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MÚSICA // JAZZ // RECITAL. John McLaughlin en el Gran Rex: dimensiones musicales

Crónica del concierto que brindó John McLaughlin & The 4th Dimension, el pasado viernes 1 de Abril, en el teatro Gran Rex de la ciudad de Buenos Aires.

Demian Paredes @demian_paredes

Miércoles 6 de abril de 2016

El pasado 1 de abril John McLaughlin y su banda, The 4th Dimension, dieron un concierto en el teatro Gran Rex. Dos días después, el 3 de abril, se presentarían en la ciudad de Rosario, en una gira mundial que incluye, en Sudamérica, a Brasil, Chile y Uruguay.

Acompañado por los jóvenes Etiene Mbappe en bajo, Ranjit Barot en percusión, y Gary Husband en teclados (y también en batería, una “extra”, sólo para él, para un par de temas), McLaughlin, a los 74 años, volvió a dar muestras de contundencia y velocidad, inspiración y virtuosismo, posiblemente los que fueron (fuimos) a buscar todos quienes asistieron al evento.

Presentando su último disco, Black Light (2015), McLaughlin tocó cerca de dos horas y media, recorriendo temas de los últimos discos, y algunos clásicos de otras épocas –“lujo” que se puede (y nos puede) dar quien posee una extensa carrera, una que en este caso comenzó en la década de 1960 e incluyó colaboraciones con John Coltrane, la creación de la Mahavishnu Orchestra, con Billy Cobham y otros músicos, Shakti y, más reciente en el tiempo, los discos y conciertos con esos otros dos “monstruos de la guitarra”, Al Di Meola y Paco de Lucía (1947-2014)–.

Parte de esa trayectoria, que supo ir combinando de manera pionera el jazz y el rock, el blues y el funk, la influencia de la India y otros motivos de geografías y tradiciones musicales (el flamenco), se pudo oír en el Gran Rex: arreglos vocales, ritmos pausados, “bluseados”, y movidos del jazz-rock... una música que no reconoce fronteras (llámesela “de fusión”, o como se quiera), y que, como la de otro gran jazzista, el pianista Chic Corea –quien hace sólo un par de años estuvo tocando en Buenos Aires–, influenció durante décadas a tantas y tantas camadas de músicos y artistas de todo el mundo (imposible no escuchar muchos “ecos” de McLaughlin y Corea en, por ejemplo, el sonido de Spinetta y su banda del período “Jade”).

Los “solos”, verdaderos diálogos (expresivos) al interior del cuarteto, permitieron, además de escuchar la guitarra de McLaughlin (tan original como infinidad de veces copiada) –en este caso, tocó con un modelo “Paul Reed Smith” que no cambió en todo el concierto–, también los destaques de los demás instrumentistas en diversos “solos”, lo que incluyó varios momentos de portentosos duetos de baterías –scat incluido– de Barot y Husband, los slaps y ese recorrido frenético por el mástil y las cinco cuerdas con esa araña que por mano izquierda tiene el enguantado bajista Mbappe, con el retiro a un costado del escenario de McLaughlin, respetuoso y al mismo tiempo orgulloso de la troupe que organizó este último tiempo para ponerse crear esas asombrosas dimensiones musicales.

Así, sonaron “Here Comes the Jiis”, “Little Miss Valley”, “Abbaji”, “Echos From Then” y “You Know You Know”, entre otros temas. También se escuchó el clásico “The Creator has a Master Pan”. Y “El hombre que sabía”, tema-homenaje dedicado a Paco de Lucía (con quien estaba planeado un disco, poco antes de que el guitarrista falleciera imprevistamente), junto a “Gaza City”, ambos de Black Light.

El guitarrista, quien vino por primera vez a nuestro país en 1979 (acompañado por la One Truth Band), y hacía más de veinte años no regresaba (cuando vino con una banda propia, y dos años después, con De Lucía y Di Meola), se permitió la humorada de “aclarar”, repitiéndolo monocordemente varias veces en el micrófono, que odia a Margaret Thatcher. (Alcanza con recordar que su tema “Panditji” –y que sonó en el Gran Rex– tiene como leitmotiv el pedido de “love and understanding” –amor y comprensión–). Lamentablemente, dijo, no habla español, lo que no fue obstáculo alguno para conectarse con el público, que culminó entusiasta vivando el espectáculo y al cuarteto.

John McLaughlin y su banda, como él mismo pretende, nos llevó a “pleno vuelo”, a recorrer los espacios musicales que han creado y re-crean en cada uno de sus discos y recitales. Jazz del mejor. Algo que es más, mucho más, que cuatro dimensiones.