El incendio del taller textil en la calle Páez al 2700 del barrio de Flores, vuelve a poner en el tapete una monstruosa red en la que se unen el trabajo precario, la trata de personas y la esclavitud. El cinismo de los políticos, la justicia y los sindicatos que lo permiten.
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Celeste Vazquez @celvazquez1
Jueves 30 de abril de 2015
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Dos imágenes fuertes que contrastan grafican el cinismo de la política burguesa. Por un lado, políticos y funcionarios públicos, en muchos casos millonarios, como es el caso de Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta, bailando bajo una lluvia de globos amarillos, cual fiesta de cumpleaños de 15. Por otro lado, una casa vieja, venida a menos, toda tapiada, cuyas persianas están cerradas con candados, donde fallecieron dos niños de 7 y 10 años a causa de un incendio y, vecinos en la calle, conmovidos por la tragedia, afirmando que desde el año pasado denunciaron que en esa casa funcionaba un taller textil. Sus padres, de nacionalidad boliviana, se encuentran internados.
Lamentablemente esto no es la primera vez que pasa en la Ciudad de Buenos aires. El 31 de marzo del 2006, en una casa donde funcionaba un taller textil clandestino, 2 adultos y 4 niños murieron calcinados a causa también de un incendio. En ese momento el jefe de gobierno porteño era Jorge Telerman, hoy presidente del Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires.
A partir de ese terrible hecho saltó a la luz lo que miles de trabajadores textiles ya sabían y hasta denunciaban desde hace años: la existencia de talleres textiles clandestinos en los cuales trabajan y viven en condiciones de esclavitud familias enteras, en su mayoría inmigrantes, hacinados, encerrados, con una absoluta falta de higiene y seguridad y contrayendo enfermedades como la tuberculosis. En esas condiciones son obligados a trabajar jornadas de hasta 14 o 16 hs en el sistema que se conoce como de “camas calientes”. En muchos casos hasta los niños trabajan, los utilizan para las tareas que requieren “dedos chiquitos” como sacar los hilos de las telas. Es sabido que la mayoría es traída mediante engaños y es retenida a la fuerza, mediante la sustracción de sus documentos del país de origen.
Según información suministrada por la Fundación La Alameda, más de 100 marcas han sido denunciadas por utilizar mano de obra esclava y trabajo infantil en talleres clandestinos. Todas ellas marcas conocidas como Soho, Kosiuko, Montagne, Cheeky y Awada (de la esposa de Macri y su familia -ver aparte Juliana Awada, empresaria esclavista y el cinismo del PRO), entre otras. Aunque es difícil tener datos precisos, se estima que hay alrededor de 5.000 talleres clandestinos en la Ciudad de Buenos Aires y 15.000 en el Gran Buenos Aires.
Empresarios textiles, patrones esclavistas
La industria textil tiene un alto índice de trabajo en negro. Hasta los dirigentes de la Cámara Industrial Argentina y de Indumentaria (CIAI) han reconocido en varias oportunidades que el 78% de los trabajadores está en negro, mientras que el sindicato del vestido (SOIVA) reconoce que esta cifra asciende por lo menos al 80%.
En esta industria los empresarios compensan el bajo nivel de desarrollo tecnológico recurriendo a mecanismos perversos: bajos salarios, largas jornadas laborales, tercerización, trabajo a domicilio y el pago a destajo, entre otras cosas. Para esto se aprovechan de la extrema vulnerabilidad en la que se encuentra una parte importante de la clase obrera en el país: los trabajadores inmigrantes. Según la Asociación Federativa Boliviana (ACIFEBOL), sólo en la Ciudad de Buenos Aires residen unos 800.000 bolivianos, de los cuales el 80% trabajan en la industria textil. Sin documentos, muchas veces solos, sin ningún conocido en el país y con la necesidad apremiante de poder mantenerse y ahorrar dinero para poder traer a sus familias, se terminan convirtiendo en “presas fáciles” para estos empresarios que, con tal de aumentar sus ganancias, no dudan en recurrir al trabajo en condiciones de esclavitud.
A partir de los ’90, la industria textil recurrió a la tercerización, como forma de abaratar los costos. Hoy, entre el 50% y 80% de la producción textil proviene del sector informal. La tercerización en este sector llega a tal punto que la mayoría de las marcas concentran solo algunas tareas, como el diseño, la imagen, la comercialización, y tercerizan la mayor parte de la producción -corte, costura, armado, estampado, bordado- en talleres clandestinos, que a su vez en algunos casos pueden contratar a talleres más chicos o trabajadores a domicilio.
El apoyo “del modelo”
La industria textil es una de las que más creció al calor de la era K, y es el Estado nacional quien les garantiza protección y financiamiento otorgándoles subsidios, créditos de incentivo y beneficios fiscales. Los capitales privados textiles son socorridos por la ayuda estatal. Un ejemplo es el Programa de Recuperación Productiva (RePro) que el Ministerio de Trabajo de la Nación otorga a las empresas que acrediten situación de crisis, abaratando los costos laborales con una suma fija mensual por trabajador mediante el ANSES. La rama que concentró la mayor parte de los subsidios del programa fue la textil. Sin embargo, esta ayuda no es más que un subsidio a los empresarios, que no les inquieta despedir a trabajadores cuando se organizan por sus condiciones de trabajo o por recorte de personal, como sucede a menudo.
Un ejemplo claro del cinismo de este sistema en el cual Estado, justicia y sindicatos juegan un papel fundamental, es el dictamen del año 2008 mediante el cual el juez Norberto Oyarbide sobreseyó a tres directivos de la firma Soho, enjuiciados por contratar 3 talleres clandestinos, en los cuales se comprobó que sus trabajadores estaban reducimos a la servidumbre. Para el juez, el sistema de explotación esclavista que nutre las ganancias de las grandes marcas, que agota los músculos de miles de costureras y costureros, es producto de “costumbres y pautas culturales de los pueblos originarios del Altiplano boliviano”.
Las direcciones sindicales en esta industria juegan un rol abiertamente propatronal.
Los sindicatos con más peso que enrolan a los trabajadores de este sector son el sindicato del vestido (Soiva) y la Asociación Obrera Textil (AOT) y ambos forman parte del arco sindical oficialista. A pesar de que es de estado público desde hace años las condiciones de trabajo en ese sector, no solo que no hacen nada para combatirlo, sino que están profundamente comprometidos con los intereses patronales.
Por un lado, El SOIVA propone en su página web como única solución al trabajo en negro y esclavo la denuncia anónima de los talleres clandestinos al Ministerio de Trabajo de la Nación y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Por otro lado, Jorge Lobais, secretario general de la AOT, es además vicepresidente de la fundación Protejer, organización con supuestos no fines de lucros que paradójicamente está compuesta por empresarios y dirigentes sindicales del gremio textil. Dicha organización tiene como objetivo “fomentar el sector textil como herramienta de empleo genuino”. Lo curioso es que además de que no cumple para nada su promesa, es que cuenta entre sus sponsors a empresas como Ona Sáenz, que es una de las marcas que está denunciada por tercerizar en talleres clandestinos. Con sponsors como este, difícil pueda combatirse en trabajo esclavo en Argentina.
Casi una década después del incendio del taller de Luis Viale, las cosas siguen iguales. Son pocas las cuadras que distancian a ambas tragedias. Los gobiernos, tanto el nacional como de la Ciudad, no garantizaron ninguno de los derechos para esos niños, en cambio garantizaron el trabajo informal para sus padres. Son responsables y cómplices de que estas tragedias sigan existiendo.
Pocas horas después que los medios celebraran la “fiesta cívica” en la PASO porteñas, morían, víctimas de este sistema cruento, dos niños. Los dirigentes porteños tantos del PRO como del kirchnerismo, que días antes habían hecho cientos de promesas de campaña, solo atinaron a echarse culpas mutuamente, mientras tanto las máquinas de coser siguen andando.
Nota relacionada: Juliana Awada, empresaria esclavista y el cinismo del PRO