Ornella Meroi tiene 23 años. Estudia profesorado de Nivel inicial a la par que comienza a escribir poesía. Aquí comparte algunos versos.
Viernes 13 de septiembre de 2019 21:30
Imagen: escultura de la artista canadiense Ellen Jewett
La bestia
Cuando era chica mis viejos se separaron
mi madre en una de las citas con el juez
sentenció:
Celeste es un animal.
No describió cual,
ni raza,
ni tamaño,
ni si era salvaje o doméstico.
Yo —al enterarme—
me sentí traicionada
por la mujer que me parió.
Tenía 8 años
pero eso me había hecho sentir
aún más chica
y más insignificante que nunca.
La mujer que me dio a luz,
esa que
—según me habían enseñado—
debía estar programada biológicamente para amarme,
era el ser que más me despreciaba en la tierra.
La vida siguió,
como dice Joaquín,
como siguen las cosas que no tienen mucho sentido...
Y hoy entiendo,
o elijo
darle otro significado
a esa expresión:
Yo era un animal.
Hasta me animo a decir que yo era un animal salvaje.
Elijo resignificar una de
las cosas que más me hirieron en mi vida
para dar un nuevo nacer.
Elijo creer
que yo era un alma libre
Incapaz de ser domesticada
y hoy elijo creer
que soy mucho más que un animal:
soy una bestia.
Mi lomo hecho de heridas ya curadas,
algunas todavía en proceso,
mis manos que agarran lo que desean,
mis brazos que cargan conmigo cuando ya no puedo más,
mis garras listas para defenderme de quién quiera robarme lo que es mío,
mis piernas que me llevan a cumplir todo lo que deseo...
Hoy mi cuerpo de bestia,
bestia audaz,
bestia veloz,
bestia vigorosa,
bestia pasional,
bestia impulsiva,
bestia bondadosa,
bestia… al fin,
pienso,
qué tan bestia debo haber sido
para que con mis 8 años
vos, madre, demuestres ante un juez
el terror que tenés
a la Libertad.
—
Voy camino a casa.
Al fin.
Ya no veía la hora de llegar.
Llego al edificio, marco la llave.
Entro al ascensor. Piso 6.
Llego al pasillo. Abro la puerta.
Al fin.
Me saco las zapas antes de cerrar la puerta y las dejo ahí al ladito, por las dudas tenga que salir. Aunque ojalá que no.
Camino por el pasillo pasando por el comedor. Antes de llegar a la ventana prendo el equipo de música.
Suena la 103.1. no sé ni qué nombre tiene la radio pero pasan esas canciones viejas tranquilas que hacen el ambiente un poco más ameno.
Abro la persiana, y la ventana. Salgo al balcón. No se puede ni respirar con este calor del orto. Miro un poco el barrio desde arriba casi chusmeando, me doy vuelta, y cierro la ventana detrás mío.
En la radio empieza una canción que conozco. Pero no es la original. Es un cover mucho más lento.
Oh yeah, I’ll tell you somethin’
I think you’ll understand
Voy a la cocina. Abro la heladera y saco una botella de agua fría. Agua fría en una botella de Absolut, a veces el ingenio de mi novio me sorprende. Se puede ser un ebrio ingenioso.
When I say that somethin’
I want to hold your hand
Vuelvo al comedor, me tiró en el sillón y me saco el corpiño por debajo de la remera.
I want to hold your hand
I want to hold your hand
Qué canción de mierda esta. Te la da justo en el cora. Encima este cover no ayuda...
oh please say to me
You let me be your man
Canto como puedo un inglés deplorable pero sentido.
Esta canción le encantaba.
Qué bronca.
Ya casi van diez años.
And please Say to me
You let me hold your hand
Se asoman esas lágrimas que aparecen siempre después de recordarlo.
Todavía no lo perdono por dejarme.
Cómo si él, hubiera tenido opción.
I want to hold your hand
I want to hold your hand
—
Ya estaba lista.
Yo quería irme.
No tenía valija ni equipaje. La ropa me sobraba. No eran necesarios.
Ya estaba lista.
Desde que tengo uso de razón quería irme.
Volar.
Flotar.
Sentir la nada.
Pero estaba ahí.
Postrada a la camilla y mi mamá rezando para que no me vaya.
No es que el lobo me esté comiendo. Pero está, ahí, al acecho.
A veces me hacía la dormida para que ella pudiera llorar tranquila.
La escuchaba pedirle a Dios de a ratos,
Y en otros la escuchaba lo puteaba por hacerme padecer esto…
Yo la puteaba a ella. Por dentro.
Ella me había traído.
Y lloraba para que no me vaya…
Qué voy a hacer? No voy a dejar a la vieja toda la vida deprimida.
Ya sufrió mucho.
Nunca la perdone por traerme. Nunca la perdone por no dejarme ir.
Nunca perdone del todo a nadie en realidad.
Ni siquiera yo me perdoné, por haber elegido quedarme.
Más por ella que por mí.
Sobre la autora
Ornella Stefanía Meroi Palacios nació en 1996. Como el nombre es así de largo simplemente firma: Ornella Meroi. Vivió casi toda su vida en San Lorenzo y hace poco reside en Rosario, donde estudia profesorado de Nivel inicial y hace sus primeros pasos en la escritura. Hija de madre docente y padre bancario, segunda de cuatro hermanas, gusta de atarcederes, abrazos y cocinar escuchando música.