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La liberación real de afectos, géneros y sexualidades es una tarea revolucionaria

Jorge Remacha

La liberación real de afectos, géneros y sexualidades es una tarea revolucionaria

Jorge Remacha

Ideas de Izquierda

En la pelea por una sociedad comunista, sin opresión, explotación ni clases sociales también es necesario combatir los esquemas patriarcales sobre nuestras relaciones e identidades. Liberarlas de raíz es también un logro que podemos atrevernos a imaginar (y a organizar).

La socialista norteamericana Louise Kneeland afirmaba que «Quien es socialista y no es feminista carece de amplitud. Quien es feminista y no es socialista carece de estrategia.»

Esta idea podría resonar entre los piquetes y manifestaciones del Paro Internacional de Mujeres o el Orgullo LGBTI, pero la cita es de 1914. Y es que entonces ya había generaciones de marxistas diciendo y organizando los puentes entre la lucha contra la explotación y las luchas contra las opresiones, enfrentando fuertes prejuicios y peleas políticas, además de la represión. A través de posturas como ésta llegaba un mensaje: la lucha por una sociedad socialista no puede triunfar sin participar de la pelea contra la opresión patriarcal y la lucha contra la opresión patriarcal necesita un horizonte socialista para llegar hasta el final.

Ahora es 2022. Y la genealogía revolucionaria que ha crecido desde entonces nos da más herramientas para afirmar que la lucha por liberar nuestra diversidad sexual es una tarea revolucionaria más, indisoluble de la misma y que no puede resolverse mientras existan las clases sociales y la explotación asalariada, al igual que el resto de opresiones.

Este es el tema que aborda este artículo, la clave que supone tener como horizonte una sociedad socialista sin explotación ni esquemas opresivos en las que vivir libremente la sexualidad, afectividad e identidad de género.

Desde el punto de vista de que una liberación real de afectos, géneros y sexualidades no es una tarea individual, sino colectiva y centrada en las condiciones que coartan la posibilidad de un desarrollo libre, estas ideas no sólo se dicen, se organizan. El objetivo es una aportación como arma de la crítica en un momento en el que a nivel internacional la extrema derecha alimentada por los capitalistas organiza sus ideas en persecución y avances contra nuestras conquistas, creando monstruos reaccionarios que impongan más disciplina patriarcal en un momento en el que tratan de descargar las crisis, guerras y precarización de masas que han producido mientras sus fortunas crecen a niveles históricos.

En un momento de crisis económica no es casual que los discursos de extrema derecha (y algún rojipardo) traten de “defender la familia tradicional” de forma machista y LGBTIfóbica, pero apoyándose en un sentido común que aprovecha el mandato de que esa configuración familiar es el lugar donde evitar el hambre y la soledad.

El aumento de la brecha salarial, el reparto de trabajos más precarios, temporales y desempleo para las mujeres también sirve como contención y amenaza para la sexualidad femenina. Se hacen más inseguros para las mujeres los divorcios, para las personas LGBTI ser quienes ser en su hogar o perder su red de subsistencia, en tanto que la sujeción al matrimonio y familia tradicionales se hace mayor para sobrevivir y más férrea en una época de crisis.

La división del trabajo por sexos, que relega en su mayoría a millones de mujeres trabajadoras a encargarse de cuidar a quien no produce de forma gratuita ahorrando ese coste a los capitalistas también se ve afectada por la asignación de esas tareas al trabajo doméstico con una privatización mayor en las últimas décadas.

Desde el punto de vista del beneficio capitalista es necesaria una represión de la sexualidad que garantice familias que se encarguen de ello, una institución familiar que asegure a los dueños del mundo que todo va a estar atado y bien atado (y casi todo gratuito) para generar a la clase trabajadora de la que va a vivir en un futuro. Sin embargo, al mismo tiempo que el capitalismo refuerza y glorifica la familia patriarcal que ya existía, hace su existencia cada vez más difícil mediante la precariedad, el machismo, la falta de tiempo libre o la carga de trabajo.

En ese sentido, la pregunta reciente de le filósofe queer Judith Butler en una conferencia "¿Qué amenaza el futuro de una familia heterosexual feliz? ¿Un chico que cambia de género o el paro?" [1] aparece para hacernos reflexionar si a base de socavar las condiciones de vida de la clase obrera, las promesas de estabilidad y paz social si reprimías tu sexualidad al matrimonio y familia tradicional se van diluyendo (y difícilmente pueden ser sostenidas sólo a través del oscurantismo patriarcal y ultraderechista).

En ese sentido explicaba Andrea D’Atri que “a las marxistas muchas veces nos acusan de estar en contra de la familia. A decir verdad, es el propio capitalismo el que destruye a las familias proletarias con la superexplotación, la desocupación, la marginación, el hambre, la miseria y todas las consecuencias de la descomposición social. Lo que planteamos es que debe abolirse la familia como estructura económica privada, sobre la que descansan las tareas de la reproducción de la fuerza de trabajo; para dar paso a relaciones establecidas libremente, sin coerción económica ni de ningún tipo, y basadas en el amor.” [2]

Mientras, en esta distopía patriarcal de beneficio capitalista, las sexualidades que se salen de esta familia patriarcal tan rentable merecen una represión que sea un aviso al resto. Pero, ya que la lucha de clases y antipatriarcal entra en el terreno de juego, también han tenido que reconocer derechos y conquistas ganados a través de la lucha, combinándolo con un nuevo intento de cooptar y desviar sus direcciones hacia posturas compatibles con la explotación capitalista.

En ese sentido, tal y como planteábamos en un artículo anterior, “la lucha por los avances legales es fundamental, pero puede ser una ilusión si no está unida a una pelea por implementar los derechos en la vida real y por derribar de conjunto el sistema capitalista que utiliza la opresión a la diversidad sexual para seguir disciplinando al conjunto de su fuerza de trabajo” [3]

Junto a la lucha por frente la extrema derecha y la violencia LGBTIfóbica o las demandas que piden autodeterminación de género e igualdad jurídica con las personas cis y heterosexuales es necesario movilizarse y organizarse también por medidas que contra las normas y urgencias económicas que fuerzan una tradición patriarcal para construir vínculos e identidades de la que los capitalistas sacan beneficio.

Por eso es importante no aislar estas demandas, sino desarrollarlas hasta el final y combinarlas con otras que no solemos ver en los movimientos LGBTI o que vemos de forma tangencial, como es, por ejemplo, proveer de viviendas y trabajo para las personas en situación de prostitución o abandono por su orientación sexual, expropiándolas a los bancos que tienen cientos de miles de viviendas vacías fruto de los desahucios, o también, el reparto de las horas de trabajo con salario actualizado a la inflación, para reducir el paro y trabajar menos.
Por una parte, tal y como explica Elías Lavín en un artículo anterior, “la pelea actual por reducir la jornada de trabajo sin merma salarial es parte de una pelea no solo por trabajar menos, sino por vivir mejor, y tener más tiempo para el ocio y las relaciones personales. También es una lucha solidaria, por el reparto de trabajo contra el desempleo.” [4] Por otra parte, ¿por qué no nos encontramos este tipo de demandas habitualmente en los movimientos LGBTI?

LGBTI y comunismo
Por un lado, los sectores que tienen por meta su inclusión en un estado capitalista más LGBTIfriendly no van a plantear demandas que ataquen directamente los intereses de los capitalistas. Por otro, los sectores con propuestas radicales de liberación, como la superación de la familia o el fin de las normas de género, pero que no lo concretan en una estrategia, programa ni organización revolucionaria para realmente llevarlas adelante están aceptando una derrota y la posibilidad única de conquistas menores o para una minoría.

Por eso es necesario tender un puente entre esas demandas y un horizonte que plantee el fin de toda opresión y explotación. En ese sentido no son contradictorias la pelea en un primer término por leyes que garanticen cambio registral y transición gratuita en la sanidad pública a personas que así lo deciden, como un paso en la pelea porque no haya ningún estado para validar nuestras vivencias de género. Tal y como señala el Manifiesto del grupo estadounidense Pinko, “la autodeterminación colectiva del género será un logro revolucionario de primer orden”. [5]
Y es que desde la idea de que es la clase trabajadora que hace funcionar el mundo la que tiene que dirigirlo se abre un enorme cuestionamiento de las relaciones sociales, no sólo de producción. Y allí aparece una medida clave sobre el trabajo reproductivo, esa espina dorsal de la familia que queremos superar en una sociedad socialista: la socialización del trabajo doméstico.
Esta cuestión tiene una larga historia para generaciones de marxistas. Ya en 1884 Engels planteaba que “en cuanto los medios de producción pasen a ser propiedad común, la familia individual dejará de ser la unidad económica de la sociedad. La economía doméstica se convertirá en un asunto social; el cuidado y la educación de los hijos, también. La sociedad cuidará con el mismo esmero de todos los hijos, sean legítimos o naturales. […] ¿No bastará eso para que se desarrollen progresivamente unas relaciones sexuales más libres y también para hacer a la opinión pública menos rigorista acerca de la honra de las vírgenes y la deshonra de las mujeres?”. [6]
Esta medida ataca directamente los intereses de los capitalistas sobre la garantía de mano de obra gratuita que reproduzca a la siguiente generación obrera, pero si los hogares de la clase trabajadora son liberados de esa carga, ¿qué sentido tendría la represión sobre la sexualidad, las identidades y las vivencias de género si no hay razón para que exista un modelo hegemónico de familia patriarcal?
Para liberar a la familia de esta carga y que se multipliquen las formas de organización social, liberando enormemente las relaciones, hay que enfrentar directamente a los capitalistas, puesto que de sus bolsillos saldría todo lo que nos expropian a través del trabajo doméstico realizado de forma gratuita en cada hogar de forma individual.
Mientras el capitalismo implanta un modelo en el que se no se responsabiliza del trabajo reproductivo, pero lo exige de forma gratuita o asalariada a mujeres trabajadoras de forma precaria, la industrialización y socialización de las tareas necesarias para la reproducción de la vida propone un modelo de reparto entre toda la sociedad de estas tareas.
Tal y como plantea Josefina Martínez en un artículo anterior, “en una sociedad que no esté basada en la propiedad privada ni en la explotación, los trabajos de cuidados se podrían transformar en tareas autoorganizadas por todos los miembros de la sociedad, y ya no serían percibidos como una carga. Los afectos y emociones involucradas en las relaciones entre las personas no estarían mediados por el dinero, la necesidad del salario, las condiciones de precariedad, la opresión patriarcal, el racismo o la falta de tiempo libre. La afectividad podría desplegar nuevas formas.” [7]

Al mismo tiempo, esta tarea es inseparable de la socialización de los medios de producción y la toma del poder por parte de la clase trabajadora para organizar la sociedad en base al beneficio común y no al lucro de una minoría en base a la explotación. Este factor contribuye a que los periodos revolucionarios, en los que las masas tratan de tomar su destino en sus propias manos, sean momentos de gran avance y experimentación en las relaciones sociales, para la mujer y la diversidad sexual.

En situaciones como la Revolución Rusa no sólo se despenalizó el divorcio y la homosexualidad o se trató de sacar las tareas domésticas del hogar, sino que se multiplicaron los debates y experiencias sobre las relaciones humanas y los discursos acerca de “enviar la familia a un museo de historia junto con la rueca y el arado”. Así aparece la idea de la bolchevique Alexandra Kollontai de una “camaradería universal” que superase de forma infinitamente más plural el papel de la familia en la supervivencia, sus normas y jerarquías.

En ese sentido, tuvieron que pensar qué hacer y cómo avanzar de forma concreta hacia una liberación de las relaciones humanas no en el papel, sino tomando en una realidad atravesada por la guerra y los ataques reaccionarios e imperialistas. Así, tal y como señala la historiadora Wendy Goldman, “a pesar de las innovaciones radicales del Código, los juristas señalaron rápidamente ‘que esta legislación no es socialista, sino transicional’, ya que este Código preservaba el registro matrimonial, la pensión alimenticia, el subsidio de menores y otras disposiciones relacionadas con la necesidad persistente aunque transitoria de la unidad familiar”, aunque el objetivo era disolver el estado y la familia [8]

Sería la consolidación de una burocracia contrarrevolucionaria en el estalinismo la que promovería una restauración patriarcal como parte fundamental de la expropiación de la revolución a las propias masas. El revolucionario León Trotsky llamaría a esta regresión de las medidas anteriormente nombradas el Thermidor en el hogar, en relación a su orientación contrarrevolucionaria.

A pesar de que tanto estalinistas como liberales se han esforzado en presentar semejante fracaso como el fruto del comunismo y no de un estado obrero burocratizado, la idea de alcanzar una sociedad comunista sin explotación ni opresión sigue presente de múltiples maneras, también respecto a la liberación de nuestros afectos, géneros y sexualidades.

Así, se entiende que cada experiencia de control obrero es una semilla de la gestión soviética de la sociedad y una escuela de lucha. En el momento en que la clase trabajadora, que no tiene acceso a controlar ni poseer los medios a través de los cuáles produce riqueza, los toma, tiene que enfrentarse a gestionar el trabajo sin ser expropiada. Frente a una clase capitalista que los controla para enriquecerse y lleva a crisis, guerras, opresión y miseria, cuando es la clase trabajadora la que se apropia de los medios de producción (y del poder necesario para defender esa propiedad) puede reorientar esa riqueza creada y creatividad hacia el beneficio del conjunto de la sociedad.

Con la dimensión de las cadenas de producción y distribución de este siglo, la escuela que es cada experiencia de control obrero nos permite imaginar el enorme potencial que tendría una sociedad socialista. Así también, cada pelea por la autodeterminación de nuestras vivencias de género, sexualidad y afectividad puede encerrar un potencial para pensar unas nuevas relaciones sociales no marcadas por la explotación y la opresión, pero no de forma individual, sino como una parte más de la lucha de clases.

La toma del poder, de los medios de producción y la conquista de nuestras propias vidas no es una pelea que dar desarmades. Contamos con las lecciones de las genealogías marxista y antipatriarcales que nos preceden, con la clase trabajadora más grande y diversa de la historia, pero también con la herramienta fundamental que es la construcción de un partido revolucionario para conquistar ese otro futuro posible y deseable.

Es, de este modo, una pelea por el control obrero de las relaciones humanas, modeladas al ritmo del patriarcado, el racismo y los beneficios de los dueños del mundo históricamente. Y esta es una tarea revolucionaria más. Pero una tarea revolucionaria que para les marxistas no es una cuestión menor, sino un objetivo a retomar con las armas, paradigmas y posibilidades de cada época en la pelea por una sociedad comunista.


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NOTAS AL PIE

[1Entrevista a Judith Butler, "¿Qué amenaza el futuro de una familia heterosexual feliz? ¿Un chico que cambia de género o el paro?", 19-04-2022, El Mundo

[2Andrea D’Atri, Libres e Iguales, IPS, 12-10-2006

[3Jorge Remacha, LGBTIfobia y capitalismo: entre las trampas del reconocimiento y la persistencia de las opresiones, Contrapunto, 11-09-2021

[4Elías Lavín, Reducir la jornada, ganar tiempo para vivir, Contrapunto, 10-10-2021

[5Pinko, Manifiesto fundacional, publicado como Comunismo para mariconas en El Salto Diario, 28-9-2021.

[6Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 1884.

[7Josefina L. Martínez, Feminismo y comunismo, contrapunto con Silvia Federici, Contrapunto, 05-06-2022

[8Wendy Goldman, La mujer, el estado y la revolución, IPS, 2013
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Jorge Remacha

Nació en Zaragoza en 1996. Graduado en Historia en la Universidad de Zaragoza. Milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español y en la agrupación juvenil Contracorriente.