La guerra en Yemen se ha transformado en la catástrofe humanitaria más grave del siglo XXI, aumentada por el bloqueo de la coalición encabezada por Arabia Saudita con apoyo de EEUU y Gran Bretaña.
Jueves 8 de agosto de 2019 18:19
Tras cuatro años de conflicto la guerra en Yemen se ha transformado en la catástrofe humanitaria más grave del siglo XXI, con un 80% de la población al borde de la inanición y dependiente de la ayuda internacional para alimentarse, la cual es provista de forma discontinua debido al bloqueo que implementan los ejércitos invasores sobre el territorio bajo control de las milicias Houthi, que desde 2015 están en poder de la capital Saná. Según la ONG ACLED la guerra tuvo hasta ahora más de 90.000 muertos y 3 millones de desplazados, con cerca de 24 millones de personas en emergencia alimentaria, cuya situación se agrava al estar bloqueada la importación de alimentos siendo una economía sin riqueza petrolera, con una superficie cultivable reducida y ocupada casi enteramente por el kath, planta tradicional similar a la coca que actúa como estimulante y disimula el hambre.
El país se ve afectado por una guerra civil que se desató en 2015 cuando los Houthies, guerrilleros asentados en las montañas del norte pertenecientes mayoritariamente a la rama zaydí del islam chiita y agrupados en el movimiento político Ansarollah, alineado con Irán, intentó reponer al derrocado presidente Alí Abdullah Saleh, quién había sido destituido en 2011 por las masivas movilizaciones de la Primavera Árabe y fue un antiguo enemigo de los Houthies por asesinar a su líder Hussein Badreddin al-Houthi en 2004. En contraposición las tribus del del sur del país, con las cuales las del norte guardan grandes diferencias y mantienen enfrentamientos desde tiempos ancestrales, defendieron al presidente títere de Arabia Saudita Abd Rabbuh al-Hadi o trataron de formar un Estado independiente, tal como lo tuvieron durante gran parte del siglo pasado.
La violencia se incrementó al involucrarse desde un primer momento potencias regionales como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos en defensa del débil gobierno de Hadi, con apoyo de EEUU y Gran Bretaña. El conflicto dió un salto cuando Saleh fue asesinado por sus aliados Houthies en las calles de Saná en 2017, luego de intentar llegar a un acuerdo unilateral con los saudíes, cortando todo diálogo entre las partes e incluso alejando a Irán que había promovido el acercamiento. Para ese momento, y aprovechando la situación de inestabilidad generalizada en la región, tambien se instalaron bases del Estado islámico y Al Qaeda en el sur del país.
En diciembre del año pasado se concretó en Suecia, bajo el auspicio de la ONU, el primer acercamiento entre los principales actores locales en conflicto, los Houthies y el gobierno de Hadi, donde se acordó la desmilitarización de los puertos del Mar Rojo, especialmente Hodeida desde donde ingresa la mayor parte de la ayuda humanitaria y es un punto clave en el Golfo de Adén, de interés estratégico para el comercio mundial. Sin embargo la violencia no ha retrocedido ya que los países extranjeros con que intervienen en el conflicto no han firmado el acuerdo y el propio frente interno de Hadi está sumamente fragmentado por intereses tribales, grupos islamistas autónomos y políticas cada vez más contrapuestas entre Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, que apoyan su ocupación en facciones distintas de la coalición del sur.
Los límites del acuerdo y los nuevos estallidos de violencia.
El frágil acuerdo de diciembre de 2018 se realizó en un contexto particular, con una fuerte campaña de varias ONG denunciando la magnitud de la crisis humanitaria y simultáneamente a la decisión del Senado estadounidense de dejar de enviar apoyo directo a sus aliados sauditas para este conflicto, conforme con la estrategia de repliegue regional norteamericano. La desconfianza mutua dio lugar solo a una retirada unilateral de los Houthies supervisada por el general danés Michael Lollesgaard, responsable de la misión militar de la ONU en Yemen, que el 15 de julio pasado aseguró que la medida era “el primer paso práctico sobre el terreno” para conseguir la paz, por su parte el enviado diplomático de esa organización Martin Griffihs afirmó que el fin de la guerra “podría estar cerca” en aquel momento. Más escéptica se mostró la analista británica Jane Ferguson que sostuvo que el efecto de estas medidas “está lejos de ser inmediato” debido a que la infraestructura del puerto de Hodeida y las rutas para que llegue a destino la ayuda humanitaria “están muy dañados”.
El desarrollo de los hechos en los últimos días da cuenta de un escenario con más continuidades que cambios. Por un lado Trump vetó el 25 de julio las medidas del Congreso que bloqueaban la venta de armas para alimentar el conflicto planteando que, de implementarse, estas restricciones “debilitarían la competitividad de Estados unidos en el mundo y dañarían las importantes relaciones que tenemos con nuestros aliados y socios”. Por otra parte los Houthies recobraron sorpresivamente la iniciativa el jueves pasado, con un ataque de misiles guiados por drones a un desfile militar en la ciudad de Adén que dejó 36 muertos entre los que se cuenta el general Munir Al Yafi, parte del alto mando del presidente Hadi. El vocero del partido Ansarollah Yahya Saree también se atribuyó la toma durante 72 horas de 15 puestos militares en las ciudades sauditas de Jazan y Najran ubicadas en la frontera y un ataque con un misil Burkan 3 de largo alcance a la ciudad petrolera de Al Dammam, de la costa oriental. Si bien estos últimos dos episodios no tuvieron confirmación por parte de Riad, la porosidad de la frontera a los ataques de misiles y las incursiones rápidas denota una debilidad estratégica del reino árabe.
En represalia durante los últimos tres días Arabia Saudita lideró una nueva ofensiva para fortalecer el llamado “cinturón de seguridad” que busca mantener apartados a los Houthis de Adén, con una campaña de arrestos y deportación forzada de población vinculada a las provincias del norte y reubicando tropas provenientes de la provincia de Shabwa para consolidar la posición del brigadier Nasser Abd Rabbuh, lider militar de las tropas de Adén, jefe de la Guardia presidencial e hijo del mandatario Hadi, cuyo liderazgo está cada vez más circunscripto a la costa oriental y se cimenta casi exclusivamente en el apoyo militar saudí.
Las estrategias regionales y los escenarios posibles.
Si bien los ejércitos que intervienen contra los Houthies pertenecen a casi todos los países del Concejo de Cooperación del Golfo, los actores principales en el terreno son Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, que encarnan estrategias sustancialmente diferentes tanto en este conflicto como a escala regional, dando lugar a una inestabilidad del liderazgo que hace más difícil la conducción del conflicto y habilita la intervención de agrupamientos como el Estado Islámico, que todavía se mantienen muy activos como lo demuestra el atentado a una comisaria perpetrado por los yihadistas, con un saldo de 13 muertos, el mismo día del ataque de los Houthies al desfile militar.
Las fuerzas emiratíes están constituidas por oficiales, entrenadores y consultores ubicados en bases militares seguras, su estrategia fue privilegiar la cooperación con actores locales y consolidar su presencia a través de acuerdos con las tribus del sur, lo cual los ha llevado a confrontar más con los focos yihadistas del Estado islámico y Al Qaeda que directamente con los Houthies, con los que mantiene una línea de diálogo a través de Irán, y confluir abiertamente desde 2017 con el Consejo de Transición liderado por el ex gobernador de Adén Al Zubaidi, de orientación abiertamente separatista y partidario de la construcción de Yemen del Sur como país independiente.
La estrategia de Emiratos busca posicionar a este país como una potencia con un nuevo rol en la seguridad regional, su influencia se ha venido extendiendo con bases lo largo de todo el Mar Rojo y el Golfo de Adén con capacidad para albergar activos navales y aéreos fuera de su territorio, en países como Sudán y Eritrea además de Yemen. Actualmente su intención es efectuar una retirada ordenada para poner atención a la situación en el Golfo Pérsico donde la escalada de tensión entre Irán y Estados unidos puede afectar directamente sus intereses vitales, ya que mantiene un comercio de 20.000 U$ anuales con el país persa y a medio millón de iraníes viviendo dentro de sus fronteras y aportando a su economía, considera su labor en el conflicto terminada luego de “haber entrenado a 90.000 yemeníes” y cerraría su intervención con un broche de oro de poder acercar posiciones entre los separatistas de Zubaidi y los Houthi para una solución basada en dos Estados. Sin embargo resulta un escenario inviable en un contexto geopolítico de aislamiento de Irán y ofensiva militarista saudita, dos potencias sin las cuales no parece posible garantizar una paz durardera.
Por su parte la monarquía saudita convirtió esta guerra en la principal apuesta de política exterior del poderoso príncipe heredero y regente de hecho Mohamed Bin Salman, que al darle albergue al presidente Hadi en Riad, haber comprometido miles de millones de dólares en la compra de armamento y capacitación de sus tropas convirtiéndose en uno de los principales compradores de armas del planeta con un 10% de su PBI volcado a esa actividad y haber situado el conflicto en el marco de su enfrentamiento histórico con la República Islámica de Irán, se ubicó en una posición en la que resulta inaceptable cualquier solución que no sea reponer Hadi y aplastar la rebelión del norte, cualquier solución intermedia podría interpretarse como una concesión a su enemigo estratégico Irán, algo que dañaría seriamente el prestigio del príncipe y pondría en riesgo su capacidad para suceder a su padre como Rey.
Por su parte el control de los Houthi sobre la capital Saná parece bien consolidado y la autonomía de su política los convierte en un actor impredecible. Lejos de ser “peones” de la política iraní como suelen presentarlos los medios sauditas y occidentales, los rebeldes de las montañas le han causado más de un dolor de cabeza a la República Islámica, se sospecha que han sido los perpetradores de los ataques con misiles a embarcaciones petroleras en el Golfo Pérsico sin haberlo consultado con Teherán y su estrategia de hacer naufragar las mediaciones encabezadas por Saleh, el Ayatholla Jamenei y la ONU respectivamente, les permitió mantener la iniciativa siempre en sus manos al costo de un aislamiento político que hace cada vez más difícil la solución a un conflicto en el cual las víctimas civiles hoy se cuentan por decenas de miles y según el secretario adjunto de la ONU para Asuntos Humanitarios Mark lowcock llegarían a medio millón “si los combates se extendieran hasta 2022”.
Omar Floyd
Escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.