×
×
Red Internacional
lid bot

Debate. La izquierda y la trampa peronista

En la edición dominical de Rosario/12, Juan José Giani sugiere una lectura y propuesta política, para entender y desarrollar la relación entre “Las izquierdas y el peronismo”. Aquí una breve polémica.

Jueves 7 de junio de 2018 11:56

El objetivo de Giani es convencernos de que, entre estas dos tradiciones, tenemos una gran unidad de propósito: la cuestión nacional, que hoy debe expresarse en la unidad electoral contra Macri. Sin embargo, no encontramos que el kirchnerismo pueda mostrar blasones “nacionales”, ni tampoco mucho pedigrí opositor en un peronismo en el que siguen siendo “dadores voluntarios de gobernabilidad”, nada más y nada menos, cuando se intenta perpetrar un cuarto saqueo nacional (1976, 1989, 2001).

Nos propone para ello una lectura sesgada de la tradición marxista y su influencia en Latinoamérica, recayendo en el remanido prejuicio anti marxista por supuesto eurocentrismo (como se puede constatar en la obra de Kevin Anderson), el olvido liso y llano de tradiciones latinoamericanas como Antonio Mella y Mariátegui, entre tantos otros, para fabricarse un “Marx a medida”.

Lenin explicó con brillo cómo los pensadores revolucionarios son vapuleados en vida y, póstumamente canonizados y adorados como íconos inofensivos. Hoy, el autor de la invitación, también nos presenta a un Marx caricaturesco, una especie de anarquista ingenuo o un socialista utópico que sueña con “océanos de limonada”, que jamás teorizó sobre la superación del Estado capitalista y cómo “erigir al proletariado en clase dominante”, cuestiones retomadas posteriormente al calor de la Comuna de París. Pero también es preciso, para que la cuadratura del círculo cierre, hacer caso omiso a la Crítica al Programa de Gotha donde Marx señala la imposibilidad de la utopía anarquista, por un lado, y la parla de proponer un “Estado popular” donde las clases en pugna de la sociedad capitalista puedan encontrar una conciliación, por el otro.

Por supuesto, la independencia política de la clase trabajadora y los sectores populares, desde la perspectiva del peronismo, cuya esencia reside en conciliar las clases que son por su naturaleza irreconciliables, es un asunto “básicamente táctico” y políticamente indeseable.

Tratando de guiñarnos el ojo, nos invita a seguir el camino del “Colorado” Ramos, quien planteó que el proceso de (semi) sustitución de importaciones de la primera etapa peronista habría modificado el rol de la burguesía industrial, transformándola en revolucionaria y portadora de un potencial antimperialista al cual debe subordinarse la independencia política de los trabajadores. El propio desarrollo de Ramos, que comenzó como marxista y terminó como defensor acérrimo del “traidor de Anillaco”, es una muestra cabal del punto de llegada que impone este tipo de estrategia.

Otro elemento depreciado en la lectura publicada es el concepto marxista de bonapartismo sui generis, que nos permite entender el carácter de los nacionalismos burgueses en los países semicoloniales, como el cardenismo y el peronismo (comparar ambos con el kirchnerismo es simplemente un dislate) , donde “pueden gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros.”

El peronismo gobernó desde el fin de la última dictadura cívico militar 26 de 35 años transcurridos. Y el kirchnerismo, definido por Giani como la “recuperación selectiva del mejor peronismo”, 12 largos años de excepcionales condiciones económicas a nivel mundial y de profundos problemas para las potencias imperialistas que debieron concentrar su atención en otras latitudes, combinación que permitió maniobrar y hacer concesiones.

Pero el kirchnerismo, envoltura progresista del viejo Partido Justicialista, dejó todas las raíces orgánicas del país neoliberal intactas. La famosa “burguesía nacional” volvió a brillar por su ausencia mostrándose tal cual son, una clase prebendaria de los subsidios estatales. Ni siquiera así se logró revertir la extranjerización de la economía. Si al inicio de la última dictadura cívico militar el capital extranjero dominaba el 35,5% de la economía, bajo la administración de Néstor Kirchner la vergonzosa ecuación derivó en un 64,7% a favor de las transnacionales. Si viéramos tan solo el comercio exterior, este problema llega a generar escalofríos coloniales. A fines del kirchnerismo las 200 empresas transnacionales más grandes del país generaban más del 40% de las exportaciones totales de la Argentina. Y si de deuda externa y fuga de capitales habláramos, debiéramos decir que el pago de intereses llegó a 216 mil millones de dólares y la fuga de capitales a casi U$S 100.000 millones. Como confesó Cristina Fernández, fueron verdaderos “pagadores seriales”. La izquierda, frente a esta sangría, propone dejar de pagar la deuda y nacionalizar el comercio exterior, los puertos y las grandes aceiteras. El peronismo viene muy por detrás, no solamente de este programa, sino de otras tradiciones peronistas como “Huerta Grande”.

El resto de las corporaciones también siguen intactas. El poderío del agrobusiness tan fuerte como en las épocas poscoloniales, monopolios mediáticos indemnes, Milanis y Bernis en los gabinetes, Stiuso en los prime-time y el partido judicial vivito y coleando. De todas esas corporaciones fue socia el kirchnerismo, hasta que dicha sociedad no rindió los frutos buscados para alguna de las partes. Y pese a eso, no hubo patriada alguna, como muestra la actual “crisis de las tarifas” junto a la continuidad de las privatizadas, la verdadera “herencia recibida” por Macri, más jugosa aún que la del papá que se enriqueció con el proceso.

Si no revirtieron la postración nacional en el período más favorable desde la década del 40-50, ¿cómo y por qué podrían hacerlo ahora, o mejor dicho en 2019, cuando las condiciones objetivas se han vuelto adversas? ¿No es el derrotero del “ajuste con rostro humano” de Dilma el destino inexorable del “vamos a volver”? ¿Han cambiado radicalmente de posición quienes militan orgánicamente en el kirchnerismo y están atravesando un giro “cookista”? No. Ni una sola medida ajustadora del gobierno de Cambiemos pasó ni puede pasar sin la complicidad explícita del peronismo en todas sus variantes, ya que Macri cuenta con minoría en ambas cámaras legislativas, solo cinco de las veinticuatro gobernaciones, y hasta donde sabemos, ninguna central sindical de peso, al menos en términos formales.

Si recién después de tres años, algunos referentes del peronismo se oponen tibiamente al tarifazo de Macri que “solamente” concita el rechazo del 72,6% de la población (el peronismo del Senado provincial ni a esa tibieza llega), es por mero cálculo electoral que busca reeditar “la grieta” a su favor. El peronismo no puede enamorar con nada, y por lo tanto, trata de seducir con el espanto de que “los otros son peores”, aunque comparten el Gran Acuerdo Nacional de saquear nuevamente a los trabajadores y el pueblo para que sea Macri el que haga la tarea sucia, como antes lo hizo Duhalde con la devaluación.

La “resistencia con aguante” aún ni siquiera garantizó un paro nacional que pongan en las calles toda la fuerza social de los trabajadores y los sectores populares para derrotar las medidas impopulares del gobierno. El “peronismo sindical”, discute ahora un paro para descomprimir. Pero no rompe su línea de pasividad estratégica: tienen más miedo a sus bases que bronca a Macri.

Si aquellos que aún sostienen que “a Macri hay que darle tiempo” resultan a veces irritantes, quienes pretenden que le demos más tiempo al peronismo, rayan lo patológico.

Si el trotskismo ha logrado ser una corriente “nacional” fue precisamente por haber defendido dicha independencia, una y otra vez, sin caer en las tentaciones “ruralistas” a la que cedió una parte de la izquierda en Santa Fe, ni en los relatos “nac&pop”. Esta verdadera tradición nacional que tiene sus intelectuales, sus parlamentarios del Frente de Izquierda, sus centros de estudiantes, delegados y comisiones internas, es muestra palpable de que no es necesario (ni aconsejable) resignarse a los males menores, cuyo destino final siempre han sido los males mayores.

Pero evidentemente esto no es ni de cerca suficiente para derrotar los planes voraces de Macri. Si quieren verdaderamente enfrentar los ataques cambiemistas, en las calles hay un potencial lugar de encuentro. Es ahí donde el “subsuelo de la patria sublevada” puede imponer su peso y potencia. La CGT podría abandonar la tregua permanente y hacer algo por “la cuestión nacional”.

Mientras tanto, permítasenos insistir en la testaruda tarea de construir una fuerza política independiente de todas aquellas que, una y otra vez, han postrado al país ante la sed de ganancia de las potencias extrajeras y sus mezquinos socios locales. Porque lo que está en juego es si a la crisis económica sazonada bajo el kirchnerismo y cocinada con Macri, la van a pagar los sectores populares o los capitalistas concentrados. Solo la izquierda propone esto. No pondremos toda nuestra tradición al servicio de ser la rueda de auxilio izquierdista para los Pichetto, los Perotti, o la burocracia sindical cómplice. Para eso, ya hay varios anotados. Como la gente suele decir, la izquierda está donde tiene que estar. O como decía la canción, ya saben nuestro paradero, la primera línea de fuego.


Sebastián Quijano

Nació en Málaga en 1980 y vive en Rosario desde 1992. Es militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y docente de Filosofía.