Sobre la clase obrera y sus posiciones estratégicas en el capitalismo español.
Durante estos meses de crisis pandémica se puso nuevamente en evidencia el rol tan importante que juega la clase obrera en el funcionamiento del capitalismo español, ya que es la única que tiene en sus manos lo que desde el Ministerio del Interior se han llamado las “infraestructuras críticas”, “estratégicas” y “esenciales” que hace que el Estado capitalista mantenga su funcionamiento económico y político. Sin embargo, gran parte de la izquierda política y, desgraciadamente, gran parte de la izquierda sindical, siguen sin darse cuenta de ello, y se niegan (al contrario de lo que hace la burguesía) a pensar cuáles son los puntos o eslabones débiles que tiene este todopoderoso sistema. Una ceguera que oculta el potencial sinérgico y estratégico que poseen las distintas capas de la clase trabajadora a la hora de pensar las vías para imponer una salida obrera a las graves crisis económicas, sociales y políticas que están por llegar. Y acaban por justificar todo tipo de teorías que ensombrecen este potencial o bien acaban depositando ilusiones en los experimentos del neorreformismo que es la negación política de este potencial, o bien acaban por justificar los gobiernos “progres” como el mejor mal menorismo, como vimos con el Gobierno del PSOE-Unidos Podemos.
Cuidando las “infraestructuras críticas” del Régimen del 78
Estos meses atrás, no fue el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades, sino el mismísimo Departamento de Seguridad Nacional de los EEUU que dirige la “Agencia de Ciberseguridad y Seguridad de la Infraestructura” (CISA) [1] quien tuvo que asumir el mando y decretar que el concepto de mano de obra “esencial” tenía que ampliarse a prácticamente toda la fuerza laboral del país para poder mantener a salvo toda la maquinaria capitalista. Publicando en los organismos oficiales listas extensas de los “trabajadores esenciales” que ocupan la “infraestructuras críticas” de la economía. De esta manera, y sin darse cuenta, Trump tuvo que reconocer a su modo lo “esencial” que es el papel de la clase obrera tanto para mantener los beneficios de la burguesía como para mantener los servicios básicos a toda la población.
El hecho de que existan nuevas nomenclaturas para pensar los puntos de “criticidad” del sistema, da cuenta del nivel de poder de incidencia que viene adquiriendo la clase obrera a nivel internacional. No ya solo dentro de sus ámbitos nacionales, sino cómo el capitalismo conecta a los trabajadores a nivel mundial a través de las cadenas de valor nacional e internacional. Las obreras chinas que fabrican mascarillas o paracetamol se conectan con los trabajadores del transporte del Grupo Sese, con el descargador de uno de los centros logísticos del Corredor del Henares y con las enfermeras del Hospital Gregorio Marañón de la ciudad de Madrid.
No ha sido ahora cuando la inteligencia norteamericana se ha puesto a estudiar cuáles son los puntos débiles de la economía americana. Llevan desde 1995 decretando Directivas Presidenciales que han ido perfeccionando y ampliando las áreas económicas que entran en la “Protección de Infraestructuras Criticas” hasta llegar a las 16 infraestructuras que son necesarias para mantener la ley y el orden económico a salvo. Que van desde las manufacturas y la energía hasta la industria química, pasando por las instalaciones comerciales. Fue después del atentado a las torres gemelas del 11 de septiembre 2001 que EEUU puso en alerta a la Secretaria de Defensa para diseñar todo tipo de planes de protección. Pero desde principios de siglo no ha sido el único país que se ha puesto manos a la obra, pues la UE también se puso en marcha viendo las precauciones de su homologo. En España, por ejemplo, la Secretaría de Estado de Seguridad, del Ministerio del Interior aprobaría en 2007 el Plan Nacional para la Protección de Infraestructuras Críticas, con un Catálogo que se ha ido renovando con las empresas estratégicas del país, y a las que nadie puede tener acceso público (aunque no solo resulta obvio, sino que la Agencia americana ya da una idea de cuales podrían ser las de aquí).
Si bien esto solo era un plan de buenas intenciones para cumplir con las directivas europeas, no fue hasta 2011 que el Estado español se tomó muy en serio la protección estratégica de la economía, con la aplicación de la Ley 8/2011 que establece medidas para la protección de las infraestructuras críticas y el Real Decreto 704/2011 que desarrolla su reglamento. Además, esta nueva legislación no fue una casualidad. Precisamente estas medidas se tomaron poco después de que la histórica huelga “ilegal” de los trabajadores de control aéreo llegaran a paralizar todo el espacio aéreo durante varios días, y que los colocó en el punto de mira del Ejército y el Gobierno socialista de Zapatero. Que por primera vez decretó el Estado de Alarma para que los militares se hiciesen cargo del servicio. Con esta huelga al Régimen del 78 le quedó bien claro el poder de fuego que seguía teniendo la clase obrera y las enormes debilidades de la maquinaria político-económica.
El nuevo decreto español (que no es público) y las Directivas de Trump en EEUU incluían las manufacturas, las instalaciones comerciales, las presas, y también, el espacio, la industria nuclear, la química, el agua, la energía, el transporte y las telecomunicaciones, la salud, la alimentación o el sistema financiero como parte de los sectores críticos. Sin tener en cuenta la restauración y el comercio, hasta los trabajadores de los grandes casinos han sido considerados “críticos” por ser la fuente de ganancia de millones de dólares al año, que en EEUU forman grandes ciudades dedicadas a la venta del juego y el ocio. Es decir, prácticamente es “crítica” toda la economía norteamericana. Además, en este camino por sistematizar cuáles son sus posiciones estratégicas críticas, lo que se ve es que cada Estado nacional puede ir cambiando, ampliando y centrando estas posiciones en función del país, por ejemplo, según cuáles sean sus sectores productivos centrales, o sus cadenas de valor internacional, o también en función del momento y la coyuntura política para mantener el orden social. Lo mismo pasó en el Estado español, cuando el Gobierno anunció con el Decreto de Estado de Alarma del 14 de marzo que “operadores críticos” [empresarios y multinacionales] eran esenciales para mantener el corazón de la economía y los servicios.
Lo interesante de los Decretos españoles es que por primera vez el Régimen del 78 se ve obligado a manejar una serie de categorías más complejas con una terminología “militar” (o por lo menos con “carácter policial”)[ Revista del Ministerio del Interior “Seguridad y Ciudadanía”, numero 11, 2014] para definir los diferentes niveles “críticos” de las infraestructuras capitalistas, que además les está sirviendo para fortalecer la coordinación entre los Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y los empresarios con los que elaborar planes concretos.
Algunas de estas interesantes terminologías “militares” son: 1) El “Servicio esencial”, que se refiere a las “funciones básicas, la salud, la seguridad, el bienestar social y económico de los ciudadanos o el eficaz funcionamiento de las Instituciones del Estado”. 2) El “Sector Estratégico”, que son las áreas de la “actividad laboral, económica y productiva, que proporciona un servicio esencial o que garantiza el ejercicio de la autoridad del Estado”. 3) La “Infraestructura Estratégica”, que son “las instalaciones, redes, sistemas y equipos físicos y de tecnología de la información, sobre las que descansa el funcionamiento de los servicios esenciales”. 4) Las “Infraestructuras Críticas”, que serían las “infraestructuras estratégicas cuyo funcionamiento es indispensable y no permite soluciones alternativas, por lo que su perturbación o destrucción tendría un gran impacto sobre los servicios esenciales”. 5) “Infraestructuras Críticas Europeas”, que serían las “situadas en algún Estado miembro de la Unión Europea, cuya perturbación afectaría gravemente al menos a dos Estados miembro”. 6) “Zona Crítica”, que haría referencia a la “zona geográfica continua donde estén establecidas varias infraestructuras críticas a cargo de operadores [empresarios o multinacionales] diferentes e interdependientes”. Y por último, 7) las “Interdependencias” cuya idea hace referencia a “los efectos que una perturbación de la instalación o servicio produciría en otras instalaciones o servicios, distinguiéndose las repercusiones en el propio sector y en otros sectores, y las repercusiones de ámbito local, autonómico, nacional o internacional”[ BOE, Ley 8/2011, de 28 abril, https://www.boe.es/buscar/doc.php?id=BOE-A-2011-7630]. Por otro lado, en el mismo se establecen los parámetros de criticidad, que se evalúan en función, entre otros, del “impacto económico” según “la magnitud de las pérdidas económicas y el deterioro de los productos y servicios”, así como “el impacto público y social, por la incidencia en la confianza de la población en la capacidad de las Administraciones Publicas”.
Lo que está claro es que cuando la Secretaría de Estado de Defensa se refiere a que son “esenciales” las funciones que mantienen “el bienestar económico de los ciudadanos”, se refiere al bienestar económico y la magnitud de las pérdidas de los negocios de la burguesía, además del “eficaz funcionamiento del Estado” y su confianza ante la ciudadanía. En este sentido, se distinguen cuatro categorías muy interesantes. Por un lado, el “sector estratégico” o las “infraestructuras estratégicas” que son todas aquellas actividades laborales/productivas que mantienen los negocios de la burguesía y del Estado (es decir, todo aquello que entra dentro de los procesos de valorización del Capital o que ayudan a su reproducción), y por otro lado las “infraestructuras críticas”, que siendo parte de las infraestructuras laborales, son aquellas cuya peculiaridad es que su perturbación no permite “soluciones alternativas”. A estas dos ideas, añade un tercer concepto interesante que es la dimensión internacional de la perturbación de las “infraestructuras críticas europeas”. Y por último está la idea de “interdependencias” que al igual que ocurre en los planes de prevención norteamericana, es un eje central en pensar lo problemas de las infraestructuras. Por ejemplo, el sector de la energía es un sector de potencial impacto, pero como su mantenimiento y su distribución dependen cada vez más de sistemas informáticos y del tipo de transporte que se use, estos tres sectores, que en realidad son áreas independientes, se retroalimentan entre unos y otros, llegando en los hechos a provocar continuos colapsos en la cadena de suministro. A todas estas categorías le falta uno que no añadimos por no redundar, pero podría agregarse también la de “Zona Crítica”, que es definida por el “espacio geográfico continuo” de varias infraestructuras críticas en el mismo lugar. Como decíamos, todo este nuevo lenguaje “militar” de los centros de la fuerza laboral, denotan el esfuerzo por parte del Estado por tener un pensamiento y una normativa más compleja de los eslabones débiles del aparato productivo.
Las “infraestructuras críticas” y la importancia política del proletariado
Curiosamente toda esta nueva jerga recuerda mucho a la que usa el historiador John Womack en su libro “Posición estratégica y fuerza obrera”, donde define que dentro del proceso productivo las “posiciones estratégicas” de la clase trabajadora son “cualesquiera que les permitan a algunos obreros determinar la producción de muchos otros, ya sea dentro de una compañía o en toda la economía”. Es decir, que la clase trabajadora tiene en sus manos lo que aquí estamos llamando como “infraestructuras críticas” o también “infraestructuras estratégicas”. Precisamente, ligado a esto, Womack dirá que “si desaparece la fuerza obrera […] se abre un vacío que ninguna otra fuerza (sin ser obrera) puede llenar […] Únicamente la negación obrera tiene tal fuerza definitoria, a la vez crítica y decisiva” [2]. La “fuerza obrera” es la única fuerza que tiene esta capacidad “crítica”. Esta misma idea es la que también utilizara Trotsky en 1905 para analizar la influencia e importancia económica y política del proletariado respecto al resto de capas diversas de trabajadores rusos. Y también respecto al proletariado de otros países más desarrollados de esa época como Alemania o EEUU, o respecto al proletariado que vivió décadas atrás en la Italia de 1848. “La importancia del proletariado –en igualdad de circunstancias en cuanto a fuerza numérica – es tanto más grande cuanto mayor es la masa de fuerzas productivas que pone en movimiento”, ya que “su poder social resulta del hecho de que los medios de producción, encontrándose en manos de la burguesía, solo pueden ser puestos en movimiento por él, por el proletariado”. Y agrega: “Esta posición le da al proletariado la posibilidad de impedir, según su voluntad parcial o totalmente (huelga general o parcial), el funcionamiento de la economía social”. [3]
A diferencia del siglo paso, en la actualidad el proletariado mueve más “masa de fuerzas productivas” que antes, precisamente por el aumento de su interdependencia crítica. Por otro lado, y no menos importantes, es que además de ser la única que puede mover el capital productivo de importancia estratégica, es la única capaz de imponer por esa razón un orden social nuevo. Es, como decía Trotsky para la Revolución China [4] (comparando la “fuerza obrera” con la fuerza campesina) la única que puede frenar el “círculo vicioso” en el cual se reproduce una y otra vez la concentración de la propiedad privada, que ninguna otra clase social es capaz de frenar.
La “reciente” preocupación de la burguesía española por las “infraestructuras críticas” que detenta la clase obrera y la centralidad que nuevamente han ocupado en esta pandemia, es un espaldarazo a todas esas teorías que o bien colocaban a la clase obrera como una simple “masa de maniobra” que cualquiera podía “representar” como un movimiento más, o bien era colocada como un sujeto fragmentado incapaz de articular una unidad estratégica con el resto de capas sociales. Nada más lejos de la realidad, la clase obrera duplicó sus fuerzas numéricas y adquirió mayor fuerza política, pero ciertamente se hizo más diversificada y heterogénea. En este sentido, lejos de denunciar la pauperización de la clase, aparecieron los intelectuales que, acogiéndose a una concepción metafísica y mistificada de la clase obrera (“una clase obrera fabril y de mono azul”) venían a decir que las y los trabajadores de mercancías intangibles, temporales, a tiempo parcial, subcontratados, externalizados o desocupados eran una clase aparte de la clase obrera y enfrentada a ella. Una concepción que, paradójicamente, se extendió entre los sindicatos de la izquierda sindical.
Todas estas capas de hecho forman parte objetiva de la clase obrera. A este respecto, y tomando en cuenta la polémica que tiene Ellen Meiksins Wood con Perry Anderson sobre si el surgimiento de la clase obrera inglesa se produjo solo con la industrialización a gran escala, ella planteará que el eje pasa por la experiencia común en el antagonismo que ejercen las relaciones de producción y explotación capitalista. “Actúa como una fuerza determinante sobre varias clases de obreros, y como experiencia unificadora entre ellos, aun antes de que el proceso de “sujeción verdadero” los incorpore a todos y los “reúna” en fábricas. En un sentido muy importante, entonces, ciertamente es una “experiencia” y no una “reunión objetiva” la que une a estos grupos heterogéneos en una clase, aunque la “experiencia”, en este contexto se refiere a los objetos de las determinaciones objetivas, las relaciones de producción y explotación de clases” [5]. Es la relación de explotación que mantienen con el capitalista lo que tienda a unir a largo plazo a los diversos grupos de obreros sean obreros manuelas, o realicen un servicio, sean fijos o temporales, inmigrantes o nativos, varones o mujeres.
Para Marx las clases sociales se definen por sus relaciones con el Capital. “El proceso capitalista de producción, considerado en su interdependencia o como proceso de reproducción, pues, no sólo produce mercancías, no sólo produce plusvalor, sino que produce y reproduce la relación capitalista misma: por un lado, el capitalista, por la otra el asalariado” [6]. De aquí también emanan las condiciones básicas que definen a la clase obrera en su “determinación social específica”: La necesidad constante de vender la propia fuerza de trabajo para poder vivir, la supeditación despótica del trabajo al capital y la explotación que produce plusvalía. “El cambio de capital y trabajo es doble”, como dice Marx [7]. En ese sentido, los temporales, los parciales, los productores de servicios, etc. encajan en estas condiciones. Por otro lado, no todos los trabajadores producen plusvalía, pero forman parte de la clase obrera en la medida en que son empleados en forma capitalista (ayudan a la autovalorización del capital adelantado) y en la medida en que el valor de su fuerza de trabajo está determinada por los costos de su reproducción, y por tanto, pueden ser explotados para trabajar de forma despótica más horas de las que necesitan para reproducir sus costes de reproducción [8].
Así y todo, y volviendo al debate anterior, si bien Meiksins da la idea de que existe una base común para la unidad objetiva de los distintos grupos obreros, es cierto que la fragmentación y heterogeneidad de la clase existe. Pero, sobre todo, que no todos los trabajadores tienen el mismo poder de fuego. No es lo mismo el poder de fuego del cocinero de Telepizza que trabaja en una tienda, que el obrero que fabrica la masa, o el conductor que la distribuye. Y por esa razón, es necesario pensar cuáles son las condiciones que pueden permitir la articulación entre las distintas capas de trabajadores y cómo la estrategia se ocupa de esta articulación. Es decir, pensar cuáles son las combinaciones reactivas que permiten un efecto multiplicador de la clase. En ese sentido es interesante la idea de Hal Draper [9] que invita a pensar a la clase obrera como en “un sistema de círculos concéntricos, con áreas circundantes”. Donde el “cuerpo principal del proletariado debe ser visto como un grupo central”. En cuyo diagrama la clase obrera esta agrupado por un “núcleo negro sólido”, y un círculo concéntrico en forma de “penumbra” que formarían el proletariado, y otro tercer círculo que le sigue formado por “otros trabajadores asalariados”.
Sin embargo, el diagrama que dibuja Draper no es meramente descriptivo, ya que el “objetivo es ilustrar el hecho de que la revolución implica la puesta en marcha de círculos de la sociedad en constante expansión”. Y agrega que: “La posición estratégica para poner en marcha estos círculos la ocupa el proletariado”. Desde este punto de vista podemos pensar que las “infraestructuras estratégicas”, y sobre todo, las “infraestructuras críticas” de las que habla el Ministerio del Interior, son precisamente los mecanismos que pueden facilitar esta articulación y poner en marcha a cada vez más círculos de trabajadores y de ahí su importancia para la estrategia política. Pero no sólo para articulación de las distintas capas heterogéneas de obreros, sino para el resto de “círculos sociales”.
El crecimiento de la clase obrera española
Sólo con capturar las cifras de asalariados que hubo desde los años 80, nos ayuda a reflejar la increíble expansión que hubo de la clase obrera en el estado español. Sin meternos a valorar la anatomía y sus posiciones estratégicas, por lo menos, nos ofrece, a primera vista, una idea de los huesos que forman esas estructuras de las clases trabajadoras.
Sin embargo, hay que aclarar que las tablas del Instituto Nacional de Estadística más que ser una ayuda a la hora de hacer una descripción, son un verdadero maquillaje de los cambios que han sufrido los trabajadores y trabajadoras en estos años y expresa los intentos por diluir a la clase obrera en todo tipo de categorías distintas. Hasta el punto de que un camarero y un guardia civil comparten la misma categoría sociológica, o que el técnico de Movistar (“técnico de la ciencias” según el INE y protagonista hace unos años de la “revolución de las escaleras”) comparte la misma posición profesional que un gran directivo de empresa. O el caso del programador informático y el obrero de una central eléctrica, que están ubicados en la misma categoría laboral que un Juez del Supremo y un sacerdote. Y lo mismo pasa con el peón electricista, el supervisor de minas o el tendero de terapias alternativas. Y el camarero y su jefe explotador de la hostelería también forman la misma clase. Y así hasta un largo etcétera. Toda una serie de técnicas estadísticas (que hay que “coger con pinzas”) y que acaban ocultando el crecimiento y la fuerza real de la clase obrera.
Según el número de ocupados por actividad y situación profesional que desglosa el INE [10], desde 1987 hasta 2008, el número total de personas clasificadas como “asalariadas” pasó de 7.907.000 en 1987 a los 15.288.800 de asalariados en 2008. Lo que supone que lejos de menguar, hubo un incremento gigantesco (48%) de la categoría de los “asalariados” en el estado español. Una subida histórica que perfectamente podríamos llamar la “segunda gran ola de asalarización” desde los años 60. Por otro lado, y sin poder detenernos a explicar mejor sus causas, crecieron paralelamente las personas asalariadas del sector público, que pasaron del 1.869.300 en 1987 a los 3.248.00 de personas en 2020. Cuyas estadísticas incluyen a más de 315.159 miembros de los cuerpos de seguridad del estado, del aparato judicial o los altos directivos de la administración pública, entre otros.
Mientras tanto, los pequeños patrones independientes y las empresas familiares, que desde la postguerra vienen perdiendo propiedades y terrenos, menguaron nuevamente en 810.300 personas entre 1987 y 2020, quedándose en 2.159.600 personas, y cuyos números están constantemente oscilando con cada crisis. Habría que incluir aquí los poco menos de 686.800 profesionales, técnicos y asimilados que, según las estadísticas, ejercen su actividad por cuenta propia con o sin asalariados, sin concretar hasta qué punto los que no tienen asalariados, son en realidad falsos autónomos.
Para tener una aproximación o un pantallazo un poco más concreto del tipo de “ocupados” (que no de trabajadores) a las que se refiere el INE y para diferenciar mejor a la clase obrera del resto de gerentes y directivos, y también de los “asalariados de tipo especial” (como los llama Marx) que, en algunos casos, forman parte contradictoriamente de esa casta despótica dentro las empresas para hacer cumplir el proceso de valorización del Capital, es sugerente consultar los datos de las Condiciones de Trabajo del INE. En las que según los ocupados por puesto laboral, de los 19.779.300 de ocupados en 2019: 13.774.800 de personas (69,6%) son considerados “empleados” (con jefes y sin asalariados); 1.282.500 (6,5%) son “encargados, jefes de taller o de oficina, capataz o similar”; 1.396.200 (7,1%) son “mandos intermedios”; 1.278.900 (6,5%) son “directores de pequeñas empresas, departamentos o sucursales”; 120 mil personas (0,6%) son “directores de grandes o medianas empresas” y 1.867.800 personas (9,4%) son “ocupados independientes (sin jefes ni subordinados)”.
Por último, si tenemos en cuenta que todos los datos que ofrece el INE hay que cogerlos con pinzas y que la clasificación misma del proletariado es una “empresas desesperante” como dice Trotsky, a grosso modo, y según los últimos datos de ocupados de acuerdo a la Clasificación Nacional de Ocupaciones de 2010, tendríamos que de los 18.674.900 de ocupados de ese año, a grosso modo y de acuerdo a la cercanía de la producción, el movimiento y la realización de la producción de valorización del capital, el proletariado lo forma un “ejército” de 11 millones 144 mil personas englobado por un “núcleo sólido” de 8 millones 407 mil personas y una “penumbra” en forma de anillo concéntrico de 2 millones 736 mil personas. Junto a este hay otro círculo o anillo concéntrico exterior (“Otros trabajadores asalariados”) que lo forman otros 2 millones 195 mil personas. Es decir, a grosso modo, 13.340,40 millones de personas formarían la clase obrera [11] . Esto sin considerar a los millones de parados, que forman parte de la clase trabajadora, o aquellos trabajadores precarios obligados a trabajar como autónomos, o aquellos que son parte de la economía sumergida, sin contrato.
Es decir, incluso cogiendo la tendenciosa metodología estadística del INE, no se puede evitar dar cuenta del inmenso porcentaje que ocupa la clase trabajadora en el estado español. En cambio, es curioso cómo abundan los artículos donde la historia industrial del estado español es casi como explicar una película apocalíptica. Lejos de la realidad, y como han tenido que reconocer algunos geógrafos, sólo hay que ver cómo a lo largo y ancho del territorio se fueron configurando los grandes nudos industriales del país, donde las clases trabajadoras no sólo se fortalecieron numéricamente sino también su influencia e interdependencia económico-política.
Por problemas de extensión no podemos abordarlos aquí, pero en otro artículo podremos dejar planteados algunos pocos elementos que permitan empezar a dibujar esta nueva configuración industrial y espacial que sufrió la clase obrera en el estado español.
La importancia de las infraestructuras críticas para una articulación estratégica
Siguiendo el hilo que planteamos en la introducción, la preocupación del Estado por asegurar las “infraestructuras críticas y estratégicas españolas” que hacen posible su autoridad, es totalmente pertinente. Un ejemplo de la importancia del proletariado actual ya la vimos con la Revolución Portuguesa del 74, que fue la última revolución que vivió “Occidente”. Que a diferencia de otras revoluciones en países imperialistas o de carácter más avanzado productivamente, como por ejemplo la húngara del ’56 o la Alemana del ’18 y ’23, Portugal venía expresando los elementos de una nueva y diversificada configuración social de la clase obrera, que hoy en día, se encuentran más que expandidos y desarrollados. Será allí, como cuenta Carlos Muro [12], que se expresó de forma moderna el potencial revolucionario de los obreros fabriles, del transporte, de las telecomunicaciones, de los supermercados o incluso de las cajeras de banco, que hoy en día la izquierda ha preferido borrar del mapa.
La omisión por parte de la izquierda del rol de la clase obrera no sólo como “infraestructura crítica” sino como potencial transformador se hace implícita incluso en los pocos libros que intentan rescatarla. En su libro “La clase obrera no va al paraíso”, Ricardo Romero Laullón (o conocido en el rap como “Nega”) si bien pinta una clase obrera que “no es un ente inamovible ajeno a las mutaciones del capitalismo”, plantea que por eso mismo la clase está ahí “para ser representada” por cualquiera. Es decir, más allá de las mutaciones que vivió la clase sigue pensándose en ella como una mera “masa de maniobra” electoral, de la misma manera que Karl Kautsky la pensaba para la socialdemocracia alemana, que con la misma lógica acabo llevando al matadero a millones de obreros en la I guerra mundial. Si la clase se piensa como mera “masa de maniobra” para las intrigas electoralistas (que en sí misma es una estrategia política adaptada a los márgenes del capital), no sólo es difícil pensar la importancia de las articulaciones estratégicas entre las distintas capas de trabajadores que detentan las “posiciones estratégicas” y los movimientos sociales para golpear la explotación y opresión capitalista, sino que se está lejos de ver los problemas que padece la clase obrera para establecer estas articulaciones. Y es que, aunque hemos visto que la clase obrera detenta la “infraestructuras críticas y estratégicas” que tanto teme el capitalismo español, es cierto que en estos sectores prima el control de la burocracia sindical que acaba quitándole potencial a la posibilidad de utilizar estas infraestructuras no sólo para sumar a más capas de obreros tal como decía Draper en cada vez más círculos concéntricos del proletariado, sino para pensar la articulación estratégica con el resto de sectores oprimidos urbanos y no urbanos. Un elemento central, la burocracia sindical, que queda absolutamente borrado y desdibujado en este retrato de la clase obrera que ofrece Ricardo Romero en su libro y que se deriva de esta concepción tan generalizada de omitir el potencial estratégico de la clase obrera.
De ahí la importancia política de pelear contra la burocracia sindical corporativa que avaló la división y la fragmentación de la clase por vía de contratos más precarios, de subcontratar, de externalizar o de segregar al resto de trabajadores. De ahí la importancia de pelear por frentes únicos, coordinadoras, o asambleas que sellen la unidad de las distintas capas de clase y la pelea por una simbiosis entre lo económico y lo político que la burocracia corporativa se niega a pelear y que es un bloqueo para que la clase obrera utilice las infraestructura críticas y sus relaciones urbanas para golpear al sistema capitalista, y desde ahí defender como demandas propias el resto de demandas raciales o de género, de la misma manera que el resto de movimientos contra la opresión capitalista.
Por otro lado, por ejemplo, aun a pesar del poder que tiene esta burocracia sindical, perder de vista estos elementos impiden pensar cuáles podrían ser las vías para “asediar” estas “infraestructuras críticas y estratégicas”. En ese sentido, la definición de Meiksins sobre la experiencia común en la explotación capitalista que tienen todos los grupos obreros, nos da una idea de que existe una base común para una política articuladora. Por poner un ejemplo, las capas más precarias de la clase obrera que tienen posiciones más débiles para golpear al sistema (y que parte de la izquierda quiere recluirnos a ser meros penitentes de la caridad), son parte de esta articulación para pensar como esta “infantería ligera” es clave para ayudar a asediar y derribar estas burocracias que se niegan a hacer uso de las posiciones estratégicas de la clase obrera. Por otro lado, el que la precariedad esté avanzando en cada vez más círculos de la clase y que dentro de las infraestructuras críticas cada vez sea más natural y extendido estas grandes bolsas de precariedad puede ser el “Caballo de Troya” que provoque mayores desestabilizaciones dentro de estas infraestructuras. Por último, un partido anticapitalista que no tenga como norte estratégico esta pelea en lo sindical y en lo político está lejos de ser una alternativa y menos aún podrá contribuir a expresar el potencial explosivo de clase que tanto teme el Régimen del 78.
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