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Debates. Identidad (o) política

En las asambleas para organizar el 8M en Buenos Aires se repitió una escena en la que las discusiones políticas se reducen a supuestos ataques a la identidad o la sexualidad. ¿Cuál es el verdadero debate?

Celeste Murillo

Celeste Murillo @rompe_teclas

Martes 19 de febrero de 2019 17:34

Imagen: Enfoque Rojo

La previa de la asamblea de mujeres, lesbianas, travestis y trans en la Ciudad de Buenos Aires tuvo una peculiaridad en 2019. Un grupo de autodenominadas “feministas radicales” convocaron a “cambiar las consignas del 8M para convertirla en una marcha única y exclusivamente para mujeres”.

Los discursos reaccionarios, como este, surgen o resurgen -justamente- en reacción a movimientos sociales, conquistas políticas y debates dentro de los mismos movimientos. Es el caso del actual feminismo TERF (por sus siglas en inglés, Feminismo Radical Trans Excluyente), que responde a la creciente participación de las personas trans y no binaries en el movimiento de mujeres. Esto no siempre fue así, su participación fue una pelea y una conquista política que fortaleció la lucha contra la opresión y el machismo en Argentina. Pero hasta no hace muchos años las trans y travestis tenían la entrada prohibida a los Encuentro Nacionales de Mujeres (una de las instancias más importantes en Argentina) y peleaban casi en soledad, con el apoyo de activistas lesbianas, militantes de izquierda y algunas feministas, por su derecho a participar.

No es que no haya tensiones alrededor de ese y otros debates como el que existe alrededor de la prostitución, que agudizó los enfrentamientos discursivos (y de los otros) entre grupos abolicionistas y regulacionistas. Diferencias como estas, que abarcan más cuestiones que la indiscutible defensa de los derechos de las personas en situación de prostitución y frente a la violencia institucional, encierran discusiones más complejas que difícilmente se diriman en una asamblea.

Pero existe una divisoria clara, y es una conquista de nuestro movimiento: la no exclusión de personas por motivos biologicistas ni el enfrentamiento contra quienes que se organizan para reclamar al Estado que sus necesidades sean satisfechas.

Segundo plano

En las dos asambleas para organizar el 8M en Buenos Aires se repiten escenas en las que las discusiones políticas se reducen a supuestos ataques por la identidad o la sexualidad de las personas.

Una activista se presenta diciendo, “Soy lesbiana peronista”, y punto seguido hace una de las tantas propuestas de varias oradoras de corrientes kirchneristas o referenciadas con peronismo. Mientras habla, muchas asistentes a la asamblea hacen críticas a viva voz (a los gritos) como se acostumbra y hay algunos chiflidos. Enseguida alguien inhabilita la crítica: “No critiques a la compañera torta” y discute que no se la puede criticar porque “la compañera siempre fue invisibilizada”. Pero lo cierto es que nadie está discutiendo su sexualidad ni su identidad sino su propuesta que, como la de otras es -en los hechos- dirimir la interna del PJ en el movimiento de mujeres (uno de los actores políticos más dinámicos de los últimos años).

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En la asamblea anterior, un grupo de organizaciones decidió sin consulta previa, que la asamblea la inaugurara una activista trans, dirigente peronista y excandidata a diputada. Cuando algunas agrupaciones de izquierda como Pan y Rosas criticaron esta decisión por antidemocrática, se intentó inhabilitar nuevamente la crítica con el mismo argumento: la atacan porque es trans, no por su postura política, ni siquiera por un argumento democrático (aunque no sea compartido por todas las organizaciones). Incluso, algunos sectores kirchneristas quisieron presentar el debate como “transfobia”, un traspié que tuvieron esconder prolijamente debajo de la alfombra porque no tenía ningún fundamento.

Política, política, política

Este método tiene dos problemas. El primero es que es una maniobra para condicionar la forma en la que se debaten posturas y estrategias diferentes, que bien podrían discutirse de forma transparente y decidirse de forma democrática (como lo hacen las estudiantes o las trabajadoras y sus compañeros cuando disputan en sus lugares de estudio y trabajo, llevándose por delante a veces a las burocracias).

El segundo es quizás el más importante. El feminismo y el movimiento de mujeres son movimientos políticos. No se pueden reducir discusiones políticas a cuestiones de identidad (ser trans, ser lesbiana, ser no binarie, ser una mujer cis heterosexual). No tiene ningún valor para el debate y nos devuelve a ese plano esencialista donde siempre nos puso el patriarcado: la biología como destino, el lugar de la mujer en la casa, la maternidad forzada y guiones similares. En nuestro movimiento hay mujeres, trans, travestis, lesbianas, no binaries, pero, a la vez, también hay partidos y organizaciones políticas con estrategias e ideologías diferentes.

Es útil subrayar también que cuando prevalecen “ser mujer”, "ser trans" o “ser lesbiana” sobre los programas políticos, lo que gana es la desazón al ver cómo las mujeres bombardean (como la exsecretaria de Estado de EE. UU. Hillary Clinton), lideran partidos de la ultraderecha xenófoba (como Alice Weidel de Alemania) o se apropian de aspectos del discurso feminista (como Marine Le Pen, líder de la ultraderecha francesa). O el ejemplo local de Mayra Pérez Reynoso, la única funcionaria trans del gobierno de Cambiemos, al frente nada menos que del área de Diversidad del ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich.

Es una conclusión valiosa de esta nueva oleada del feminismo y el movimiento de mujeres reconocer como un elemento fundamental la alianza entre patriarcado y capitalismo, y saber que muchas veces las democracias aprovechan el discurso que el feminismo neoliberal colaboró en domesticar. Las llamadas políticas identitarias (definir a las personas por su identidad y no por sus posturas y programas políticos) conviven sin sobresaltos con ese discurso.

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Podemos ponernos de acuerdo en muchas cosas, como se hizo muchas veces, siempre y cuando no signifique renunciar a nuestras demandas, como el derecho al aborto legal, la separación de la Iglesia del Estado o el rechazo a endeudar el futuro de la mayoría de la población por los préstamos tomados para que siga funcionando la maquinaria que garantiza las ganancias de los capitalistas. En pos de la independencia política de este movimiento discutimos política y peleamos política, para no ser pieza de cambio de ningún partido de esta democracia que llora por la igualdad formal y se ríe de la desigualdad real en la cara de todas (inserte aquí imagen de la cambiemita Silvia Lospennato y de la kirchnerista Silvina García Larraburu).


Celeste Murillo

Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.

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