Soy docente hace 18 años y tomo como parte de mi opción pedagógica abrir el debate ante los hechos relevantes de la coyuntura socio-política en el aula con mis alumnos. Pensando en la discusión en las aulas y de cara al paro y movilización del 24 de agosto surgen estas líneas.
Miércoles 24 de agosto de 2016
En nuestra planificaciones y en los diseños curriculares se repite: nuestra tarea es fomentar el espíritu crítico, favorecer el desarrollo de niñas/os y jóvenes autónomos. Si tomamos en serio estas y muchas otras consignas para los que nos dedicamos a la docencia, para nosotros y para nuestros pibes la realidad se desenmascara ante nuestros ojos y estalla en mil pedazos.
Inermes cumpliendo horarios y días de clase, una matrícula desmedida en cada aula que dificulta una intervención pedagógica eficaz. Sólo con abrir los ojos alcanza para ver el estado edilicio de nuestras escuelas, los niños y adolescentes que año tras año son expulsados de la escuela pública por falta de vacantes.
La realidad de las amplias mayorías que habitamos la escuela pública - niños, adolescentes y adultos en calidad de alumnos, docentes o familias - está marcada por la lucha cotidiana desde que suena el despertador hasta altas horas de la noche en tareas de subsistencia, como alimentar a la familia. En el caso de los docentes en su mayoría mujeres. Tocan las doce y seguramente algo para corregir o planificar espera. Y ese momento de concretar el sueño de transformar la realidad en nuestra tarea de educadores queda aprisionado entre el sueldo que no alcanza y el cargo o las horas nuevas que tomamos por necesidad y no por otra cosa.
A la mañana la mirada de nuestros pibes. Y aunque afuera el mundo se desarme como si fuera de papel hay un contenido prioritario que enseñar. El mundo es también la escuela, son ellos, somos nosotros.
Impulsados para que nuestro trabajo sea lo menos alienante posible, no resulte opresor para nosotros y para los demás, sino más bien transformador con el deseo intacto en a la formación de sujetos protagonistas de su historia y de la historia. Sé que no alcanza con el contenido prioritario de hoy y la abnegación normalista y normalizadora de cada jornada. La escuela aparece en escena como una de las últimas instituciones en pie, de un sistema que no ha respondido a los intereses de las grandes mayorías, más bien ha sostenido desde su nacimiento la lógica de opresores y oprimidos, sin embargo es también nuestro espacio cotidiano para hacer la diferencia, para organizarnos en cada lucha y renovar de sentidos nuestra tarea.
La lucha que no emprendamos como trabajadores de la educación nadie la dará por nosotros. No la dará el estado que siempre está del lado de los que más tienen: una de las las pruebas está en la reforma educativa que nunca llegó en los gobiernos “progresistas” de la etapa anterior. Hoy la depredación del sistema educativo continúa, en las manos de un Gobierno de CEO.
Tampoco darán la lucha las cúpulas sindicales que olvidaron hace tiempo su calidad de trabajadores, los mismos que sostiene hace ocho meses la tregua con el Gobierno.
Paramos, nos movilizamos y nos encontramos, en las discusiones y en las luchas porque queremos mucho más. Queremos recuperar plenamente los sindicatos para los trabajadores, transformándolos de raíz, desde sus mismos estatutos. Paramos porque la huelga y la organización son las primeras herramientas de los trabajadores. Paramos por un plan de lucha que fortalezca nuestras acciones, para sostener esta disputa, ligarnos a otros sectores y hacer visible al conjunto de la sociedad lo que está en juego.
Hoy no puedo mirar a mis alumnos y decirles: " yo no paro".