que Linera adopta a su modo del “último” Poulantzas) impide pensar y apostar a desarrollar todo lo que en el último tiempo ocurrió “fuera del Estado” e incluso “contra el Estado” en América Latina. Vale señalar en este sentido que enla primera oleada de gobiernos “progresistas” una de sus tareas centrales fue reconstruir la autoridad de un Estado deslegitimado y asediado por las movilizaciones populares y la lucha de clases que atravesó el cambio de siglo en el continente, cooptando a muchas de las organizaciones que habían estado a la cabeza de movimientos como la “Guerra del Gas” en Bolivia o el 2001 en Argentina. Es decir, no se dio un proceso natural de “integración” de las contradicciones sociales al interior del Estado, sino un “desarme” del carácter anti estatal y disruptivo de esos movimientos en función de que sus reclamos se limiten a desarrollarse en los límites impuestos por los gobiernos de turno.
Siguiendo esta reflexión podríamos decir que en los últimos años hemos visto cómo en Chile, Ecuador, Colombia, Bolivia o Brasil (con sus desigualdades y características específicas) se han desarrollado agudos procesos de lucha bajo la forma de “revueltas”contra los planes de austeridad de los gobiernos y la pesada herencia del neoliberalismo, que se han desarrollado contra el Estado. En aquellos, algunas de las formas más creativas de lucha y coordinación surgieron fuera del Estado y contra la represión llevada adelante por las fuerzas represivas de ese mismo Estado. Entre los casos más significativos podemos mencionar la formación de Cabildos Abiertos en Bolivia como mecanismo de resistencia al golpe de Estado, la coordinación obrera y popular para la resistencia en Senkata o a un nivel de vanguardia la formación del Comité de Emergencia y Resguardo de Antofagasta que unió a trabajadores, estudiantes y vecinos en la lucha contra el gobierno de Piñera.
En ese marco, el desvío parcial o la derrota momentánea de esos procesos se explica justamente por la acción de aquellas direcciones que propusieron “integrarlos” dentro de los márgenes del Estado en los cuales la capacidad creativa “desde abajo” y la libertad para definir acciones de lucha se circunscribió a los mecanismos tradicionales de la democracia burguesa: en el caso de Bolivia en función de la elección del “conciliador” Arce que no ha dado respuesta a muchas de las demandas de quienes se enfrentaron a las medidas más reaccionarias del gobierno de Añez; y en el caso de Chile para desarrollar una Asamblea Constituyente maniatada por la derecha tradicional y hoy “gestionada” por el gobierno de Boric que ha comenzado a decepcionar a muchos de quienes lo apoyaron.
En este sentido resulta interesante cuestionar la acepción que da Linera a la idea de “Estado Integral” para pensar el modo en que este se cristaliza en las sociedades actuales. Como señalaJuan Dal Maso, la interpretación del pensamiento de Gramsci sobre el Estado extendido a la sociedad civil sólo en términos de “consenso” (integración en un sentido positivo diría Linera) no es sostenible, en tanto que para Gramsci es “un intento de resolver la contradicción fundante del Estado burgués entre bourgeois y citoyen, de modo tal que la distinción entre productor y ciudadano, público y privado sea reconducida a un reforzamiento del Estado ante la irrupción de las masas, en lugar de dar lugar a formas de democracia directa que suponen otro Estado en la que esta distinción sea superada históricamente”. Es decir, lejos de suponer una resolución de las contradicciones de clase, el Estado Integral penetra en la sociedad civil para complejizar los mecanismos de dominación y aparentar una unidad de propósitos “ciudadana” entre las clases en pugna. Esta cuestión también había sido señalada, a su modo, por Trotsky en referencia a la estatización de los sindicatos en la etapa imperialista como una combinación de concesiones a sectores de la clase obrera y represión de sus alas combativas y radicalizadas, y más recientemente, en la etapa neoliberal, mediante el surgimiento de burocracias al interior de diversos movimientos de lucha atravesados por la cuestión de clase (movimiento por tierra, vivienda, movimiento de mujeres, etc.).
Esta acepción implica una lectura política opuesta a la de Linera, pues conlleva la idea de que la clase obrera debe enfrentar a aquellas conducciones burocráticas que cumplen el papel de “policía política” en sus propias organizaciones. Pero sobre todo implica,retomando a Marx, que los trabajadores no pueden apropiarse de un aparato de dominación pensado para la opresión de su propia clase (el Estado Burgués) para desenvolver su poder, sino que deben crear sus propias instituciones en función del gobierno de las mayorías. La proyección de ese Estado surge entonces de la puesta en pie de esos organismos de democracia directa en los que se pueda realizar verdaderamente (y no aparentemente como en el Estado que presenta Linera) una unidad entre “producción” y “ciudadanía” o dicho de otro modo, entre la deliberación política efectiva del gobierno y la ejecución mediante el dominio de los medios de producción. En el caso de Gramsci, este papel se puede vincular a los consejos de fábrica que en el caso ruso se referencian en los Soviets.
Es decir, la perspectiva de Linera de que el único canalizador de las transformaciones sociales debe ser el Estado no sólo anula la perspectiva de una revolución sino que obtura toda posibilidad de que los movimientos de lucha contra el neoliberalismo y los planes de austeridad que se han desarrollado en los últimos años puedan desplegarse de forma independiente al Estado, lo cual, como hemos señalado, ha implicado históricamente o su cooptación o su desaparición.
Nuevos horizontes de expectativas.
Antes de terminar queremos detenernos en un último aspecto que plantea Linera: el oscuro panorama en el “horizonte de expectativas” causado, en su visión, por la pandemia y la crisis. Según su lectura, la falta de respuesta sobre “¿A dónde vamos?” ha generado un “caos cognitivo” y el Estado se ha transformado en un lugar de “resguardo” ante aquel descalabro, augurando que “en los siguientes 30 o 40 años vamos a tener más Estado, no menos Estado”. Esto sirve a Linera para oponer una visión “estatalista” frente a la avanzada de proyectos neoliberales referenciados en la extrema derecha.
Sin embargo, el propio Linera ha reconocido recientemente en algunas entrevistas que el surgimiento en América Latina de “populismos de derecha” ha estado vinculado a los límites de la primera oleada de gobiernos pos-neoliberales para atacar a los sectores que manejan los resortes económicos de nuestras sociedades. Y en paralelo, asume que esta “segunda ola” de “gobiernos progresistas” es mucho más moderada en sus relaciones con el gran capital. Entonces ¿Por qué creer que en un escenario con “populismos de derecha” más fortalecidos que a comienzos del siglo XX y que influyen en la “moderación” política de los “progresismos” se pueden esperar reformas más profundas? ¿Por qué esperar que en este contexto el “fortalecimiento del Estado” de la mano de aquellos gobiernos pueda cumplir un rol transformador cuando según el propio Linera no lo hicieron hasta el final cuando las condiciones fueron más favorables?
Si para Linera la fórmula de la hegemonía política que habilita el proceso de “construcción de la nueva forma estatal” parte de “derrotar el proyecto dominante e integrar en torno a los nuevos esquemas morales y lógicos dominantes al resto de la sociedad”, se puede decir que estos proyectos se desarrollan en dirección contraria: se trata de “pactar” una coexistencia con los grandes capitales para sostenerse en el poder, adoptando gran parte de la agenda política y de los “valores y esquemas morales” de la derecha en función de “competir” con ellos por la representación de los intereses dominantes.
Lo cierto es que el “horizonte de expectativas” que se han trazado algunos de los proyectos “progresistas” en el último tiempo se ha limitado a construir “mayorías electorales”, incorporando a sectores tradicionales del poder, que han presentado como imposibles hasta las más tímidas reformas económicas o políticas. A su vez, en pos de sostener estas “mayorías electorales” se ha profundizado el encorsetamiento de todo tipo de movilización o cuestionamiento “fuera del Estado”. De este modo, las organizaciones sindicales o movimientos sociales adheridos a aquellos proyectos, lejos de jugar un rol en transformar la relación de fuerzas han sido un brazo extendido del Estado en la contención de todo cuestionamiento a las políticas gubernamentales.
En este sentido la construcción de un nuevo “horizonte de expectativas” no puede estar desligada de la lucha contra la resignación y el acotado margen de transformaciones que promete la “segunda ola de progresismos”. Si toda aspiración a transformaciones más profundas ha sido acallada en nombre de sostener aquellas “mayorías electorales” y no dar “paso a la derecha”, la única manera de elevar la vara respecto a las posibilidades transformadoras hacia el futuro es romper con aquella dicotomía. No estamos condenados a repetir en “loop” una secuencia de espiral derechista entre gobiernos “progresistas” cada vez más corridos a la derecha y gobiernos abiertamente pro-empresariales incapaces de sostenerse en el poder.
Para romper ese bucle es necesario trazar un programa realista que dé salida a los problemas más urgentes, lo cual implica cuestionar el atraso y la dependencia de las sociedades latinoamericanas y las relaciones de propiedad que le dan origen. No es posible derrotar a la derecha sin asediar las bases materiales que le dan sustento, como ha demostrado la reconstrucción de los proyectos derechistas en torno a los tradicionales centros de poder económico en América Latina. Desde ya, esta perspectiva implica una lucha abierta con las burocracias sindicales y políticas que resultan una fuerte contención al movimiento de masas que se ha planteado salir a las calles en varios países durante los últimos años y que hoy tiene aspectos de continuidad en las recientes movilizaciones en Ecuador.
El “socialismo” del que habla Linera en su libro no es más que un cúmulo de reformas parciales del capitalismo que hoy ni siquiera encuentran asidero en los “progresismos” realmente existentes. Las verdaderas transformaciones para romper de raíz la dependencia histórica de América Latina implican una lucha anticapitalista y socialista que de rienda a las instituciones de lucha formadas “desde abajo” en función de construir un gobierno de trabajadores en ruptura con el Estado capitalista que tome en sus manos las demandas del conjunto de los explotados y oprimidos.
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