A 60 años de componer la primera canción del rock argentino, entrevistamos al músico para repasar su impresionante carrera artística y recordamos la admiración que le tributaron Cerati y Fede Moura.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Viernes 19 de marzo de 2021 21:00
Su jopo rubio, su cara gringa y su sonrisa pintada lo convertían en “el yerno que toda madre quisiera tener”, una frase tan de los 60’s como El Club del Clan y todos aquellos programas en los que era el protagonista rutilante. La decían “El rey del suéter”, la rompió con el hit “Vuelve primavera” y hasta llegó a tener un cachorro de puma en la época donde tenía que entrar y salir a hurtadillas de los lugares públicos para que no se le tiraran encima. Tanto él como Eddie Pequenino, Billy Caffaro y Sandro (quien una madrugada lo llamó por teléfono: “Soy el Comisario García… ¡hay una denuncia por robo de ovillos de lana y sabemos que fue usted!”) fueron el póker de ases que bajó a Argentina el rock originario de Estados Unidos, aquel de Bill Halley y Elvis Presley, el que aún provocaba más con los cuerpos que con las letras.
El acceso de Tedesco a ese Olimpo fundacional —y su distinción respecto de los otros tres— fue una pionerísima canción de su propia autoría: “El rock del Tom Tom” salió en 1961, cinco años antes que “Rebelde”, de Los Beatniks, y seis que “La balsa”, de Los Gatos, por quienes muchos historiadores del rock criollo todavía mantienen un estéril debate sobre cuál fue la primera (pues bien, ahora sabemos que, en el mejor de los casos, discutirán si entran en los escalones restantes del podio). Ese “descubrimiento” era el lado B del simple de vinilo encabezado por “Vuelve primavera”, y entre ambos conformaron una dupla arrolladora entre radiabilidad e innovación que, en pocas semanas, vendió medio millón de copias.
No obstante eso, en pleno éxito televisivo Johnny decidió huir de un lugar que ya le resultaba común, quizás aburrido, y fue en búsqueda de ese nuevo rock que dejaba vetusto al que minutos antes sonaba como novedad: es que habían aparecido Los Beatles y los Rolling Stones y, en el rebote, asomó Bob Dylan como resultado de ese trepidante viaje de ida y vuelta por el Atlántico Norte que fue a Inglaterra y volvió a Estados Unidos reconvertido en el lenguaje joven para protestar contra la Guerra de Vietnam, la segregación racial y las intrusiones militantes yanquis aquí, allá y en todas partes. Ahí, el ídolo de la tele, el que salía en la tapa de las revistas, sonaba en las radios y todos tironeaban por la calle sufrió su primera censura. “No podías estar ausente de todo lo que estaba pasando, te lo llevabas puesto. Lo sentías, te arrastraba”, confiesa hoy Johnny, quien está cumpliendo sesenta años en la música tras decenas de discos, centenas de canciones, giras por todo el continente y hasta un desconocido éxito en España, además de participaciones en películas varias.
Aunque le puso letra, música y voz a canciones de moda, Tedesco no se montó a ninguna. Al contrario: todo le causaba curiosidad y nunca pareció tener demasiados prejuicios con salirse de los nichos para explorar otros terrenos, por más que las normalidades de distintas épocas exigieran otras conductas. Un ejemplo demoledor más allá de la música: jugó en las Inferiores de River pero simpatiza por Boca; por eso iba a ver indistintamente a ambos. “Me crié cerca de la vieja cancha de Platense, la de Manuela Pedraza y Crámer, en Saavedra. Mi papá era del Calamar, pero los Tedesco, la familia de mi madre, todos de Boca. Entonces había una disputa. Yo iba a ver a los dos, aunque cuando hacía un gol el Xeneize se producía un rugido de leones tremendo. ¡Me asustaba! Esa mescolanza hizo que no me volviera fanático de ninguno. Simpatizo con todo el fútbol. De hecho mis hijos son todos de River, salvo uno, de Huracán. Jugar al fútbol y hacer música me hizo ir por varios barrios y la calle me enseñó mucho”.
Fue un niño prodigio, un talento precoz, un pibito que la rompía en River como Alberto Felipe Soria y, en simultáneo, cantaba y bailaba folclore en la tele bajo el sobrenombre de Balder cuando no existían ni el cable ni los videos: todo era en vivo, tan en vivo que ni siquiera él tenía la posibilidad de verse luego, para saber cómo salía. “De chiquito zapateaba malambo, bailaba carnavalitos. Era un gauchito gringo, con ojos celestes. No tenía nada que ver, jaja. Hacia televisión desde esa edad, a los trece años, o menos. El programa iba en directo y no tenía público, así que era como estar en el living de mi casa. Muy normal”.
Una abuela le enseñó a tocar la guitarra, tenía un tío cantor de tango y otro focklorista. “Además mi mamá cantaba boleros y fue a dar una audición a radio El Mundo. Cuando la llamaron para confirmarle que había quedado, no pudo ir porque ya me tenía en la panza. Después me lo reclamaba en broma. Y yo le contestaba: ‘Bueno, de alguna manera yo me tomé la venganza por vos, vieja’, jajaja. Mi papá cantaba tangos, lo hacía muy bien, y del lado de su familia era todo folclórico, a morir. Me crié con esa mezcla”. Hasta que, tal como cantó Charly García en esa canción que tanto criticó Santaolalla en su empalagoso documental autocelebratorio, Elvis movió la pelvis y el mundo hizo ‘plop’. “Fui... la oveja negra de la familia. Un rockero”, dice con orgullo. “En la prueba que fui a dar al sello RCA para que me editen mi disco debut, lo primero que canté fue ‘Zapatos de gamuza azul’, de Elvis. La escucharon, me pidieron otra cosa… y volví a hacer una de Presley: ‘Mujer de cabeza dura’. ‘¿Pero usted no canta en castellano?’, me preguntaban. Y bueno, ahí mostré ‘El rock del Tom Tom’”. Tenía apenas dieciséis años.
Luego, claro, llegó el tiempo de la masividad televisiva con Ritmo y Juventud, El Club del Clan, La Escala Musical e incluso su propio protagónico: Un chico llamado Johnny. La exposición mediática y la fama fueron apagando al futbolista. Y luego las etiquetas lo hicieron correrse de la cámara: grabó con Litto Nebbia y Los Gatos, con Claudio Gabis mientras estaba en Manal y David Lebón en bajo antes de Pappo’s Blues y Pescado Rabioso. Grabó de todo con todos… y se fue a Estados Unidos, país que recorrió de punta a punta con su música antes de volver a bajar de a poco a Argentina.
En la ausencia, su nombre parecía olvidarse. Se bajó el jopo y se sacó el suéter. Pero así como el rock había llegado a Argentina para barrer modismos previos y darle música a nuevas generaciones, en los inicios de los ’80 el mismo género vivió su propio cisma. La impronta hippie, el pelo largo, los recitales con gente sentada y las canciones mansas y tranquilas empezaron a ser cuestionadas por raros peinados nuevos, sonidos modernos y, otra vez, el cuerpo como lenguaje de expresión y campo de batalla: desde Federico Moura a Gustavo Cerati reivindicaban ese rock primigenio de bailes provocativos e invocaban a Johnny Tedesco como la avanzada de aquel movimiento fundacional. “Federico me mató. ¡Cómo caminaba el escenario! Era único y magnético. Y con Gustavo coincidimos en una cena, no se animaba a acercarse, así que fui yo y me dio un abrazo tremendo”.
¿Es el padre del rock argento? A Johnny no le calientan los bronces ni las medallas. Solo parece encenderlo e incendiarlo el rock. Y así lo sigue haciendo incluso y a pesar de los obstáculos cuarenténicos: en 2020 sacó de la chistera una canción nueva y lo tomó como excusa para experimentar el formato streaming.
“En principio lo quise hacer como una experiencia para no estar ausente de la modernidad. ¡Piensan que vengo de una época en la que, para hablar por teléfono, había que girar un dial!”, confiesa entre sonrisas. “Al principio la sensación era de que… estaba solo. No tenés público, no tenés un feedback. Parecía un ensayo, aun sabiendo que, del otro lado, había gente mirando. Sin embargo, a los 20 segundos de la primera canción me relajé y empecé a cantar en plan ‘estoy entre amigos’. Una cosa íntima. Y me sentí bien. Siento que el streaming vino para quedarse, así que lo volvería a hacer, aunque le buscaría otra vuelta, compartiría el escenario con otros colegas”.
LID - Se cumplen 60 años de su primer disco, aquel del éxito de “Vuelve primavera”, pero también del fundacional “El rock del Tom Tom”. ¿Qué recordás de aquella grabación?
JT - Estaba en Canal 7, el único que había en ese entonces, y me ve Ricardo Mejía, director de RCA. En esa discográfica trabajaba Ricardo Chao, un chico que era vecino mío, entonces aparece en la casa de mi abuela a dejar dicho que querían que me presente en el estudio. No entendía nada. ¡Si yo no había ido a tocar el timbre de nadie! Era todo medio mágico. Un ceniciento, jaja. ¿Será cierto, o a las 12 de la noche me transformo en calabaza? Medio que le esquivé al asunto, pero mi viejo se enteró y me llevó de las pestañas junto a un amiguito del barrio con el que tocábamos la guitarra. Tomamos el 60, llegamos al estudio en Bartolomé Mitre y Riobamba y ví una de fila de como 120 chicos. Se ve que estaban tomando prueba. Justo me ve el director musical y me dice: “¿Vos sos el pibe de la televisión? Vení, seguíme”.
¿De la vereda al éxito en tan pocos pasos?
Casi que así, pero no tanto: canté dos de Elvis, luego “El rock del Tom Tom”, y me dieron un acetato para que me aprenda una canción y vuelva otro día. Era “Vuelve primavera”, que la conocía porque la habían grabado originalmente los Blue Cats, un grupo mexicano. Esto pasó un lunes, regreso ese viernes y en el estudio había un contrabajo y una batería. Estaba nuevamente con mi amiguito, al que le digo: “Che, qué bueno… ¡nos van a tomar una prueba con más músicos!”. Pero resulta que en realidad nos iban a grabar. El tema fue cuando me escuché... ¡qué desilusión espantosa! Jamás había escuchado mi voz, porque en la tele salía en vivo y no se grababan los programas, y uno, interiormente, oye su voz distinta a como suena. Cuando termino, en RCA me dicen que el lunes prenda la radio. “¿Cuál?”, les pregunto. “¡Todas, querido!”, me responden. Efectivamente, ese día sonaba “Vuelve primavera” en El Mundo, Splendid, Libertad… en todas las radios. Y algunas también pasaban “El rock del Tom Tom”, que era el lado B. En seis semanas vendimos 470 mil discos.
El “hit” inmediato fue “Vuelve primavera”, pero “El rock del Tom Tom” tomó dimensión con el paso del tiempo…
Cuando ese disco sale de Argentina, “El rock del Tom Tom” pega más que “Vuelve…”. Pegó en lugares impensados, como en Houston, Texas, la zona sureña de Estados Unidos. Insólito. Y mismo en España se transforma en hit en 1962, un año después que acá, y prendió para siempre: el disco se reeditó en los 70’, en los 80’, en los 90’… y por eso hace pocos años me terminaron contratando en el festival más importante de rock, country y rockabilly de toda Europa, que se hace en Torremolinos, Málaga. Todos chabones con cuero, grandes jopos, patillas, contrabajo. Un evento en España donde el único que cantaba en español… ¡era yo! En 2019 fue editado el LP de "El Rock del Tom Tom" en formato vinilo. Por lo visto se convirtió en una canción de culto, la consideran el primer rockabilly compuesto en español.
La década del ’60 fue muy vertiginosa para vos: pasas de ser un chico de la tele, de programas para bailar, a meterte en un rock contestatario con canciones que hablan de la guerra fría y de la violencia institucional…
Es que nunca estuve ausente de lo que sucede. ¡Hasta el día de hoy! Escuchaba todo lo que podía, iba a las baterías a ver qué había de nuevo. Hoy todo es más fácil, picoteas en Internet y encontrás cualquier cosa, pero en ese entonces tenías que gastar zapatillas. Y cuando apareció ese nuevo estilo de rock, me gustó mucho. Ví a esas bandas nacer, crecer, grabar, dar sus primeros pasos. Y siempre admiré la intención de ponerle una cuota de la personalidad nuestra. Estaba lo urbano y lo suburbano: el chico que venia del interior y se plantaba en la ciudad, pero sin dejar de tener ese aire, esa frescura y esa intención. Era mezcla resultó ser muy interesante. Yo presenciaba sus grabaciones y ellos las mías. Era divertido y se formaba un clima de mucha complicidad, te ponían a un metro y medio del piso. Por eso conecté con Los Gatos, con Manal. ¡Lo que me babeé con Manal! Me volví re fana de ellos. ¡Y Spinetta directamente me volvió loco! Fue uno de mis grandes ídolos. Además lo conocí muy bien porque ambos vivíamos en Villa Urquiza y luego uno de mis hijos iba al colegio con los de él.
¿Cómo llegás a grabar en plena dictadura de Onganía “Víspera de la destrucción”, una canción que hablaba de la guerra de Vietnam y que estaba censurada en Estados Unidos?
Bueno, acá también hubo un amago de censura. Pero tuve suerte. En las compañías donde grabé a veces me hacían sugerencias de canciones en inglés que iban con el estilo que frecuentaba en cada momento, aunque el repertorio final lo decidía yo. El que sí me prohibieron fue el disco Soy latinoamericano, ya en el gobierno de Lanusse. Estuvo seis meses guardado, hasta que lo ve un miembro de la iglesia y dice: “No, esto no está hablando en contra de un sistema militar, sino de una cuestión social”. ¡Le dieron bola a este tipo y lo editaron! En ese disco había varias canciones polémicas. La peor de todas era “La tierra de Dios”, muy muy latinoamericanista, directo al hueso, porque hablaba de la unión regional en una época donde eso estaba a flor de piel. No podías evitar estar ausente de eso, lo sentías, te arrastraba.
Pero en 1972 te estableces en Estados Unidos durante un largo tiempo, casi como un exilio…
Ahí me mande un periplo bastante interesante, estuvo buenísimo. Y valió la pena más allá de lo económico. Fui a hacer unos conciertos y se entera que estoy en Nueva York Mario Hernández, un argentino que era representante de Frank Sinatra para Sudamérica. Él me engancha en una troupe con la que arrancamos desde ahí hasta el sur, y luego cruzamos todo Estados Unidos hacia Los Ángeles. Yo venía de estar conectado con la colectividad judía, para la cual hacía música hebrea en country. ¡No lo podían creer! Les daba todo ese color, ese ritmo y ese sonido a canciones tradicionales de ellos… ¡mitad en inglés y mitad en hebreo! Estuve a punto de grabar un disco, qué pena que al final no lo hayamos hecho.
¿Y cómo se produce la vuelta a Argentina después de todo eso?
Porque después de engancharme en otra troupe, fui a Venezuela y grabé un disco con una banda de allá, Los Supersónicos. Eran canciones propias y covers. Pegó especialmente una mía llamada “Noches en Caracas”. El álbum se vendió muy bien, cosa que no esperaba, y eso me llevó a Colombia y a Ecuador. Así es como empecé a bajar de a poco, aunque ya me había bajado el jopo tenía el pelo largo y me lo corté un poco en la onda Beatle.
A principios de los 80’ se produce una interesante discusión en el rock argentino: aparece una nueva generación que cuestiona a la anterior, y varios de sus exponentes, como Moura o Cerati, te toman como referente. ¿Los frecuentaste?
Lo de Federico Moura me enteré después por medio de Carlos Rodríguez Ares, un amigo mío que fue productor de ellos. Él me dijo que era fanático mío. “¿¡Cómo me entero ahora!? ¡Si yo me volvía loco Virus!” No lo podía creer. También me lo recordaron años después Julio y Marcelo, sus hermanos. En los 80’, el que bailaba parecía un idiota, entonces ellos provocaban ese conservadurismo. Federico era un buceador. Y no lo ocultaba: no es que venía y te daba la sorpresa. "Estoy viendo esto", te decía. Y se mandaba por ahí. Vino a romper un montón de esquemas e hizo mucha falta cuando se fue. Propone una estética desde lo visual hasta lo musical.y cambia el significado del escenario. Eso a mí me mató. ¡Como caminaba el escenario! Fantástico. La banda era muy zarpada. Con Cerati, por suerte, me enteré a tiempo: en una comida en SADAIC viene el Bahiano, con el que nos conocemos de muchos años, y me dice "Gustavo está loco, es un enfermo tuyo, no tenés idea… ¡pero le da verguenza venir a tu mesa!”. Así que me paro y lo miro, entonces él se para, avanzamos… y me da la mano. “Pero, no, viejo. ¡Nos tenemos que dar un abrazo!”, le digo. “Me muero, maestro”, me contestó. Nos quedamos hablando mucho esa noche. Soda Stereo me gustaba mucho, y él vino a mostrar una manera diferente de pararse en una banda y tocar. Ser interprete, guitarrista y cantante con una letra que no decía "mamá, tengo frío". Era genial. Aunque mucho más me gustó lo que hizo él como solista. Creo que estaba muy adelante y quiso salir del standard de Soda, entonces empieza a volar y desarrolla una obra excepcional. Lo admiré.
¿Seguís tocando la guitarra y componiendo?
Sí, y mucho más ahora, que estamos guardados. Estoy por armar un disco, sobre todo porque cabe que lo haga cuando estoy cumpliendo sesenta años en la música, ¿no? Jajaja. Va a ser difícil elegir cuáles grabar, porque realmente tengo muchísimas. Siento que el rock me propicia cada vez más la posibilidad de expresarme. Es como sacar y mostrar mi partida de nacimiento. Es mi chapa: Johnny, esto es lo que sos. Entonces vamos por ahí. Y además tengo un compinche que es tremendo. Porque es un gran guitarrista, y productor, además de coautor. Se llama Adan Vega... es mi hijo. También tiene su banda, graba discos y produce a otras de distintos lados. Tiene su estudio e hizo los dos últimos álbumes míos. A medida que crezco tengo menos impedimentos en expresarme lo más crudamente posible como autor. No necesito endulzar frases para no herir susceptibilidades de nadie. Al que no le gusta... lo lamento. A mí me hace muy bien. Mi última canción dice “Soy el resultado de mi historia de vida / soy como un guerrero en la victoria final / Y las heridas que marcaron mi destino / son cicatrices que no las voy a olvidar”. Lo digo muy crudamente. A mí me quedas dos vueltas carnero, nada más. Hablo de mí. Desde mi lado, desde la curva. Cumplo seis décadas en la música y las quiero festejar desde un disco. Me lo merezco.