El indicador muestra un alza respecto al mismo mes del año pasado, en el cual se había registrado una caída del 13,6%. Gran parte del alza actual se explica por el bajo valor respecto al cual se compara y el optimismo del gobierno oculta con políticas de inyección monetaria las reales condiciones de trabajo hoy existentes, las cifras de pobreza y desempleo.
Martes 3 de agosto de 2021
Bombos y platillos han relucido desde el gobierno y sus medios afines frente a un Imacec que cerró en junio con un alza del 20,1% respecto al mismo mes del 2020, en el cual se registró una caída de 13,6% del indicador de actividad económica. De hecho, el ministro de economía salió a decir que “Esto no es fruto del azar, es porque hemos generado políticas para poder generar una reactivación económica.”
Sin embargo, y aunque el resultado haya superado las expectativas y proyecciones de distintas agencias y analistas (Bloomberg, por ejemplo, proyectaba un aumento del 18%), la verdad es que, entre un indicador general de la economía por una parte, y las condiciones de vida y trabajo, por otra, hay mucho trecho.
En primer lugar, es cierto que ese aumento no se puede explicar tan sólo por el bajo nivel de comparación con el mes de junio del año pasado, es decir, lo que se llama “efecto rebote”, que de todas maneras es un factor preponderante. Otra parte de ese aumento es efectivamente la puesta en circulación de caudales de dinero que en un primer momento fueron sobre todo de los retiros de fondos de pensiones, dinero que se utilizó especialmente por las familias trabajadoras para pagar deudas e insumos básicos. Actualmente el mayor factor de inyección de dineros fiscales que cumple ese rol es el IFE.
Por otra parte, Piñera expresó que “más crecimiento significa más y mejores empleos para los chilenos”. Sin embargo esta declaración no pasa de ser una demostración de demagogia y la repetición de la vieja mentira del empresariado que dice que cuando a los empresarios les va bien a todos les va bien.
Desde que inició la pandemia cientos de miles de empleos se han visto afectados ya sea por los despidos o por la precarización laboral. Actualmente el desempleo no baja del 10% y el empleo informal sigue alrededor del 20%.
En plena crisis, un puñado de multimillonarios exprimía jugosas ganancias a costa de millones que caían en la pobreza. En tales condiciones se volvía mucho más fácil para los empresarios despedir trabajadoras y trabajadores y contratar a nuevos empleados con condiciones cada vez peores.
Actualmente con la entrega de bonos e ingresos desde el Estado, dirigentes gremiales del comercio y la agricultura gritan al cielo que por los bonos les falta mano de obra. Y es que con ello se demuestra que lo que les importa no es “crear más y mejores empleos”, sino que emplear a personas con sueldos bajos y así aumentar sus ganancias. Para las condiciones precarias que quieren entregar, un bono que llega a la mitad del sueldo mínimo es una competencia para ellos.
La situación actual muestra entonces, por una parte un aumento en un índice de actividad económica, que muestra a su vez principalmente niveles de producción y comercialización; pero por otra parte muestra condiciones laborales y de vida que no han aumentado significativamente, y los caudales de ingresos otorgados desde el Estado a gran parte de la población permiten apalear efectos de las condiciones actuales, pero no resolver las contradicciones estructurales en las que el crecimiento económico es, sobre todo, mayores ganancias para los capitalistas.