Imagen: Enfoque Rojo
¿Qué tiene que ver una serie sobre la gentrificación con los problemas sociales de las grandes ciudades que quedaron al desnudo con el Covid19?
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La gentrificación es la transformación de espacios urbanos, impulsada por la especulación inmobiliaria y la inversión privada, que convierte barrios y zonas populares en productos atractivos. Muchas veces la inversión privada se combina con iniciativas de gobiernos locales y regionales para mejorar accesos de transporte, generar condiciones para la instalación de negocios y actividades destinadas a sectores medios y altos. Estos procesan resultan en la suba de los alquileres de viviendas y locales (por el aumento del precio del metro cuadrado, el objetivo de empresas inmobiliarias), el aumento del costo de vida en general y la expulsión de familias de clase media baja y trabajadoras así como el cierre de pequeños comercios locales.
La forma en la que vivimos tiene mucho que ver con la forma en la que vivimos el aislamiento social o la cuarentena en las ciudades.
Gentefied habla de muchos de esos problemas. Es una serie de la plataforma Netflix y es un juego de palabras en inglés de gentrified (gentrificado) y “gente”, que es la forma en la que las personas de la comunidad latina en Estados Unidos se llaman entre ellas. En Gentefied, Boyle Heights (una especie de Palermo gigante en el este de la ciudad de Los Ángeles, donde tradicionalmente vivían familias latinas) encierra muchas de las contradicciones de los procesos de gentrificación.
En la vida real en Boyle Heights, se mejoró el transporte, sobre todo el acceso al centro de Los Ángeles. Eso hace que más gente con más poder adquisitivo visite y se mude a la zona. Parece que todo el barrio mejora. Qué vemos en las serie. Un barrio que crece, se instalan muchos negocios, se mejoran algunas zonas. Pero al mismo tiempo, las familias trabajadoras (muchas precarias) y pobres que vivían ahí son desalojadas y los negocios locales terminan en ruinas por el aumento generalizado de los alquileres. La vida en las grandes ciudades bajo la lupa. ¿El aislamiento es igual para todos?
En medio de la pandemia, lo que estaba naturalizado empieza a quedar en evidencia. Las propias medidas abren los debates. ¿El aislamiento es igual para todos?
Pensemos en las primeras medidas: limitar los servicios de transporte. ¿Qué podían hacer quienes tenían que seguir yendo al trabajo cuando no se aplican las licencias, no se reducen siquiera las jornadas laborales o son sectores esenciales? El resultado fue estaciones y transportes hacinados. El problema no comienza en la pandemia. El transporte público en toda el área metropolitana de Buenos Aires es un problema incluso en tiempos “normales”. Suspensión de clases. Si chicas y chicos no van a la escuela, ¿quién los cuida si no se acceden a las licencias de la administración pública? En muchos sectores privados, las licencias tardaron en implementarse y en otros ni siquiera fueron reconocidas. Pensemos además, en un contexto donde el 40% trabaja de forma no registrada. En un sector clave de cuidados, las empleadas domésticas (que incluye a las cuidadoras), esa cifra trepa al 72%. La mayoría trabaja sin ningún derecho para exigir el pago de los días no trabajados. Así lo cuentan las trabajadoras de Nordelta en una declaración publicada en La Izquierda Diario. Además, hay 3,2 millones de monotributistas que no pueden solicitar licencias porque no hay relación de dependencia y verán afectada su actividad. El lunes 23 se anunciaron medidas mínimas que servirán solo paliar una pequeña parte de las consecuencias sobre su economía ya castigada. También quedó en evidencia un problema que conocen muy bien las mujeres: sobre ellas siguen recayendo las tareas de cuidado. Las mujeres siguen dedicando el doble de tiempo a esas tareas no remuneradas. Aunque trabajan fuera del hogar y el cuidado infantil y de personas ancianas o enfermas sigue estando a su cargo. El acceso a la vivienda es otro gran problema. El gobierno anunció que relanzará el plan PROCREAR para mejorar viviendas, pero imagínense el tiempo que podría llevar, no es una respuesta a esta crisis sanitaria. Te puede interesar: Crisis habitacional y pandemia: ¿Qué pasa con los más vulnerables?
En Argentina
El 5% de la población vive en condiciones de hacinamiento crítico (más de 3 personas por habitación). Pensemos en lo que eso implica para las condiciones del distanciamiento social recomendado. El 10% no tiene acceso a agua a corriente. ¿Cómo es posible cumplir con una de las principales recomendaciones para resguardarse del virus, que es lavarse las manos frecuentemente? En la Ciudad de buenos aires, la más rica del país
Hay 365.000 hogares con déficit habitacional (construcción incompleta, con materiales precarios o con hacinamiento) Al mismo tiempo hay 340.000 viviendas ociosas, es decir vacías, donde no vive nada. Casi la misma cantidad de hogares en déficit habitacional. Además hay casi 8.000 personas viven en la calle (y otras 200 mil en riesgo de perder su hogar por la imposibilidad de pagar el alquiler). El problema del acceso a una vivienda digna supera a esta crisis sanitaria y viene de mucho antes. Pero una medida urgente hoy podría neutralizar los lugares de contagio, especialmente si consideramos que se desconoce la cantidad de personas infectadas por la ausencia de una política de tests masivos como indican expertos y la propia Organización Mundial de la Salud.
Pero además de problemas económicos relacionados la desigualdad hay otros problemas
Se agudiza la división social, especialmente entre quienes pueden permitirse aislarse y así resguardarse del contagio. Con sueldo (por licencias o teletrabajo) o por contar con ahorros u otros ingresos que les permiten no realizar actividades. El aislamiento pone en evidencia también la interdependencia entre las personas, lazos imprescindibles para la vida humana, cortados por la organización de las sociedades actuales. Todas las personas en algún momento de nuestra vida necesitamos a otra persona. En un contexto de recorte de servicios sociales, de políticas sociales de cuidado, las soluciones las brinda el mercado. ¿Qué pasa cuándo no están disponibles o no podés pagarlas? La realidad actual provocada por la pandemia deja al desnudo la realidad de millones de personas que no acceden a esas opciones de cuidado social (escuelas, guarderías, clubes, geriátricos, entre otras). En la Ciudad de Buenos Aires, el 70 % de las personas vivimos en edificios, pero ¿sabemos cómo vive la gente que nos rodea? Cada vez más personas viven solas, gran parte de las familias son monopartentales (en realidad monomaternales porque la mayoría tienen a su cabeza a una mujer). Vivimos interconectados por la tecnología pero aislados, y eso ya pasaba antes de la pandemia Covid19. En una sociedad en la que todo lo que no es trabajo está muy recortado, queda muy poco tiempo para el descanso, el ocio, para las relaciones sexo-afectivas, para disfrutar del arte. Este momento excepcional hizo que algunas obras de teatro se transmitieran vía streaming y, para muchas personas quizás sea la primera oportunidad de verlas. Cuando la oferta cultural está mercantalizada, como sucede en la mayoría de los casos, el acceso está bloqueado para la mayoría. Mientras todo “funciona normalmente”, muchas cosas están naturalizadas
Vivir para trabajar, aunque la tecnología hoy nos permita dedicarle muchas menos horas a la mayoría de los trabajos. Trabajar jornadas extensas mientras otros no tienen trabajo. Mucha gente se enferma porque no puede pagar condiciones de vida segura en medio de una pandemia. Millones de personas no acceden a la Salud porque fue transformada en una mercancía. Al parar ese “funcionamiento normal", se hace más sencillo ver cuán insostenible es la forma en la que está organizada la sociedad actual, alrededor de las ganancias de empresas y una minoría de capitalistas y no de la vida de las mayorías.
Por eso no es para nada desacertada la esa frase que se empezó a decir bastante en europa: “el paciente cero es el capitalismo”.
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