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Red Internacional
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Sismo en México. La disputa por la ciudad siniestrada

El gobierno de Peña Nieto sacó lecciones de la desastrosa política de la Madrid Hurtado cuando los sismos del 85 que, en medio de una terrible situación financiera y económica, lo desgastó más.

Viernes 22 de septiembre de 2017

Se nota que el mexiquense y su gabinete acordaron una política que lo diferencie claramente del gobierno De la Madrid, quien sacó al ejército las calles, no para incorporarlo a los rescates, sino para resguardar las instalaciones (sobre todo los oficiales), con el pretexto de evitar los saqueos, además de enfrentar a los brigadistas (llegó a encañonarlos).

En un sentido más amplio, la política de Peña Nieto es, tratando de desmarcarse
del ’85, de un “control de daños” histórico; es decir, una posición defensiva.
Que combina con un intento de reposicionamiento de su imagen, intentando recuperar el control de las acciones de rescate, copando con sus fuerzas militares y partidarias el territorio siniestrado (posición ofensiva).

Sin embargo, el gobierno tiene un problema. Y es que está consciente del riesgo que implica que diariamente la gente sigue sumándose a los rescates, dejando ver en minoría a la policía y los militares y mostrando su potencialidad como masas populares. Y donde la clase obrera aparece diluida, pero aún así mostrando su capacidad de organización por fuera de directrices oficiales. Es una situación que podría llegar a desbordar el control militar.

El titular del diario Reforma de hoy señala: “Toman riendas los ciudadanos. Trabajan hombro con hombro con las autoridades”. A ello responde que en la mayoría lugares los militares están desplazando a la población.

Y aunque todavía no llega a ser una “toma de la ciudad” por la llamada “sociedad civil” como en el ‘85, muestra que hay elementos parecidos a las formas surgidas en ese entonces. Echar abajo esta posibilidad es lo que busca Peña Nieto con la reafirmación del control de los rescates por parte de las autoridades.

Y si bien un gobierno desprestigiado como el del priista Peña Nieto no puede -de cara a las elecciones presidenciales- deshacerse fácilmente de las masas abocadas al rescate sin provocar un gran rechazo popular, está imponiendo una estrategia de copar gradualmente estos lugares cada vez con más presencia de militares, policía Federal, y otras instituciones oficiales.

Por ello, empiezan a ser entrevistados por la televisión (al “azar”) personajes con discurso más elaborado y pro gobierno.

Estrategia que comparte con otro (supuesto) “presidenciable” como el Jefe de Gobierno de la Ciudad, Miguel Mancera, que trata de copar los centros de acopio, campamentos y lugares de rescate con personal del DF y con otros “voluntarios” que hace pasar como “sociedad civil”.

Todavía no se hace muy claro, pero empezó ya la disputa por el control territorial y político de los puntos más estratégicos siniestrados de la ciudad. Aunque para ello, el gobierno debe actuar con cierto “tacto” intentando legitimar su actuar, pues intenta recuperar credibilidad, no profundizar su legitimidad. A ello apunta el discurso de “todos somos uno solo”.

Para diluir la fuerza que representa la gran mayoría juvenil y trabajadora que ha mostrado su impronta en algunos lugares, el gobierno impulsa un pacto con el Comité Coordinador Empresarial (el principal sindicato de los patrones del país), buscando posicionar a los capitalistas como "parte" de las masas.

Cuenta también para esto con el acuerdo con los partidos del Congreso que, cuidando su imagen como parte de sus intereses electorales, le han dejado el campo libre a Peña Nieto y lo favorecen, dejándole a su investidura el monopolio de la propaganda y el protagonismo en estos momentos.

Un escenario todavía imprevisible

No es seguro que el gobierno avance en su intento sin contradicciones. No podemos descartar que esto se complique si en los estados como Oaxaca, Guerrero y Chiapas, el descontento crece y toma formas organizativas.

Por eso Peña Nieto está apuntalando al desprestigiado Graco Ramírez, gobernador de Morelos, que no sale aún de la crisis que le abrió -y al gobierno federal también- el socavón en el libramiento.

No es seguro tampoco que el gobierno pueda capitalizar el vuelco de la población a las calles bajo el discurso de la “unidad nacional”, ni tampoco que logre unir a los militares con la población. Ya ha habido señalamientos, en los mismos sitios de los derrumbes, a su rol en la desaparición de “los 43” de años de Ayotzinapa, así como también a la manipulación de la información, como recién pasó con el manejo mediático del caso de la supuesta “Frida Sofía”, y donde los jefes de la Marina tuvieron que retractarse por la maniobra de Televisa.

Además, la necesidad de Peña Nieto de levantar un discurso unitario y de reconocimiento -tiene que seguir reivindicando públicamente la participación popular-, es un límite objetivo a su política de contención de la masificación de la solidaridad.

En un escenario todavía muy crítico, el discurso de una posible vuelta a la normalidad puede ser contraproducente, por más que lo machaquen los medios de comunicación.

Son muchos los fallecimientos y la pérdida de hogares como para que la población que vio ya su potencialidad de las calles, vuelva tan fácilmente a la normalidad.

Es urgente que la clase o trabajadora aparezca en la escena a través de sus organizaciones. Sindicatos como el Mexicano de Electricistas, mineros, telefonistas (por citar a algunos de ellos) deben salir organizados con su maquinaria pesada, sus técnicos, sus obreros especializados y toda la base trabajadora, a decidir el curso de los acontecimientos.

Sólo así puede cambiarse la actual relación de fuerzas que el gobierno trata de llevar a su favor.

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Mario Caballero

Nació en Veracruz, en 1949. Es fundador del Movimiento de Trabajadores Socialistas de México.