La pelea de la derecha y extrema derecha por vender una salida reaccionaria se nota en los institutos. No es una sorpresa para quien haya pasado tiempo recientemente en las aulas, donde resuena la politización de las expectativas, frustraciones e identidades de la “generación de las crisis” y su mundo.
Lunes 20 de enero
En las aulas hay quienes hacen saludos fascistas en clase, boicotean actividades donde se hable de diversidad sexual, gritan insultos racistas cada día, se hacen amigos de sus compañeros de clase migrantes o votan ir a la huelga estudiantil en solidaridad con Palestina o el 8M. En ocasiones es la misma gente. La conciencia puede naturalizar que no hay salidas colectivas y que es mejor tener a alguien por debajo y recibir migajas más grandes, y también puede dar cambios rápidos ante experiencias de defensa y de lucha cuando se ve abierta una posibilidad.
Sobre esta generación ya hay voces que alertan de los discursos y actitudes sin filtro en base a mantras de la propaganda ultraderechista, dentro y fuera de los centros educativos. Ante la sensación de que un buen futuro no está garantizado, la juventud ha mostrado ser permeable a ideas radicales. ¿Por qué iban a ser ideas radicales de derecha? En realidad no siempre lo son. Pero para cuestionarlas no funciona una defensa de la versión progresista de un sistema que no les promete nada mejor que pisar a otro o esperar que te pisen.
Así, “sálvese quien pueda” podría ser una de las claves para entender el mapa de las ideas de extrema derecha en los institutos. Pero para trazar un panorama más completo de esta situación es necesario unir otros elementos, como las campañas legales y mediáticas de la extrema derecha centradas en la educación o los discursos que apelan a problemas de la sociedad capitalista para darles salidas reaccionarias, antiderechos y represivas. Repasamos algunos de estos apuntes.
“No al adoctrinamiento sexual, de género, político e ideológico de nuestros hijos. ¡Apoya el PIN Parental! ¡Defiende a los niños!”
Este es el titular de una campaña impulsada por el lobby ultracatólico de derecha Hazte Oír. Justo después hay una casilla para donar dinero y un cartel donde advierten: “activistas LGTBI, trans o de género e ideólogos de izquierda les dirán a tus hijos cómo pensar, actuar y sentir.” Este es el mismo argumentario que tiene VOX o un PP derechizado cuando presentan mociones a favor del veto parental, habla de adoctrinamiento en las escuelas públicas o anima a denunciar a docentes.
Estas actuaciones son parte de campañas internacionales, con bulos que llegan hasta los parlamentos, acusaciones de “corromper a la juventud” y defensas de las privatizaciones en educación. La extrema derecha ha situado a las escuelas públicas como un campo de batalla para sus “guerras culturales” contra la llamada “ideología de género”, contra las personas migrantes y en defensa de una segregación aún mayor del alumnado en las escuelas.
Por una parte, en estas campañas tienen peso diversas iglesias internacionales, muchas de las cuales se apoyan en su arraigo en comunidades con dificultades económicas a las que dar una red de socialización y protección a cambio de reproducir sus normas y discursos de odio patriarcales. Por otra parte, en una derecha y extrema derecha más institucional estas campañas cargan contra la juventud migrante en barrios obreros, a quien responsabilizan de delitos y de bajar el nivel del resto de estudiantes, o contra “el adoctrinamiento” en las escuelas, pidiendo el veto parental a los discursos que no gustarían a la extrema derecha.
Estas ofensivas encuentran un terreno abonado para extender idearios de extrema derecha en la juventud (y sus familias) en la configuración ya existente del sistema educativo. Una de las claves para saber qué jóvenes especialmente se hacen de extrema derecha está en mirar hacia la escuela concertada y privada. En estos centros hay estudiantes e incluso docentes que desafían, en ocasiones con bastante audacia, estas ideas. Por ejemplo, en 2600 centros bajo el control de la Iglesia Católica reciben alrededor de 5.000 millones de euros de dinero público y su existencia está garantizada por todos los gobiernos, incluido el gobierno de coalición PSOE-UP. En estos colegios e institutos se aplica el veto parental día a día.
La extrema derecha no ve amenazada su presencia en estos centros. Así, por un lado se centra en medidas como imponer que se den cuantiosas becas a familias ricas para poder seguir asistiendo a colegios segregados con dinero público. Por otro, se propone controlar lo que se piensa, se dice y se lee en los centros donde van las hijas e hijos de la clase trabajadora. Y si bien los señoritos de VOX o del PP no son las figuras más populares, tratan desde distintas versiones de llegar especialmente a la juventud a través de la comunicación.
“Profe, yo voy a ser businessman y me voy a hacer millonario”
Pongamos que en el entorno de un adolescente que ve a su núcleo familiar deslomarse a trabajar hay mediaciones políticas y sindicales que enseñan que no se puede luchar y hay que conformarse, y también hay contenido online y escolar que hablan de que la libertad para la explotación de alguna manera le dará riqueza. No todo iban a ser nostálgicos de dictaduras que no da tiempo a explicar bien en clase. También llegan al aula discursos de sectores que hablan de libertad, aunque no queden tan lejos de pedir mano dura.
Si pensamos en la derecha libertariana que se dirige a los jóvenes hablando de “tener mentalidad de tiburón”, no podemos dejar de mirar a la escuela. Si bien es cierto que existen otros factores importantes, el terreno para que haya jóvenes que compren estas ideas viene facilitado por las sucesivas reformas educativas que dirigen cada vez más la enseñanza hacia el beneficio capitalista, naturalizando el “sálvese quien pueda” hasta en el currículum educativo. Esto puede verse en la reproducción de la competencia y el lenguaje de las patronal en programas de enseñanza y la creciente orientación e injerencia empresarial en los planes de estudio.
¿Es posible un sistema educativo que no replique las dinámicas del capitalismo?
Sería ilusorio presentar la escuela pública tal y como está como un bastión de igualdad ante las ideas de la extrema derecha. La escuela está pensada para que enseñemos a comportarse a las futuras generaciones que deberán nutrir el estómago del capitalismo. Al mismo tiempo, el acceso a la educación es una conquista histórica de la lucha de clases que nunca está a salvo de recortes, elitización, precarización o censura ideológica. Y es el lugar por donde pasa una jornada entera toda la juventud hasta la adolescencia. Sería irresponsable pensarlo únicamente como una maquinaria capitalista y no como un terreno de lucha.
Las clases de los institutos reflejan como está su entorno y qué piensa. En las aulas irrumpen todo tipo de problemas sociales y qué salidas parece posible pensar a los mismos. En barrios obreros nuestro alumnado no vive al margen de desahucios, deportaciones, fronteras, violencia machista, explotación y precariedad laboral, acoso LGBTIfóbico ni hostigamiento policial desde una edad muy temprana. Aunque de todo esto siempre falte tiempo para hablar en la escuela, éstas son realidades que nuestros adolescentes no quieren vivir. También son lacras de un orden social capitalista presentado como el mejor de los mundos posibles ante el que no cabrían salidas colectivas.
Incluso esta derecha fanática de la explotación y los empresarios tiene que hablar de “salir de la matrix”, “escapar de la trampa” o “vivir mejor que los que te rodean” para ganarse la atención de jóvenes que no vayan a heredar fortunas. Es decir, tiene que reconocer que la situación de la clase trabajadora es, cuanto menos, una trampa. Pero la salida individual en clave libertariana plantea un fallo: no sucede. A falta de una alternativa mejor para las consecuencias de la precariedad y la falta de futuro, se abre paso otra cara de ese mismo “neoliberalismo popular”, no tan centrado en “el triunfador”, sino en la competencia a codazos (y hacia abajo) por lo poco que ofrece el presente.
El enemigo es el de al lado
Tras el corto provecho de las ideas libertarianas para la juventud que no va a ser jefe, en una época de crisis también puede calar ante la desmovilización unas ideas que podríamos englobar en un “derechismo del penúltimo contra el último”. Esta lógica está presente en las aulas (y fuera de ellas) cuando escuchamos que es que les espera la precariedad “porque las ayudas se las dan a los inmigrantes” o que las conquistas de la diversidad sexual o las mujeres se harían a costa de empeorar la posición de los hombres jóvenes de clase obrera.
Por ejemplo, detrás de los discursos sobre “las paguitas a inmigrantes” hay bulos de derecha y un racismo que divide a la juventud trabajadora, pero también asoma el miedo a necesitar una ayuda social y la imposibilidad de pensar en pelear por una sociedad en la que no sean necesarias “las paguitas”. Cuando oímos a adolescentes hablar de que lo que tiene que hacer una “mujer de valor” o decir que una mujer que disfruta de su libertad sexual “no es material para formar familia”, se están verbalizando actitudes profundamente machistas, pero también hay entre líneas una inquietud por el miedo a “no ganar” en la vida sexual en una sociedad en la que ya van a perder mucho como fuerza de trabajo.
El fantasma de la inestabilidad para tener un plan de vida asoma en la reclamación de un lugar victorioso en las relaciones o la movilización de la nostalgia hacia una época fordista con “menor precariedad y hogares más estables”. Para que haya memes de Hitler o Franco en los grupos de Whatsapp de la clase no sólo hacen falta entornos que lo normalicen, sino también la idea de pensar que es más fácil una vuelta a un pasado represivo que una alternativa hacia delante.
Este tipo de visiones parecen más “la cruda verdad” que es “políticamente incorrecta” que un futuro deseable de prosperidad. Pero para que este tipo de discursos se muestren como una alternativa “realista y no buenista” ante malestares de clase tiene que desaparecer la idea de que son posibles salidas colectivas que tengan el centro en la lucha de clases. Y en esa tarea de hacer las salidas por abajo impensables no sólo ha colaborado la derecha, también gobiernos que han firmado con sello progresista todo tipo de ataques junto a burocracias sindicales que se han esforzado en que cunda el silencio, poniendo la alfombra roja a la demagogia ultraderechista.
La idea de “hacer al hombre grande otra vez” encaja en adolescentes que ven lejos tanto la educación sexual como la idea de “hacerse grande” como clase obrera]. Esta dinámica empeora si cada vez que hay un ataque sobre trabajadores y desempleados lo hace un gobierno que habla de ecologismo, multiculturalidad, feminismo y diversidad sexual vaciados.
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Tal vez una parte de los jóvenes que repiten consignas de youtubers de derecha estén mostrando que sólo entienden lo progresista unido al neoliberalismo progresista, porque es lo que han conocido. Y sí, esa extrema derecha está hecha de liberales elevados a la máxima potencia tratando de exprimir y desregular cada aspecto de la sociedad para beneficio del capital. Pero a la hora de desplazar este orden neoliberal, las salidas por derecha y autoritarias en algunas ocasiones aparecen con más fuerza reclamando ser la alternativa.
Un “progresismo” de gobiernos ajustadores no sirve para contrarrestar esto. La noción de que “todos los políticos son iguales” se alimenta de experiencias así y puede llevar a la conclusión de que un gobierno autoritario es la salida posible ante las crisis. O a la conclusión de que el freno a las crisis y lo más racional es que quienes producimos y movemos el mundo deberíamos gobernarnos. Una alternativa anticapitalista tiene la tarea de desenmascarar estas “ideas radicales” de la derecha. Todavía no se ha construido a gran escala, aunque los momentos de autoorganización y lucha contienen algunos puntos de apoyo para poder levantarla.
“Son los cuatro o cinco ruidosos”
Tomando los datos no puede decirse que la juventud “se esté haciendo de derecha” como un bloque. Pero sí que existe una extrema derecha que se encuentra a la ofensiva para tratar de hacerse con la juventud. Y no está encontrando en ocasiones una respuesta organizada que le cierre el camino. Por una parte, no se puede ignorar la energía de miles de jóvenes de instituto que han salido a las calles en solidaridad con el pueblo palestino, contra el machismo y la LGBTIfobia o por la justicia y solidaridad de clase con las afectadas por la DANA. Por otra parte, siendo un punto de apoyo clave, esa energía no queda organizada a gran escala al día siguiente. Tal vez uno de los problemas reside en la necesidad de articular a los ruidosos de izquierda desde una política que no le deje la rebeldía a la derecha.
En una entrevista en El Salto varios docentes relatan como la juventud quiere hablar de política, pero “los líderes de la extrema derecha animan a las personas jóvenes a ser el disidente de su clase, a discutir con sus profesores, a evitar ser adoctrinados”, mientras extiende el temor a “la represalia por parte de las familias”. Señalan que “los alumnos más derechizados son los que más se atreven a participar en un debate” al tiempo que una mayoría de la clase, “asiste, a veces harta e impotente, a la proliferación de estos discursos de boca de sus compañeros”.
Estas docentes apuntan a dos claves interesantes y para las que se supone que no están hechas las aulas: la discusión y movilización. Así, señalan que hay que “discutir las razones de la extrema derecha en el aula, aunque suponga perder tiempo de clase” y que “en los últimos años el auge de la movilización de la gente joven con el feminismo, el antirracismo, el movimiento LGTBI me da esperanza”.
Respecto a la primera, es necesario que sea posible “perder” tiempo de clase. No se puede debatir igual cuando en una clase hay 15 adolescentes que cuando hay 30 adolescentes. No se tratan las dificultades igual cuando la resolución de conflictos, la orientación o la pedagogía terapéutica consisten en uno o dos profesionales para atender a casi mil adolescentes. No se puede “perder” tiempo de clase para resolver de forma democrática el bullying igual cuando el sistema educativo es una competición por las puertas a medio cerrar de la educación superior.
El caso del bullying muestra como se dan la mano ambos factores. Así, hay docentes y alumnes que pelean contra el bullying con su tiempo y esfuerzo, pero les toca ceñirse a las exigencias de un temario impuesto por ley, para dejar a la clase con posibilidades de enfrentarse a una vida escolar configurada como una carrera de obstáculos amañada. Pero también podemos identificar que los discursos de la extrema derecha en clave racista, machista, LGBTIfobia, capacitista y antiobrera muestran sus rasgos en muchas ocasiones en los casos de bullying. Éstos disciplinan no sólo a quien recibe una agresión, también a quien la ejerce y quien la conoce, para evitar ser otra víctima.
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Queremos que las aulas sean seguras y sean lugares de discusión sobre los problemas de nuestro tiempo. Lugares donde aprender y pelear por la unidad de nuestra clase como un bastión para combatir las ideas de la extrema derecha y el sistema capitalista que la alimenta. Esta tarea no conoce recetas mágicas, se construye desde la experiencia con aciertos y errores, pero podemos encontrar algunas pistas sobre hacia dónde apuntar.
Una de estas ideas es la importancia de la propia experiencia en la unidad y colaboración como clase para desmontar los bulos y odio de la derecha. Así, se une la combinación de esta pelea “en lo pedagógico” con la pelea política por la financiación y transformación de la educación para hacerlo posible.
Como decíamos en un artículo anterior, “separar lo político de lo económico, y ambas esferas de los contenidos ideológicos que se reproducen en la escuela es un error. Apelar a un problema que sería solamente metodológico es aislar la escuela del marco mayor que la sociedad capitalista y el Estado de clase”. Finalmente, es necesario señalar la unidad de este combate con la organización con los sectores más audaces de la juventud, los movimientos sociales y la clase trabajadora bajo un horizonte anticapitalista.
La tarea de unir(nos) la clase y pelear por el futuro
No hay dos clases iguales. Pero, por ejemplo, podemos identificar que el racismo no se extiende con la misma facilidad en un instituto en el que una parte significativa del alumnado es migrante o defendería a sus compañeras migrantes de comentarios y agresiones racistas. Ese mismo alumnado en ocasiones puede pensar en esa experiencia para comprender qué sucede cuando a alguien le sucede algo malo en la calle, el trabajo o el hogar por su expresión de género o sexualidad. Puede entender cómo esa amenaza disciplina al resto de la clase, pero pierde su potencial para hacerlo cuando hay una respuesta colectiva. Cómo la valentía puede inspirar al resto, pero también es necesario articularla en común.
Este tipo de unidad es opuesta por el vértice a la entrada de las ideas de la extrema derecha y la competencia capitalista por un futuro escaso, pero presenta una particularidad: viene desde dentro de la propia clase. No quiere decir que esta solidaridad se construya de forma autónoma ni espontánea, pero es más difícil entenderla como la imposición ideológica que la extrema derecha dice que es. Tratar de levantar estas posiciones enfrenta años de propaganda neoliberal y ultraderechista, buscando desmontar que las “feminazis”, los “menas” y “el lobby LGBTI” no son el monstruo externo que viene a robarles e imponerles todo, sino parte de su identidad. Uno di noi.
No se puede lograr una tarea tan grande desde una postura meramente “antiderechista”, menos aún desde la superioridad, la censura o la llamada al orden. Tampoco únicamente desde el profesorado, a quien la escuela coloca en forma vertical, sino unido a la organización de los elementos más conscientes de la propia juventud en los institutos que planten cara a las ideas reaccionarias.
Esta es una pelea inseparable de la lucha por conquistas centrales en la defensa de la educación pública al servicio de la clase trabajadora y los sectores populares. Va unida a la necesidad de mejorar las condiciones que nos permitan poder enfrentar unas ideas reaccionarias que también se reproducen fuera de la escuela. Y construir una respuesta contundente a la extrema derecha requiere la unidad en la lucha de las fuerzas de sindicatos, organizaciones estudiantiles, políticas y movimientos sociales.
Por ello en este combate aparecen una serie de demandas como la separación de la Iglesia del Estado, la educación sexual integral (ESI) en todas las etapas, el fin de las actividades de las fuerzas represivas en centros educativos u otras como poner en discusión la imposición de los contenidos curriculares. Estas propuestas van ligadas a la posibilidad de ejercerlas mediante la subida presupuestaria, con medidas como el fin de la financiación a la concertada y el aumento de los fondos en una única red de educación pública.
Por ejemplo, este aumento sería necesario para ampliar la contratación de docentes, auxiliares y otros profesionales; para reducir el alumnado por docente y ganar tiempo para poder atender a la clase mejor en sus aspectos socioeducativos. Esta reducción de ratios y el consiguiente reparto de horas lectivas mejora las condiciones para desarrollar una docencia en la que adquiera mayor peso la autoorganización de las clases y la cooperación.
Estas medidas contribuirían a que la escuela fuera un entorno mejor para la juventud y cerrar pero el paso a las ideas reaccionarias, pero se verían limitadas sin una lucha por la gratuidad de los estudios superiores con plazas suficientes y sin la pelea contra la precariedad laboral de la juventud. Pero son medidas que no pueden aislarse, sino que deben encuadrarse en un programa transicional que rebase la configuración del sistema educativo al servicio de los capitalistas.
No se puede luchar contra las ideas de la extrema derecha en la escuela sin cuestionar una escuela (y una sociedad) que los capitalistas tratan de modelar a su gusto. Citando a Lenin: “nuestro trabajo en el terreno de la enseñanza es la misma lucha para derrotar a la burguesía; declaramos públicamente que la escuela al margen de la vida, al margen de la política, es falsedad e hipocresía”. Venimos a organizarnos y combatir cada día por transformar esta sociedad junto al resto de nuestra clase.