Jóvenes, estudiantes y trabajadores de las juventudes y agrupaciones anticapitalistas, socialistas y revolucionarias impulsadas por la Fracción Trotskista - Cuarta Internacional (FT-CI) en Argentina, Brasil, Estados Unidos, Chile, México, Francia, Estado Español, Alemania, Italia, Venezuela, Bolivia, Perú, Costa Rica y Uruguay nos sumamos a la Huelga Mundial por el Clima este 24 de septiembre y en siete idiomas distintos, gritamos lo mismo: ¡Si el capitalismo destruye el planeta, destruyamos al capitalismo!
Miércoles 22 de septiembre de 2021 14:21
Este 24 de septiembre llenaremos las calles una vez más en una nueva Huelga Mundial por el Clima. Los motivos nos sobran: la agudización de la crisis climática, demostrada en las inundaciones, sequías e incendios forestales que han pegado devastadoramente, y como lo plantea el último informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), y los planes extractivistas del imperialismo en América Latina y África, hacen más urgente la necesidad de movilización.
En esta convocatoria del 24S exigimos a los gobiernos que se tomen medidas urgentes para frenar el calentamiento global y avanzar en la transición energética. Pero ante la agudización de la crisis climática es necesario levantar un programa independiente y conquistar una estrategia para terminar con la causa de la catástrofe ecosocial que nos amenaza: el sistema capitalista.
El calentamiento global como resultado de la producción capitalista representa una amenaza directa para la vida de cientos de millones en las próximas décadas. Pero en lugar de sucumbir a la desesperación y la desmoralización climáticas, debemos canalizar nuestra frustración hacia la lucha para derrocar el sistema capitalista. No es demasiado tarde para evitar niveles catastróficos de calentamiento. Pero no debemos hacernos ilusiones en los partidos del capital para hacer los cambios que necesitamos. Solo la clase trabajadora y sus aliados tienen el poder de construir un nuevo sistema en interés del conjunto de la humanidad.
Con una crisis ambiental que se agudiza, no hay tiempo que perder
La publicación de la primera parte de la sexta Evaluación del Informe del IPCC fue concluyente: la evidencia científica reunida demuestra que el proceso de calentamiento global torna más peligrosas sus consecuencias, hace cada vez más difícil su reversión y acelera los tiempos para tomar medidas para detenerlo. Los cambios en el clima de la Tierra se dan “en todas las regiones y en el sistema climático en su conjunto”, muchos de estos cambios observados en el clima “no tienen precedentes en miles, sino en cientos de miles de años, y algunos de los cambios que ya se están produciendo, como el aumento continuo del nivel del mar, no se podrán revertir hasta dentro de varios siglos o milenios”.
Pero si la evidencia científica del calentamiento global es una clave del Informe del IPCC, la otra clave es la evidencia de su vinculación directa con el modo de producción capitalista. Ya no quedan dudas del impacto de este modo de producción en el sistema climático, que se ha calentado de forma enormemente acelerada desde el comienzo de la Revolución industrial, siendo las emisiones descontroladas de gases de efecto invernadero responsables de generar un desequilibrio global que nos está llevando a la catástrofe.
El informe vuelve a insistir en que a menos que se reduzcan profundamente las emisiones de dióxido de carbono (CO2) –y otros gases de efecto invernadero–, hasta llegar a un nivel neto cero en torno a 2050, la meta del Acuerdo de París será inalcanzable. Este acuerdo, negociado en la XXI Conferencia sobre Cambio Climático (COP 21) de 2015, busca mantener el aumento de la temperatura global promedio por debajo de los 2°C y limitar que llegue a 1.5°C, umbrales que se consideran de consecuencias graves para el desarrollo de la vida en el planeta. Pero en realidad estos objetivos están fracasando estrepitosamente. Según las estimaciones más pesimistas, se espera que el planeta supere el límite de 1,5°C en poco más de una década y que para fines de siglo pueda alcanzar los 3°C de calentamiento.
Las consecuencias catastróficas de esta dinámica ya están a la vista: aumento de sequías de proporciones nunca vistas en Argentina y Brasil, así como los incendios descontrolados en Turquía, Grecia, Túnez o Estados Unidos, las lluvias torrenciales e inundaciones en China, Alemania y países del norte de Europa; o en América Latina, una de las regiones más afectadas por las tormentas e inundaciones como lo fue México hace unas semanas.
Somos testigos de la intensificación de ciclones tropicales, calentamiento y acidificación de ríos y océanos, olas de calor, precipitaciones extremas e inundaciones, todas manifestaciones terribles de una situación completamente inédita para la humanidad y, aunque parece sentido común que ocurran fenómenos naturales, no deben implicar el costo de vidas o pérdidas materiales. Las tragedias y daños sociales son responsabilidad de los gobiernos y son evitables, pero se necesitan planes de construcción, planeamiento y adaptación bajo control de las y los trabajadores junto con las poblaciones afectadas.
Los efectos del cambio climático los sentimos las y los jóvenes, trabajadores, mujeres y desocupados en las regiones, poblaciones campesinas y originarias, mientras ese puñado de empresarios en el mundo, que son multimillonarios a costa de nuestro trabajo, pueden relocalizarse fácilmente desde las áreas más afectadas por el cambio climático. Ellos y su sistema son los responsables de destruir la naturaleza, aunque sus consecuencias no sean iguales para todos.
No es la “actividad humana”, es el capitalismo: que el miedo al colapso no nos impida pensar nuevos futuros
La responsabilidad del calentamiento global y de la destrucción de los ecosistemas tiene una forma histórica concreta: el sistema capitalista. Marx veía una incompatibilidad fundamental entre la producción sostenible y el capitalismo: a través de la producción de mercancías –explicó– el capitalismo crea una ruptura metabólica, alterando las condiciones necesarias para un intercambio duradero entre los seres humanos y la naturaleza. Si bien describió este fenómeno en relación con el agotamiento de los nutrientes del suelo por la agricultura capitalista, hoy somos testigos de la misma ruptura metabólica que ocurre en varios sistemas terrestres y afecta nuestro clima, agua y aire.
La irracionalidad de este modo de producción, al estar basado en la explotación del trabajo, en la mercantilización, despojo y destrucción de la naturaleza, en el crecimiento ilimitado de producción y consumo –pensado desde la ganancia empresarial y no las necesidades de las personas– lo hace incapaz de mantener una relación armónica con el sistema tierra.
Son las empresas multinacionales como Chevron, Shell, Total, Repsol, ExxonMobil, British Petroleum, ENI, entre las más conocidas, las que lucran con la extracción y producción de combustibles fósiles, mientras que los gobiernos las impulsan y garantizan la continuidad de sus negocios. El capitalismo sigue generando toda una serie de procesos autodestructivos que tienen efectos brutales sobre las personas y las especies, en muchos casos aún desconocidos. La lógica es destruir una región –o “zona de sacrificio”– y pasar a la siguiente, en busca de más ganancias.
Mientras millones de personas en todo el mundo sufren por hambre, la pandemia, de origen zoonótico, ha dejado en claro cómo el agronegocio y la producción industrial de alimentos impulsados por la búsqueda de lucro destruyen ecosistemas enteros para entregarlos al monocultivo, liberando patógenos como el coronavirus o produciéndolos en condiciones ideales con megagranjas de animales hacinados y maltratados, y atestados de antibióticos, como vimos con la gripe A y muchos otros antes. El capitalismo cosifica a los animales como mera maquinaria a explotar.
Sin embargo, hay quienes deciden poner el foco en que el problema son los “seres humanos”, en vez de este modo de producción irracional y anárquico. Estos discursos, sumados a quienes dicen que ya no hay vuelta atrás y nos dirigimos al colapso y la extinción, bloquean la posibilidad de pensar y construir otros futuros posibles. Nos bloquean a imaginar otro sistema social distinto, como es el socialismo, un sistema organizado democráticamente por los trabajadores, escuchando todas las voces y poniendo la ciencia al servicio de planificar la economía, la producción y la distribución bajo una nueva relación, armónica, racional y sostenible, con la naturaleza, donde ya nadie sufra por no tener comida o vivienda.
Cumbres climáticas: una gran farsa para no cambiar nada
Así como el último informe del IPCC demostró que el Acuerdo de París había sido completamente impotente para poner un freno a las emisiones de CO2, la COP 26 que tendrá lugar en Glasgow en noviembre será una nueva puesta en escena de esta farsa.
La realidad es que estas cumbres han sido y siguen siendo dominadas por las grandes corporaciones capitalistas y los gobiernos de las principales potencias contaminantes del planeta. Así quedó en evidencia en la Conferencia del Clima de Madrid (COP25) de 2019, que fue patrocinada por Endesa e Iberdrola, dos pesos pesados del oligopolio energético y la primera y octava empresas más contaminantes del Estado español. O en la filtración de documentos que prueban la injerencia de las grandes compañías petroleras y de energía norteamericanas en las cumbres climáticas celebradas entre 1989 y 2002 y la redacción final de sus acuerdos; o el caso de la Shell, que se encuentra entre las 10 empresas más contaminantes del planeta y cómo influyó en la redacción de los propios Acuerdos de París.
Son estas corporaciones imperialistas y sus lobbies multimillonarios, junto con los grandes bancos y los gobiernos capitalistas en complicidad con grupos armados privados y paramilitares, que promueven la extracción y producción de combustibles fósiles, o de megaproyectos contaminantes en países semicoloniales de América Latina y África, de la mano del desplazamiento de comunidades originarias y una gran cantidad de ataques y asesinatos a defensores de la tierra y activistas ambientales.
Las medidas dictadas por las cumbres y las agendas "verdes" de los gobiernos solo son llevadas a cabo en tanto y en cuanto no afecten los negocios ni los intereses de las grandes corporaciones, el comercio mundial y la producción capitalista. Las denominadas energías renovables, intensivas en capital y tecnología, son desarrolladas por grandes multinacionales como una nueva fuente de acumulación de riquezas. El discurso verde de dichas corporaciones y de los países imperialistas pone especial énfasis en la necesidad de incentivos fiscales para garantizar la rentabilidad de las renovables. Continúa considerando a la energía como una mercancía y reduce el problema a la emisión de GEI, ocultando deliberadamente, entre otras cosas, el impacto social y ambiental de la minería necesaria para obtener los materiales utilizados en la infraestructura de las renovables. Cuando países y multinacionales imperialistas han logrado reducir sus emisiones de gases contaminantes, lo han hecho deslocalizando su producción y contaminación a países semicoloniales con la complicidad de los capitalistas nativos y sus gobiernos, y reforzando los lazos de dependencia.
Para dar una idea de la farsa basta decir que desde el Protocolo de Kioto en 1997 se han lanzado a la atmósfera el 50% de las emisiones totales de CO2 que han tenido lugar desde el inicio de la era industrial (en 1750), y solo en los últimos siete años se ha emitido el 10%. Tras la Cumbre de París (2015) se registraron los mayores incrementos en las emisiones de CO2 de la historia del capitalismo.
La crisis climática, que viene siendo cada vez relevante en las cumbres y foros internacionales como las cumbres de la Tierra y los diálogos convocados por Joe Biden este año (como en el Día de la Tierra y los Foros sobre Energía), la CELAC y la cumbre del G7, son dirigidas de principio a fin por las grandes potencias imperialistas, tanto para abrir nuevos mercados, como para desarrollar negocios vinculados a las energías limpias.
Negacionismo reaccionario y capitalismo verde, dos respuestas desde el poder que nos llevan al desastre
Frente al calentamiento global se proponen distintas estrategias en el marco del capitalismo. Por un lado, el negacionismo de la extrema derecha, con figuras como Bolsonaro, Abascal, Morrison o en su momento Trump, alineado sin más con los intereses del gran capital dedicados al combustible fósil y el agronegocio (pero también al que ya prepara el negocio de la transición, como el caso de Elon Musk, sin reparos en apoyar la injerencia imperialista en Bolivia para garantizarse el litio destruyendo los ecosistemas y poblaciones). Esta posición, financiada por las grandes corporaciones de las industrias petrolera, energética y automotriz, sigue en boga e intenta extenderse, especialmente en Latinoamérica, en sectores de la juventud desde sectores autodenominados “libertarios”.
Por otro lado, todas las variantes del capitalismo verde y sus representantes políticos, desde los gobiernos y partidos del establishment imperialista mundial hasta los partidos social liberales y los verdes, demuestran a cada paso que solo utilizan el discurso verde como greenwashing para favorecer a sus burguesías o aplicar políticas reaccionarias.
A pesar de sus promesas de campaña y su coqueteo con la política del Green New Deal, el imperialista Joe Biden ha actuado como un feroz defensor de los intereses de las grandes corporaciones que lucran los combustibles fósiles, concediendo más de 2000 nuevos permisos para la exploración de petróleo y gas en tierras públicas y tribales en los primeros seis meses del año (y el plan de conceder 6000 permisos para fin de año), mientras presiona a la OPEP para que aumente su producción de petróleo. Al mismo tiempo, el ejército norteamericano y su maquinaria de guerra infernal desplegada por todo el globo, consume más combustibles fósiles y emite más gases contaminantes que 140 países. Por su parte, China es el mayor productor mundial de C02 con el 30% del total. Y no solo planea comenzar a reducir sus emisiones recién en 2026, sino que sigue construyendo centrales a carbón mientras externaliza activamente su destrucción y riesgos ambientales con su matriz extractivista en Latinoamérica y otras regiones mediante exportación de megagranjas porcinas, megaproyectos hidroeléctricos, etc.
Lo mismo sucede con el discurso verde del gobierno de Alberto Fernández en Argentina, que en nombre de un falso “desarrollo” impulsa la explotación de hidrocarburos incluso offshore destinando subsidios estatales millonarios al fracking en Vaca Muerta (considerado por la propia ONU como una “bomba de carbono”), como parte de toda una matriz extractivista que incluye megaminería, agronegocio y producción industrial de cerdos; o el del gobierno del PSOE y Podemos en el Estado español, que hace gala de su compromiso con el medio ambiente pero está repartiendo miles de millones de euros de los fondos de la Unión Europea entre las empresas más contaminantes del país, por mencionar solo algunos ejemplos. O en algunos otros casos en América Latina, donde gobiernos que de autodenominan “antineoliberales” combinan una retórica de la defensa de las empresas estatales, la mayoría productoras de hidrocarburos, con los megaproyectos de inversión privada imperialista, con los cuales buscan mantener una retórica progresista mientras continúan con los planes ecocidas y de despojo.
La utopía del Green New Deal
La política del Green New Deal (GND) es defendida por el ala “progresista” del Partido Demócrata norteamericano como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez y el Democratic Socialists of America (DSA), así como por otras figuras de la izquierda neorreformista europea, como Pablo Iglesias e Iñigo Errejón en el Estado español, e incluso Pedro Sánchez del PSOE ha coqueteado con la idea, igual que lo hizo Biden.
Si bien el GND plantea algunos aspectos que son vistos con buenos ojos por el movimiento ambiental -como las garantías para los empleos de los trabajadores desplazados de los combustibles fósiles, un gran programa de obras públicas o garantías para los derechos de sindicalización-, los grandes partidos del capital ponen todos los obstáculos posibles para la realización de estas demandas. Pero su mayor límite no es este, sino que como programa sostiene que las mega corporaciones responsables de la crisis ecológica actual sean las que mediante subvenciones estatales desarrollen la infraestructura para salir del desastre.
Esto no sólo es una quimera -las corporaciones se han negado rotundamente a abandonar los combustibles fósiles incluso cuando se les ha proporcionado una importante financiación estatal- sino que además premia a las mismas empresas que son responsables de la crisis climática y ecológica a la que nos enfrentamos. Los gigantes de la energía, las empresas de combustibles fósiles y todos los mayores contaminadores del mundo no se verán incentivados a cambiar a la energía verde mientras existan posibilidades de seguir obteniendo megabeneficios en los sectores del petróleo, el gas y el carbón.
Ya sea defendiendo la aplicación de programas como el GND o haciéndose abanderados de propuestas similares como la Agenda 2030 de la ONU, corrientes neorreformistas como Podemos o Más País en el Estado español, el DSA norteamericano o la Francia Insumisa de Francia, se subordinan a la estrategia del capitalismo verde. De ese modo, terminan actuando como justificadores “de izquierda” de la idea utópica y reaccionaria de que es posible un “capitalismo sostenible” y que las corporaciones que han generado la crisis actual pueden reconvertirse en las salvadoras del planeta.
Ninguno de los gobiernos y partidos capitalistas, ni siquiera aquellos que se presentan como “verdes”, “progresistas” o de la izquierda neorreformista, está dispuesto a tomar las medidas que exige la situación. Porque para hacerlo deberían enfrentar decididamente los intereses de los capitalistas. Por el contrario, algunos de ellos pretenden impulsar pseudo medidas de mitigación contra el cambio climático haciendo que sea la clase trabajadora y los sectores populares quienes paguen sus costos. Es el caso de los Verdes en Alemania, que quieren aumentar el impuesto al CO2, afectando fundamentalmente a la clase trabajadora y están preparando despidos masivos para avanzar en el "cambio estructural" hacia la producción de coches eléctricos, producción que, en sí, tampoco es una medida verde por el enorme coste en materiales que supone. Es la misma política impulsada por Macron en Francia, con el aumento del precio del diésel que desató el movimiento de los Chalecos Amarillos, o el cierre de la refinería de Grandpuits, cuyos trabajadores en alianza con los movimientos ecologistas respondieron con un plan para mantener las fuentes de trabajo reconvirtiendo la empresa en forma sostenible. En América Latina, el mecanismo imperialista de la deuda externa sirve como extorsión para la avanzada extractivista; los gobiernos, sin distinción, reconocen la deuda y la utilizan como excusa de “conseguir dólares” para pagarla y justificar esa matriz de negocios destructiva y contaminante.
El movimiento juvenil por el clima y las estrategias en pugna
El movimiento juvenil, que se ha puesto en pie en todo el mundo en los últimos años, demostró decisión para denunciar la crisis climática como nadie lo ha hecho. Frente a las “potencias infernales” que ha engendrado el capitalismo, cuyas consecuencias hoy resultan inevitables, es el momento de seguir llevando al frente la táctica de la huelga, tanto estudiantil como laboral, como método de lucha para visibilizar nuestras demandas.
Pero dentro del movimiento no todos planteamos la misma estrategia. Mientras hay sectores que defienden como perspectiva el Green New Deal o políticas similares gestionadas desde los Estados capitalistas, otros ponen el acento en la necesidad de impulsar cambios individuales, por ejemplo, modificando los hábitos de consumo, y en que la lucha política se da a nivel local o micro, mientras tanto la burguesía dispone de gobiernos, Estados y organismos internacionales para favorecer sus negocios. Otra tendencia extendida tiene un fuerte componente antipolítico y critica en pie de igualdad cualquier tipo de organización política, sin delimitación de clase ni distinguir si se trata de partidos u organizaciones ligadas al interés burgués, Estados y gobiernos, de las acciones y organizaciones de la propia juventud y la mayorías explotadas y oprimidas. Esto incluye tanto agrupaciones u ONGs que no quieren denunciar a partidos y gobiernos para no perder sus apoyos en esos sectores, incluso dándoles su apoyo “crítico”; como a quienes creen que para vencer solo basta con la lucha social y sus movimientos, y niegan la lucha política. Finalmente, en muchos sectores existe una confianza en el rol de los Estados capitalistas como agentes de cuidado y redistribución, lo cual supone que los cambios necesarios para superar esta crisis son íntegramente posibles dentro de las democracias burguesas, ignorando tanto la experiencia histórica como la potencialidad de la autoorganización del proletariado.
La única manera de atacar las causas de la catástrofe ambiental global que nos amenaza es que en la lucha se implique la mayoría de la población con la clase trabajadora al frente. Si la relación de la sociedad con el resto de la naturaleza está mediada por la producción, es revolucionando la producción como se puede regular racionalmente el metabolismo con la naturaleza. Por ello la clase trabajadora, la única clase auténticamente productora de la sociedad, es la única clase que puede actuar como articulador de una alianza social capaz de activar el “freno de emergencia” ante el desastre al que nos está llevando el capitalismo.
La necesidad de que la clase trabajadora se integre a la lucha climática con sus propias reivindicaciones y sus propios métodos de lucha es vital para el desarrollo del movimiento. Es necesario ayudar a romper los prejuicios que existen en amplios sectores de la clase trabajadora con el movimiento ambiental, aunque muchas veces estén justificados por políticas que en nombre de la “defensa del ambiente” la han despreciado equiparándola con las patronales contaminadoras o han promovido incluso medidas que implicaban un ataque directo a sus condiciones de vida sin más alternativa. Pero, sobre todo, es necesario enfrentar y denunciar el rol reaccionario que juegan la mayoría de los sindicatos burocratizados. Especialmente en los sectores de la industria pesada y la industria energética, las burocracias sindicales actúan como los mejores socios de los capitalistas. Muchas veces se oponen a cualquier medida de transición ecológica, por más superficial que sea, bajo el argumento de “salvar los puestos de trabajo”, cuando lo que esconden en realidad es una política para salvar las ganancias de los capitalistas, atando el destino de la clase trabajadora a los buenos negocios de los empresarios.
La clase obrera ha mostrado en muchas ocasiones su potencialidad para dar una salida a la catástrofe ambiental, uniendo sus demandas a las del movimiento ambientalista, como en la huelga de la refinería de Total en Grandpuits (Francia); o en el astillero Harland and Wolff en Irlanda, que fue declarado en bancarrota pero sus trabajadores tomaron las instalaciones exigiendo su nacionalización y que se implemente el uso de energías limpias; o con la participación de sectores de trabajadores en las luchas contra la megaminería en Argentina, uniéndose con el movimiento ambiental y a la juventud que enfrentan el extractivismo. Estas experiencias incipientes son una tendencia que es necesario desarrollar impulsando organismos de lucha y autoorganización que unifiquen a la clase trabajadora con la juventud y los movimientos ambientales.
La juventud tiene el derecho inalienable de rebelarse contra un sistema que le está arrebatando literalmente el futuro a las próximas generaciones. Pero para que esa rebelión triunfe necesita de una organización independiente de la clase trabajadora y la juventud explotada y oprimida, que defienda un programa y una estrategia de lucha por conquistar gobiernos de los trabajadores y pueblos oprimidos en ruptura con el capitalismo. Contra quienes dicen que esta perspectiva es utópica, nosotros defendemos que, por el contrario, es la más realista: sin planificar racionalmente la economía y terminar con la dinámica ecodestructiva del capitalismo que nos está llevando a la catástrofe, no podremos detener el ecocidio.
Necesitamos construir partidos revolucionarios para impulsar la autoorganización y vencer a todos los que se oponen a esta perspectiva, empezando por las burocracias sindicales y de los movimientos sociales y a las direcciones políticas reformistas que hacen todo lo que está a su alcance para impedir que la juventud se rebele y los movimientos de lucha se desarrollen.
Necesitamos una estrategia para activar el “freno de emergencia”
El cambio climático ya está generando catástrofes y efectos sociopolíticos inevitables de los cuales las grandes potencias y corporaciones capitalistas no solo son los máximos responsables, también son plenamente conscientes. Por ello, hace años que están llevando adelante una adaptación militarizada al cambio climático, que contempla sus efectos como riesgos políticos y de seguridad nacional para las clases dominantes. Un documento del Departamento de Defensa de EE. UU. de 2015 sostiene que “el cambio climático es una amenaza creciente y urgente para nuestra seguridad nacional, contribuyendo a incrementar los desastres naturales, las corrientes de refugiados y los conflictos sobre recursos básicos como la comida y el agua”. ¿Y cómo se preparan para ello? Con más ejércitos (tanto estatales como paraestatales), vallas para el control de las fronteras, proliferación de discursos y medidas racistas contra la inmigración, más campos de concentración para migrantes y refugiados, más fuerzas de seguridad privadas y represión ante catástrofes naturales para eventualmente defender archipiélagos de prosperidad en medio de océanos de miseria y degradación.
Cabe mencionar que quienes están padeciendo las peores consecuencias de la crisis climática son los países que menos contribuyen a las emisiones de CO2, al mismo tiempo son los que empiezan a registrar desplazamientos de su población por catástrofes sociales producto de eventos extremos meteorológicos más fuertes, como en el caso de Centroamérica, que, según la ONU, es la región que ha sido caracterizada como particularmente vulnerable a los impactos de cambios ambientales y climáticos.
Frente a ello, y contra toda visión catastrofista que lleva al escepticismo, la clase trabajadora, la juventud y las mujeres trabajadoras y los sectores populares en todo el mundo también tenemos que prepararnos. La catástrofe ambiental traerá la lucha de clases y la rebelión de las y los explotados por la supervivencia, no solo la posibilidad de que se ensayen salidas reaccionarias e incluso “ecofascistas”.
Pero no debemos pelear solo por la supervivencia, porque el capitalismo no solo devasta nuestro futuro en forma de destrucción ambiental, sino destruyendo nuestras expectativas de vida. Vivimos en un sistema que condena a gran parte de los seres humanos a vivir en condiciones de miseria y al que la juventud ya no le debe nada. De nosotros y nosotras depende que el futuro se dé dentro de límites biofísicos del planeta, pero también en un sistema que permita desarrollar las capacidades y habilidades de los seres humanos, haciendo posible la felicidad y la realización personal y desacoplando el valor humano de su productividad. Solo así podemos hacer frente a los grandes problemas que vive la juventud, entre los que destaca una salud mental cada vez más mermada por la impotencia ante la precariedad, el fracaso académico, la falta de tiempo y la explotación laboral.
Nunca ha sido más urgente que ahora “activar el freno de emergencia” contra el capitalismo; para enfrentar las consecuencias de la crisis climática que afecta a las mayorías trabajadoras del mundo, al mismo tiempo que luchamos por destruir sus causas.
Un programa transicional anticapitalista para evitar la catástrofe
Frente a una perspectiva absolutamente irracional a la que nos aboca el capitalismo es evidente la necesidad de medidas drásticas y urgentes para tomar el presente y el futuro en nuestras manos mediante una planificación racional de la economía mundial; o como diría Marx, mediante “la introducción de la razón en la esfera de las relaciones económicas”. Esto solo puede ser posible si la planificación de la economía se encuentra en manos de la única clase que por su situación objetiva y sus intereses materiales tiene la capacidad de acaudillar al resto de los sectores oprimidos para evitar la catástrofe: la clase trabajadora. La clase obrera, en toda su heterogeneidad –que incluye a sus diferentes nacionalidades, pueblos originarios y la lucha de las mujeres contra la opresión patriarcal– cuenta con la fuerza social para llevar adelante una alianza obrera, popular y juvenil que terminar con doble alienación del trabajo y la naturaleza que impone el capitalismo y avanzar planificación realmente democrática y racional de la economía.
Una perspectiva por la que luchamos las organizaciones juveniles que integramos la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional. Frente a la farsa de las cumbres climáticas capitalistas y las promesas de un “capitalismo verde”, es necesario desplegar un programa transicional orientado hacia una completa reorganización racional y ecológica de la producción, la distribución y el consumo con medidas como:
• La expropiación del conjunto de la industria energética bajo la gestión democrática de las y los trabajadores y el control de las comunidades campesinas, originarias o indígenas y poblaciones afectadas por la producción, junto a comités de consumidores y usuarios populares. De este modo, el sector energético podría iniciar una transición urgente hacia una matriz energética sustentable y diversificada, prohibiendo el fracking (de gas y petróleo), la explotación offshore y otras técnicas extractivistas, reduciendo drásticamente las emisiones de CO2 desarrollando energías renovables y de bajo impacto ambiental considerando las características de cada territorio, y en consulta con las comunidades locales.
• Expandir el transporte público gratuito de calidad en todos sus niveles para disminuir drásticamente el transporte individual, con la perspectiva de lograr la nacionalización y reconversión tecnológica sin indemnización y bajo control obrero de todas las empresas de transporte, así como las grandes empresas automovilísticas y metalmecánicas para alcanzar una reducción masiva de la producción automotriz y del transporte privado, priorizando para el transporte de carga medios como el ferrocarril o las barcazas frente a los camiones. Estas medidas deben apuntar a reducir el consumo de energía. Buena parte de los objetos que se transportan conforman enormes circuitos mercantiles, que no tendrían sentido si no fuera por la búsqueda de ganancias. Es por eso que estas medidas son inseparables de la necesidad de decidir democráticamente qué, cómo y dónde se produce.
• La lucha por lograr condiciones seguras de trabajo en todas las fábricas y empresas, libres de tóxicos y agentes contaminantes, unida a la reducción de la jornada laboral y el reparto de las horas de trabajo sin rebajas salariales entre todas las manos disponibles, como parte de un plan general de reorganización racional y unificada de la producción y la distribución en manos de la clase trabajadora y sus organizaciones. Ninguna de estas medidas puede implicar despidos, precarización de las condiciones de trabajo ni afectar las condiciones de vida de las poblaciones y sus territorios.
• La creación de programas importante de obras públicas, bajo el control de los trabajadores y la comunidad, para construir rápidamente infraestructura de energía renovable, como parques solares y eólicos; hogares resistentes al clima y energéticamente eficientes; desarrollar un transporte público limpio, rápido y gratuito; modernizar las redes de energía y más, creando decenas de millones de puestos de trabajo con un salario digno. Estos programas deben financiarse mediante impuestos progresivos sobre las grandes fortunas y las principales corporaciones contaminadoras.
• La expropiación de la gran propiedad terrateniente y reforma agraria para pequeños campesinos y pueblos originarios. Expulsión de empresas imperialistas, confiscación de sus bienes y expropiación bajo control obrero de todo el complejo industrial agroalimentario y exportador. Además, el monopolio del comercio exterior y la nacionalización de la banca para poder financiar la reconversión y diversificación del modelo agroalimentario sobre bases sustentables y democráticas. Prohibición del glifosato, eliminación progresiva de todos los agrotóxicos y prohibición de su libre comercialización, junto con inversión en investigación para promover métodos alternativos como la agroecología, entre otros. Prohibición de la producción industrial de animales, productora de GEI como metano, responsables de deforestación y caldo de cultivo para pandemias.
• La imposición de presupuestos bien dotados para la conservación de la biodiversidad, tanto de especies como de la gran variedad de ecosistemas del planeta, con especial hincapié en los que están en mayor riesgo. Regeneración de las áreas degradadas (mares, ríos, lagos, bosques y campos) en base a impuestos progresivos al gran capital.
• La prohibición de la megaminería contaminante, la nacionalización de la minería tradicional bajo control obrero y su articulación con el desarrollo de una industria de recuperación de minerales de la chatarra electrónica, implementando la “minería urbana” para el reciclaje de minerales escasos de los aparatos electrónicos y otros productos. Expulsión de las mineras imperialistas y confiscación de sus bienes para remediar el daño hecho a las comunidades afectadas. Prohibición de la apropiación privada de bienes públicos como el agua.
• La abolición de la deuda externa en los países dependientes y semicoloniales, que es una forma de coerción de las potencias imperialistas para adoptar ajustes neoliberales antiecológicos y extractivistas, así como la expropiación de todas las empresas contaminantes en los países periféricos. Es inimaginable resolver la crisis ecológica en esos países sin independencia respecto del imperialismo, que a su vez sostiene un complejo militar altamente contaminante. ¡Basta de militarismo!
• Liberación de las patentes y la estatización bajo control obrero de todas las grandes empresas farmacéuticas ante la persistencia de la crisis del coronavirus y la previsión de nuevas y peores pandemias, y para proveer de vacunas gratuitas y seguras a toda la población mundial.
• La apertura de las fronteras y cierre de los centros de detención de migrantes frente al drama de la inmigración, producto de la pobreza y la expoliación imperialista, y también en muchísimos casos por la crisis climática.
• Una política radical que tienda a evitar los residuos y a reciclarlos. No alcanza con las instalaciones de filtrado, depuración, etc. Hace falta una conversión industrial ecológica fundamental que evite, a priori y en su origen, la contaminación. Esto implica también terminar con la obsolescencia programada.
• El levantamiento del secreto empresarial (que permite, por ejemplo, ocultar las emisiones tóxicas) y la obligación de llevar registros públicos donde se especifiquen las materias primas y los productos utilizados. Por una producción científica libre de las ataduras del capitalismo y su competencia irracional.
• Planes de obras para la contención hídricas, hidráulica y de infraestructura, así como estudios de suelo necesarios para dar respuesta a millones de familias en situación de emergencia habitacional, así como reubicar en condiciones dignas y salubres a la población que se encuentre en riesgo de inundación, deslave o contaminación. Esto de la mano del desarrollo de verdaderos planes de contingencia social y de obras públicas, bajo control de trabajadores y pobladores.
Este programa, junto a otras medidas de imperiosa necesidad, es obviamente imposible de alcanzar en los marcos del capitalismo. Para llevarlo a cabo, hace falta una estrategia revolucionaria que enfrente decididamente a los responsables del desastre.
La juventud que hoy sale a las calles en todo el mundo para luchar por la “justicia climática” tiene el desafío de avanzar en la radicalización de su programa para impulsar la lucha de clases y terminar con el sistema capitalista, el Estado que garantiza el orden burgués y poner todos los resortes de la economía mundial en manos la clase obrera. Esta es la precondición indispensable para instaurar un sistema basado en la solidaridad, que recomponga racionalmente el metabolismo natural entre la humanidad y la naturaleza, y que reorganice la producción social respetando los ciclos naturales sin agotar nuestros recursos, terminando al mismo tiempo con la pobreza y las desigualdades sociales.
En nuestro siglo, las condiciones de la época de las crisis las guerras y las revoluciones se reactualizan, enfrentando a la clase obrera y los pueblos del mundo no sólo a la barbarie de la guerra y la miseria, sino de catástrofe ambiental y la potencial destrucción del planeta. Un proyecto verdaderamente ecológico que enfrente la crisis ambiental a la que nos conduce el capitalismo solo pude serlo en tanto sea comunista y la clase trabajadora, aliada al conjunto de los sectores populares, se disponga subjetivamente a la vanguardia de imponerlo mediante la lucha revolucionaria, contra la resistencia de los capitalistas.
No hay tiempo que perder: ¡Organízate con nosotres!
Las y los jóvenes que impulsamos las agrupaciones juveniles socialistas revolucionarias que firmamos esta declaración somos parte del movimiento climático y las luchas en defensa del ambiente en diferentes países y continentes: contra la avanzada extractivista del fracking, la megaminería, las megagranjas porcinas y la extensión de la frontera agraria y el ataque a comunidades originarias e indígenas en Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Perú, México, Venezuela, Costa Rica y Uruguay; así como también en Europa contra los ataques a la clase obrera bajo discursos verdes como en Francia, la ampliación de los aeropuertos en el Estado español o los megaproyectos constantes en Italia, o la lucha contra la Dakota Access (DAPL) y Line 3 pipelines en EE.UU., apoyando a las poblaciones originarias desplazadas y contra los ataques a la clase obrera en todo el mundo.
Llamamos a la juventud de todo el mundo que no se resigna a que nos arrebaten el futuro a dar juntos estas peleas desde una perspectiva revolucionaria. No podemos perder el tiempo. Tenemos la fuerza para terminar con este sistema. ¡El capitalismo y sus gobiernos destruyen el planeta; destruyamos el capitalismo! ¡Organízate con nosotres!
FIRMAN:
Juventudes y agrupaciones anticapitalistas, socialistas y revolucionarias impulsadas por la Fracción Trotskista - Cuarta Internacional (FT-CI)
Juventud del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) – Argentina | Faísca Anticapitalista e Revolucionária (MRT + independientes) – Brasil | Left Voice - Estados Unidos | Agrupación Anticapitalista Vencer (PTR + independientes) – Chile | Agrupación Juvenil Anticapitalista (MTS + independientes) – México | Le Poing Levé - Révolution Permanente – Francia | Contracorriente (CRT + independientes) - Estado Español | Revolutionäre Internationalistische Organisation (RIO) – Alemania | Frazione Internazionalista Rivoluzionaria (FIR) – Italia | Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS) – Venezuela | Liga Obrera Revolucionaria (LORCI) – Bolivia | Corriente Socialista de las y los Trabajadores (CST) – Perú | Organización Socialista Revolucionaria (OSR) - Costa Rica | Corriente de Trabajadores Socialistas (CTS) – Uruguay.